El bachiller Octavio Paz no sólo ganó un Premio Nobel sino que es un escritor de primer nivel y alcance universal. Eso es lo que cuenta, lo que importa. Tener o no tener títulos no significa, por sí mismo, nada.
No significa nada de lo que un academicista pudiera creer.1
Como se ha recordado en Zona Paz, el poeta con Nobel no terminó la licenciatura: no se graduó como abogado de la UNAM. ¿Importó laboralmente? No. Como debe ser en atención a la capacidad, la intención y el mérito. Sin título, Paz tuvo cargos públicos como director en la Secretaría de Relaciones Exteriores y embajador de México en la India. Y, a diferencia de toneladas de licenciados en lo que sea por donde sea, no fue un funcionario inepto ni corrupto. ¿Importa aquel hecho de algún otro modo? Tampoco. Por talento y trabajo, Paz realizó una Obra, un logro mayúsculo en más de un sentido. Si alguien con Obra tuvo o no tuvo un título académico es lo de menos o de plano intrascendente. Las Obras sobreviven, todos los títulos mueren, al mismo tiempo que su poseedor o incluso mucho antes. Recordamos a Miguel Ángel por la cúpula de San Pedro, no porque no se haya graduado formalmente como arquitecto. Recordaremos a Javier Duarte por corrupto y perverso, no porque haya tenido un doctorado.
¿Qué significa, pues, que Paz haya sido “sólo” un bachiller? Cuando menos, cuatro cosas.
Primera. Que su nombre está en compañía significativa: la historia de las ciencias, las humanidades y las artes no es sino plural y ecléctica, por lo que abundan quienes no han tenido ningún grado académico ordinario: William Shakespeare, Lev Tolstoi, John Stuart Mill, Richard Leakey, Gabriel García Márquez, Rufino Tamayo, Carlos Chávez, Milton Humason, Vivien Thomas, Álvaro Mutis, Martín Luis Guzmán. Tampoco fue licenciado Carlos Monsiváis. Y hay casos “peores”: Juan José Arreola y Luis Spota no terminaron “la primaria”… Otro, de peso ligero: Jorge Luis Borges, quien declaró que “personalmente solo puedo decir que soy bachiller”.2 Y así hasta la Antigüedad pasando por un tal Leonardo. Ni qué decir de la sopa primigenia de la informática y la tecnología digital…
Segunda. Que para contribuir realmente a lo académico y, sobre todo, a lo universitario, no se requiere título alguno. Ninguno. Una verdadera universidad no es una fábrica de títulos y titulados, es por excelencia el centro para producir conocimiento, educar con él y en él, comunicarlo y extenderlo. El título es el accesorio.
Paz colaboró con universitarios y universidades y les sirvió tanto con su conocimiento propio cuanto como objeto para que otros produjeran más conocimientos. Octavio Paz fue universitario por historia y espíritu y sigue siendo tema y lectura de universitarios de todo tipo.
Tercera. Que, tal y como hizo Paz, se puede y se debería contribuir a lo universitario desde fuera de las universidades. ¿Por qué sólo desde dentro, cuando además muchas “universidades” no lo son o no por completo? Paz colaboró con universitarios y universidades y les sirvió tanto con su conocimiento propio cuanto como objeto para que otros produjeran más conocimientos. Octavio Paz fue universitario por historia y espíritu y sigue siendo tema y lectura de universitarios de todo tipo.
Cuarta. Que las universidades, para verdaderamente serlo, deben mantener las puertas abiertas a quienes tengan algo que aportar a su vida y la de su comunidad, sean hombres o mujeres, jóvenes o viejos, nacionales o extranjeros, y graduados, posgraduados o no. Una universidad que desprecia el mérito para privilegiar símbolos o supuestos símbolos del mérito no es una universidad. Lo universitario no es parasitario; lo universitario verdadero no puede ser lo parasitario protocolar. A pesar de no haber tenido título —ni de abogado ni de literato— Paz estuvo en línea con lo que es y debe ser una universidad. Se honraron los funcionarios que, por eso mismo, lo invitaron a impartir cursos y conferencias en sus aulas, así como a participar en otras de sus actividades académicas. Se honraron, así, universidades como Cornell, Michigan y la UNAM.3
Podemos cerrar esta vuelta con más evidencia para el argumento: Donald Trump es graduado de una Ivy League, lo mismo que su yerno Jared Kushner (en el caso anaranjado, la deshonrada es Penn y en el del totalmente pálido es Harvard). Enrique Peña Nieto, hombre muy desafecto a la ley, tiene un título de abogado, papel que obtuvo como tantos otros: mediante plagio no castigado. Otros licenciados en Derecho con cierta aversión a la ley y la intelectualidad son Emilio Lozoya Austin y Mario “el góber precioso” Marín. Otro licenciado es Vicente Fox, Humberto Moreira es maestro en algo y —lo repito como prueba de que se le recuerda— Javier Duarte es doctor. Que no todos los titulados son así es cierto, también que no todos no lo son, que es lo que se argumenta aquí. Con Paz como evidencia de lo que también se implica.
El bachiller Octavio Paz no sólo ganó un Premio Nobel sino que es un escritor de primer nivel y alcance universal. Eso es lo que cuenta, lo que importa. Tener o no tener títulos no significa, por sí mismo, nada. Eso lo significa Paz. ®
Notas
1. Academicista es todo aquel que cree en los títulos académicos como los méritos máximos o que coloca esos títulos y otras formalidades académicas por encima del mérito en obras. El academicismo termina siendo antimeritocrático y, luego, antiuniversitario (la meritocracia no necesariamente es de forma universitaria pero lo universitario no puede ser antimeritocracia). Es falso que todo lo que habita las organizaciones que llamamos universidades sea necesariamente universitario en esencia. Pero hay que evitar, asimismo, el extremo opuesto, el antiintelectualismo de lo antiacadémico, la creencia de que todo lo académico es ocioso, vano y socialmente inútil.
2. Véase la “Entrevista inédita con Borges” que se publicó el 16 de junio de 2016 en El País. Ahí el gran escritor argentino apunta (sin desperdicio para reflexionar): “Es el único título que tengo, los demás son títulos Honoris Causa, que no son más que generosidades, soy Doctor Honoris Causa de Tucumán, de Nueva York, de universidades italianas, colombianas, mexicanas, luego de Harvard, de Oxford, de la Sorbona, pero creo que no puedo llamarme Doctor ya que estos doctorados Honoris Causa son un favor que le otorgan a uno y que por supuesto agradezco, ya que es un honor, aunque no sé si lo merezco. Personalmente sólo puedo decir que soy bachiller del Collège de Calvino en Ginebra”. Desde luego, Borges fue, como Paz, un Doctor en Literatura verdadero y real.
3. No está de más señalar otros casos de meritocracia ejemplar. La poeta Mary Oliver fue por años profesora del Bennington College sin importar que careciera de títulos. El Consejo Universitario de la UNAM dio un título de economista al economista por obra Jesús Silva Herzog sólo para que, por sus aportes y proyectos, pudiera ser director de la entonces Escuela de Economía, que hasta ese momento había sido dirigida por profesores sin título de economistas, Enrique González Aparicio y Mario Souza, quienes lo recibieron al mismo tiempo que Silva Herzog; lo cuenta éste en sus memorias, Una vida en la vida de México (SEP–Siglo XXI, 1986, p. 240). ¿Qué serían los burócratas que no contrataran a un Paz para dar clases de poesía por no ser doctor, maestro o licenciado?