Con diversos y potentes recursos narrativos, con un punto de vista que supera el masculino tradicional, Liliana Blum, Orfa Alarcón y Fernanda Melchor han puesto un nuevo tema en el centro de sus novelas.
Pasado negro, de Rubem Fonseca
(O Buffo y Spallanzani en algunas traducciones): la novela policial más descabellada que se haya escrito en este continente. No sólo actualiza el género policiaco sino que se divierte con él, lo invita a beber caipirinha y lo lleva de paseo a investigar una historia que incluye zombis y adulterios entre la clase alta de Río de Janeiro.
El gran maestro Fonseca es lo mejor que le ha pasado al género policial en los últimos cien años. Perdérselo sería un crimen.
El complot mongol, de Rafael Bernal
La madre de todas las novelas policiales mexicanas. Siguiendo la tradición literaria según la cual los mejores narradores no son del todo inocentes, Rafael Bernal inventó a un guardaespaldas mexicano, acostumbrado a matar, que se ve involucrado en una intriga internacional con agentes de la CIA y la KGB. Extraordinaria aventura verbal, que se parece mucho a una noche de parranda en algún bar del centro, bebiendo tequila de tiempos de la Revolución mexicana, y escuchando a una mesa de distancia la confesión de un tipo muy rudo.
Aguas profundas, de Patricia Highsmith
Esta misteriosa narradora texana tomó la novela negra que se dedicaba a resolver enigmas de segunda categoría, le dio la vuelta y reinventó el género entero. Al elegir a simpáticos estafadores, peligrosos exconvictos o asesinos involuntarios como protagonistas de sus libros, Highsmith creó novelas en las que cualquiera, hasta el más inocente, e incluso san Pedro se identificaría con los culpables, se preocuparía por ellos y daría su brazo izquierdo por que salgan libres de toda vicisitud. Aguas profundas equivale a una inmersión a lomo de ballena en el mar de la culpa, el miedo y la angustia. Una de las novelas que nadie debe ignorar en esta vida negra y criminal.
El halcón maltés, La llave de cristal y Cosecha roja
Hablar de estas tres novelas de Dashiell Hammet equivale, en el lenguaje de la novela criminal, a describir los colores primarios. Por su enorme calidad literaria podríamos decir que Hammett creó algunas de las corrientes policiacas que todos han imitado: historias de detectives quijotescos, desencantados de la vida y empeñados en hacer justicia en una ciudad corrupta; las peleas entre dos grupos de gángsteres provocadas por un agente externo, o las quimeras que policías y delincuentes persiguen por igual, y se revelan tan vanas como el amor al dinero y la sed de poder. Y además, sus frases cortas, su oído para el diálogo de personajes tan diferentes como remotos: todo ello desplegado sobre la extrema tensión de sus capítulos, donde los personajes siempre parecen sentarse sobre barriles de pólvora a punto de estallar, y con un toque maestro: nunca conocemos el principio ni el final de cada capítulo, como si hubiéramos llegado tarde y debiéramos salir corriendo de una sucesión de momentos decisivos. Larga vida a Dashiell Hammett y a su brother in arms, Raymond Chandler.
Liliana Blum, Orfa Alarcón y Fernanda Melchor
Podría citar a los jóvenes Petros Markaris, Henning Mankell y Andrea Camillieri, que tanto hicieron por incluir problemas sociales de grandes ciudades europeas en sus estupendas, faraónicas, magníficas novelas, y en la invención de tres personajes fundamentales: el irritable comisario griego Kostas Jaritos, el olvidadizo policía sueco Kurt Wallander y el divertidísimo Montalbano de Sicilia. Se necesita un talento fuera de lo común para crear estas sagas, que a todos nos han ayudado a vivir. Podría señalar a uno de ellos, sobre todo a Markaris, pero de un tiempo a la fecha estoy convencido de que sería injusto ignorar a las novelistas más jóvenes, que dan de qué hablar cuando abordan el crimen. Con diversos, siempre potentes recursos narrativos, con un punto de vista que supera el masculino tradicional que ya se había vuelto repetitivo, Liliana Blum, Orfa Alarcón y Fernanda Melchor han puesto un nuevo tema en el centro de sus novelas: la impostergable disección del machismo y la cosificación femenina. Sus tramas, sus personajes e incluso el ritmo de sus novelas realizan un impactante retrato de las ideas criminales que hay en contra de las mujeres en América Latina. Pandora, El monstruo pentápodo y Cara de liebre, en el caso de Blum; Perra brava y Loba, de Alarcón, más Temporada de huracanes, de Melchor, están provocando una verdadera revolución, gozosa por muchos motivos, todos literarios.
Entre sus colegas de México tampoco hay que perder de vista a Karla Zárate, Laura Baeza e Iris García–Cuevas. Cada una de ellas prepara su propio banquete novelesco, inminente, al que nadie debería dejar de asistir. ®