Este ensayo es una severa crítica a la antropología y la historiografía mexicanas del siglo XX por sesgar, evadir u omitir el tema de los sacrificios humanos en el mundo prehispánico, en particular entre los aztecas.
La causa de tal extravío es la colaboración de antropólogos e historiadores en la creación de un mito de unidad nacional al servicio de la oligarquía surgida de la revolución mexicana. La investigación antropológica e historiográfica mexicana del mundo prehispánico no es científica; es un pretexto para ocupar puestos y recibir distinciones oficiales.
Los científicos sociales mexicanos han sido incapaces de examinar críticamente los testimonios del pasado, prolongando así la distorsión introducida por los españoles, incapaces como fueron de imaginar relaciones sociales distintas a las propias. Pero no se trata de criticar a los españoles, sino a quienes valoran sus testimonios de manera literal, como los creyentes en las leyendas bíblicas valoran el éxodo de Moisés y el imperio del rey David.
El extravío se manifiesta en llamar “ofrendas” u “occisiones rituales” a los sacrificios humanos y, peor aún, en no integrar esta práctica a la cultura como un todo. Los sacrificios prehispánicos no son incidentes, sino que están en el centro de la cultura, como lo estuvieron entre los mesopotámicos, los egipcios, los judíos, los griegos y tantos otros, incluyendo a la civilización cristiana, cuyo centro es el sacrificio de Jesús. Al rehusarse a comparar el mundo prehispánico con otras culturas a partir de esta práctica ritual los antropólogos mexicanos le niegan lo que tiene en común con ellas. En vez de una cultura real nos presentan una cosmogonía fantástica y se han olvidado de interpretar la proyección de la vida social en la mitología.
El sacrificio, la lucha contra él y las muchas sustituciones resultantes constituyen el hilo conductor de la historia humana. Es una práctica universal porque toda organización social necesariamente pone límites a la libertad de sus miembros. El sacrificio ocupa el centro del mundo de las ideas y de la praxis social, y es el punto de partida de los mitos y cultos que garantizan la cohesión y la reproducción social. Tiene su correlato en el sacrificio de los deseos pulsionales y la dominación de la naturaleza.
Es posible pensar que el miedo de los aztecas a no poder encender el fuego nuevo, a que el sol no regresase y que las mujeres se convirtiesen en devoradoras de hombres se originó en una catástrofe real, acaso una erupción volcánica que sepultó a alguna civilización y oscureció el cielo por mucho tiempo.
Del culto sacrificial surgió todo y en él hay que buscar el origen mítico y real de las culturas. Junto con el culto sacrificial, el mito es el primer mecanismo para ilustrar y conocer la naturaleza de un mundo desconocido. A la ambivalencia entre el imperativo del sacrificio y la pulsión a escapar de él se debe el engrandecimiento de toda cultura. Una antropología que no se ocupe de este principio falla rotundamente.
La cosmogonía mexicana habla de diosas madres, desde Coatlicue a Coyolxauhqui, y de su destrucción por dioses masculinos, pero la antropología no se ha planteado el conflicto vital que esto refleja. Al parecer, los aztecas vivían llenos de miedo ante las fuerzas de la naturaleza, las cuales eran identificadas con las mujeres por su poder para engendrar vida. Los rituales con sacrificios femeninos nutrían la esperanza de controlar la regeneración de las plantas y dar a los hijos la fuerza para la guerra y la muerte de los enemigos.
Es posible pensar que el miedo de los aztecas a no poder encender el fuego nuevo, a que el sol no regresase y que las mujeres se convirtiesen en devoradoras de hombres se originó en una catástrofe real, acaso una erupción volcánica que sepultó a alguna civilización y oscureció el cielo por mucho tiempo. Así, cuando en un tiempo remoto la catástrofe se repitió después de 52 años, la amenaza pudo haber grabado visiones apocalípticas en la memoria y generado deidades protectoras que se tradujeron en cultos y rituales contra la repetición del desastre. Hoy sabemos que los primeros calendarios se basaron en la repetición de catástrofes naturales.
Es difícil entender por qué los antropólogos mexicanos han evitado estudiar las relaciones entre los sexos, el sistema de parentesco, los ritos de iniciación, la herencia y la propiedad personal y colectiva, y su importancia para la organización social de las tribus o clanes, como lo hizo Claude Levi–Strauss al estudiar las culturas tribales de Brasil. La sucesión entre los aztecas era matrilineal y probablemente estaba en tránsito hacia una patrilineal. Moctezuma fue sustitudo por Cuitláhuac, y éste por su sobrino Cuauhtémoc, unidos por sucesión matrilineal.
Un mito clave puede ser el representado por el Teocalli de la Guerra Sagrada (en el Museo Nacional de Antropología e Historia). Es una figura tendida bajo el agua, de cuyo pecho abierto emerge un nopal, sobre el cual está posada un águila, de cuyo pico sale el glifo de la guerra. Según la leyenda, la figura representa a Cópil, hijo de Malinalxóchitl, hermana mayor de Huitzilopochtli, pero no identifica al padre. Malinalxóchitl habría sido desterrada por haber cometido un crimen grave o incesto con Huitzilopochtli. Cópil, instigado por su madre, regresa a matar a Huitzilopochtli, pero éste lo mata antes y lo arroja al lago. El mito fundacional de la nación mexicana podría ser un esquema edípico clásico.
Éstas son algunas de las ideas e hipótesis de este fecundo libro. En su presentación, un estudiante comentó que había aprendido más ahí que en cuatro semestres en la escuela de antropología. Horst Kurnitzky es autor de La estructura libidinal del dinero; Edipo, un héroe del mundo occidental; Vertiginosa inmovilidad; Retorno al destino; Una civilización incivilizada; numerosos ensayos, exposiciones y las películas El tiempo de nadie y El eco. ®
Extravíos de la antropología mexicana, de Horst Kurnitzky (México: Fineo editorial, 2006, 85 pp.). Reseña publicada originalmente en Letras Libres, abril de 2007.