Puedes escribir de mil cosas, de la ciudad y sus príncipes, de una anciana en silla de ruedas empujada por otra anciana; puedes escribir de Ennio Morricone y de Graham Greene, pero al final escribirás de ella.
Atmosféricas. Zorba el joven y el tiempo. Se le va, y más que lo sabe. Se desangra a cada día y la hemorragia va desde su corazón a sus asuntos. Tantas muchachas que ver y el trecho ya parece tan corto. Tanto motel que inaugurar, tequilas que tomarse, amigos que abrazar, bicicletas que conducir como se guían los caballos pura sangre. Zorba menea la cabeza y toma el teléfono. Platica con la princesa en cuestión, la tranquiliza, le habla como se habla nomás con las palomas, la cita puntualmente para esa tarde. Business as usual.
Por mientras, Zorba ya realizó una redistritación de los jardines domésticos. Él cuenta siete, por más que insiste en guardar el secreto de dónde estará el séptimo sello, ah, Bergman. A saber: el de la calle, el de la otra calle, la selva, el llanito, la bugambilia, las inscripciones y las espinas. Se mueve como un crack sobre la grama y echa a perder a veces helechos casi centenarios. Rapó recientemente al plúmbago primero y a la bugambilia después. El viejo tronco del magnolio seco, sobre el que se afanaba el plúmbago, se derrumbó encima de la ermita invernadero con casi pérdida total. Zorba es especialista en pérdidas totales, como sucedió hace poco con el battered coche doméstico. Zorba se ríe y trabaja encantado en inciertos designios. Pero Zorba sabe. Es la felicidad en dos patas.
Los pájaros dorados se siguen comiendo la comida del gato. En buena hora. Son furtivos y elegantísimos, como ciertas mujeres que nunca quieren ir a comer, menos a dormir.
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A paso de carga calle arriba avanza la infantería de los príncipes de la ciudad. Son tres quienes caminan, y el cuarto es llevado en una silla de ruedas de fortuna. Llevan terciadas las cobijas que caracterizan a quienes saben dormir a calle abierta. Van por media calle a risa y risa. Son los legítimos dueños de todo este cochinero, de todo este reino que estaba para ellos. Que está para, precisamente, ellos.
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Otro convoy. Una señora de noventa años sobre la silla de ruedas. La propulsa otra señora como de ochenta años y, como emperatrices, reciben la limosna como haciéndole a quien la da un favor. Y sí, es un favor muy grande recibir la maravilla de entereza y coraje de las dos señoras. Además son elegantísimas y ganas tuvieran tantas mujeres tapatías y pretenciosas de llegarles a los talones. Pero hay preocupación en el barrio: el convoy no ha sido avistado en estas últimas semanas. Auxilio.
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Por favor que alguien más oiga a la superbanda noruega Madrugada.
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Ennio Morricone, muy in memoriam de un gentil y tempestuoso genio total. Oír cuarenta veces seguidas el definitivo soundtrack de los jesuitas, de quienes quisimos serlo, de quienes lo somos: La misión.
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Ways of escape. Gato. Graham Greene escribió una lacónica autobiografía que se llama Caminos de escape, Rutas de fuga, Maneras de desaparecer. Trece maneras de desaparecer, trece maneras de ponerse un sombrero. El gato ya no halla su campo. El perro lo mantiene en un sempiterno estado de sitio, y el pobre felino no gana para sustos. Está gordo y es viejo, por lo que no se descarta un trágico resultado. Pero sucede que todo el jardín está también en estado de sitio por unos ratones cirqueros que pululan por los árboles de la selva. O el gato se aplica o habrá que traer ya otro.
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Llega Ferdinand Bac a México. Una sola línea de sangre une ahora a Napoleón Bonaparte, a Jerónimo su hermano, al doctor Antonio Antomarchi (el médico de Napoleón que vino a vivir y morirse en Guadalajara); a su nieto —de Jerónimo— Ferdinand Bac, a José Arriola, a toda la gran ciudad tapatía francofílica, a Juan Palomar y Arias y su hijo, a Luis Barragán, a la Alianza Francesa, a Louis Jouvet y Juan José Arreola, a Jorge Gamboa y Alberto Kalach, a Chavo Macías y la banda. Big plans for everybody. Hurra total por Catalina Corcuera.
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Las embozadas son, en su caso, todavía más arteras, Ah, quien las vio y no las recuerda deslizándose por las callecitas de Esaouira, de Marrachech. Coronavirus y estética: todo un tema.
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Tom Waits, el imprescindible. Una flecha al puro centro del corazón: “Espero nunca enamorarme de ti”. Va una versión:
Bueno, espero no enamorarme de ti
porque enamorarme nomás me entristece
Bien, toca la música y tú dispones
tu corazón para que lo mire
tomamos una cerveza y te oigo
llamándome
Y espero que no me enamore de ti.
Bueno, el cuarto está atascado
Y me pregunto si deberé ofrecerte una silla
Bueno, si es que te sientas con este viejo payaso
Toma ese gesto y rómpelo
Antes de que la noche se vaya
Creo que la armaríamos
Y espero no enamorarme de ti.
Bueno, la noche hace curiosas cosas dentro de un hombre
Estos ímpetus salvajes de hombre que nunca entenderías
Bien me doy la vuelta para mirarte
Prendes un cigarro
Bien, quisiera tener los güevos de gorronearte uno
Pero nunca nos hemos conocido
Y bien que espero no de ti enamorarme.
Puedo ver que estás tan sola como yo
Y siendo tarde quisieras alguna compañía
Bien, me volteo para mirarte
Y me miras de regreso
El güey con el que estás se largó
La silla junto a la tuya está libre
Y ojalá que no me enamore de ti.
Es ya la hora de cerrar, la música se va
Últimas órdenes de tragos, tomaré otra cerveza
Bien, me volteo a verte
Y por ningún lado estás
Busco en tu lugar por una cara perdida
capaz que me tomaré la otra
Y me doy cuenta de que de ti me enamoré. ®