La mayor inspiración de AMLO es la supuesta edad de oro del PRI, entre 1952 y 1982, de Ruiz Cortines a López Portillo. Una época con crecimiento económico pero también antidemocrática, antipluralista, autoritaria, presidencialista, corrupta, en la que los principales beneficiados, después de los priistas, fueron los grandes empresarios.
La respuesta a esa pregunta pasa por las respuestas a otras dos: ¿qué es el político López Obrador? ¿Qué no es, por tanto, el actual presidente? Empecemos por lo que no es.
No es un hombre ni gobernante de izquierda. Es un oportunista y embustero. No es de izquierda liberal, socialista ni comunista. He publicado mucho sobre la cuestión y los invito a leerlo; este artículo, por ejemplo.
López Obrador tampoco es el salvador del pueblo por gracia de los programas sociales. Sencillamente, esos programas no resuelven la pobreza, son clientelistas y ni siquiera son tan grandes o amplios como dicen: el conjunto de programas, como tal, no cubre a ninguna mayoría, ni a la mayoría de mexicanos ni a la mayoría de pobres ni a la mayoría de los más pobres entre los pobres.
No es demócrata. Jugó estratégicamente —y nada más— dentro del régimen democrático que hoy intenta destruir. Jugó electoralmente en la democracia para obtener poder y llegar hasta una presidencia a la que intenta regresar a sus años de “esplendor” priista. Desde la década pasada ataca al régimen postransicional (o postPRI clásico, ciertamente defectuoso) para deslegitimarlo al punto de que la reacción forzada a la pérdida de legitimidad (y al deterioro que él mismo creó y crea) sea formar reglas que le acomoden individual y partidistamente, que se acomoden a su visión, maneras e intereses políticos. Sus ataques al IFE, primero, y al INE, después, son parte de una de las caras de su estrategia desde 2006: el fin es lograr y expandir El Poder, la estrategia es electoral, mediática y gubernativa, una de sus caras es no dejar de competir en elecciones para acumular gobiernos y otras posiciones del Estado, otra de las caras es atacar a las autoridades electorales para deslegitimar las elecciones hasta llegar a controlarlas, lo que permitiría conservar y expandir El Poder, con “Andrés Manuel” formalmente dentro o fuera de la presidencia. Los embates y mentiras contra el INE son evidencia de que este presidente no es un demócrata y de que fue —antes de ganar la presidencia en un proceso encabezado por el INE— un actor semileal a la democracia real. Estratégicamente semileal antes, casi absolutamente desleal hoy —absolutamente leal a su deseo de poder y a la imagen que ha inventado sobre sí mismo.
La intención no es ser agresivo sino preciso: hay que ser irremediablemente ingenuo o fundamentalmente idiota para creer que en este país puede haber elecciones democráticas sin un medio como el INE u organizadas por un gobierno de cualquier partido.
López Obrador tampoco es el salvador del pueblo por gracia de los programas sociales. Sencillamente, esos programas no resuelven la pobreza, son clientelistas y ni siquiera son tan grandes o amplios como dicen: el conjunto de programas, como tal, no cubre a ninguna mayoría, ni a la mayoría de mexicanos ni a la mayoría de pobres ni a la mayoría de los más pobres entre los pobres. Recomiendo buscar y revisar los trabajos estadísticos de Máximo Jaramillo sobre “la política social de la 4T”.
Eso no quiere decir, como cree Viridiana Ríos, que AMLO sea un libertario de izquierda; significa que aplica austeridad donde no debe, para engrasar al Estado donde el presidente quiere, persiguiendo el ideal no de un Estado mínimo izquierdista sino el de un Estado obradorista con miembros crecidos o menguados de acuerdo con lo que ÉL crea conveniente.
Entonces, ¿qué es López Obrador? Es un conservador autoritario y un reaccionario priista. Despojado de la retórica fanatizante y engañabobos, así como de gestos o lances intrascendentes o insustanciales, se revela que la mayor inspiración de AMLO es la supuesta edad de oro del PRI, entre 1952 y 1982, de Ruiz Cortines a López Portillo. Una época con crecimiento económico pero también antidemocrática, antipluralista, autoritaria, presidencialista, corrupta, en la que los principales beneficiados, después de los priistas, fueron los grandes empresarios. No hay estudioso serio que concluya otra cosa. Lázaro Cárdenas le interesa como figura de “el gran poder” (Luis González dixit) e imagen patriótico–nacionalista. Pero lo suyo, lo de AMLO, es el PRI clásico, el propiamente hegemónico y el típico de la mitología —que no presume de más al presidente con que comienza el nombre PRI, Miguel Alemán, presidente del 46 al 52.
El presidente López Obrador quiere regresar al autoritarismo priista, mas conservando por convicción y tanto como se pueda las prohibiciones sociales sostenidas triádicamente por el catolicismo, el PAN y el pragmatismo del PRI durante décadas, antes y después de la transición democrática (lo que también ha influido en la baja calidad del régimen democrático bajo amenaza). También conserva aguas neoliberales que refresquen sus ambiciones: la austeridad sectorial sistemática no es antineoliberal. Eso no quiere decir, como cree Viridiana Ríos, que AMLO sea un libertario de izquierda; significa que aplica austeridad donde no debe, para engrasar al Estado donde el presidente quiere, persiguiendo el ideal no de un Estado mínimo izquierdista sino el de un Estado obradorista con miembros crecidos o menguados de acuerdo con lo que ÉL crea conveniente.
Un sector de la izquierda latinoamericana gusta de usar una expresión para autorreferirse: nac & pop, con la que señalan que son nacionalistas y populares. En ese sector suele darse por sentado que López Obrador es, definitoriamente, nac & pop. Es su lectura superficial, dependiente de la retórica, lances y gestos obradoristas de los que hemos hablado; esos “observadores” se limitan al discurso o lo privilegian para concluir sobre el obradorismo y su jefe, en lugar de no limitarse al discurso ni ignorarlo para estudiar dichos, hechos y cómo están relacionados. Con ese estudio, el líder obradorista es algo distinto: priista con & pop. Priista conservador y populista. Populismo es el último ingrediente del licuado antiprogreso o antiDesarrollo que nos ofrece el presidente.
¿Qué significa defenderlo? Defender a López Obrador es, por todo lo anterior y sus implicaciones de gobierno,
—Defender el presidencialismo priista y sus mitos históricos, renovados y personalizados por y para “Andrés Manuel”.
—Defender el clientelismo como proxy de la política social.
—Defender la corrupción de siempre y la impunidad de Enrique Peña Nieto. Pero, claro, con más hipocresía que nunca. En esto sí creo que nadie en la historia de México le gana a López Obrador: no tengo evidencia de un presidente que (in)moralmente se haya autoelogiado más que él —López de Santa Anna no tenía a su alcance tantas herramientas y oportunidades para elogiarse pública y mediáticamente.
—Defender la austeridad donde debe haber más inversión pública–estatal.
—Defender el conservadurismo y la injusticia fiscales en favor de empresarios como Carlos Slim y Ricardo Salinas Pliego. Si no hay reforma tributaria, se conserva lo que hay, que es lo que había, y eso era y es injusto porque favorece a los más ricos que no pueden “tirar la primera piedra”. Por eso AMLO tampoco puede tirarla, ni popular ni antineoliberalmente.
—Defender el enorme negocio del partido “verde” y sus “claves” para sobrevivir como tal. Les recuerdo: el partido “verde” estuvo con el presidente Peña y está con el presidente López Obrador y su partido Morena.
—Defender los más de 600,000 muertos de la pandemia que no son el resultado natural e inevitable.
—Defender la conservación de la conservadora prohibición de drogas. Con lo que lleva de corrupción…
—Defender la burla y el insulto al feminismo.
—Defender las contradicciones más absurdas, taradas y repugnantes. Las contradicciones que encarnan edecanes de partido como John Ackerman, Antonio Attolini, Jorge Gómez Naredo, los moneros chamuqueados y tantos más. Esos que ahora tragan sapos de un menú que va de Slim a López Mateos.
Defender a López Obrador es defender todo eso, entre otras cosas…
Los obradoristas no podrán vencer al registro histórico e historiográfico. Porque la gran mayoría de los hechos están en su contra. Es la mayoría de la evidencia en más de tres años de poder obradorista. Y nada apunta a que su líder vaya a cambiar para mejorar. De hecho, cada vez se le ve en peor estado psicopolítico. No podrán salvarlo historiadores “comprometidos” por partida doble como el doctor Pedro Salmerón, derrotado por políticos morenistas, políticos de oposición, periodistas, intelectuales, tuiteros y taqueros, no sólo por sí mismo. Por lo que, concluyendo, defender a López Obrador significa también hacer el ridículo histórico. ®