Textos como Dos damas muy serias me hacen preguntarme si existe lugar para aquellas narrativas en las que la libertad no siempre trae consigo el sacrificio y por qué decidimos que el héroe debe dar la espalda a todo para encontrarse.
Voy a escribir sobre la construcción de la identidad, sobre esa búsqueda existencial que repite una y otra vez la pregunta ¿Quién soy?, sobre el paso de la juventud a la adultez, sobre el libre albedrío, sobre la soledad que se erige como una construcción alrededor de aquel que se aleja de la mediocridad, sobre los rasgos románticos que no dejan de estar presentes en el punto anterior, sobre la soledad a secas. Voy a escribir más bien preguntas. Voy a escribir sobre Jane Bowles.
Jane Bowles fue una escritora estadounidense. Una leyenda moderna, dijo Truman Capote en el prólogo a la edición de sus obras escogidas. Era una vagabunda cultural, sin familia, sin trabajo ni residencia fija, escribía siempre desde una posición de sin techo, de vagabunda, enfrentándose a contextos inamovibles como un sujeto cambiante y errante, según Carol Schloos.
De ella podría atraernos lo obvio, su identidad política disidente, su matrimonio, su existencia nómada; rasgos que la envuelven en una halo exótico y que ligados a su obra nos dan una aproximación a una de las voces más originales de la historia de la literatura, que debido a la crítica de su tiempo se perdió entre los escritores de culto estadounidenses.
Tenía veinticuatro años cuando publicó su primera novela, Dos damas muy serias, que en 2010 reeditó Anagrama junto a su libro de cuentos Los placeres sencillos; novela que da cuenta del estilo único de su autora. Por medio de la configuración de imágenes íntimas recrea atmósferas asfixiantes, sus personajes están dotados de una clara pretensión intelectual que refleja la profundidad psicológica con la que fueron concebidos, un sinúmero de relaciones inacabadas y humor sutil que desarrollan una novela dialógica y existencialista que nos introducen al simulacro de la realidad humana.
Por medio de la configuración de imágenes íntimas recrea atmósferas asfixiantes, sus personajes están dotados de una clara pretensión intelectual que refleja la profundidad psicológica con la que fueron concebidos, un sinúmero de relaciones inacabadas y humor sutil.
Dos damas muy serias es una novela sobre la búsqueda de la identidad, sobre la construcción de ese primer objeto de arte que somos. Son dos relatos interconectados que siguen la vida de dos mujeres de clase alta, la señorita Goering y la señora Copperfield, ambas están íntimamente atravesadas por su condición de clase y género, y en ellas está impregnado el deber ser femenino ante el cual habrán de sobreponerse incluso más allá de sus deseos.
La señorita Goering posee una devoción extraña por Dios, está ávida de conversar, de establecer contacto con los otros, llenar el silencio con voces que la animen, que la arrojen a nuevas experiencias. Busca a través de diferentes situaciones algo parecido a la sublimación, algo que le otorgue pureza. Es un personaje que explora su identidad a partir del diálogo esperando encontrar sinceridad. Un personaje con evidentes rasgos románticos que por momentos pretende crear atmósferas intelectuales y al momento siguiente las rompe en razón del capricho o la curiosidad. Es un personaje perdido que se pregunta por su ser, que se encuentra en búsqueda de un lugar en el cual reafirmarse a la par que rechaza ese vínculo entre hogar e identidad que estructura nuestras vidas.
s un personaje que conquista su autonomía hasta la desesperación, al punto de que ella misma se reconoce como un animal; es interesante cómo esa plena conciencia del deseo se dibuja acá como una frontera muy tenue con la locura, con la animalidad o con la destrucción…
Por su parte, la señora Copperfield se embarca en un viaje a Panamá. Aquí no encontramos postales ni una guía turística, no se desvive la autora en mostrar paisajes exóticos, el único paisaje que se explora es el interior de la señora Copperfield. En Panamá desarrolla un apego enfermizo por Pacífica, una prostituta que le enseña a flotar en el mar. “No digas tonterías, no puedo vivir sin ella ni un momento. Esto me destrozaría por completo.” Esa relación la hará cuestionarse sus afectos, sus deseos. La hará tomar conciencia sobre aquellas cosas que han dejado de pertenecerle al ceñirse al deber ser que le corresponde por ser una mujer casada. Es un personaje que conquista su autonomía hasta la desesperación, al punto de que ella misma se reconoce como un animal; es interesante cómo esa plena conciencia del deseo se dibuja acá como una frontera muy tenue con la locura, con la animalidad o con la destrucción, como si el actuar en razón del propio deseo fuera renunciar a la racionalidad; aquí la autodeterminación se evidencia como un desvío de la norma moral, pero que al mismo tiempo es la única forma de alcanzar la felicidad.
Las figuras masculinas en este texto son más bien personajes circunstanciales, frágiles, ensimismados, cada uno de ellos trae consigo un discurso particular, traen a su conversación aquellas cosas que los hacen sentir vulnerables; sus inquietudes, sus vacíos son lo que construyen su mundo interior y es a partir de ello como actúan, se protegen y en ocasiones son despiadados, vulgares, violentos. Están girando alrededor de estas dos mujeres tratando también cada uno, por su parte, de entender quiénes son.
De la novela en general me interesa la manera en que se constituye como un aparato dialógico, la forma en que tanto a nosotros, lectores, como a los personajes, nos hace vaciar las inquietudes y espejearlas con aquellos diálogos que no hacen más que cuestionarnos incisivamente. La interrogación como la mejor manera de poner el cuerpo en la página; nos dejamos atravesar por el libro, preguntar quiénes somos, bajo cuál ideal o mito es que estamos andando.
Nos invita a preguntarnos por nuestras figuras literarias femeninas, por nuestras “heroínas” y su relación con la locura. El camino trágico de la autodeterminación. ¿Quiénes son aquellos que tienen derecho a la libertad sin destrucción, sin autodestrucción? ¿Acaso las mujeres, los maricas, las travas? Textos como Dos damas muy serias me hacen preguntarme si existe lugar para aquellas narrativas en las que la libertad no siempre trae consigo el sacrificio y por qué decidimos que el héroe debe dar la espalda a todo para encontrarse.
Se dice que toda obra tiene su momento y yo creo que nosotros como lectores también poseemos un tiempo particular, pienso que éste era mi momento para encontrar esta lectura, para que me atravesara el cuerpo, para interrogarme.
Este año cumplo veinticuatro, también es el año en que comienzo mi transición de género. Quizás al hablar de un libro, o cualquier otro objeto artístico, son más bien esos fragmentos o detalles que riman o coinciden con nosotros los que determinan e instauran esos hilos invisibles que nos unen a él indefinidamente, tejiendo esa parte del pensamiento lógico/crítico con el que estudiamos la literatura que es inaprehensible y que denominamos el gusto. El gusto tiene que ver más con quien emite el juicio que con el objeto mismo, pues recordamos las sensaciones y los diálogos que nos provocan porque nos hablan directamente. Puntualizan o alcanzan aquellas notas que nos es posible percibir, armonizan con lo más íntimo de aquello que somos, por lo tanto nos gusta, nos causa placer y la acción inmediata es querer compartirlo, para que otros también se encuentren, para encontrarnos; porque la literatura se trata de eso, de coincidir, de entrar al discurso de otro, formar parte de él, revivirlo y ponerlo en movimiento.
Se dice que toda obra tiene su momento y yo creo que nosotros como lectores también poseemos un tiempo particular, pienso que éste era mi momento para encontrar esta lectura, para que me atravesara el cuerpo, para interrogarme; que compartirla nace como un impulso genuino por encontrar destinatarios con quienes se dé la continuidad del diálogo, en la espera de que también pueda atravesar a otros y que el tiempo le otorgue a Jane Bowles esos lectores que tanto la estuvimos buscando, que esto sirva de antesala. ®