Jane Bowles pertenece al grupo de mujeres cuyo destino está trazado con dureza, de literatas olvidadas y ensombrecidas. The Collect Works of Jane Bowles (1966) merecería otra reedición fiel y actual para su relectura.
El libro Jane Bowles, un pecadillo original (Circe, 1991),de Millicent Dillon (Nueva York, 1927), es una biografía ampliamente documentada y verídica. La autora nos cuenta cómo llega a interesarse en la obra de Jane (Nueva York 1917–Málaga, 1973) e indagar acerca de su vida. Vemos una forma tomada por completo por esta enigmática personalidad de contrastes volcánicos que sólo Bowles pudo vivir.
Dillon, a quien se le conoce por sus trabajos sobre los escritos de Jane y Paul Bowles, muestra en este libro las memorias y los puntos de vista en torno a lo que fue la vida de Jane, esta mujer de mirada penetrante y de aspecto frío. Una personalidad auténtica que, al paso de cada suceso descrito, hace que se encuentran chispas de empatía y a la vez de sobresaltos ante lo abrupto de sus emociones y vivencias. Al leer la biografía se descubre a una mujer de sensaciones y estados anímicos permanentes.
El músico y escritor Paul Bowles, elegante y polémico, esposo de Jane, fue la pieza clave para reunir los documentos y las entrevistas necesarias. Se narra de la autora de Dos damas muy serias esta manera efusiva–depresiva y a la vez arrebatada de vivir hasta el último gramo de intensidad, como exprimir los segundos a la vida, sin reservas y sin prejuicio alguno. Una manera de llevar la vida al límite en plena libertad y sin condiciones. Una forma de pactar cada tiempo presente sin importar ningún riesgo ante el propio abismo que se enfrentaba a los ojos de Jane.
Las coincidencias por las que Dillon es seducida no son algo insignificante. Está la primera frase motivante, que en 1973 la biógrafa escuchó de la escritora Virginia Sorensen Waugh tras el intercambio de sus trabajos y después de leer su primera novela publicada: “Hay algo en tu trabajo que me recuerda a Jane Bowles”. Virginia, quien refirió que la conoció en Tánger y le habló de su novela Two serious Ladies, le comentó del internamiento de Jane en un hospital de Málaga, dónde su esposo Paul la visitaba cada seis semanas. Fue entonces cuando algo hizo click en la cabeza a Millicent (entrevista de Library of America a Millicent Dillon en el centenario de Jane Bowles, 2017).
Después de que Dillon leyó la novela recomendada —que al publicarse “fue duramente criticada, a lo cual Jane quedó devastada, incluso por la respuesta de la familia”— comenzó a interesarse en escribir sobre la vida y obra de Jane. La esposa de Bowles quería que su novela fuera un éxito y a la vez le aterraba que lo fuera. Quería que todo terminara, para comenzar a escribir o terminar de escribir. Jane se refería así sobre ello: “Era la obra de una chica de hacía mucho tiempo, que ya había muerto” (In the summer house).
La esposa de Bowles quería que su novela fuera un éxito y a la vez le aterraba que lo fuera. Quería que todo terminara, para comenzar a escribir o terminar de escribir.
La obra de Bowles es un material adelantado a su tiempo. Una visión por la que comienza a abrirse una grieta para varias generaciones después. “Ese libro extraño sobre el que la familia cuchichea (…) del que yo me río, porque conocí a Jane (…) Tal vez Freud pudiera hacer una interpretación de Jane y de mí”, dice Mary Jean Shour, prima de la escritora.
Esta lectura que ofrece Dillon nos lleva a rememorar nuestra propia historia. Por ejemplo, hablar sobre la casa de los padres de Jane de inmediato nos lleva a la nuestra: la amiga de la infancia, la prima que acompañaba en todo momento, las travesuras, las maldades, al igual que las correcciones. Crea una estructura que ordena a la propia historia biográfica.
La tarea del escritor refleja la del lector. Tratamos de conocer la vida de otra persona, sabiendo que, al mismo tiempo, intentamos conocer la propia. Pretendemos desentrañar el significado de una vida individual en un tiempo en el que ese significado ha perdido gran parte de su fuerza. Bowles poseía muchas voces en su voz, igual que sus fotografías que muestran muchos aspectos de su imagen única,
dice la biógrafa.
Para comprender la obra de Jane se necesita conocer lo que la marcó para siempre. Millicent Dillon dice:
Jane fue desde el principio una persona original. Pero llegaría a temer el poder de su originalidad, al mismo tiempo que le quitaba importancia. De pequeña sabía, sentía y soñaba cosas distintas que los demás niños (el conocimiento, el sentimiento y los sueños), transformándolo todo en Juego y Literatura […] Hay niños que no pueden dejar fácilmente el pasado a un lado [ser de familia judía], si no se les da un pasado se lo inventan.
En Jane había muchas cosas qué conciliar con ese pasado; un sentido de aislamiento tan profundo que parecía innato. Una imaginación “desbocada”, su pierna rígida que la convertía en “cojita”, su sentido del pecado. El enigma es qué significaba para ella ese sentido de pecado compartido, desde luego no del original cristiano, el compartido por todos los seres humanos como consecuencia de la Caída. Tampoco era el pecado fundamental del judaísmo, la transgresión de la Ley contra sus semejantes. Era un pecado diferenciador, la misma diferencia hecha pecado. Tenía que encontrar un pasado que lo eludiera y lo contuviera, y de pequeña lo encontró en la historia de Elsie Dinsmore, de Martha Finley (un clásico muy popular para niñas a finales del siglo XIX). Jane vio ahí el conflicto entre la obediencia de Elsie a su padre y a Jesús.
Su reacción de burla hacia la acción de este personaje la marcó para toda su vida.
A los once años, en 1928, “Jane mantenía en un precario equilibrio muchas cosas: pecado y obediencia, el padre soñado y el padre real, el poder de la imaginación y la vulnerabilidad”.
Ella había visto su destino temporal desde su primera infancia como Jane Auer en el seno de una familia muy común, lo veía en la muerte de su padre y en su propia enfermedad de adolescencia, en el matrimonio, en el traslado a Marruecos, en las aventuras amorosas, en la obra que no conseguía finalizar y en la enfermedad con la que se debatió durante dieciséis años. Y seguía eludiéndolo. Conocía sus propias evasiones.
“A los 50 años en 1967, cuando Jane se debatía en una depresión muy fuerte, Claire, su madre, le escribió: «Cariño, a ti no te pasa nada. Tu padre te habría dicho que dejaras de dramatizar tus problemas»”. Sidney (antes Isaías) Mayor Auer, padre de Jane, era un hombre cariñoso que realmente creía que su hija vacilaba y dramatizaba. “La instaba en aceptar el orden establecido”.
“Ahora su propio padre había muerto. Los juegos, después de todo, tienen consecuencias. Su imaginación y su rebeldía quedaron definidas de una vez por todas como pecado. Tendría que buscarlo todo en la imaginación que su padre había condenado”. Jane tenía trece años cuando su padre murió, casi nunca volvió a hablar de él. “Era un hombre bueno”, le dijo un día a Paul.
Por otra parte, Jane encontró en Paul a su confesor, su amigo, su protector. Una vez le dijo que
quedarse sola con su madre cuando su padre murió fue lo peor que había podido pasarle. Fue un terror en el que intervenían amor y odio, un enredo que Jane trató de aclarar durante toda su vida creativa en relatos de madres y madres sustitutas, de hijas y de hermanas,
como en la obra de teatro In the Summer House. Sidney fue, mientras vivió, un amortiguador entre Jane y su madre. Esto tiene relación con la inmensa repetición y búsqueda de amantes, donde el conflicto siempre estaba presente en todas sus relaciones, y que ella daba todo por alejar a la soledad.
Ella se basaba en este tipo de acciones para estructurar a sus personajes sin saberlo. A los que ella decía debían poseer un grado de complejidad muy profundo y que denostaba de las demás escritoras de la época.
Su problema con el alcoholismo y las mujeres incidían para postergar la escritura. Una escritura que ella no veía como tal. Decía distraerse fácilmente porque su carisma envolvía a la gente por lo que “despilfarraba su talento”. Paul, su gran aliado sentimental, siempre actuó bajo la premisa del respeto a sus mutuos acuerdos, y del constante rescate al proceso creativo. Ellos, como matrimonio, eran una mancuerna o el complemento del otro, pero cada uno en su universo de libertad y con el deseo de conocer el mundo y sus secretos, como el de la región árabe. Esta inmersión hizo dar otro vuelco en la vida de los Bowles y puso en Jane el deseo de desentrañar los secretos de la mujer que a ella la hechizaban, dejándola casi sin voluntad. Jane construye sus historias a través de su recurso interior, como Out of the world y Plain Pleasures.
El intenso desconcierto en el que vivía Jane era el estar al filo de la perplejidad. Ella se basaba en este tipo de acciones para estructurar a sus personajes sin saberlo. A los que ella decía debían poseer un grado de complejidad muy profundo y que denostaba de las demás escritoras de la época. Paul cuenta:
Solía esperarla levantado por la noche, a veces la noche entera. En pleno invierno, ella salía toda la noche, igual llegaba por la mañana descalza. Más de una vez ocurrió así: —¿Dónde has dejado los zapatos? —le preguntaba. —¿Dónde has estado? Respondía que había estado, por ejemplo, dando vueltas por los muelles, completamente sola a las cuatro o las cinco de la madrugada. —¿Por qué? —le preguntaba. —Porque era el único lugar al que no quería ir. Me aterra. —¿Entonces por qué fuiste, Jane? —No me lo preguntes. Tendrías que saberlo. Tenía que ir. Si no hubiera ido porque era el único sitio al que me daba miedo ir, mañana no podría mirarme a la cara en el espejo.
Dillon dice:
Jane escribía sobre las tensiones que tan insidiosamente bullían en su interior: la atracción hacia los hombres y la atracción hacia las mujeres, el impulso de seguir el propio destino y el impulso de ceder a las imposiciones de los demás […] Asumía también el criterio de que lo que le importaba a ella no tenía gran importancia para el resto de la gente. Se advierte aquí el eco de su padre diciéndole: “Deja de dramatizar tus problemas”.
Jane tenía los materiales narrativos adentro de sí misma, en todo el engranaje articulado en su propia historia y en la de los otros, que los hacía suyos. Para la escritora la ficción (tanto en la de ella como en la de Paul) contenía cierta verdad fundamental, inseparable de su propio destino. “Los dos personajes principales se traicionan el uno al otro y a sí mismos y son castigados, él con la muerte y ella con la locura. Al atavismo triunfa sobre la razón, pero hay un castigo final por el pecado”. Había similitudes, incluso como contrapartes en las dos novelas: Two serious ladies y The Sheltering Sky, de Paul Bowles). “Paul se acercaba a los temas que a Jane le preocupaban: el pecado y la relación entre espíritu y la sexualidad. A él le volvería loco no escribir. A Jane le daba miedo”.
Para la escritora la ficción (tanto en la de ella como en la de Paul) contenía cierta verdad fundamental, inseparable de su propio destino.
Ella evadía y postergaba. Incluso el bloqueo aparecía sin rastros de desvanecerse. Había un miedo al destino. “Paul escribía inconscientemente; en cambio Jane lo hace laboriosa y consciente con tendencia al perfeccionismo. Su narrativa produce sorpresa, pero no tensión”. Jane plasmaba en los personajes femeninos opiniones sobre las mujeres mismas. A través de ellos hablaba de la idea de tres tipos diferentes de mujeres: las occidentales, las turcas y las orientales. También “cree que, por casualidad o predestinación, ella estaba destinada a ser una mujer de Oriente Medio, pero que había nacido en el mundo occidental…” y “admite que se desprecia por su dependencia”. Jane y sus indecisiones. Jane y sus escritos inacabados. Jane y su bloqueo y su eterno presente. Jane y su deseo de que termine todo para volver a escribir.
Jane vivió junto a Paul unas temporadas en México, en Acapulco y Taxco. Incluso en su enfermedad sintió el deseo de viajar, para reavivar su ánimo, a alguno de los pequeños pueblos cercanos a la Ciudad de México.
Los Bowles asistían a la tertulia de los Askew, a donde iban John La Touche, Virgil Thomson, Edwin Denby y posteriormente llegarían los artistas surrealistas Marcel Duchamps, Yves Tanguy y Dalí, con quienes Jane no se sentía cómoda. La cantante y actriz Libby Holman, entre otros, fue una de las personas más cercanas en los tiempos difíciles en la vida de Jane y Paul Bowles.
La escritora fue reconocida por Tennessee Williams, Truman Capote y Wendel Wilcox, entre otros. Dice Wilcox:
Jane llevaba siempre un ejemplar de El segundo sexo bajo el brazo y hablábamos sobre Kierkegaard. Los relatos de Jane eran exóticos, pero lo exótico era ella misma. Nadie más que ella podría haber escrito cualquier línea de su narrativa. Le hablé en este sentido e intenté que se sintiera menos desolada por su obra. Estaba escribiendo un libro entonces. Los personajes masculinos le molestaban, hasta el punto de que cuando tenía que hablar de uno de ellos empezaba por la parte de atrás del cuaderno en el que anotaba sus acciones y donde su presencia no podía contaminar a los personajes femeninos […] Jane parecía ser temible; no lo era en absoluto […] No sé en qué consistían sus temores. La vi pasear por la noche lentamente rozando las paredes con la mano. Decía que tenía miedo, ¿pero de qué?
Curiosamente esto se manifiesta años después, a la manera de un presagio.
En la vida de Jane aparece una mítica mujer marroquí llamada Cherifa, enigmática y poderosa. Se construye un mito sobre la misteriosa relación entre ellas, al grado de que se dice que aquella combinaba prácticas de hechicería que debilitaban el carácter de Jane.
Jane Bowles pertenece al grupo de mujeres cuyo destino está trazado con dureza, de literatas olvidadas y ensombrecidas. La edición de The Collect Works of Jane Bowles (1966) merecería otra reedición fiel y actual para su relectura. ®