AMLO no es de izquierda

Nueva demostración de una falsedad

El presidente, que es un pésimo orador pero un gran hablador, siempre habla de sí mismo como un héroe democrático y como liberal, progresista e izquierdista. Nada más falso que eso.

Visita del dictador Maduro y su esposa al presidente electo, diciembre de 2018.

Los fanáticos obradoristas creen que López Obrador es La Solución porque creen que es de izquierda. Algunos de ellos tienen intuiciones o sentimientos izquierdistas pero no razones empíricas de izquierda sobre AMLO, y muchos otros ni siquiera saben qué es la izquierda y cuáles son sus tipos —confunden todo, por ejemplo, con el nacionalismo y hasta con el simple patrioterismo.

Otros obradoristas no son fanáticos sino oportunistas. Simplifican y extreman la retórica para expresar convenientemente una lealtad debida a necesidades y cálculos políticos: quieren poder y están, bajo la forma requerida, con el mayor poder actual. En este subgrupo todos son políticos profesionales y algunos son —o eran— de izquierda; pero en primer lugar son políticos: primero hacen lo que creen que tienen que hacer en la lucha por el poder, ahora desde el poder y para el poder. Por su parte, los fanáticos antiobradoristas creen que López Obrador es El Problema porque creen que es de izquierda. Estos segundos fanáticos son todos de derecha y no son lo mismo que todos los críticos del presidente y el obradorismo. Ninguno de los fanatizados, ni nadie más, ha demostrado que el objeto del fanatismo sea un gobernante de izquierda.

Nuestro presidente, que es un pésimo orador pero un gran hablador, siempre habla de sí mismo como héroe democrático y como liberal, progresista e izquierdista. Es otra falsedad. Aun cuando hay tres años de evidencia cargada contra la idea de que “AMLO es la izquierda mexicana” no suele entenderse que López Obrador no está empeñado en una transformación socialdemocrática sino perdido en el intento triple de conservar el poder, aumentar el poder y dictarle a la Historia cómo debe recordarlo, para lo que usa muchos medios, entre ellos medios priistas, autoritarios varios, derechistas y populistas. Hay que insistir por enésima vez. Empecemos revisando la militarización.

Aun cuando hay tres años de evidencia cargada contra la idea de que “AMLO es la izquierda mexicana” no suele entenderse que López Obrador no está empeñado en una transformación socialdemocrática sino perdido en el intento triple de conservar el poder, aumentar el poder y dictarle a la Historia cómo debe recordarlo.

Un aniversario más del inicio de la Revolución Mexicana y la conmemoración termina por ser un torneo de flores políticas. El secretario de la Defensa Nacional, con el uniforme repleto de medallitas de recuerdo bananero, se excedió. ¿Por qué? Porque la ocasión no era “La marcha de la lealtad” y porque sus palabras no refirieron al formal Jefe de Estado en turno sino al jefe partidista de un gobierno en un contexto de gran polarización sociopolítica por los desacuerdos sobre el proyecto de tal gobierno. El “proyecto de nación” de López Obrador, por el que abogó el general Sandoval, es un proyecto sobre el país, no es el proyecto de “la nación”; es un proyecto gubernamental respecto del Estado, no es el proyecto del Estado mexicano. El presidente continuó lo que está haciendo: comprar —o rentar— el respaldo acentuado del Ejército. Así ha causado un exceso de presencia militar en el Estado. Véase el Inventario Nacional de lo Militarizado publicado por el CIDE. Buscando más obediencia para sí mismo, el presidente está provocando una colonización militar de mucho de lo que no debe ser militar, y eso es un muy mal precedente. Por ejemplo, algunos sabemos que no sabemos todo lo que pueden llegar a creer y desear los militares que hoy se forman oyendo día tras día que nadie sirve excepto AMLO, los militares y quien diga AMLO. AMLO es, por tanto, un irresponsable.

Muchos repiten el dicho “el Ejército obedece”; algunos quieren decir “está para obedecer y debe seguir obedeciendo a mi Andrés Manuel”, pero otros quieren defender al Ejército. Lo dicen como si fuera muy buen argumento para la circunstancia. El problema no es en sí que obedezca, es lo que obedece, por lo que se critica sobre todo al que ordena, ¡que es a quien defienden algunos de quienes defienden al Ejército con base en su obediencia! Y eso no quita de la realidad que uno de los obedientes —que en general deben obedecer— se haya excedido preocupantemente en un discurso.1

Asimismo, y especialmente para nuestro tema, debe decirse que la militarización obradorista no corresponde a la esencia igualitaria de la izquierda. El exceso de uso y de confianza en el Ejército es propio de incautos como Panchito Madero o de gobernantes autoritarios, lo sean de origen y desempeño o sólo por este último. El problema es el exceso. Y éste suele corresponder a la derecha, pues da prioridad al orden por sí mismo y su conservación. No es imposible que haya relaciones estrechas entre izquierdas y fuerzas armadas regulares pero no es lo esencial, ni lo común, ni lo mejor, ni estamos en un caso como el de Portugal en los setenta.2

¿De dónde salieron los Zetas? ¿Quién fue el general Gutiérrez Rebollo? Y ahí están las acusaciones no aclaradas contra los generales Cienfuegos, en esta década, y Arévalo Gardoqui, en la década de los ochenta.

Además, hay que recordarlo ante la falaz simplificación presidencial, el Ejército mexicano no es incorruptible. No es cierto que todos los militares lo sean —incorruptibles— por ser militares. Ni casi todos. Obedeciendo reprimieron anteayer, obedeciendo hicieron la guerra al narco ayer, obedeciendo “le bajaron” a esa guerra hoy, también hoy hacen “de todo”, pero desobedeciendo —e inevitablemente por “la guerra” misma— no pocos han sido corrompidos por el dinero narco, de generales para abajo, en todos los momentos. ¿De dónde salieron los Zetas? ¿Quién fue el general Gutiérrez Rebollo? Y ahí están las acusaciones no aclaradas contra los generales Cienfuegos, en esta década, y Arévalo Gardoqui, en la década de los ochenta.

Hablando de militarización y conservadurismo, un punto de reunión es precisamente la llamada guerra contra el narco, que es para empezar una “guerra” jurídica contra las drogas. López Obrador ha mentido una y mil veces sobre el fin de “la guerra”. Veamos por qué: ¿las drogas que eran ilegales ya fueron legalizadas? No. Entonces se conserva la Prohibición conservadora. ¿Los militares ya no hacen nada contra las drogas ilegales y sus traficantes? No. Sigue “la guerra”. Yerran quienes creen que sólo hay una alternativa debida o válida entre dos alternativas vistas como las únicas posibles —mantener la Prohibición y permitir a los militares que hagan todo y cualquier cosa contra los narcos, o mantener la Prohibición y ordenar que los militares no hagan nada contra los narcos—; es no entender lo que ha pasado —y en algunos casos fingir no entender—. Otro que no entiende es el presidente.

No entiende sobre esos temas y es socialconservador, o no es de izquierda ni liberal; de ahí la campaña mediática “contra las adicciones” que hace su gobierno. En el peor de los anuncios de esa campaña se dice que bajo el efecto de las metanfetaminas los nazis iniciaron la Segunda Guerra Mundial… En realidad, la iniciaron bajo los efectos del nacionalismo y de un nacionalista. Pero eso no conviene decirlo… Por ignorancia, por descuido de las palabras sobre factores y vínculos causales o por manipulación ideológica, el anuncio sugiere que unas drogas fueron la causa de la guerra, que verdaderamente fue causada en primera instancia por la ambición de Hitler y el extremismo nacionalista. Toda la campaña obradorista “antiadicciones” recurre a exageraciones, deformaciones y confusiones; recurre al miedo, no a la información para pensar, intenta asustar, no prevenir con respeto a la libertad y la verdad. Es, pues, un artificio de derecha antiliberal.

Toda la campaña obradorista “antiadicciones” recurre a exageraciones, deformaciones y confusiones; recurre al miedo, no a la información para pensar, intenta asustar, no prevenir con respeto a la libertad y la verdad. Es, pues, un artificio de derecha antiliberal.

Lo militarizado y lo conservador relacionado no agotan el argumento. Y no sólo es que a los aumentos al salario mínimo se los esté comiendo la inflación… López Obrador nunca propuso y no ha hecho nada por lograr algo como la Renta Básica. Su reacción económica a la pandemia no fue keynesiana, fue indolente, y crecieron las enormes pobrezas, resultado confirmado por el Coneval. Una inversión pública de 2.5% del PIB y menos gasto en salud ¿cómo pueden ser de izquierda? Por no decir nada sobre la falta de apoyo a educación y ciencia, si se hablara de una izquierda ilustrada. Tampoco tiene una política social no clientelar. Sus “programas sociales” no son reconocimiento y apoyo al ejercicio de derechos sino intento de ampliar y solidificar  una base socioelectoral; el intento de propagar el obradorismo, promoviendo la figura del presidente. El programa “Sembrando Vida” no es reforestación rooseveltiana ni expresión de un Estado de Bienestar, y no está exento de conflictos de interés. Y ya que hablamos de árboles, apuntemos: actualizado el progresismo respecto al cambio climático, no resulta progresista construir una refinería petrolera. Hoy no hay progresismo completo si no es verde.

Regresando a lo socialconservador, contrastando con el progresismo, siempre hay que repetir que el presidente se opone hipócrita y cobardemente a la legalización del aborto. ¿No se opone? ¿Lo apoya? ¿Ha enviado alguna iniciativa legalizadora al Congreso? ¿Hizo algo a favor de la medida cuando gobernó la capital? ¿O alguien se atreverá a decir que AMLO no apoya el aborto porque su legalización es conservadora y de derecha? ¿O que este presidente sólo es neutral por respeto a la religión del pueblo? No es eso —y AMLO también es religioso—, pero si lo fuera tampoco sería progresista: protegería prácticas tradicionales atrasadas, machistas y antilibertad. Pero se trata de otra cosa… López Obrador es “mocho”. Conservador sobre asuntos sociales. Y antifeminista. Ni liberal ni progresista. Por eso también se opone a la legalización del matrimonio civil igualitario. Y por eso pudo aparecer dentro de su gobierno un “código” contra los tatuajes y las ropas de tentación…

Véase esta secuencia: el día 3 de septiembre de este año escribo que AMLO y Julen Rementería se oponen al aborto, lo que es uno de los puntos de contacto ideológico entre los dos, independientemente de sus diferencias en la lucha por el poder; poco tiempo después la Suprema Corte declara la inconstitucionalidad de la penalización del aborto, y al día siguiente, dándome la razón, López Obrador no celebra la decisión de la Corte ni la apoya de otra forma, poniendo como pretexto “la investidura”. Vaya, esa investidura es la cosa más frágil y a la vez más poderosa para el presidente. ¡Magia política! Dependiente de la fe obradorista. Igual: hoy no hay progresismo pleno y cabal si no es rosa.

El presidente dizque socialista–comunista no critica sino apapacha a los Slim y Salinas Pliego. Slim está muy tranquilo a pesar de su contribución al desastre de la Línea 12 del Metro. Salinas Pliego goza presumiendo su riqueza extrema. López Obrador ataca una y otra vez al pequeño monstruo de paja apodado “clase media”, pero a los ricos extremos ni les ladra ni los muerde.

Y ahora regresemos a lo económico. El presidente dizque socialista–comunista no critica sino apapacha a los Slim y Salinas Pliego. Slim está muy tranquilo a pesar de su contribución al desastre de la Línea 12 del Metro. Salinas Pliego goza presumiendo su riqueza extrema. López Obrador ataca una y otra vez al pequeño monstruo de paja apodado “clase media”, pero a los ricos extremos ni les ladra ni los muerde. Aunque sea criticable la clase media, en ella no está el Mal económico de México, está en los ricos extremos y en lo que los causa. Y una de esas causas es la estructura fiscal. Por lo que una de las soluciones al problema —el problema de la desigualdad extrema y sus efectos políticos contra la democracia y la libertad mayoritaria— es una Reforma Fiscal. Reforma que no es la “miscelánea fiscal” que se acaba de aprobar. Reforma que no ha hecho López Obrador, que nunca ha intentado, ni siquiera propuesto. Lo que se les olvidó por dos años, más o menos, a Viri Ríos y pseudoequilibrados parecidos. Es otra fantasía del (es)pejismo: cancelar el neoliberalismo sin desneoliberalizar los impuestos. El caso del presidente AMLO sería el caso más extraño y maravilloso, único en el mundo y la Historia como todo lo que él hace, el caso de lograr la desneoliberalización de toda la economía nacional sin cumplir con una de las condiciones necesarias para desneoliberalizar. Lo repito una vez más: López Obrador tuvo al inicio de su gobierno el poder y la oportunidad para hacer una reforma fiscal progresista pero optó por el pleito de Texcoco, es decir, le quitó un aeropuerto a unos ricos para mandar un mensaje político–presidencialista en vez de usar los números y el momentum para aprobar en el Congreso nuevas tasas fiscales justas contra la desigualdad y la riqueza extremas. Por tirar el aeropuerto de Texcoco, además, se pagaron indemnizaciones multimillonarias y las ganancias del nuevo aeropuerto de Santa Lucía serán beneficio principal del Ejército. “AMLO es un ejemplo contra la desigualdad”, dice el expresidente colombiano Ernesto Samper, del inútil Grupo de Puebla, pero miente diplomáticamente o no entiende lo que pasa en México. ¿Qué pasa? Otro capitalismo de cuates, no de izquierda. No se puede destruir el capitalismo, se puede desneoliberalizar e izquierdizar de distintas maneras y en distintos grados. Nada de eso ha pasado aquí.

“¡Y lo que dijo en la ONU!”, puede gritar un creyente. Ay, la fe. La falta de realismo. La falta de entendimiento. Eso que dijo en la ONU sobre una “contribución” de los mil más ricos y las mil empresas más grandes significa esto: “ir contra los ricos extremos, eso que lo hagan otros internacionalmente, como sé que no depende de mí [ni de la ONU] y lo más probable es que no me hagan caso, vamos a decirles que ellos deben hacer eso de lo yo que ni siquiera hablo en México”. Es un FARSANTE. López Obrador nunca, jamás, en tres años, ha creado, intentado, propuesto ni mencionado ningún impuesto a la riqueza extrema dentro del país en el que puede decidir. No hay forma más clara y sencilla de decirlo. Pero quienes viven en la contradicción permanente entre dichos y hechos no podrán entender ni así…

López Obrador nunca, jamás, en tres años, ha creado, intentado, propuesto ni mencionado ningún impuesto a la riqueza extrema dentro del país en el que puede decidir. No hay forma más clara y sencilla de decirlo. Pero quienes viven en la contradicción permanente entre dichos y hechos no podrán entender ni así.

Añadamos algo contra la creencia en la palabrería (es)pejista. Con un ejemplo de otro capitalismo de cuates, autoritario, simulador y que provocó y sostuvo una gran desigualdad, el capitalismo priista. Ese sistema producía y se reproducía con políticos como Javier Rojo Gómez. Se trata del fundador de uno de los mayores grupos caciquiles del PRI, el Grupo Huichapan o de los hidalguenses, quien fue jefe del Departamento del Distrito Federal en el gobierno de Manuel Ávila Camacho y secretario general de la Confederación Nacional Campesina bajo la presidencia de Adolfo López Mateos, donde fue (en la CNC priista) el primer padrino político de un futuro político millonario llamado Manuel Bartlett. Ya es una obviedad: el político Rojo Gómez no era ni campesino ni luchador social ni demócrata de izquierda. Y este priista, que endurecía o radicalizaba su discurso según la coyuntura político–partidista, alguna vez “propuso duplicar los impuestos [a los capitalistas], de veinte a cuarenta mil millones de pesos anuales, de acuerdo con una tasa semejante a la de los países más desarrollados, el 20% sobre el producto nacional” (Moisés González Navarro, La CNC en la reforma agraria mexicana, El Día, 1985, p. 187). La “propuesta”, mucho más radical que la de López Obrador en el Consejo de Seguridad de la ONU, apareció casi al final del periodo de Rojo Gómez en la CNC, y sobre todo: ni fue sincera ni llegó a ningún lado. Palabrería. AMLO contra la desigualdad: palabrería.

Viven en el error casi absoluto los fanfarrieros pejistas y los adversarios derechistas: lo que hace fiscalmente AMLO es conservación neoliberal. Por eso, y por todo lo anterior, no es un gobernante de izquierda. No, esto que sufrimos no es ninguna izquierda. Ni izquierda marxista–revolucionaria ni reformista–progresista ni democrática–liberal ni comunista ni de socialismo alguno, ni es simplemente izquierda autoritaria. Con ésta coincide AMLO en lo autoritario, no en la izquierda —pero sobre eso ya habrá tiempo para detallar. ®

Notas
1 Por lo demás, la bipolar y esquizofrénica defensa del Ejército por parte de quienes defienden al presidente me recuerda lo que un exdirector de la CIA, William Colby, le dijo a Oriana Fallaci: “No es la CIA quien decide; quien decide es el presidente. No olvide que en cada una de esas operaciones la CIA está al servicio del gobierno, sigue sus instrucciones. A veces, éstas son aceptables, y, a veces, no. Pero la CIA, cualquiera que sea el caso, las observa con rigor”. Vea el formidable intercambio entre Fallaci y Colby en el justamente célebre libro Entrevista con la Historia. Colby pretendió defender a la CIA y al presidente gringo apuntando, como si fueran justificaciones absolutas, que la CIA sólo obedece y el presidente es el presidente. Los fanáticos pejistas defenderían a la CIA, por cualquiera cosa, si fuera mexicana bajo las órdenes de López Obrador.
2 En los años setenta del siglo pasado hubo en Portugal una transición a la democracia pactada entre los militares del Movimiento de Fuerzas Armadas —previo golpe de Estado suyo— y partidos políticos. El Partido Socialista, liderado por el notable Mario Soares, tenía una relación útil con el general Melo Antunes; los maoístas simpatizaban con el general Otelo Saraiva; el caso extremo fue el de los comunistas: el Partido Comunista era liderado por Alvaro Cunhal, aliado del general Vasco Goncalves, quien fue primer ministro y sobre el que Cunhal ejercía mucha influencia. El líder comunista quería que la transición no fuera democrática sino una verdadera revolución marxista con la que se destruyera (o no terminara de construirse— el régimen basado en elecciones; su proyecto era el comunismo por medio inicial de un militar. AMLO no es Cunhal —ni Soares— y Luis Crescencio Sandoval no es Goncalves.

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Publicado en: Política y sociedad

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