El enigma de Smarth

Librado García Smarth, La vanguardia fotográfica en Jalisco, de José Antonio Rodríguez

Fotógrafo de orígenes misteriosos, llamó la atención gracias a su habilidad para promoverse en las páginas de las revistas más populares y por las fiestas de fantasía que organizaba en su estudio, en el contexto de una ciudad pujante que se asomaba ya a la modernidad y al cosmopolitismo.

Librado García Smarth, ca. 1920, Colección Ildefonso Garza Aguilar
A José Antonio Rodríguez, in memoriam.

Librado García decía que nació en una cueva entre Sinaloa y Jalisco, aunque el historiador del arte Gutierre Aceves dice que alguien le confió que vio la luz en una hacienda de Nayarit. Versátil fotógrafo, pictorialista y vanguardista a un tiempo, como otros en esa época temprana del siglo XX —Manuel Álvarez Bravo y Tina Modotti, por ejemplo—, Smarth, como firmaba, tenía su estudio en el 128 de la céntrica calle Corona de la ciudad de Guadalajara, capital del estado que ha producido más imaginería nacional(ista) que cualquier otro.

En su estudio–taller el fotógrafo —escribe el historiador José Antonio Rodríguez en el capítulo “Siluetas en la niebla”— colgaba piezas de su obra: “imágenes de temas nacionales: un hombre dormido frente a un espantapájaros; tortilleras; indios en dirección a la feria de un pueblo; siluetas de rancheros; viejas beatas encaminándose a la iglesia. Varias de esas imágenes son puestas en escena, cuidadosamente modificadas en donde el mismo artista trabajó a sus modelos”.

Librado García Smarth, fotografía para la revista CROM, abril de1927.

Rodríguez describe el espacio donde Smarth producía escenografías, retocaba y trastocaba o estilizaba los estereotipos de la mexicanidad. Fotografías de mujeres de la aristocracia tapatía y personajes populares compartían las paredes, lo mismo que postales turísticas, fotos de alcatraces y experimentos formales con pencas de maguey. No así unos delicados desnudos masculinos, ocultos a miradas indiscretas en un cajón y que sólo serán vistos cien años después. “Desnudos que llegan a lo fantástico”, sigue Rodríguez. “Modelos en desnudo integral. Imágenes de efebos —en acecho, extendiendo sus sugerentes formas corporales— que exhiben sus delgados y estilizados cuerpos”. Desnudos pioneros en esa década de los años veinte, cuando apenas un puñado de fotógrafos ensayaba ese género.

Fue reconocido en su tiempo y participó en exposiciones al lado de Agustín Jiménez, Hugo Brehme, Tina Modotti y Álvarez Bravo, entre otros grandes, y fue publicado en Revista de Revistas, El Universal Ilustrado y Jueves de Excélsior, pero, inexplicablemente, cayó en el olvido. Hasta ahora, cuando esta magnífica edición lo rescata y muestra en todo su esplendor.

En “Melancolía y artificio” Brenda Ledesma recuerda que la vanguardia fotográfica se fraguaba en Guadalajara en los albores del siglo XX. “¿Qué luces habían herido la sensibilidad y las pupilas de quienes estaban en esa ciudad?”, cita Ledesma al periodista José D. Frías, quien menciona a los pintores Dr. Atl, Francisco de la Torre, Roberto Montenegro y Jorge Enciso, y a los fotógrafos Carlos Muñana, José María Lupercio y Librado García, que conocían el éxito en la capital del país.

Smarth, como otros de sus contemporáneos, exploraba el retrato psicológico, que indagaba en la búsqueda interior para ofrecer “una idea más moral que material de las personas” —antecedente de los retratos de celebridades.

Smarth, como otros de sus contemporáneos, exploraba el retrato psicológico, que indagaba en la búsqueda interior para ofrecer “una idea más moral que material de las personas” —antecedente de los retratos de celebridades—, aunque también le gustaba disfrazarlas de odaliscas, cortesanas francesas o frailes, y de duendes a los niños.

Librado García Smarth, Retrato de Carlos Orozco Romero, 1925.

A Librado García también le gustaba conjugar “lo virginal y lo siniestro”, escribe Ledesma, pues retrataba a piadosas sevillanas con estatuillas de vírgenes “sumergidas en atmósferas dantescas”, y no dejaba de experimentar con la composición, expresiones faciales, desenfoques y fotomontajes.

No solamente afirmaba Smarth que había llegado al mundo en una cueva, también le confió al periodista Álvaro Tonio que era “hijo de un proscrito” y que había sido alimentado “con raíces y frutas silvestres durante sus primeros años”, que no estaba en el registro civil y apenas tenía la instrucción primaria, además de ser autodidacta en el arte y la técnica de la fotografía, como refiere Arturo Ávila Cano en “El espléndido camouflage”. Un fotógrafo de orígenes misteriosos que llamó la atención gracias a su habilidad para promoverse en las páginas de las revistas más populares y por las fiestas de fantasía que organizaba en su estudio, en el contexto de una ciudad pujante que se asomaba ya a la modernidad y al cosmopolitismo. Firmaba sus trabajos con la palabra Smarth, del inglés smart (ingenioso, sutil, avispado), a la que añadió caprichosamente la h. En su estudio de la Ciudad de México se leía esta frase, atribuida a Goethe, y que fue su lema: “El supremo problema de todo arte es producir, por medio de apariencias, la ilusión de una realidad más sublime”.

¿Qué fue de Smarth? ¿Cuándo murió, dónde? Lo único cierto es que a mediados de los años treinta ya no se volvió a ver ninguna fotografía suya ni a saber de él. ®

José Antonio Rodríguez y Alberto Tovalín Ahumada (eds.), textos de José Antonio Rodríguez, Brenda Ledesma, Arturo Ávila Cano y Rosa Casanova, Librado García Smarth, La vanguardia fotográfica en Jalisco, Secretaría de Cultura–Gobierno del Estado de Jalisco, 2019.

Este libro mereció el Premio “Antonio García Cubas” 2020 en la categoría “Mejor libro de arte”, otorgado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Publicado en: Fotografía

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