Al público le basta y le sobra con tener opinión. A diferencia del sabio que, poseyendo la verdad, no encuentra razón con la que defenderla por lo que no tiene derecho alguno a imponerla por la fuerza.
Las diferencias de opinión con respecto al arte moderno y contemporáneo parten, en principio, del error de no querer considerar que, si para gustos se hicieron los colores, para gustos se hicieron las obras de arte. Es necesario aclarar los términos sobre los que se discute para comprender la discusión que se ha entablado entre el público y los eruditos.
El público de “no entendidos”, según los entendidos, desprecia el arte actual porque, dice, carece de contenido. Los entendidos, según “los entendidos”, aseguran que su valor está en la novedad y en su incomprensión.
A pesar de la imperfección de todas las teorías del arte actual publicadas, el hecho es que una cosa es arte si cumple la condición de ser una obra de arte.
Pero, como los sabios, según decimos, han sido incapaces de definir lo que es el arte, no pueden dar respuesta adecuada a los “no entendidos” por lo que éstos tienen razones sobradas para dudar del arte: Si los sabios no saben qué es arte, ¿por qué esto habría de ser una obra de arte?
Por otra parte, debemos distinguir alturas. Lo mismo que hay jamón de bellota y de cerdos alimentados con despojos que llaman pienso, hay arte de calidad y arte de baja calidad en todos los tiempos de la historia, incluido el nuestro.
Por lo tanto, dejando a un lado que a unos les guste el pescado y a otros la carne, la cuestión es si afirmamos que esta carne es buena porque tenemos suficiente criterio para establecer que está buena, aunque prefiramos el pescado, o la aprobamos por un gusto personal. En definitiva, si poseemos criterio suficiente, podremos afirmar que la carne está buena pero es de baja calidad y que el pescado está malo por estar medio podrido, aunque nos guste el pescado y no seamos amantes de la carne.
El arte actual no es un fraude, el fraude es la teoría existente sobre el arte actual. Estos sabios deberían mostrar un poco de humildad y de respeto hacia un público de “pobres ignorantes” pues, mientras encuentran los argumentos que hace tiempo deberían haber presentado, demuestran ser tan ignorantes como los ignorantes.
Pero, a pesar de la falta de un parámetro válido, por parte de los sabios, para determinar qué cosa es el arte, el tiempo y la experiencia han demostrado que el criterio del conocedor es lo adecuado para “conocer”. Incluso, ante la existencia de tal parámetro, será siempre necesaria una apreciación subjetiva. El conocer es una cualidad personal y, por lo tanto, subjetiva. El parámetro es una referencia objetiva que se aplica con precisión a los objetos reales y a los razonamientos lógicos pero es insuficiente para valorar una pintura que posee distintos aspectos y sólo uno de ellos es el formal. Un texto puede ser analizado objetivamente pero su calidad estará sujeta a la valoración del juez, cuando no del político. La valoración de la calidad del arte estará siempre sujeta al criterio del conocedor. Y podemos afirmar que, a pesar de la falta de una definición del arte, los sabios han sido capaces de valorar las obras adecuadamente.
Choca, pues, la falta de conocimiento teórico que demuestra el sabio con la fuerza con la que mantiene sus aseveraciones llegando a la descalificación personal de quien no comparte sus ideas. No se da cuenta de que, de esa forma, se desprestigia él solo: descalificar la inteligencia de los demás no es un argumento en favor de su postura, es una bajeza que desautoriza su criterio y pone en evidencia su falta de razones. Es, en cambio, lícito descalificar la inteligencia de los sabios y a ellos por esa falta pues un sabio que no sabe es como un futbolista sin piernas y, si pretendieran ser un Rafael sin brazos, ya lo habrían demostrado.
En el arte actual lo más llamativo y conocido son las piezas más sorprendentes pero, en nuestro tiempo, existen más obras de arte actual y elevado que las que aparecen en las primeras planas de los diarios, con calidad y atractivo suficientes para el público en general. También es conveniente no confundir el arte conceptual con la pintura y la escultura. Y, en este arte —y, aun en los demás— conviene distinguir el arte elevado del corriente, de la copia y de la imitación. Finalmente, se debe entender que el arte actual trata sobre el arte, a diferencia del arte del pasado que trataba, por ejemplo, de la belleza. El último aspecto controvertido del arte es su valor. El precio de las obras actuales no parece corresponderse con lo que se recibe a cambio. Cualquiera puede hacer aquella obra y nadie le quita de hacerlo y nadie nos obliga a pagar por la obra original. Pero, para explicar su precio, digamos que su valor consiste en haber advertido una forma concreta de expresar un determinado concepto, vinculada —esa forma— a la calidad y el sentido del resto de la obra de ese artista, junto, como no, al respaldo de una galería o marchante con buenos contactos, como ocurre, como todo el mundo sabe, en cualquier otra actividad comercial pues el arte no se regala a pesar de ser considerado un lenguaje universal: la obra de arte es una propiedad privada.
Con estas notas será posible entender lo que hizo Duchamp al presentar un urinario: realizar una obra conceptual con la que nos dice que uno de los aspectos del arte consiste en la exposición pública de un objeto por parte de un artista, a ser posible, con el respaldo de una galería o de un museo.
Si el arte conceptual presenta conceptos, el artista debe esmerarse por completar el catálogo. Algunos conceptos resultarán tan obvios que no poseerán gran interés salvo el, llamémosle, académico. El público, que al mirar un libro esperando leer una novela se decepciona al encontrar un listado de artículos, tiene derecho a la queja pues nadie le ha advertido qué tiene entre sus manos, por lo que se siente tan defraudado como si, al pedir un bocadillo, le dieran una definición en lugar de viandas.
En conclusión, cada cual tiene derecho a poseer su gusto personal. A quien no le guste un determinado estilo, un arte concreto o una pieza específica no se le puede criticar por ello, ni por su falta de criterio al negar un valor que no encuentra pues no es su obligación poseer criterio; al público le basta y le sobra con tener opinión. A diferencia del sabio que, poseyendo la verdad, no encuentra razón con la que defenderla por lo que no tiene derecho alguno a imponerla por la fuerza. El arte actual no es un fraude, el fraude es la teoría existente sobre el arte actual. Estos sabios deberían mostrar un poco de humildad y de respeto hacia un público de “pobres ignorantes” pues, mientras encuentran los argumentos que hace tiempo deberían haber presentado, demuestran ser tan ignorantes como los ignorantes. ®