Un infierno musical o una lección de periodismo

Opus Gelber, de Leila Guerriero

Un extenso documento literario sobre un pianista que fue invitado de honor de reyes, condes, millonarios y políticos gracias a su extraordinaria manera de interpretar a Beethoven, Brahms y Schubert.

Bruno Gelber. Foto cortesía LosAndes.com.ar

Hace dos días terminé de leer Opus Gelber, uno de los libros más voluminosos de Leila Guerriero, y sigo con esa sensación que deja alejarse de alguien a quien se logra conocer a profundidad en poco tiempo, una especie de nostalgia y arraigo por un personaje cuya existencia ignoraba la semana pasada.

Me abrumaba un poco el hecho de que un perfil, que por lo general vemos en revistas como Gatopardo, Anfibia, Squire o Rolling Stone o en una antología de perfiles diera lo suficiente para ir solo en un libro de más de 300 páginas, 333 para ser exacto.

Tenía mis dudas. Muchas dudas. A Leila la sigo desde hace años, incluso una vez tomé una clase con ella sobre periodismo narrativo, y desde que leí El mago de una sola mano o El rastro de los huesos o Testigos del horror me convencí de su enorme dominio en el oficio, aunque llegué a pensar que si esas 333 páginas no encontraban justificación para hablar de un solo hombre quedaría un poco desilusionado.

Opus Gelber. Retrato de un Pianista (Anagrama, 2019) es un complejo, ambicioso y exhaustivo perfil sobre uno de los mejores pianistas del mundo, el argentino Bruno Gelber (1941), quien a los siete años contrajo la polio y pese a los estragos de la enfermedad se impuso como una celebridad mundial de la música clásica, una que quizá no volveremos a ver.

Leila convive con él un año (2017), la mayoría de las veces en su departamento del popular barrio del Once en Buenos Aires, espacio que ocupará un lugar importantísimo para la construcción del retrato. Leila irá desvelando poco a poco la personalidad de Gelber por lo que dice de sí mismo y al mismo tiempo por lo que no dice con palabras, por gestos como arquear la delineada ceja para expresar algo o por la forma voraz de disfrutar al comer.

A Gelber se le muestra como un obsesivo por la estética, el maquillaje, las cirugías plásticas y la forma en que están dispuestas las cosas que lo rodean; su departamento es una galería de arte, un escenario con un amplio telón en el que los protocolos sociales están listos para interpretarse.

El libro construye un personaje en relación con los demás: su familia, amigos y alumnos. La labor periodística requiere el testimonio de quienes a lo largo de sus casi ochenta años han convivido con él y lo vieron ascender y transformarse en el invitado de honor de reyes, condes, millonarios y políticos gracias a su extraordinaria manera de interpretar a Beethoven, Brahms y Schubert.

Reviso en YouTube algunas entrevistas que la periodista argentina concedió para hablar de esta pieza y se resuelven algunas dudas sobre el proceso de creación del extenso perfil. Leila no sólo entrega un libro sino también una magistral lección de periodismo y de construcción de un personaje de la vida real.

En una charla de escritores, Leila dice que en un principio la idea era publicar un artículo de mediana longitud en una revista. Explica que lograr que Bruno Gelber saliera del discurso construido y reforzado —una especie de caparazón— fue una labor compleja que necesitó más de cuatro encuentros y una extensa revisión de todo cuanto hablaba de él. Logró entender, entonces, que un artículo no sería suficiente.

El retrato permite saber que Bruno Gelber lo tuvo todo sin esperar nada, que vivió gran parte de su vida en París gracias a una beca, que viajó a 54 países en primera clase, que voló más de cuarenta veces en el Concorde, que se hospedó en hoteles de lujo, palacios y castillos; que fue dirigido por los más renombrados directores de orquesta en los más célebres escenarios, que conoció a Visconti y que la actriz de cine Laura Hidalgo se volvió su íntima.

Para Bruno el camino de la música fue algo orgánico pese a la oposición de sus padres, quienes conocían las dificultades de vivir de este arte. Su madre fue maestra de piano y su padre violinista de orquesta. Gelber dice que su casa fue un infierno musical.

A Gelber se le muestra como un obsesivo por la estética, el maquillaje, las cirugías plásticas y la forma en que están dispuestas las cosas que lo rodean; su departamento es una galería de arte, un escenario con un amplio telón en el que los protocolos sociales están listos para interpretarse.

Bruno va desdoblándose en su propio discurso. Su anécdotas, que cuenta al mínimo descuido de su interlocutora, cada vez se vuelven más nítidas y permiten hurgar en su intimidad, en su afeminamiento y homosexualidad en tiempos difíciles y en sus romances en las antípodas de su propio mundo.

Me di a la tarea de buscar algunas de las entrevistas al pianista y debo decir que antes de verlo por primera vez ya tenía una imagen muy detallada de él. Eso tiene que ver con el hábil manejo de los pequeños detalles para darle profundidad y espesura a un personaje, algo que Leila realiza con maestría.

Vuelvo a mi duda inicial para responder que no hay página que esté de más, aunque se pueda llegar a creer que el relato se vuelve repetitivo, pero luego se entiende que es una reiteración para introducir un nuevo detalle sobre el pianista. La reiteración marca el ritmo de la lectura. Al libro nada le sobra, pero uno lo termina queriendo que continúe, porque quizá 333 páginas no fueron suficientes. ®

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Publicado en: Éstos son nuestros papeles

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