Caí sobre unos hongos morados y un ratón me dijo que debía de alimentar más a mi cerebro.
Entré a la casa de mi mejor amigo de la universidad. Una casa pequeña pero excepcional. Tenía un atardecer en el techo y el piso era de hierba. Había una niña que nos decía qué hacer si empezábamos a enloquecer, reyes de ajedrez que nos observaban y reían, pero lo hacían en reversa. Eso me confundía un poco pues no sabía por qué lo hacían, simplemente su risa era contagiosa.
Los conejos salían de los cojines del sofá, pero no me importó mucho porque la niña dijo que era común que los conejos salieran de su casa cuando empezaba a oler a mermelada.
Yo estaba echado en el sofá, pero de repente me hice más pequeño empecé a caer. Mi amigo intentó sujetarme pero no lo pude alcanzar. Los reyes nos veían y reían aún más. El cielo empezaba a oscurecer y las plumas salían de sus almohadas. Los conejos que antes corrían ahora me veían caer.
Caí sobre unos hongos morados y un ratón me dijo que debía de alimentar más a mi cerebro. Que no creyera todo lo que viese y así encontraría más fácil el camino de regreso a casa.
Jefferson Airplane dejó de sonar. ®