La mayoría de la gente, incluidos muchos intelectuales, no comprende la razón de ser de la democracia: evitar la arbitrariedad de los gobernantes personalistas. La democracia no es el mejor de los sistemas de gobierno: es sólo el menos peor.
Hace no mucho tiempo se mencionaban con frecuencia la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”. Max Weber acuñó estos conceptos para distinguir las esferas de validez de las acciones individuales de las acciones políticas (La política como vocación).
La ética de la convicción es la ética absoluta, aquella que nos manda actuar según nuestros principios sin considerar sus consecuencias: “Haz esto o lo otro y mañana Dios dirá”. Tal es la ética del individuo frente a su conciencia. La ética de la responsabilidad, en cambio, es aquella que nos advierte anticipar las consecuencias de nuestros actos. Tal es la ética del político frente a su sociedad y el futuro.
Ahora que hay un presidente que antepone sus convicciones a su responsabilidad, casi nadie recuerda esta distinción. Acaso sea innecesario repetir lo que el presidente expele a menudo: “Mi pecho no es bodega”; “Mi conciencia está por encima de la Constitución”; “Nuestros adversarios están moralmente derrotados” y cuántas otras deposiciones de autosuficiencia moral. De hecho, blande sus convicciones como argumentos para llevar la razón, lo que, de acuerdo con Max Weber, es lo más “vil” en la esfera política.
Para dejar más claro el punto: es convicción de AMLO que la violencia no se responde con más violencia, lo cual es válido para la conciencia individual, no para el Estado, que representa el monopolio de la violencia. Un gobernante que pone la otra mejilla ante las agresiones del narco (“abrazos, no balazos”) no hace más que incitarlas; por tanto, es responsable de ellas.
AMLO está convencido de la racionalidad de sus ideas económicas, lo cual le parece razón suficiente para dejar sin medicamentos a los niños con cáncer, sin guarderías a las madres empleadas y sin presupuesto a muchos otros renglones básicos de la administración pública.
Un gobernante que pone la otra mejilla ante las agresiones del narco (“abrazos, no balazos”) no hace más que incitarlas; por tanto, es responsable de ellas.
En el combate a la pandemia del covid–19 decidió vacunar “primero a los pobres” y así empezó por atender a la gente de zonas marginadas, cuando lo racional era empezar por las zonas de mayor concentración urbana. Por tanto, es responsable de muchas muertes que pudieron ser evitadas. Y para no dejar lugar a dudas, invoca los Evangelios como justificación de sus acciones. Podríamos citar muchos otros casos pero están a la vista.
El próximo 1 de agosto habrá una “consulta popular”, cuyo propósito es decidir si se juzga a los gobernantes y representantes políticos de las cinco administraciones precedentes: ejercicio demagógico y estéril. El mismo presidente ha dicho una y otra vez que él no los juzgaría y que, de hecho, no votará. Pero está incitando el desbordamiento de las pasiones, lo que ningún gobernante debe hacer.
Lo más perturbador de todo esto es la popularidad que “el pueblo bueno, sabio y noble” le ha dispensado hasta ahora. Hay que decirlo: “El pueblo bueno, sabio y noble” no distingue las esferas de la ética de la convicción y de la ética de la responsabilidad. La gente del pueblo y muchos intelectuales son supersticiosos: creen en los hombres providenciales. No saben ni tienen tiempo ni preparación para pensar en la complejidad de la administración pública, no digamos en la economía en general. Si les dan pensiones miserables, deducen que el gobierno está actuando bien, sin pensar en que los fondos se agotarán pronto. De hecho, el secretario de Hacienda ha advertido que “los guardaditos ya se acabaron.” Por tanto, la depredación del presupuesto público continuará.
La mayoría de la gente, incluidos muchos intelectuales, no comprende la razón de ser de la democracia: evitar la arbitrariedad de los gobernantes personalistas. La democracia no es el mejor de los sistemas de gobierno: es sólo el menos peor; no se distingue por sus logros sino por los males que evita. A veces es bueno volver a los clásicos: así nació la democracia en Atenas. ®