Los mares se han secado y una guerra ha diezmado a la raza humana. Un grupo de niños en un orfelinato crea un libro de memorias compartidas y logra escapar de la guerra que los rodea.
La sinopsis de Tejer la oscuridad (Literatura Random House, 2020) la cataloga como una distopía. Ha sucedido un apocalipsis: los mares se han secado y una guerra tremenda ha diezmado a la raza humana. Un grupo de niños en un orfelinato crea un libro de memorias compartidas y logra escapar de la guerra que los rodea. El libro que leemos es en parte su “libro del pueblo”, la historia de su éxodo y el de sus descendientes, pero también es el relato de cómo poco a poco van creando su propia cultura y su propio lenguaje. Vemos en sus páginas los cuestionamientos de sus propios personajes acerca de qué cosas deben ser recordadas y cuáles no, y vemos cómo su visión del mundo va cambiando mientras van dejando la guerra atrás.
Se podría argumentar si esta historia es una distopía o no, pero creo que es una novela mucho más cercana a la ciencia ficción de, digamos, La mano izquierda de la oscuridad de Úrsula K. Le Guin —a la que Monge homenajea en varios puntos— que a las novelas de corte realista sobre la violencia del narco o la autoficción que varios autores mexicanos han escrito en años recientes. Autores entre los cuales se puede incluir al mismo Monge, que ha tratado la autoficción en No contar todo (2018) y la narcoviolencia en El cielo árido (2012). Su novela más reciente, Tejer la oscuridad, recién publicada en el infierno pandemial del 2020, es una jugada muy inesperada si se ve su catálogo anterior, y en cierto sentido mezcla este terreno nuevo con lo que a mi entender es su estilo más común —por ejemplo, varios capítulos desde el punto de vista de unos soldados no están tan alejados al habla mexicana moderna.
Tejer la oscuridad no se enfoca en cuestiones especulativas de la tecnología, pero definitivamente tiene un aspecto de predicción del futuro tras los apocalipsis ambientales que ya vivimos y seguiremos viviendo.
La existencia de ficción científica mexicana es, según algunos, un mito. Estoy citando a Ramón López Castro, estudioso del tema —que a su vez cita a Rafael Bernal en su ensayo Expedición a la ciencia ficción mexicana—. López Castro ha hablado de la constante marginalidad de las voces de la sci–fi frente al “mainstream”, por lo cual me interesa mucho la publicación de una historia que cae plenamente en un género como la distopía por parte de un autor reconocido como Monge. Tejer la oscuridad no se enfoca en cuestiones especulativas de la tecnología, pero definitivamente tiene un aspecto de predicción del futuro tras los apocalipsis ambientales que ya vivimos y seguiremos viviendo. Su enfoque es más acerca de cómo el lenguaje y la sociedad reaccionan ante estas calamidades, y al hacerlo tiene una verosimilitud que va más allá de explicaciones de “technobabble”.
En la ficción científica comúnmente se busca tener cierta claridad con las reglas del mundo que se nos está presentando. Sin embargo, Tejer la oscuridad es un relato que oscurece su propia historia. Esto la aleja de la forma común de la sci–fi más “tradicional” y hace que la novela, al comienzo, resulte algo pesada. Fue para mí una especie de acertijo que yo tenía que tratar de entender poco a poco. Varios puntos de la historia y del universo nunca me quedaron del todo claros y tampoco hay un protagonista que sirva de ancla en el camino. Por esto diría que no es una novela que todo mundo disfrutaría. Esta historia exige algo de paciencia para entender a qué va apuntando todo y qué fue lo que pasó.
Monge enfatiza en el lenguaje e incluye muchas referencias prehispánicas, y muestra un gran dominio en estos temas. Se mezclan citas directas del Popol Vuh, la Visión de los vencidos, del Chilam Balam y demás crónicas en varios capítulos. Más allá de eso, el libro de las memorias de los sobrevivientes poco a poco va perfilando más y más una prosa que recuerda al estilo utilizado en las crónicas de la conquista o en las traducciones de textos indígenas. Los primeros capítulos intercalan la historia de los niños con la narración de varios soldados enemigos, quienes hablan de una manera más normal y tienen la clase de súperarmas que esperarías de una historia de sci–fi. Al continuar la historia, las voces de los escribas en el libro del pueblo van cambiando de manera paulatina y la lógica dura de la sci–fi da lugar a recuentos de tipo más místico, con todo y señales sacadas del Viejo Testamento. La distinción de aquello que es posible y de lo que no va perdiendo significado cuando sus mismos testigos no le otorgan relevancia. Lo que empieza como distopía termina como fantasía. Para el final del libro el mundo moderno, e incluso los restos que quedaban de él al comienzo de la novela, quedan completamente olvidados hasta el punto del mismo lenguaje.
El aspecto técnico de esta novela es lo que más me causó admiración. Monge logra un cambio muy sutil con sus narradores. Puntos de vista que cada vez se meten más en su propia realidad, describiendo cosas que ya de por sí resultan extrañas terminan creando un ambiente surrealista de voces que hablan consigo mismas y se preguntan qué puede pasar mañana sin ni siquiera usar la palabra “mañana”. Ésta es una novela muy ambiciosa, a ratos algo pesada y con algunos puntos de la trama que no me quedaron del todo claros, aunque creo que es un libro que logra lo que busca. Es ciencia ficción ambiciosa, escrita por un mexicano, y creo que necesitamos más libros así. ®