Frankenstein priista

La enferma creación de un enfermo de poder

Ninguno de los defensores obradoristas ha logrado demostrar, con hechos e ideas congruentes, con razones reales y datos empíricos suficientes, que López Obrador y su gobierno sean de izquierda, tampoco que se trate de un buen gobierno ni que medidas como la militarización no existan y no sean un riesgo.

Ilustración de la edición inglesa del libro de Mary Shelley en e–pub. Eireann Press.

Hay tres grandes ámbitos sobre los que decide e impacta un gobierno: el político, el económico y el social. De lo que ha hecho y por tanto es el obradorismo en esos ámbitos surge una figura monstruosa. Una bestia difícil de controlar y difícil de matar. Es un monstruo que pertenece a la familia del PRI. Éste fue por décadas 1) un régimen autoritario con un sistema de gobierno hiperpresidencialista y un partido hegemónico, en lo político; 2) un capitalismo de cuates con mucha corrupción y sin Estado de Bienestar, en lo económico, y 3) una enfermedad corporativista, en lo social. Algo muy parecido es lo que López Obrador ha logrado en algunos aspectos o intenta lograr en otros.

Políticamente, el gobierno y el movimiento de AMLO no han podido destruir al INE pero lo atacan constantemente con la esperanza de suprimirlo o al menos controlarlo; atacan también a los legisladores opositores, a todos los opositores y al resto de órganos constitucionales autónomos, no por ser necesariamente neoliberales sino por ser autónomos o, más precisamente, no obradoristas; e intentan llevar hacia la presidencia–López Obrador todo el poder posible, todo el que se pueda arrebatar de una forma u otra a los demás actores y organizaciones del Estado. Todo ello significa que el obradorismo a) quiere que Morena sea hegemónica en un sistema con elecciones partidistas —organizadas por su partido para beneficio de su partido— en lugar de la situación de partidos compitiendo democráticamente en elecciones libres y apartidistas; b) es antidivisión de poderes e hiperpresidencialista, y c) intenta instaurar un régimen autoritario, que sería el arreglo institucional que cumpla sin pluralismo ni democracia las funciones de sistema electoral, sistema de gobierno y sistema de partidos. AMLO y el obradorismo son el PRI sistema pero con más populismo, y no actualmente como resultado sino como intención, intento y “borrador” en proceso. Son ese intento autoritario con una alianza militarista. En ese sentido, López Obrador es priista y al mismo tiempo peor.

El partido hegemónico no sacó orgullosa y expansivamente a los militares para tareas normales o verdaderas de seguridad pública. Esto último es exactamente lo que hace López Obrador. Y cuando menos parece que les ha permitido a los militares empezar a hacer política en público con uniforme a través de su gobierno. El PRI, evolucionando desde los militaristas PNR y PRM, no fue militarista ni antimilitar. López Obrador ha impuesto a sus fanáticos y a su gobierno ser militaristas y no sólo no ser antimilitares.

Sobre el nudo militar, hay que precisar: no es que el PRI no tuviera alianza con los militares, la tenía, pero el PRI ya hegemónico no era exactamente militarista. Porque era la posrevolución, el partido era el hegemón, no el ejército, que lo había sido, con sus caudillos, durante el último tramo de la Revolución y al inicio del régimen posrevolucionario. El PRI no aisló a los militares de la política sino que los obligó a hacerla en otro papel y de otro modo; para hacerla en público tendrían que hacerla sin armas, sin uniforme y por medio del PRI (o el PARM, satélite priista fundado por militares), y no ocuparían de nuevo la presidencia de la república. Además, el partido hegemónico no sacó orgullosa y expansivamente a los militares para tareas normales o verdaderas de seguridad pública. Esto último es exactamente lo que hace López Obrador. Y cuando menos parece que les ha permitido a los militares empezar a hacer política en público con uniforme a través de su gobierno. El PRI, evolucionando desde los militaristas PNR y PRM, no fue militarista ni antimilitar. López Obrador ha impuesto a sus fanáticos y a su gobierno ser militaristas y no sólo no ser antimilitares. Similitudes y diferencias, filiación y empeoramientos…

Económicamente, las decisiones obradoristas corresponden al capitalismo, como es obvio para cualquier mente no dogmática. Y no es un capitalismo progresista —el de las izquierdas que dentro del armazón capitalista usan tipos de mecanismos estatales y tipos de mercado para producir o elevar el progreso material de la mayoría, transformando la economía en un tipo mejor de capitalismo—, se trata de una variante del capitalismo de cuates. En este capitalismo, además de existir propiedad, iniciativa y ganancia económicas privadas como en todo capitalismo, un fragmento del empresariado se vuelve fundamental hasta ser privilegiado: los empresarios amigos del poder. Los que eran amigos del ahora más poderoso o que se convierten en sus amigos cuando alcanza el poder. Bajo el cuatismo capitalista el Estado o en su caso el gobierno principal centran la supuesta “estrategia de desarrollo” en la asociación de cuerpos gubernamentales y privados. Con todo lo que eso puede llevar de corrupción. Incluso algunos de los empresarios cuates pueden llegar a tener representación partidista en el Estado, como los casos morenistas de Patricia Armendáriz, Jaime Bonilla, Carlos Lomelí, etcétera.1 El resultado no es la coordinación público–privada del modelo escandinavo, una coordinación democrática centrada en el bienestar social con libertad individual, sino la coordinación entre un gobierno/partido/grupo político y un conjunto de empresas y empresarios privilegiados. El bienestar que crean y aumentan es el de esos políticos y esos empresarios, bienestar en forma de dinero, poder e influencia de ambas partes en los dos ámbitos. Eso es la economía política obradorista.

Género económico: capitalismo; especie: capitalismo de cuates; subespecie: priista neoliberal–populista o populista de derecha. Ésa es la complejidad de la realidad verdadera, con todo y la paradoja de que una mente simplista como la de AMLO no deje de producir en el poder y por el poder tal complejidad.

Economía política y por tanto política económica, acompañada de neoliberalismo e indiferencia tapada con discurso: la misma política fiscal de los gobiernos precedentes, el T–MEC, negligencia de políticas públicas frente al verdadero problema de pobreza y desigualdad, condena retórica a todo lo anterior, y “nacionalismo energético”. Género económico: capitalismo; especie: capitalismo de cuates; subespecie: priista neoliberal–populista o populista de derecha. Ésa es la complejidad de la realidad verdadera, con todo y la paradoja de que una mente simplista como la de AMLO no deje de producir en el poder y por el poder tal complejidad. Y es igual a decir que AMLO no es un presidente para el pueblo y sí un presidente —presidencialista— cuya preocupación esencial es el poder, como el PRI pero más hipócrita.

Socialmente, el obradorismo es algo que está dentro del punto anterior y se relaciona con el primero: clientelismo. Clientelismo como “política social” y como mecanismo social, es decir, como política (policy) económico–social y proceso–resultado de control sociopolítico. El punto donde lo político obradorista se une a lo económico y social. Y en lo social relativo también vive lo conservador: la “mochería” de un López Obrador que nunca ha hecho y ni siquiera dicho nada en pro de las legalizaciones progresistas, de las que he hablado en muchas ocasiones anteriores. La “política social” del presidente AMLO es una política económica —uso de recursos presupuestarios federales— con fines directamente políticos y electorales. Medios políticos y económicos para fines sociales secundarios y fines de poder principales. Lo que el PRI clásico hacía por corporativismo, el obradorismo lo hace por “programas sociales”: el clientelismo: controlar gente, en general, y votantes, en particular, haciéndolos sus clientes o dependientes económicos y luego culturales. Por eso, el obradorismo de la vida real es un PRI más mojigato. Clientelismo y conservadurismo social. Una mezcla que vista desde el progresismo se puede resumir con una expresión: un asco.

Lo que el PRI clásico hacía por corporativismo, el obradorismo lo hace por “programas sociales”: el clientelismo: controlar gente, en general, y votantes, en particular, haciéndolos sus clientes o dependientes económicos y luego culturales. Por eso, el obradorismo de la vida real es un PRI más mojigato. Clientelismo y conservadurismo social.

¿No es cardenista socialmente López Obrador? No. El cardenismo provocó, entre otras cosas, una gran movilización de masas con referencia a sus intereses cotidianos, incluyendo muchas huelgas; el obradorismo moviliza clientes electorales a la voz del líder y no siempre masivamente, como se vio en las “consultas populares” para “enjuiciar a expresidentes” y sobre “revocación de mandato” —aquí las comillas son sólo para señalar que ninguna de esas cosas era el significado y el propósito de los procesos involucrados.

La conclusión global es una, en breve: Andrés Manuel López Obrador es un doctor del priismo haciendo que viva e intentando que perviva un monstruo priista que en más de un aspecto es peor que el PRI clásico. El Frankenstein obradorista.

Post scriptum

José Revueltas llegó a firmar que Lázaro Cárdenas “no se sitúa en la historia como lo que él mismo se creía ser: un caudillo de las masas campesinas e indígenas”.2 ¡¿Qué no diría sobre AMLO?! Si eso no fue Cárdenas, ¿qué no sería López Obrador?

Todo lo obradorista duro, lo del torpazo Gómez Naredo, de las caricaturas que son Hernández y El Fisgón, del mediocre Pedro Miguel, el bufonazo Jairo Calixto, el payasito Attolini, el cobardito Mendieta, el plagiario e ignorante Mejía Madrid, el perdido Gómez Bruera y tantos más, lo han reducido ellos mismos al vasallaje, la mentira hasta el absurdo, la descalificación por sistema y la contradicción más bruta. Forman un delirio colectivo.

Ninguno de los defensores obradoristas ha logrado demostrar, con hechos e ideas congruentes, con razones reales y datos empíricos suficientes, que López Obrador y su gobierno sean de izquierda, tampoco que se trate de un buen gobierno ni que medidas como la militarización no existan y no sean un riesgo. Prácticamente todo lo que dicen sobre el presidente es ficticio, imaginario, irreal, falso, literario en el peor sentido. La realidad es otra. AMLO no es lo que dicen sus paleros ni lo que él cree ser. Tres ejemplos entre tantos: ¿qué empieza a pedirse desde la peor derecha chilena? “Los militares a la calle sin complejos”. Lo que hace López Obrador. ¿Qué propone el diputado argentino Javier Milei, derechista “libertario” (libertarian, pseudoliberal)? “No subir ni crear ningún impuesto”. López Obrador no sube ni crea los impuestos que debería subir y crear. Lo que beneficia a los más ricos. ¿A quiénes no perjudicó ni perjudica, como categoría socioeconómica, la cancelación del aeropuerto de Texcoco? A ellos, a los más ricos.3 Todo lo obradorista duro, lo del torpazo Gómez Naredo, de las caricaturas que son Hernández y El Fisgón, del mediocre Pedro Miguel, el bufonazo Jairo Calixto, el payasito Attolini, el cobardito Mendieta, el plagiario e ignorante Mejía Madrid, el perdido Gómez Bruera y tantos más, lo han reducido ellos mismos al vasallaje, la mentira hasta el absurdo, la descalificación por sistema y la contradicción más bruta. Forman un delirio colectivo. La “cuarta transformación” es la gran masturbación. La gran masturbación moralina. Los masturba —lo ven y los beneficia— un grillo que monta un animal malamente híbrido, enfermo en el presente y enfermo de pasado. Sus nombres lo pagarán. ®

Notas

1 Cuates obradoristas, esto es, cuates político–económicos del presidente son empresarios paradigmáticos de la desigualdad mexicana como Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego y Germán Larrea, seguidos por otros “segundones” como Alfonso Romo. Aquí, bajo el obradorismo, los más ricos de antes siguen siendo los más ricos, y en los mismos niveles, por lo que 1. no es cierto que sólo los funcionarios del gobierno y su partido sean ricos; 1.1 la acusación de economía “comunista real” o “chavista socialista del siglo XXI” es falsa e idiota, y 1.1.1 el desempeño económico obradorista no es progresista ni de izquierda. Véanse en Replicante mis artículos anteriores sobre el tema.
2 “Conversación con José Revueltas”, en Cárdenas y la izquierda mexicana, de Arturo Anguiano, Guadalupe Pacheco y Rogelio Vizcaíno, México: Juan Pablos Editor, 1975, pp. 233–234.
3 Cfr. Luis Guillermo Woo, “Las consecuencias del pecado original: costos económicos y distributivos de la política populista en México”, CEEY, próxima publicación.

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Publicado en: Política y sociedad

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