En una parte de Pantagruel uno de los compañeros del gigante casi muere en la batalla y visita el infierno y cuenta al volver: “los que en este mundo fueron grandes señores se ganaban allí trabajosamente su malhadada y miserable vida”.
Gargantúa y Pantagruel son las primeras de una serie de cinco novelas cómicas, escritas por François Rabelais en el siglo XVI. Las dos tratan sobre las aventuras de dos gigantes: Gargantúa y su hijo, Pantagruel, nobles de un reino sin nombre.
Me encantaría decir que leerlo fue una experiencia sencilla, que no requirió esfuerzo y, que con la misma naturalidad con la que leo una novela de acción, avancé con estas historias. Estaría mintiendo descaradamente. Ahora bien, parte de los problemas que tuve leyendo estas novelas fue por tener la edición incorrecta de la historia. Primero traté de leerlo en versiones gratuitas, muchas con el español medieval original y después con e–books que tenían uno u otro libro. Fue imposible. Confirmo algo que al parecer era de sentido común: un libro difícil se tiene que leer en versión física para poder tomar notas y que no se cansen los ojos.
Fue decisivo para mí que la versión física con la que terminé tenía un español mucho más moderno y algunas notas al pie de página, pero no tantas como para abrumar la hoja con numeritos. Era pesado todavía, pero más manejable. El colmo para mí fue que la versión física no era tan cara y que gasté más en e–books que ni usé al final.
Hay un capítulo entero que es una conversación larga entre los personajes sobre diferentes dichos acerca de tomar. Éste es mi favorito: “…yo, pecador, cuando bebo sin sed, no lo hago para el presente, sino para el futuro, para el porvenir, como comprenderéis. Bebo para la sed venidera”.
No puedo expresar el alivio que sentí, después de no entender lo que leía, cuando volví a empezar el prefacio que hace Rabelais en Gargantúa y me di cuenta de que me estaba divirtiendo. Empecé bien cuando pude entender la forma en que Rabelais insulta a todo aquel que le cae mal, la forma en que te invita a divertirte con la lectura y a tomar. Eso será un tema constante de los libros: el alcohol. Estés donde estés y hagas lo que hagas, Rabelais y sus personajes creen que la pasarás mejor con una botella. Hay un capítulo entero que es una conversación larga entre los personajes sobre diferentes dichos acerca de tomar. Éste es mi favorito: “…yo, pecador, cuando bebo sin sed, no lo hago para el presente, sino para el futuro, para el porvenir, como comprenderéis. Bebo para la sed venidera”.
Otra cosa que me sorprendió: ¡Son libros muy sucios! Hay pedos, mierda, chistes sexuales realmente sucios. Me reí de varios, pero también había ratos en los que sólo me imaginaba a Rabelais bailando ante mi expresión de asco, más o menos igual a como los chistes sucios han funcionado hasta nuestros tiempos. Algunas cosas nunca cambian.
Lo que sí cambió mucho es la historia de Gargantúa, esto como a la mitad. La primera sección nos cuenta la infancia del gigante y cómo se educa. Gargantúa es todavía estudiante cuando se nos habla de un conflicto entre los pasteleros del reino de la familia de Gargantúa y sus vecinos. El conflicto avanza hasta una tremenda guerra liderada por el estúpido rey Picrochole, que piensa que puede dominar al mundo con un ejército pequeño. Por supuesto que no tiene oportunidad una vez que el príncipe Gargantúa llega a la batalla, pero eso no va a evitar que lo intente.
Hay escenas de acción geniales: Juan, monje de un convento atacado, decide que en vez de morir y ser mártir prefiere matarlos a todos; prosigue a asesinar un ejército con extrema violencia usando una cruz como garrote. Al final los buenos ganan y se castiga a los culpables, pero se funda también una abadía cuyos creyentes se basan en el lema “Haz lo que quieras”, y dedicarán su vida a la libertad y la diversión.
Después quedaba la historia del hijo de Gargantúa: Pantagruel. No mentiré, de los dos preferí por mucho a Gargantúa. Comparten varios de sus puntos principales: Rabelais empieza en Pantagruel con un prefacio en el que te invita a beber, luego se habla del nacimiento, la infancia y después la vida escolar del gigante.
Entonces siguen las aventuras, que son un poco más variadas: Pantagruel actúa como abogado para calmar una riña entre dos hombres (los tranquiliza con un discurso lleno de palabras inventadas por el que es aclamado en toda Europa), gigantes enemigos atacan el reino de Gargantúa y una ciudad se instala en la boca de Pantagruel (por mucho la escena más onírica y extraña; resulta que las ciudades entre los dientes de un gigante tienen aduanas estrictas). Creo que sus historias individuales son más memorables, pero Gargantúa es un poco similar a la trama de un libro moderno y por eso lo pude digerir mejor.
Algo que menciona el mismo Rabelais en el prefacio es que no se lean sus historias sólo como un chiste. Hay muchos juegos de palabras buenísimos (“…y le replicaron que se conformara con tener razón, ya que no habría de obtener otra cosa”).Me queda claro que hay filosofía entre todos los chistes de pedos. Es una filosofía desenfadada, que defiende la libertad y la paz e insulta a la autoridad.
Rabelais le falta al respeto a las autoridades, especialmente a las religiosas. No deja de ser católico ni monarquista, pero hay cierta exigencia de humildad hacia los poderosos. En una parte de Pantagruel uno de los compañeros del gigante casi muere en la batalla y visita el infierno (“donde disfrutó mucho”, dice) y cuenta al volver: “los que en este mundo fueron grandes señores se ganaban allí trabajosamente su malhadada y miserable vida”. No sé si eso sea algo que pudo pasar, pero podía imaginarme a una persona trabajadora de aquel siglo celebrando el hecho de ver humillados a tantas autoridades con la fuerza y el verbo de los dos gigantes.
Aun con una versión en español medio moderno, fueron libros difíciles. ¿Cuál es el valor de leer una comedia tan vieja si no estás buscando alguna especie de investigación histórica? La única respuesta para mí es que sí obtuve algo con mi lectura, una vez que superé el problema del lenguaje. En verdad hay algo sublime en estos libros, en su gusto por burlarse de todo y la filosofía de disfrute que defienden. También es impresionante ponerme a pensar que leí algo escrito hace siglos y me reí en voz alta. Más allá de eso, son libros que apoyan la fiesta, el hedonismo y un poco de libertinaje, pero no la estupidez. Eso es valioso en sí mismo. ®