Hay quien escribe como quien se desangra por veinte años y no llega nunca al circuito de circulación de libro, nadie los conoce y desfallecen por cansancio, hartazgo o amargura, lo que suceda primero. La literatura no es justa. Pocas cosas lo son.
Parece que el interés del lenguaje es destruir, por su poder abstracto, la realidad material de las cosas, y destruir, por el poder de la evocación sensible de las palabras, ese valor abstracto. En esta forma el lenguaje hace presente una realidad ausente, la desrealiza para mostrarla luego en su ausencia absoluta, la transpone de un orden físico a un orden lógico al evocarla, la coloca sobre el fondo oscuro del silencio, donde todo objeto se declara. En tal sentido los ensayos de Brenda Ríos parecen ser, como lo sugiere Georges Jean, memoria, lo cual permite pensar que ellos preexisten a la escritura.
Brenda Ríos nació en Acapulco, Guerrero, en 1975. Es ensayista, poeta y traductora. Estudió la maestría en Letras Latinoamericanas en la UNAM. Parte de su obra aparece en las compilaciones Gilberto Owen, con una voz en cada puerto (FETA, 2004); Función privada, los escritores y el cine (Cineteca Nacional, 2013); Ficciones súbitas (Buenos Aires: Ediciones de Aquí a la Vuelta, 2014); Las musas perpetúan lo efímero: Antología de microrrelatistas mexicanas (Perú: Micrópolis Ediciones, 2017), y Veintitrés y uno: Charlas con 23 escritoras (Nitro/Press, 2018), entre otras. Parte de su obra ha sido traducida al portugués.
Aquí una charla con esta prolífica autora.
—¿Cuáles son los recuerdos de tu niñez que más permean en tu narrativa?
—Más que recuerdos lo que tengo son atmósferas, un clima en particular del que viene un cierto modo de hablar, expresiones, gestos. Eso lo tengo presente cuando escribo. Saber que no soy de la ciudad, que soy de otra parte que existe en el mundo y tiene características propias, humor, humedad, intemperie.
—El escritor quiere escribir su mentira y escribe su verdad, decía Ramón Gómez de la Serna (1888–1963), ¿cuál es la verdad de Brenda Ríos?
—También podría ser al revés, lo cual sería trágico. Mi verdad son muchas verdades: mi verdad de los quince peleada con todo, normal, y mi verdad a los treinta y mi verdad de ahora, más sosegada en algunos temas, más violenta en otros: una verdad inmóvil, múltiple. Me niego a una verdad total de mí misma. Si fuera así no tendría sentido escribir, es porque uno sabe bien a bien qué es que sigue de terco pensando cosas.
—¿Todos los lectores somos niños de diez años, como me comentó alguna vez la escritora Ave Barrera?
—Quisiera que lo fuéramos. En mi casa no había libros. Sin embargo, tengo una edición de tapa roja, que me regaló mi madre, de El viejo y el mar, firmada por ella. Ese mismo libro se lo regalaré a mi sobrina, que cumple diez años en unas semanas. Me encantará saber su opinión. Porque los libros hacen un juego infantil: uno juega con otros en un lenguaje que comprendemos entre nosotros. Quien no lee está fuera de eso, de las impresiones eternas, de las discusiones, de saber qué pasó con el personaje. Si ves a un lector demasiado serio es mejor ir hacia otra parte, no está jugando, está vigilando el juego.
—¿Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor?
Mi verdad son muchas verdades: mi verdad de los quince peleada con todo, normal, y mi verdad a los treinta y mi verdad de ahora, más sosegada en algunos temas, más violenta en otros: una verdad inmóvil, múltiple.
—(Risas) Eso se da lo aspiremos o no. Porque quién sabe qué coño está haciendo y cómo será leído en cincuenta años. Mira, me he topado con algunos seres que son “conscientes” de hacer la literatura más rompecosas del mundo, del país, del lenguaje. Yo quisiera por quince minutos entrar a esas cabezas y ver qué está pasando dentro: si hay una mansión lujosa o una casa en ruinas. Hay gente que sabe escribir muy bien (el mercado editorial está lleno de eso) pero no tiene nada qué decir o se gasta en dos libros, el resto es la saga de un mismo personaje que dice lo mismo. Hay quien escribe como quien se desangra por veinte años y no llega nunca al circuito de circulación de libro, nadie los conoce y desfallecen por cansancio, hartazgo o amargura, lo que suceda primero. La literatura no es justa. Pocas cosas lo son.
—¿Son importantes los premios, las becas y las distinciones para un escritor?
—Hay que pagar la renta. Para eso sirven. Los premios dan prestigio que significa más dinero: los autores capitalizan su “nombre”, pero el dinero metálico, el de la cuenta de banco tiene un aura más real, más básica. Escribir ocupa espacio y tiempo. Para ambos se debe tener los medios para estar solo, alimentado y con una cama (limpia, de preferencia). Con eso en mente uno puede trabajar. Ahora que los libros circulan en PDF créeme que valoro más a mis compañeros de la universidad que preferían no comer a comprar el libro para la clase, los libros importados, los libros en inglés. Yo podía ser más simple y usar la biblioteca, pero ellos no: ellos querían el objeto, que fuera suyo y de nadie más.
—¿De qué manera la literatura ayuda a las personas?
—Eso es un lema de los promotores cristianos de la lectura. A veces la literatura no ayuda sino que empeora a las personas. La buena literatura lo hace. Perturba, incomoda, nos pone tristes por causas que no son nuestras. He ahí la belleza. Tenemos que resistir a ciertos libros para seguir siendo una misma, uno mismo. A los veinte está muy bien que aparezcas en las fiestas como viuda de Pizarnik o quien quieras, después ya no, la tristeza falsa suele ser ridícula.
—Si es que hay un hilo conductor entre Empacados al vacío: ensayos sobre nada (2013), Las canciones pop hacen pop en mí: ensayos sobre lo ridículo, lo cotidiano, lo grotesco (2013), Las raras: ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora (2019) y Aspiraciones de la clase media (2018), ¿cuál sería?
—Hay una persona detrás de todo, con problemas y preguntas. Algunas literarias, otras no tanto. A esos libros los atraviesa una crisis pendular, que cambia de bibliografía y que justo quiere salirse de ella. Hay dos libros que tienen un humor especial: Cubo de Rubik (crónicas) y Aspiraciones de la clase media (poesía), ambos surgen por haber trabajado en una oficina durante cuatro años. Son libros un poco enojados, frustrados, que no saben bien qué hacen ahí. Tenía un empleo, podía jubilarme haciendo lo mismo durante veinticinco años, me daban aguinaldo, y entonces… porque no creía que era el paraíso.
—¿El pop es redención, como lo afirma el novelista catalán Kiko Amat?
—Sí. Me gusta el pop porque a mi generación le parece frívolo y barato. Y lo es. No podemos vivir en el sótano sagrado y oscuro del rock. Pero estoy en casa, lavo platos, cocino y pongo o jazz o el pop de Beyoncé. Es más, tengo un par de textos que he escrito sobre reguetón, me interesa, me interesa mucho. En Acapulco escuchas reguetón desde el momento que sales de tu casa hasta en los taxis, taquerías, bares (en la vida precovid), llega un momento en que no sabes qué escuchas, se vuelve el paisaje, el calor, el puerto, todo a la vez. Bad Bunny es un estado de ánimo.
—¿Qué representa Clarice Lispector para ti?
—Una amiga cercana que dejé de ver hace mucho.
—Santiago Kavaloff, autor de El silencio primordial (1993), asegura que el ensayo como género no presume la certeza, al contrario, el lector se hace cargo del asunto. Es una invitación a la convivencia analítica; el lector lee para ver hasta dónde está de acuerdo con lo que está leyendo. ¿Cuál es tu óptica personal del ensayo?
Me gusta el pop porque a mi generación le parece frívolo y barato. Y lo es. No podemos vivir en el sótano sagrado y oscuro del rock. Pero estoy en casa, lavo platos, cocino y pongo o jazz o el pop de Beyoncé. Es más, tengo un par de textos que he escrito sobre reguetón, me interesa, me interesa mucho
—Me gusta esa idea. Creo que el ensayo es ante todo diálogo, o que parte de una necesidad de ese diálogo. Aun si en el camino se vuelve monólogo o arenga contra una misma. El ensayo no necesita hacer nada, ni demostrar ni educar ni dar lecciones, lo que hace es compartir la duda, la pregunta, el proceso que tuvimos para pensar o no pensar en algo.
—¿El ensayo se dirige más a lo mental, mientras que la novela se dirige a la mente y al corazón a un mismo tiempo?
—Sí, es posible. Aunque hay ensayos sentimentales y viscerales. Pienso en Paul Auster hablando sobre la muerte de su padre en El hombre invisible. O en ese alegato tan rabioso como conmovedor de “Respuesta a Job”, de Carl Jung. O Castellanos, Woolf, son mujeres que no se iban a la ficción cuando algo les preocupaba, ni a la poesía, iban al ensayo, era el lugar ideal. El formato perfecto.
—¿Qué tan segura te sientes dentro del ensayo?
—Como una chica de cuerpazo frente al espejo del gimnasio.
—¿Qué estabas escuchando mientras escribías Empacados al vacío. Ensayos sobre nada (2013)?
—Miguel Bosé, Virginia Rodríguez, Concha Buika, Calle 13, Putumayo Records, Buenavista Social Club… lo que sonara en ese momento entre la Portales, en la Ciudad de México, y en el centro de Acapulco.
—¿Cuáles son esas minucias del mundo que protagonizan estos ensayos?
—Las raíces de los árboles que crecen tanto que rompen el concreto; las huellas de unos zapatos en el piso recién trapeado de una cafetería; la gente; los chicos fajando en el metro; personas que discuten en la calle; mis amigos; los libros que leo; dudas, muchas dudas; crisis; las crisis de los demás; el amor; la falta de empleo o dinero; cocinar; las fiestas; vestirse; envejecer. Y así…
—Me gustó el epígrafe de Ricky Martin al inicio del libro, háblame de ello.
—Siempre me gustó mucho esa frase: “Tu recuerdo brilla en mí como un aguacero”. Es hermoso. Al editor lo escandalizó. Él decía (con mucha razón) que mi libro era un poco desigual, que no todo era bueno. Yo defendí esa cojera del libro. Voy de lo alto a lo bajo. Él de seguro esperaba un epígrafe de Borges, Cortázar, algún autor grandotote. Y pues no.
—Algunas personas no leen ensayos porque no están interesadas en las conclusiones que saquen los otros sobre las experiencias; les interesa más tomarse el trabajo de sacar sus propias conclusiones. ¿Qué tanto se lee en México el ensayo literario y creativo?
—No he conocido a esas personas. Será interesante saber qué leen. Se lee bastante a juzgar por la cantidad de jóvenes que entran a concursos de ensayo literario. Gente que no estudia literatura y escribe y lee ensayos. Mira en las listas de librerías los libros más vendidos y hallarás un par de ensayo. No es ya un género de “señores serios” sino algo más accesible y de carácter divulgativo.
No sé bien si hay una estrategia del poema. Si te cuento cómo escribo es hasta antipedagógico: sólo lo escribo y ya. Lo edito, lo pienso, lo trabajo. Lo borro si no me gusta. Lo dejo dormir si creo que aún no está listo.
—¿Cuál es la verdadera estrategia del poema?, haciendo alusión a la última antología en la que participas.
—No sé bien si hay una estrategia del poema. Si te cuento cómo escribo es hasta antipedagógico: sólo lo escribo y ya. Lo edito, lo pienso, lo trabajo. Lo borro si no me gusta. Lo dejo dormir si creo que aún no está listo. No tengo metodología, rituales, para hacer poesía.
—¿Qué estás escribiendo ahora?
—Un libro sobre machos en la literatura latinoamericana. ¿Qué debe hacer un hombre para ser hombre? Vamos a ver qué surge. Y en breve saldrá un libro nuevo de poesía. Nuevo porque sale ahora aunque el libro ya tiene como tres años. Así pasa luego: los libros salen cuando quieren salir. No cuando una quiere que salgan. ®