Han pasado treinta años desde las explosiones en Guadalajara que cobraron la vida de centenares de personas y destruyeron kilómetros de calles. Los culpables, Pemex y las autoridades, nunca fueron realmente llamados a cuentas.
El 22 de abril de 1992 cayó en miércoles y hacía mucho calor en Guadalajara.1 Yo tenía trece años, cursaba el primero de secundaría y mi hermano de siete años, el primero de primaria. Ese día no fuimos a la escuela porque estábamos de vacaciones en casa, era la semana de Pascua. En mi familia no teníamos por costumbre salir en esas fechas. Mi hermano y yo fuimos niños que gozábamos de no levantarnos temprano, no ir al colegio que estaba a más de una hora de distancia de nuestra casa y de no tener que regresar a pleno sol de mediodía amontonados con las mochilas —y dos veces por semana con la máquina de escribir— en una combi de la ruta 639 (que en aquel tiempo eran usadas en nuestra ciudad para ofrecer servicio de transporte público, antes de la llegada de los midibuses a esa ruta).
Hasta antes de las 10 de la mañana de ese miércoles podría decirse que fue un día normal, de acuerdo con la rutina de cualquier persona en Guadalajara: levantarse temprano para ir a trabajar, desayunar chilaquiles, transportarse en el servicio público para llegar a la cita en el seguro social, salir a pasear al perro, bañarse, ir a comprar leche y pan, etcétera. En mi casa, mi mamá lavaba obsesivamente la ropa —como todas las mañanas de todos los días— mientras mi hermano y yo hacíamos otras labores domésticas esperando a que ella terminara de lavar para desayunar juntos. Mi papá estaba en la fundición trabajando desde las siete de la mañana para regresar por la noche, a eso de las ocho y media, si a la Caribe Volkswagen del 79 no le fallaba algo.
Desde el domingo 19 los vecinos de la calle Gante, en el Sector Reforma —muy cerca de la fundición donde trabajaba mi papá— se quejaron de un fuerte olor a gasolina que salía del alcantarillado y dieron aviso al Ayuntamiento de Guadalajara. Mi papá también se había dado cuenta de eso desde el sábado 18.
Días antes, en nuestra ciudad ya sucedían cosas poco comunes. Desde el domingo 19 los vecinos de la calle Gante, en el Sector Reforma —muy cerca de la fundición donde trabajaba mi papá— se quejaron de un fuerte olor a gasolina que salía del alcantarillado y dieron aviso al Ayuntamiento de Guadalajara. Mi papá también se había dado cuenta de eso desde el sábado 18, cuando fue a trabajar medio día, pues nos lo comentó con mucho asombro y con el presentimiento de que algo malo sucedería.
El lunes por la mañana, en el canal 4 de Televisa, salieron algunas señoras con mandil de cuadritos —al parecer, amas de casa como mi mamá—, que decían al reportero: “¡Mire, de ahí sale un olor como a gasolina. Ahí huele bien fuerte!”, señalando hacia una de las alcantarillas. Además, decían que también olía a hidrocarburo en las coladeras de sus casas y especulaban con la idea de que hubiera una fuga en alguna de las gasolineras ubicadas en los alrededores. Esto no era normal ni común, pese a que en el mismo Sector Reforma se encuentra la llamada Zona Industrial, donde, por supuesto, había empresas que tiraban desechos al drenaje, que comparten con el de uso habitacional.
Ese mismo día 20 de abril, más tarde, los vecinos de la zona reportaban que había casas en las que comenzó a salir gasolina por los lavabos; otros más, en colonias del oriente y al suroeste, y de zonas aledañas, fueron testigos de cómo salía gasolina de las coladeras. Para esas alturas las autoridades municipales ya estaban enteradas y postergaron su intervención hasta el martes 21, cuando por fin el equipo del Sistema Intermunicipal de Agua Potable y Alcantarillado (SIAPA), y los bomberos, hicieron un muestreo de distintas zonas y diferentes alcantarillas para identificar qué era lo que había en el drenaje. Los funcionarios no podían creer que se tratara de gasolina, aunque había personas con dolores de cabeza y otras intoxicadas por aspirar los gases en pleno calorón de abril, días antes de que llegara el mes de mayo, cuando el sol no sólo cala sino que además muerde, si te pones de modo.
Aquel miércoles recuerdo que mi papá llegó con el overol azul marino agujereado por las gotas caprichosas de metal que saltan cuando hacen el vaciado a los moldes y con sus botas industriales enterregadas, con las que casi nunca lo habíamos visto, además con el aroma a hierro fundido más impregnado en él, porque no se había bañado al salir de la fundición, como lo hacía siempre.
Antes de las doce del mediodía nos tomó por sorpresa la llegada de mi papá, despavorido, muy preocupado —lo que nunca antes habíamos visto en casi treinta años de trabajar en la fundición—. Mi hermano y yo le abrimos la puerta y nos preguntó si estábamos bien, si teníamos la radio prendida, si sabíamos lo que había pasado y en dónde estaba mi mamá. Mi hermano fue corriendo a buscarla diciéndole a gritos desde la puerta hasta el fondo de la casa: ¡Mi papá ya llegó! Mi mamá le preguntó: ¿Qué pasó?, ¿qué está haciendo aquí? —mis padres siempre se hablaron de usted.
Él quiso atravesar en su Caribe 79 la colonia Atlas, que colinda con la Zona Industrial, pero en una de las calles tuvo que echarse de reversa y tomar otra ruta para rodear el área en conflicto, pues encontró una calle cerrada por una camioneta Chrevrolet con cuerpos apilados en la caja.
Mi papá narró: “Se escucharon tres fuertes explosiones como a las diez, todo el personal creyó que había caído agua dentro del horno donde se funde el metal y que había explotado, como había sucedido hace algunos años —en aquella ocasión mi papá se quemó un pie—, pero no veían que la gente de esa área saliera corriendo; entonces, los trabajadores se concentraron en el patio con cara de susto porque no sabían lo que sucedía. Después apareció el señor Oyarzabal, el dueño de la fundición, diciendo: “¡Vámonos todos, es muy peligroso estar aquí! ¡Pinche gobierno corrupto! ¡Quiero que se vayan a sus casas y vean cómo están sus familias, no es hora de ir a otro lado!”
Desde ese momento entendí por qué mi papá tenía esa expresión en su rostro cuando llegó a la casa con una mezcla de vulnerabilidad, rabia y confusión; sospechaba la gravedad del asunto después de ver el rostro de desesperación de las personas que querían salir de la zona siniestrada, todos envueltos en polvo, unos corriendo y otros en autos al ritmo de las sirenas enloquecedoras de las patrullas de la policía, de los bomberos y de las ambulancias. Él quiso atravesar en su Caribe 79 la colonia Atlas, que colinda con la Zona Industrial, pero en una de las calles tuvo que echarse de reversa y tomar otra ruta para rodear el área en conflicto, pues encontró una calle cerrada por una camioneta Chrevrolet con cuerpos apilados en la caja.
Así de pronto, así, me recuesto entre estos héroes silenciosos en este recinto de la Calle Gante, entre los que nunca una ofrenda de nardos sólo el peso de los escombros y la culpa de que no haya un culpable de tanto llanto por los que hemos desaparecido por siempre y para siempre así de pronto Amén. —Cristina Gutiérrez Richaud, La mutilación de Guadalajara. Elegía de la redención.
Y éstas serían las primeras víctimas apiladas una sobre otra que mi papá vería, al igual que otros cientos de ciudadanos, no solamente de nuestro país a través de la televisión y de las fotografías en los periódicos, después de que habían explotado ocho kilómetros de drenaje… Por lo tanto no se necesita hacer cálculos algebraicos complejos para imaginar la cantidad de cuerpos completos o desbaratados, por ello hubo necesidad de vaciar la fosa de clavados del Consejo Estatal para el Fomento Deportivo (CODE) para llenarla con formol y ponerlos ahí, así lo señalaron en los mismos medios locales. La escena era desgarradora y el aroma insoportable, equiparable al dolor de los afectados que iban a buscar a sus familiares a ese espacio. Era una fila de personas que daba la vuelta a la manzana completa del CODE.
Entré a la cancha de basquetbol del CODE, a donde hace un año más, miles de gentes asistieron a presenciar las magias de David Copperfield; una cola inmensa se formó en aquella ocasión para mirar el mago aparecer y desaparecer objetos y personas. Otra vez, innumerables personas rodean las bardas del CODE, sólo que ahora para adivinar en los rostros deshechos los rasgos de lo que fue vida alguna vez para reconstruir en la imaginación las facciones de ese ser a quien se amó…
—Silvia Eugenia Castillero, Un tiradero de basura humana.
La explosión, a su vez, había provocado la apertura de una zanja de ocho metros de profundidad y por ende una ola de polvo que hacía ver el cielo nublado. El testimonio de la señora Elba Cruz, quien trabajaba por la zona, lo señala:
Salimos a la calle y sólo avanzamos una cuadra, y ni una porque conforme íbamos avanzando la tierra que se elevó era tanta que no se veía nada, era como si fuera neblina, tratabas de avanzar y ya no veías ni siquiera a un metro de ti y luego veías a la gente salir de esa neblina corriendo, desubicada, sin rumbo, diciendo que se habían caído las casas, era tanta la tierra que ni siquiera veías el cielo.
Esa zanja en la que todos los ciudadanos aseguraban en su momento que se habían quedado muchas personas sepultadas, unas vivas, otras muertas, pero sin duda muchos cuerpos destrozados, pues el gobernador en turno, Guillermo Cosío Vidaurri, mandó maquinaria pesada la tarde de ese mismo día con el afán de remover lo más posible para que no se viera tan grave el desastre, ya que el presidente Carlos Salinas de Gortari visitaría la zona siniestrada.
Belén, la actual esposa de mi papá, vivió en carne propia esos momentos y me contó cómo en las manos de chango de las retroexcavadoras se lograba identificar entre los escombros partes de un brazo, de una pierna y mucho más. La casa de sus abuelos quedó con fisuras y daños estructurales, una de sus tías perdió todo su patrimonio, pero afortunadamente nadie de su familia murió, aunque sí tardaron gran parte del día para reunirse todos y confirmar que estaban bien. Su mamá y su papá vivían en La Nogalera, y ahí fue el punto de resguardo de toda la familia paterna.
la mañana pálida de guadalajara crece sobre mis hombros sin amor esta brisa el otoño es imperceptible a esta hora pero su silencio está en las paredes: ya no soy un robinson mi asombro se fuga cada día: en las calles la mañana es humedad y olores plenitud de desperdicios nuestros huesos están bajo el polvo de las avenidas y las iglesias los motores comienzan su oficio carnicero tal vez el día sea bueno dicen una mujer lleva temprano sus bellos pecados a la iglesia cientos de niños hambrientos se lanzan diariamente a buscar otra hambre que no tienen: la ciudad oruga vejiga seca mar sin islas río sin río en su miseria en su tristeza renace cada día de sus adentros pulula su falsedad se renueva su pereza sale el oropel de las cañerías ¿cuánto desprecio cabe en dos minutos de todas las esquinas de todas sus calles? así es guadalajara urinario bellísimo: también sueño un mundo muerto también tengo hambre y sed y no quisiera tomarme un café me gusta el sabor amargo de mi boca: ¿cuál vida nueva y qué hombre nuevo levantarán la ciudad sobre estas varillas y ladrillos desmenuzados? —Felipe Ponce, La mañana pálida.
Yo era una adolescente y no entendía qué había pasado, sólo pensaba que mi papá había estado en peligro y que cabía la posibilidad de haberme quedado huérfana junto con mi hermano. Mi papá le pidió a mi mamá que llamara a la casa de La Nogalera donde vivían entonces mi abuela, mis tías y tíos con mis primos, para saber cómo estaban. Sólo escucharon las explosiones a lo lejos; aunque esta colonia es cercana a la zona de las explosiones no tuvieron que ser evacuados y no hubo daños. Aunque también pudo haber explotado, pues por allí cruza un ducto a la planta de Petróleos Mexicanos (Pemex) del gasoducto Salamanca–Guadalajara, el cual tenía una fuga en el domicilio ubicado en la avenida Lázaro Cárdenas 1354, de acuerdo con lo que quedó asentado en las averiguaciones previas 1236/92 y 1170/92. Días antes, en la planta de Pemex se detectó la baja de presión del combustible y no se detuvo el flujo para investigar lo que sucedía: siguieron bombeando la gasolina que llegó y se acumuló en el Colector Intermedio Oriente, el cual atraviesa al Sector Reforma. El combustible se mezcló con el agua que el personal del SIAPA echó al drenaje para disipar la alta concentración del hidrocarburo, pero esto fue contraproducente porque, según lo que aparece en uno de los primeros libros publicados sobre el tema, La política detrás de la explosión: el 22 de abril de 1992 en Guadalajara, del doctor Roberto Arias de la Mora, éste escribe:
La acción de las aguas derramadas por el SIAPA redujo el volumen disponible para alojar desechos y los desplazó aguas arriba en el colector. La apertura de las alcantarillas oxigenó el ducto y completó la mezcla explosiva de hidrocarburos con aire, la cual provocó las explosiones. Esto último se explica a partir del hecho de que el SIAPA lavó el sistema de drenaje desde una zona cercana a la planta y también a la aceitera La Central (puesto que los índices más altos de explosividad se registraron ahí).
Lamentablemente, ésta no es la versión que el gobierno aceptó, porque de haber sido así se hubieran repartido culpas desde los altos mandos de Pemex hasta el gobernador en turno, cuya cabeza pedían los ciudadanos, incluyendo a los jefes de Protección Civil y Bomberos, que nunca aceptaron que las muestras encontradas daban como resultado la existencia de hidrocarburos en alta concentración en el alcantarillado del Sector Reforma.
Después de treinta años las familias continúan recordando tan lamentables acontecimientos y la justicia tan ciega, tan sorda, tan lejos de quienes claman por su aplicación efectiva. Mi padre habla conmigo de eso y se conmueve, y yo junto a él, porque me habla de la angustia que sintió mientras intentaba salir del Sector Reforman para poder encontrarse con nosotros, porque tuvo que acompañar en su duelo a algunos amigos que perdieron familiares en las explosiones, y también porque todos los días pasaba por aquella zona de dolor.
Mi papá vive en la misma casa que sufrió daños estructurales y que fue heredada por su esposa Belén en la colonia Atlas. Aunque ahora todo es diferente y ya no se respira el miedo que tuvo aroma a gasolina y que mantuvo el alma en vilo de los ciudadanos de toda Guadalajara los días posteriores al 22 de abril de 1992.2 ®
Ciudad crucificada un miércoles de Pascua los brazos descruzas te desprimaveras despiertas de un sueño que no parece abril. Ajena te quedó la jacaranda un rayo subterráneo te mueve te conmueve serpiente mortal que muerde gusano que se apaga al mediodía y te deja dolor polvo y dolor preguntas y dolor orfandad y dolor y unas ganas enormes de no ver, de amanecer un día antes, de salir a la calle a saber quiénes somos. —Guadalupe Morfín, Guadalajara 22 de abril.
Notas
1 “En Guadalajara fue” es el primer verso de la canción “La tapatía” del grupo El Personal, fundado en Guadalajara por Julio y Andrés Haro en 1986. La canción habla de un recorrido gastronómico, arquitectónico y cultural que hace una pareja en la ciudad, resaltando lo más auténtico y propio de ella. Ahora también podemos incluir a las explosiones del 22 de abril de 1992 como parte de la identidad y la memoria colectiva de nuestra ciudad. Escúchala aquí.
2 El saldo oficial de las explosiones fue de 212 muertos, 69 desaparecidos y 1,800 lesionados. Quedaron destruidos ocho kilómetros de calles, resultaron afectadas 1142 viviendas, 450 comercios, 100 centros escolares y 600 vehículos (de acuerdo con un reporte de la Universidad de Guadalajara). 10.35 km de colectores explotaron, 19 km de drenaje, 98.230 m2 de pavimento, 9.2 km de redes de agua potable. Si se le pregunta a cualquier sobreviviente si cree en las cifras de muertos y desaparecidos, se reirá y dirá que fueron muchos más. Yo también así lo creo.
Referencias
Entrevista
Alvarado Valenzuela, J. Jesús, 27 de febrero de 2022.
Textos literarios
Ponce, Felipe y Jorge Orendáin (2002), Estela contra el olvido. 22 de abril / Literatura: poesía, narrativa, teatro, ensayo. Guadalajara: Arlequín. Disponible de forma gratuita aquí.
Otras referencias
Milenio.
UdGTV.
ZonaDocs.
ColJal.
El Informador.
Autorreferencial.