Investigo una hipótesis: el obradorismo ha causado la decadencia intelectual de Jorge Zepeda Patterson y Lorenzo Meyer. Hablemos primero de este último.
Me parece que sí, visto el día a día, pero a diferencia de los “orgánicos” obradoristas hay que mantener la seriedad y volver a los días pasados para revisarlos: hacer del “parecer” una hipótesis e investigar para verificar. (Además: Zepeda y Meyer, sobre todo éste, no merecen la misma dureza que Ackerman, “Gibrán”, Mejía Madrid y los moneros “fisgones” tienen más que merecida por caricaturizar a todos los críticos del presidente como derechistas, neoliberales y corruptos, es decir, por ser obradoristas duros sin razón.)
En ese trabajo encuentro el episodio del 18 de octubre de 2020 del programa “Tragaluz”, de Fernando del Collado, en el que se entrevista a Meyer. Para mí, es una de sus participaciones mediáticas más desafortunadas. Varias de sus respuestas son contradictorias —entre sí o respecto a hechos—, desaseadas conceptualmente —lo que dice sobre militarización— o de plano falsas. Las trataré aparte, después… Aquí voy a otra: me llama la atención que Meyer sigue autodefiniéndose como crítico del sistema priista y, sin embargo, niega que AMLO sea priista; en un punto de la entrevista contesta a Del Collado con otra pregunta: “¿Qué puede tener de priista?” ¿Qué puede tener de priista López Obrador? Respondo: Mucho. Y respondo en detalle.
¿Cuáles eran las características del sistema priista? Algunas como éstas:
—La inexistencia del IFE–INE o de cualquier entidad equivalente o similar. Existía un “gobierno elector”, y el gobierno era de un solo partido. Las elecciones federales no eran democráticas y las organizaba el gobierno federal (el presidente, que además elegía a su sucesor con el célebre “dedazo”), y las calificaba la cámara de diputados (el PRI).
—No sólo un partido hegemónico sino un presidente hegemónico. Esto es, el PRI tenía la hegemonía partidista y el presidente de la república tenía la hegemonía estatal. El PRI predominaba y el presidente era tanto el jefe máximo del PRI como el jefe real —primero y último— de los demás poderes del Estado. El presidente priista no era el poder absoluto ni el poder constitucional ni poco poder; se trataba de una especie de hiperpresidencialismo informal.
—Por consecuencia de las dos anteriores: indivisión de poderes.
No creo que a López Obrador le molesten los gobernadores corruptos, que vienen en todos los colores; veo que le molestan los gobernadores independientes y opositores. Jaime Bonilla es gobernador y un político corrupto y al presidente no le molesta esa gubernatura. Tampoco la de un gobernante desastroso como Cuauhtémoc Blanco.
—No sólo indivisión de poderes horizontal (Ejecutivo–legislativo–judicial–etcétera) sino vertical (gobierno federal–entidades federativas–municipios), es decir, federalismo de papel, irreal, desactivado. El presidente mandaba sobre los gobernadores y éstos reproducían localmente la supremacía del poder ejecutivo sobre el legislativo y el judicial. Dicho de otro modo, si el poder legislativo federal, el poder judicial federal y los gobernadores estaban subordinados al poder ejecutivo federal o presidente, los demás poderes locales estaban subordinados cotidianamente al gobernador.
—Ningún poder estaba subordinado por completo a la Constitución.
—La pluralidad sociopolítica estaba demasiado limitada o estatalmente acorralada. En eso se incluía la ausencia de representación proporcional.
—Pemex estaba en el corazón de la economía nacional —y en el corazón de Pemex estaba la corrupción.
Todo esto lo sabe el notable historiador Lorenzo Meyer. No se lo explico a él sino a otros lectores.
Y, hay que añadir, más de tres componentes políticos esenciales del sistema priista desaparecieron con y por la transición democrática que el obradorismo se empeña en negar, transición que se inició en 1977 con la introducción de la representación proporcional en el sistema electoral, lo que empezaría a limitar menos la pluralidad sociopolítica; así se creó el IFE y se democratizaron las elecciones federales, la cámara de diputados dejó de calificar elecciones, el PRI perdió la hegemonía, el presidente también, despertaron la división de poderes “clásica” y el federalismo, y la Constitución se vio menos violada. Nació una democracia, a la mexicana, defectuosa como todas pero más defectuosa que otras, emproblemada con los malos resultados de los gobiernos anteriores —todos los gobiernos y poderes públicos mexicanos han heredado problemas mayores, no sólo el de López Obrador—, carente de suficientes demócratas entre los políticos y los ciudadanos, y que ha sobrevivido sin que se haya consolidado.
El problema meyeriano es que no vea el priismo de AMLO, esos rasgos que son sus riesgos:
—López Obrador quiere e intenta que muera el INE, para que las elecciones las organice algún órgano obradorista o filomorenista. ¡Ya lo dijo!
—Desea que su partido Morena sea hegemónico y que la presidencia de la república y el gobierno federal (él) aumenten sus atribuciones. En efecto: el presidente López Obrador busca que se concentre poder en el presidente López Obrador.
—Es uno de sus rasgos más obvios: le molesta sobremanera la división de poderes. De ahí el punto anterior.
—Obviedad relacionada: quiere desactivar el federalismo. En el caso de los “superdelegados” federales en los estados convergen la dinámica concentradora extrafederal y la dinámica concentradora antifederalista. Centralización por vía doble. No creo que a López Obrador le molesten los gobernadores corruptos, que vienen en todos los colores; veo que le molestan los gobernadores independientes y opositores. Jaime Bonilla es gobernador y un político corrupto y al presidente no le molesta esa gubernatura. Tampoco la de un gobernante desastroso como Cuauhtémoc Blanco.
—Pretende que nos callemos todos los críticos, sin importarle que ejercemos nuestros derechos y libertades constitucionales. La libertad de expresión no ha muerto por él, pero ¡cómo le irrita! Es un presidente intolerante a cualquier crítica —no, no todas las críticas al obradorismo son idénticas, ni todas son de derecha, como Meyer sabe—; al presidente le gusta la libertad de expresión cuando se usa para defenderlo y alabarlo.
—Acaba de anunciar la propuesta para legislar contra la representación proporcional.
—Quiere la política energética de hace cincuenta años fingiendo o soñando que es como Lázaro Cárdenas hace ochenta. Si tal es la política energética, la economía será petrolera. Priismo energético, economía petropriista. ¿El cambio climático? No importa. ¿No hay alternativa tanto al priismo petrolero como al neoliberalismo anti–Estado? ¿Tiene que ser una cosa o la otra, porque no hay más que esas dos opciones?
¿Vemos más evidencia reciente de priismo u odio presidencialista y antiliberal a la división de poderes? Que AMLO quiera que Claudia Sheinbaum sea de facto una regenta y no hable sobre un asunto que compete a la jefa de gobierno de la Ciudad de México. ¿Por qué tendría que hablar el presidente sobre la Línea 12 del metro capitalino? Porque él quiere y porque Sheinbaum se subordina.
Así que, diga lo que quiera decir Lorenzo Meyer, hay una gran pregunta final: dados todos los hechos que hemos referido, todas esas intenciones reveladas y todos esos intentos de Andrés Manuel López Obrador, ¿cómo puede no ser priista? ®