SOBRE FADANELLI Y UNAS PLAGAS

De la literatura a la todología

No son pocos los literatos no intelectuales a los que por sus pretensiones y consecuentes acciones públicas es conveniente llamar “escritores-intelectuales”. El escritor como “intelectual público” poco o nada responsable argumentativa, ética, crítica y democráticamente; el “intelectual público” común. Figura que, dicho sea de paso, no solamente existe en las democracias, también en ciertos autoritarismos, como el mexicano del siglo XX del PRI.

Fadanelli

Indudablemente, existe —dicho con Rogelio Villarreal— el “esnobismo del escritor [pretendidamente] omnisapiente que cree que puede hablar impunemente de todo”, literalmente todo. Y no sólo lo cree: lo hace, en lo público-mediático y no necesariamente de manera literaria. Es el “escritor-intelectual” (no todos los escritores, o literatos, son intelectuales, pues no todos trabajan preferentemente con el intelecto; no todos los intelectuales son novelistas o poetas. Por cierto, no son pocos los literatos no intelectuales a los que por sus pretensiones y consecuentes acciones públicas es conveniente llamar “escritores-intelectuales”). El escritor como “intelectual público” (no todos quienes trabajan con la cabeza tienen vida pública como tales) poco o nada responsable argumentativa, ética, crítica y democráticamente. El “intelectual público” común; figura que, dicho sea de paso, no solamente existe en las democracias, también en ciertos autoritarismos, como el mexicano del siglo XX del PRI; pero en aquéllas su presencia es mayor y mejor, en términos de derechos y libertades: las democracias pluralizan auténticamente la existencia de esa figura y la sostienen —frecuentemente, sin que el sistema democrático, que es más que un gobierno o que el desempeño de la clase política en un momento, reciba mucho de algo bueno a cambio, como defensas ético-racionales e históricas necesarias, no dogmáticas o ciegas ni idealistas, o como críticas, incluso propuestas, sustentadas empíricamente e igualmente aprovechables, no descalificaciones ideológicas ni ataques retóricos con fines político-partidistas o con generalizaciones/particularizaciones falsas o extrapolaciones inadecuadas. En general, esto último es posible y permitido, hasta favorecido, por la propia democracia realmente existente.

Guillermo Fadanelli es ya un escritor famoso. Independientemente de su nueva fama, es, para mí, un buen novelista. He leído y disfrutado algunas de sus obras literarias. Pero, si bien lo respeto como literato y no me atrevería a publicar crítica literaria sobre él, su faceta (reciente) de “escritor-intelectual” me resulta muy criticable; de hecho, lo vuelve públicamente criticable por mí como practicante de una ciencia social. El problema es que Fadanelli nos dé —haya dado, vaya a dar— textos como “Las tres plagas”, publicado en el diario El Universal, en el que hace unas afirmaciones falsas y otras ligeras y ofuscadas que deberían ser revisadas. Veamos. (Me concentro en ese artículo, sobre todo por el tipo de espacio que es éste, pero no es la única publicación no literaria de Fadanelli que puedo criticar analíticamente. Se equivocaría quien crea que esta crítica es demasiado exigente tratándose de un “texto de periódico” escrito por alguien que no es analista sociopolítico profesional. Primero, los diarios no son cualquier cosa, mucho menos si son “nacionales”, y siguen siendo el medio de expresión regular de los “intelectuales públicos”. Segundo, el hecho de publicar en un diario no da licencia para ser impreciso, falto de rigor o poco claro, todo ello en relación con hechos y lenguaje; tampoco significa que se tiene que serlo o que no se puede sino serlo. Quizá el hecho en cuestión explique las faltas, en algunos casos, pero no las justifica. Los textos breves no son confusos, ni laxos ni oscuros por definición o naturaleza. Las limitaciones que impone ese medio escrito-impreso son cuantitativas, no cualitativas: cuánto es posible escribir, no qué se escribe y cómo se escribe. El articulista debe ser tan cuidadoso y detallado, otra vez en lo que hace a palabras y datos, como sea posible en el marco de la escasez espacial. ¿O no hay ninguna obligación, no relación de obediencia, para con los lectores? Tercero, una pregunta relacionada: ¿podría yo decir con validez “esto es sólo una entrega de una columna en una revista cultural ahora digital, así que al carajo con la precisión, el rigor y la claridad todas, diré sobre Fadanelli y su trabajo lo que se me ocurra”? No. Cuarto, Fadanelli no es científico social. ¿Y eso no tiene que ver con mi punto básico?)

“Se puede decir que soy un relativista…” Mejor: es lo que Fadanelli puede decir. Pero si eso dice, así, sin adjetivo, en realidad está diciendo nada. ¿Relativista en qué, sobre qué? ¿Qué tipo de relativista? No hay sólo un relativismo; ser relativista no significa o implica lo mismo en todo ámbito. Adivino lo que querría decir, pero… ¿también la mayoría de sus lectores? ¿Es improbable, o hasta imposible, que esos lectores se confundan o no destierren una confusión y terminen “rebotando” en posiciones equivocadas como las “absolutamente relativistas” (relativismo con respecto a todo) o “absolutamente absolutistas” (absolutismo con respecto a todo)? El punto es que no lo dice, o no lo dice bien, lo que además es imperdonable en un texto que tenga algo que ver con filosofía analítica, se publique donde se publique.

Más adelante Fadanelli aumenta y agrava la falta de tino: “No son los narcos el enemigo más importantes [sic] de nuestra sociedad. Eso es una falacia y también un señuelo. Es la policía corrupta e inmoral”. Falso. Son los dos, narcos y esa policía; además, muchos policías son narcos, esto es, lo son directamente o están corrompidos por el narco, por lo que, en este sentido, lo que dice Fadanelli contradice a Fadanelli. Y “es la policía corrupta e inmoral que tiene como objetivo brindarnos seguridad la que ha puesto en peligro la idea de un estado sólido”, escribe, provocando otras preguntas, derivadas del análisis lógico del lenguaje: ¿el objetivo de la policía corrupta e inmoral es brindarnos seguridad? ¿Por qué es, entonces, corrupta e inmoral? Si su objetivo es tal, ¿cómo es que la policía en realidad se corrompe y trabaja inmoralmente? Lo cierto es que hay, cuando menos, un error de redacción. Al respecto, lo correcto sería esto: el objetivo de la policía debe ser, o debería ser, brindarnos seguridad, pero no lo es; es corrupta e inmoral y no nos brinda seguridad. Aunque el problema no se acaba: ¿qué es lo que ha sido puesto en peligro por esa policía, “la idea de un estado sólido” o la solidez efectiva del Estado? Sigue Fadanelli: “Contra ellos [los policías] debe llevarse a cabo la verdadera guerra. No sé de qué manera podría realizarse acción tan importante, pero es necesaria la denuncia ciudadana y el escarnio público, señalar a sus familias, quitarle derechos a quienes los rodean…” De la última parte se desprende un olor parecido al del autoritarismo, un aroma que se antoja antiliberal. ¿Verdadera guerra? ¿Guerra? Pero sobre todo: ¿señalar a las familias y quitar derechos a quienes los rodean? ¿Qué podría significar todo eso? Así, “rodear” ¿qué significa aquí? Sus hijos niños rodean a los narcos, ¿que se les quiten derechos? ¿Cuáles, cómo? ¿Y por qué, es decir, aunque “ni la deben ni la temen” en cuanto niños? Lo mismo vale para el caso de los policías. Me parece que Fadanelli no sabe, como tampoco sabe, y esto sí lo reconoce, “de qué manera podría realizarse” lo que dice que se debe hacer. (Ya tocado el tema, ¿y qué hay de la legalización de drogas? Yo estoy a favor de ella.)

Algo acaso menos relevante para todos o cualquiera, pero que no lo es para mí y que lleva a un terreno donde dar vinculación a los dos puntos anteriores: “Uno de los principios de Rawls que más aprecio”, suelta Fadanelli anunciando que ha leído a John Rawls, filósofo político y moral de corte analítico y liberal (cuyos trabajos principales, “anuncio” yo, conozco bien); el “principio” es bueno y Fadanelli lo cita bien (véase su texto), pero nada de lo que he leído de este escritor mexicano lleva siquiera a suponer con fuerza que sea un lector serio, verdadero, de Rawls. Sinceramente, uno no encuentra humanismo, ni liberalismo, en general, ni “rawlsianismo”, en particular, cuando lee y piensa frases como “quitarle derechos a quienes los rodean”. Siendo estrictos y duros no podemos decir que Fadanelli es un filósofo (mucho menos un científico, aunque supongo que no se autonombra uno ni otro); lo que yo puedo decir, con todo respeto, es que, hoy, me parece un novelista que quiere dejar de ser novelista pero no puede volverse filósofo. (Por otro lado, si regresamos a lo del relativismo y lo hacemos a partir de Rawls, resulta que, en relación con la ética y lo ético, un rawlsiano cabal no puede ser relativista; en todo caso, solamente podría ser relativamente relativista, pero eso es motivo de otro texto. En lo que hace a la moral religiosa, Rawls mismo no fue personalmente un relativista, lo fue como filósofo, en grados variables según el tiempo.)

Fadanelli en otra parte de su texto: “La tercera plaga a la que me referiré es de todos conocida. La muerte de la representación pública en [a] manos de los partidos políticos. Ocupados en sus propios intereses, en el ascenso jerárquico de su posición, en su bienestar económico[,] no son capaces de unirse ni de acordar medidas para remediar los problemas…” Para empezar: unirse los partidos, ¿de qué modo o dónde, por qué, para qué? Lo pregunto porque Fadanelli escribe “no son capaces de unirse ni [énfasis mío] de acordar”, por lo que nos habla de “unirse” y “acordar” como dos acciones separadas, diferentes. Si no habla de unirse —en el Congreso de la Unión, por ejemplo— para acordar decisiones públicas, ¿de qué habla? ¿Unirse en alianzas electorales o para formar gobiernos de coalición después de elecciones sin alianza, o político-mediáticamente en torno al presidente sin integrarse formalmente en algún lugar institucional? La respuesta no es obvia. ¿O hay un error de redacción y la intención era escribir que “no son capaces de unirse y acordar”? Sea como fuere, hay un error. Por lo demás, cabe recordar que los partidos no pueden ni deben estar siempre unidos. Si las sociedades fueran homogéneas o uniformes no habrían surgido los partidos (ni las elecciones); si los individuos y grupos fueran, para bien o para mal, iguales en todo aspecto, no habrían creado ni crearían partidos políticos (ni siquiera habría “grupos” dentro de una sociedad). Si siempre pudieran coincidir y decidir todo todos juntos, si nunca fuera debido o deseable que se opusieran, ¿habría partidos? No serían necesarios siquiera (ni las elecciones, de tipo democrático, desde luego).

Asimismo, aunque lo parezca a alguien, de eso que dice Fadanelli no sigue de manera lógica, ni empírica ni normativa lo que literalmente pide a continuación: “buscar alternativas a estas instituciones”. ¿Alternativas respecto de qué: gobernar, legislar? En fin… Si nos apegamos a su literalidad, Fadanelli habla de “los partidos”, ellos como tales, no de “estos partidos” (de y en este momento mexicano), por lo que su “buscar alternativas” es “sustituir”, sustituir a los partidos, que no cambiar sus versiones mexicanas actuales por versiones mejores, lo que sería lo mismo que desaparecerlos todos y para siempre. Eso, simplemente, es una tontería. Los partidos, ya se dijo, son “males necesarios”. Existen y seguirán existiendo, tampoco deben dejar de existir (piénsenlo, lean ciencia al respecto); deberían ser reformados  para una actualidad democrática, que es otra cosa. El sentido que adjudico lo confirma Fadanelli al final del artículo cuando dice “todo menos partidos políticos…” ¿Todo? Hablar en abstracto de un mundo democrático sin partidos es muy fácil, y suena bonito. Sin embargo, por un lado, si se revisa la Historia, una democracia real moderna, sea esto último sinónimo de pre-contemporánea, contemporánea o nueva, que carezca de partidos no aparece en ninguna parte; por otro, la democracia tiene partidos pero no se reduce a ellos. Si las democracias modernas (actuales) y su futuro se piensan, tanto seria como pro-democráticamente, a partir de la realidad pasada y presente, ese futuro resulta con partidos, aunque no idénticos a los que estamos viendo. La vida política con partidos puede ser México hoy, pero la vida política sin partidos (en plural) es el totalitarismo, una dictadura o cuando menos, si casi no hay partidos en cuanto tales, el Perú de Fujimori. Un sistema de partidos muy fuerte —y bien protegido legalmente, como en México— puede bloquear la consolidación democrática o la elevación de la calidad de la democracia, si se combina, entre otras cosas, con una sociedad civil muy débil; pero un sistema de partidos débil es peor, ya que puede no sólo disminuir esa calidad, a veces combinándose con elementos como la acción de una sociedad civil vigorosa y antipolítica, sino hacer globalmente vulnerable a la democracia hasta el punto de ser condición para la caída de la misma. Finalmente, la política con partidos pero sin democracia es el México del priato. ¿Qué es lo que se quiere? ¿Regresar a una época que no fue de oro? ¿O mejorar esta nueva época que no ha sido ni será dorada? ¿Partidos con democracia, esto es, partidos, decisiones electorales ciudadanas, división de poderes, sociedad civil, pluralidad de medios, con proyectos múltiples a favor de la rendición de cuentas y el buen gobierno? ¿O partidos sin democracia? ¿O lo que sea sin partidos?

Continúa el autor de Lodo: “Los políticos siempre han sembrado la desconfianza y no han sido el medio natural para la transición hacia una democracia moderna”. No queda claro si se refiere sólo a los políticos mexicanos o a todos los políticos; de cualquier forma, la primera parte de la oración es correcta (válida tanto para casos mexicanos como no mexicanos) y la segunda es un error grande. Ninguna transición democrática se ha logrado en ausencia total real de políticos. Éstos podrán disfrazarse de ciudadanos sin más, o estar en una oposición que en el agregado lo que hace es resistencia civil u “ocultos” en el aparato del Estado, pero ahí están. Tomemos el caso de Polonia y Solidaridad y Lech Walesa. Puede parecer que la transición democrática polaca se dio con y por muchos polacos, o por un polaco, pero sin “polaca” de por medio, siendo un sindicato y el movimiento social los actores protagónicos del colapso comunista. Pues bien… Walesa no era sólo un líder social, tenía agenda política, quería acabar con un Estado pero también llegar al poder del (otro, nuevo) Estado. Y logró ser el presidente de Polonia… aunque extrañamente ya en el cargo llegó a comportarse antipolíticamente. Partes de Solidaridad y varios de sus líderes no se limitaron a enfrentar al “viejo régimen” para derrumbarlo, compitieron en las nuevas elecciones para ocupar espacios de poder en el nuevo. Entonces, sin ser santos o perfectos, a veces sin ser auténticos demócratas, muchos políticos han sido decisivos para llevar a cabo las transiciones democráticas. La transición mexicana a la democracia (que ya se concluyó; estamos en otra etapa, aunque la mayoría de quienes dicen cosas sobre el tema no lo entienda, fundamentalmente porque no entienden lo que es y no es la democracia, lo que puede y no puede ser) tuvo como medios principales a los partidos y sus políticos, así como a los propios electores, quienes votaron por alternancias entre partidos aprovechando los marcos producto de las reformas electorales de democratización hechas (impulsadas, negociadas y aprobadas de una u otra manera) por las elites políticas de PRI, PAN y PRD, elites que también recibieron presiones para ello por parte de algunos medios y sectores de la sociedad civil. ¿Será que Fadanelli quiere referirse a la democracia mexicana como no moderna, queriendo denotar así un sistema democrático pero de alguna manera históricamente atrasado? No se sabe. Es posible decir que la democracia mexicana no es contemporánea de otras democracias en aspectos como rendición de cuentas y, más generalmente, Estado de derecho. No obstante, no es muy exitoso ni necesario el adjetivo “moderna”. Lo mejor es decir lo que México es, tal cual: una democracia no consolidada y de baja calidad; una democracia defectuosa, o liberalmente incompleta (con sus particularidades, tiene todo lo que todas las democracias tienen; pero no tiene todo lo que las mejores democracias tienen).

Igualmente, leemos en “Las tres plagas”: “Organizaciones civiles, gremios, resistencia, concertación pública, asociaciones de consumidores, consejos vecinales, redes sociales, grupos de intereses comunes que a la vez sean abiertos y participativos, alternativas para la acción política, todo menos partidos políticos…” ¿Gremios en el sentido de sindicatos? Si se refiere a sindicatos (a los sindicatos que sobreviven en este país), comete un error. ¿Resistencia? ¿Qué resistencia, o cuál resistencia? (¿la del espejismo?, por favor…). ¿Concertación pública? ¿Y qué sería eso? ¿Redes sociales? ¿Qué entiende por redes sociales? ¿Facebook? Porque las redes sociales son, hablando con propiedad, más que Facebook y cosas por el estilo. Por ejemplo, ONGs, gremios profesionales y consejos vecinales son redes sociales, es decir, asociaciones que Fadanelli menciona en su texto pero no como redes sociales son, precisamente, eso: redes sociales.

Fadanelli quiere que todas esas cosas sean “alternativas para la acción política”. Lo que no dice mucho. Por el contrario, habría muchas preguntas que hacer. Una es si borramos la distinción, democrática y liberal, con expresiones prácticas y analíticas, entre lo civil y lo político. Otra es si no se ve que una organización civil que pase a la acción política y su competencia (más allá de definiciones idealistas del peor tipo o filosóficas en general, es decir, la política como luchas por puestos de poder, lo que no es necesariamente malo) sería entonces lo mismo que un partido, sí, un partido político. Salvo que la “búsqueda de alternativas para la acción política” de Fadanelli no sólo implique la cancelación de los partidos sino de las elecciones y los congresos también (con lo que estaríamos ante más y peores tonterías). Si los comicios y los órganos legislativos desaparecen, ¿qué queda? ¿Qué habría? ¿Solamente sociedad y sociedad civil? Si no desaparecen, ¿quién va a competir en unos y a ocupar los otros? ¿Todas las organizaciones civiles, cualquiera de los ciudadanos de a pie? ¿Ellas y ellos sin que nunca sean partidos y políticos?

Por último: percibo en el artículo de Fadanelli una confianza y una expectativa demasiado grandes respecto de la sociedad civil, ese conjunto de asociaciones no estatales voluntarias. No digo, ni nunca he dicho, que la sociedad civil no sea importante, mucho menos que sea prescindible democráticamente. Lo que digo es que no es ni será perfecta, no lo puede todo ni lo podrá. No es y no debe ser ni verse como lo mismo que un partido o el Estado; no puede sustituir democráticamente al sistema de partidos, y si sustituyera a un Estado vigente dejaría de ser sociedad civil… para convertirse, obviamente, en otro Estado. No puede tener el mayor impacto democrático y socialmente bueno si su visión es antipolítica, si ignora la presencia y posición de los partidos y el Estado y jamás busca o asume interactuar y cooperar (cooperar) con ellos. En efecto, una relación de la sociedad civil con el Estado y los partidos tiene que existir, mas democráticamente no debe ser antipolítica (en contra de la existencia de) ni puede ni debe ser política (la actuación como actor político); la relación tiene que ser no política: las asociaciones civiles luchan privada y públicamente —con, sin o a pesar de partidos y Estado, pero no desde ellos— por satisfacer sus intereses sociales y por lo que creen que es el interés público, no por puestos de poder ni por que no haya Estado ni partidos ni por el bien particular de éstos. Y, a decir verdad, hay algo más: todo lo que está en la sociedad civil no es necesariamente democrático; no todo está a favor de la democracia o tiene efectos democráticos. Dos ejemplos. Uno: la consolidación democrática de la Polonia post-comunista fue obstaculizada por la sociedad civil (sigo, básicamente, el trabajo de Eduardo Guerrero sobre el tema). El otro: Pro-Vida está en la sociedad civil.

Según Fadanelli, lo que hace en “Las tres plagas” es describir “sin retórica ni estadística”. No. Estadística no hay, pero retórica sí. ®

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Publicado en: Cratoscopio, Junio 2010

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