Una mujer que leía poemas a la luna

El péndulo emocional, de Adriana Pérez Zárate

El péndulo emocional no nada más es una extraordinaria guía para quienes padecen del trastorno bipolar o se relacionan con alguien que lo padece, sino que es un maravilloso testimonio de lo que significa hundirse en lo más profundo y oscuro del ser humano.

Fotografía de Javier Allegue Barros, tomada de Read Poetry.

Confieso que no conozco a Adriana. La considero una gran amiga, pero no la conozco. Siempre he admirado su derroche de talentos, su sensibilidad, sus dotes artísticas, su consciencia profunda, su gozo interno, su mirada dulce y su maravillosa sonrisa.

En pocas palabras, puedo decir que conozco solo la mitad de Adriana. En realidad, no sabría decir si he tenido la dicha o la desdicha de conocer tan solo la parte luminosa y genial de Adriana. No debo ser muy cercano a ella porque nunca me ha tocado convivir con su parte oscura.

La primera vez que la vi fue en una fiesta de la Universidad Autónoma Metropolitana donde ambos estudiábamos comunicación. Sé que no se nota, pero hace ya varios años de eso. Seguramente era una fiesta intergeneracional porque nunca tomamos ninguna clase juntos; yo iba varios trimestres arriba de ella.

Desde que la vi quedé eclipsado. Recuerdo que ya estábamos todos borrachos, con ese nivel de alcohol en que la gente deja de bailar y más bien comienza a tambalearse; a dispersarse; a formar grupúsculos para exaltar la amistad y decirse a bocajarro, derrapando las palabras, expresando cosas como: “te quiero mucho”, “eres de poca madre”, “siempre me has caído bien”.

De pronto, de la nada, una chica muy guapa que yo no conocía jaló una silla a la mitad del patio y se paró sobre ella a compartir su poesía con la luna, con las estrellas, con la noche. Disculpen que me ponga tan cursi, pero la verdad es que nadie la pelaba. Nunca entendí por qué yo era el único que le ponía atención a sus maravillosas palabras.

Me di cuenta de que ser escuchada era lo que a ella menos le importaba; estaba más allá de lo mundano y lo terrenal; se había conectado con el cosmos. Los poemas eran extraordinarios; tenían una profundidad y una belleza difícil de compaginar.

A momentos los ojos se le llenaban de lágrimas, pero nunca perdía su sonrisa angelical, una sonrisa llena de júbilo y sensualidad. Pensé que el alcohol no hacía eso; que seguramente estaría drogada. También pensé, debo confesar, que yo quería meterme lo que ella se había metido, pero pronto me di cuenta de que no traía nada encima, de que esa intensidad y conciencia eran propias; de que el alucine que estaba viviendo era genuino y auténtico; de que su gozo interno era mucho muy superior y poderoso a cualquier estupefaciente.

Caí enamorado.

La seguí escuchando. Deseaba con toda el alma que al menos me volteara a ver, pero eso no ocurría, y mientras ella seguía hablando yo me conectaba cada vez más con sus sentimientos, con las lágrimas que ya resbalaban por sus mejillas.

A momentos los ojos se le llenaban de lágrimas, pero nunca perdía su sonrisa angelical, una sonrisa llena de júbilo y sensualidad. Pensé que el alcohol no hacía eso; que seguramente estaría drogada.

No pude más, me acerqué y la abracé de la cintura con mis dos brazos apretando mi oído contra su vientre. Ella comenzó a reírse nerviosa y a soltar rodillazos. Se quería zafar, pero yo insistí y la abracé más fuerte. Ella se resistió sin dejar de reír nerviosa hasta que decidió que no iba a perder la conexión con el cosmos por un pendejo, y entonces siguió recitando sus poemas.

Cuando nos fuimos no me quiso decir ni su nombre. No sé por qué, pero se sentía acosada.

“¿Cómo se llama?” Me puse a indagar: “Adriana, está muy pirada”, me dijeron.

“Pues puede ser, pero es hermosa y tiene una sensibilidad…”, agregué.

Cuando la busqué en la universidad me di cuenta rápidamente de que ella no tenía ningún interés en seguir recitando sus poemas frente a mí, y más bien me daba la vuelta. Insisto… no sé por qué.

A los pocos meses se hizo novia de un tipo muy talentoso y creativo que era nuestro maestro.

Pero yo la verdad es que estaba flechado, así que insistí en seguir escuchando sus poemas. Yo creo que, para deshacerse de mí, me prestó una libretita con muchos poemas escritos por ella.

De cuando en cuando, durante cerca de treinta años, leía sus maravillosos poemas guardando un tesoro que yo sabía que no me pertenecía.

Pasaron los años, ella se convirtió en la extraordinaria escultora que es. La vi buscar afanosamente su espiritualidad y unirse a Marcos para formar una bellísima familia. Eso me dio oportunidad de gozar de una extraordinaria música.

Jamás imaginé todas las batallas que Adriana tuvo que librar para lograr todo esto.

Cuando leí El péndulo emocional. Vivir mejor con trastorno bipolar debo confesar que lo primero que pensé fue: “Ahora entiendo por qué tanta genialidad, tanta sensibilidad: el trastorno bipolar”. Guardando las proporciones, como Vincent Van Gogh, como Edgar Allan Poe, como Ernest Hemingway, como Paul Gauguin, como Jimmy Hendrix, Virginia Woolf, Francisco de Goya y Lucientes, Robert Schumann, Jackson Pollock, Haendel.

“No, Eduardo”. Rápidamente me desengañé a mí mismo. Al parecer más de 2% de la población mundial padece de trastorno bipolar, y no todos son genios. Los genios son genios por sí mismos, algunos, pese al trastorno bipolar que, para mí, es quizás la mejor metáfora del claroscuro, del blanco y el negro, de la vida y la muerte; la mejor representación de la capacidad del ser humano para gozar y sufrir, pero sobre todo, un recordatorio de que la vida no hace regalos.

“No, Eduardo”. Rápidamente me desengañé a mí mismo. Al parecer más de 2% de la población mundial padece de trastorno bipolar, y no todos son genios. Los genios son genios por sí mismos, algunos, pese al trastorno bipolar que, para mí, es quizás la mejor metáfora del claroscuro, del blanco y el negro, de la vida y la muerte.

Al leer El péndulo emocional aprendí que, y cito textualmente, “la bipolaridad es la enfermedad psiquiátrica con el más alto riesgo de intento de suicidio o suicidio consumado. Según las cifras de este estudio, entre el 14 y 49% de los pacientes bipolares piensa al menos una vez en su vida en suicidarse; del 25 al 56% lo intenta al menos una vez, y del 15al 19% mueren por esa causa”.

Ernest Hemingway decía que la vida era maravillosa y que valía la pena vivirla, luego se quitó la vida con un escopetazo; Violeta Parra cantaba: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto…” y también se quitó la vida; Vincent Van Gogh le escribía a su hermano Theo que para el arte era necesario vivir siete vidas, y lamentablemente terminó con la única que tenía. Eso es el trastorno bipolar que le ha arrebatado tanto al ser humano.

El péndulo emocional no tiene desperdicio; no nada más es una extraordinaria guía para quienes padecen del trastorno bipolar o se relacionan con alguien que lo padece, sino que es un maravilloso testimonio de lo que significa hundirse en lo más profundo y oscuro del ser humano. La autora nos logra conducir con maestría a momentos de su vida tan crudos y reveladores que yo sólo los había visto en algunas muy buenas películas.

Como amante de la literatura me quedo con ganas de que el libro fuera más largo; como amigo de Adriana, con el deseo de que el testimonio fuera más breve, como si de esa manera pudiera uno mitigar sus experiencias perturbadoras. En todo caso, estoy muy agradecido, como lector y como amigo, por la valentía de Adriana de abrir su corazón y revelarnos sus vivencias más profundas; por haber desarrollado la conciencia de que compartir lo que ella ha vivido es una fuente de conocimiento que puede ayudar a muchas personas. Lo más sencillo habría sido guardárselo todo para ella sola, sin exponerse, pero no. Adriana es muy generosa, tan generosa como aquel día que me prestó su libretita. No se guardó nada. Por cierto, ya le regresé sus poemas. ®

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Publicado en: Libros y autores

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