Correr hacia dentro de sí mismo

Aquí no es Neverland, de Marco Ornelas

¿Se puede escribir sin tener voz? ¿O es justamente ésta la condición de toda escritura: la de carecer de voz? Acaso la escritura suplanta a la fonación.

Rawbert|K|Photo, «The loneliness of the long distance runner (Iron Maiden)».

El escritor y crítico Eduardo Mejía afirma que este libro es uno de los pocos que están escritos desde la infancia. Me gusta la afirmación —pese a su temeridad— porque sin querer queriendo aquí se cuela una primera e interesante contradicción. Un libro escrito desde la infancia: en sentido literal, digamos etimológico, la palabra infancia remite a una negación de la voz: el infante, de tal suerte, es un in–negación, fans, participio activo de fari, hablar. Los infantes no hablan, según el significado estricto de la palabra. En sentido literal, tendríamos que decir que Aquí no es Neverland (México: Ediciones sin Nombre/Ediciones La Rana, 2017) es un libro escrito desde la ausencia de voz. La pregunta inmediata es: ¿se puede escribir sin tener voz? ¿O es justamente ésta la condición de toda escritura: la de carecer de voz? Acaso la escritura suplanta a la fonación. Esta deriva me parece más aceptable, y acaso nos salva de la contradicción inicial. Un orfanatorio, por otro lado, representa ya un lugar singular: ¿está poblado de voces? Al revés, ¿es un lugar mudo, donde se hace el vacío? ¿Los huérfanos están mudos, mudos acaso de pavor y de soledad?

Dejo abierto el tema. Aquí no es Neverland está trabajado como un tejido que ensambla dos registros: por un lado, el habla poética del autor; por el otro, intercalándose dentro de este primer discurso autoral, un conjunto de “grafitis” que van numerados y en letra cursiva. Los grafitis, como todo mundo sabe, se escriben en las paredes, son el lenguaje o la poesía de los desesperados. Ya el fallecido Juan Bañuelos, en uno de sus poemas más recordables, aseguraba: “Escribo en las paredes”. Los disidentes ponen su mancha ahí, una mancha letrada, por supuesto. “No a la represión”; “No al mal gobierno”; “Fuera corruptos”. ¿Qué puede imprecar un huérfano? —Los grafitis de Aquí no es Neverland se pueden leer como un discurso autónomo y en línea: ¿En dónde estoy? / ¿De dónde vengo? / ¿Quién soy? / Lo maravilloso de la infancia es que no dura para siempre / El paisaje perdió sus colores / Crecer sí: adultos no / Con barrotes en las ventanas, ¿cómo podremos volar?

Este discurso “grafitero” nos ubica en este no–lugar oprobioso: nadie ha llegado aquí por su propio pie. Todos quieren salir, gozar del aire libre, escapar de la cárcel, romper los muros y los barrotes de su edad sin edad.

El discurso poético, que contrasta y complementa a los “grafitis” comienza con la voz de Wendy, un personaje fantástico que indica: “Vayas a donde vayas / nunca de ti misma escaparás” y el poema “Un deseo” con el que se cierra el libro. Me parece un final flojo aunque a la vez altamente nostálgico y maternal. Lo leo: “Un deseo. // Campanita, / concédeme / que al despertar, / entre la pesadez del nuevo día / esté otra vez la sonrisa de mi madre”.

En cambio “Toothless”, propongo un contraste, me parece de enorme efectividad. Lo leo:

Con un telescopio imaginario
Aprendió a mirar
Su rostro
En la profundidad
De la noche.

Cuando
Todos dormían
Dibujaba su sonrisa
En las estrellas.

Aquí no es…

Advierto un gusto por emplear palabras del inglés. El título mismo ya lo delata: un Neverland que queda abierto a la interpretación: el país de nunca jamás. ¿Por qué no se sale nunca de él? ¿O porque ya no se volverá? Marco Ornelas ha sido alumno de mi gran amigo Sergio Mondragón, de cierto modo un gurú de la poesía mexicana de nuestros días. Saludo por ello con gusto la aparición de este libro y les leo, ya para despedirme, el texto que más me impresionó y que más ha cavado en mi memoria. Es, para mi gusto, la pieza de resistencia de Aquí no es Neverland. Se titula “Slightly”, y dice así:

No quiero ser un atleta de los cien metros planos,
tampoco me interesa correr el maratón.
Quiero correr en mí mismo.
Ser un corredor de fondo,
alcanzar la intimidad como meta.
Al final de la carrera la distancia es absurda para quien corre en la pista equivocada.

Estimo, con todo respeto, que Marco Ornelas no se ha equivocado de pista. Yo lo veo, ya desde ahora, como un auténtico corredor de fondo. ®

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Publicado en: Libros y autores

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