Écfrasis del Catálogo fotográfico de la exposición “Fuentes Apagadas de Guadalajara”, montada entre mayo del 2022 y marzo del 2023 en el andador Chapultepec para el programa Impulso para Artistas Locales del estado de Jalisco.
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Digital. Sobreexpuesta.
鸟 Mi abuela guardaba el collar de un hanzien un trozo de seda.
鸟 Aprendí a escribir pájaro en chino: una línea disparada en la hoja como una flecha y un garabato fino en la punta.
鸟 La mañana comenzó con un “yo no te querría si no pudieras hablarme”. Siempre era difícil saber qué parte de mi silencio lo asustaba tanto: mi extrema lejanía, mi radical presencia.
Liu Jia duerme
Análoga. Difusa.
Durante la noche, un hilo de luna le ilumina el rostro a un hombre difuso. Duerme conmigo, enredado a esa arruga del tiempo que es dormirse en un abrazo. Su respiración pesada quiebra mis sueños y de pronto aparece su rostro mojado. Le suda suavemente la frente, desde que sueña.
Cuando lo conocí este hombre no soñaba. El mundo lo abandonaba apenas cerraba sus ojos. Luego me dejó raparle el cabello. Aún lo recuerdo, desnudo en el baño azul, el cabello lloviendo en cortinas de oro, el resplandor del sol herido, las orejas florecidas de tristeza.
Desde entonces su frente sudaba: apretaba una imagen de luna sobre su figura cansada. Decía que soñaba una mancha, luego relojes, una vez, a Dios. Y luego, por un largo tiempo, de nuevo nada.
Pero esta noche, esta noche le suda la frente y sobre la cama se despliega un abanico de tibiezas muertas. Yo le seco con ternura las últimas gotas de sueño, las guardo al fondo de mis dedos. ¿Volverán sus sueños a mis palmas como nos regresa un beso al recuerdo del agua? ¿Si dibujo una línea de luz en su cabeza, podré mirarlos? Un hilo de luna ilumina su rostro difuso, y yo pienso: Nuestro amor es la infinita prolongación de sus sueños.
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Digital. Blanco y negro.
Intervenida con crayón blanco.
De niña soñaba que en mi cama se reunían a reír los magos. La razón era más tierna de lo que parece: una tarde mi madre, que siempre había sido distante, me llevó a la exposición de Leonora Carrington y tomó mi mano por un largo rato. La magia cobró de pronto un sentido íntimo: con ella podía tejer los lazos, reunir aquello que siempre había estado separado. Los libros infantiles de alquimia que consulté en aquel entonces sólo parecieron confirmar mi teoría: la transformación de la materia, la transmutación de las almas, el calor que restaura aquello que ya no existe, todo partía de una variedad de objetos perdidos que se reunificaban y adquirían un nuevo nombre. La magia estaba en derretir el roce: si un mago pusiera la mano sobre mi cuerpo, tiraría de su contorno como quien desenrolla una serpentina.
Menor desnuda
Análoga. Sepia.
Sobrepuesta a la fotografía de una mujer gritando.
¿Quién era quién debía esperarme al final del tiempo?
Me acuerdo, algunas veces, de las figuras que dibujaban sus cuerpos. Por primera vez en un año me recosté en el jardín desde el que uno de ellos me miraba.
Pasaron tantos hombres por esta casa que extravié todos sus nombres. Me acuerdo, algunas veces, de las figuras que dibujaban sus cuerpos. Por primera vez en un año me recosté en el jardín desde el que uno de ellos me miraba. Tomó el camino más largo para rozarme la mano con su zapato y yo no abrí los ojos para resarcir su recuerdo, pero me quedé con el gesto: un toque de cuero que nos despidió para siempre.
Era el centro del otoño y todo agonizaba. Por un instante el universo volteaba la mirada hacia el vacío en que caía su tiempo.
(¿Quién era quién debía esperarme al final del tiempo?
Aquello que duerme siempre rasga algún fondo cuando despierta)
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Digital. Sobreexpuesta.
Para crear una piscina primero se necesita construir una hendidura, una separación del espacio, hacer una incisión diminuta sobre el universo. Erigir una piscina se parece mucho a diseñar un jardín: un espacio interrumpe de pronto la continuidad de otro y se transforma en una pausa geográfica. Tanto el jardín como la piscina se resisten al paisaje que les fue dado y sueñan con una habitación distinta, un otro mundo, cercano y penetrable; cortina de sol en la que el cuerpo se despliega de una nueva forma.
Una niña se sienta un día junto a un nadador olímpico y le pregunta cómo nadar más rápido: Debes amar la luz y no temerle al silencio.
Perro muerto en un baldío
Análoga.
Los dioses del pasado eran mudos. El culto a los dioses–animales depositaba lo sagrado en esa suave distancia que apartaba al hombre de las criaturas. Sumergido en un halo de silencio, el mundo de los animales permanecía misterioso e incomprensible. Habitaban el mismo espacio, y, sin embargo, parecían estar en alguna otra parte; su experiencia del universo era radicalmente diferente a la nuestra.
Sumergido en un halo de silencio, el mundo de los animales permanecía misterioso e incomprensible. Habitaban el mismo espacio, y, sin embargo, parecían estar en alguna otra parte; su experiencia del universo era radicalmente diferente a la nuestra.
Quizá por ello los jardines comenzaron a parecernos tan cómodos. El silencio y la belleza de la naturaleza continuaban ahí, pero la inquietante presencia del animal había salido del recuadro. ¿A qué lejano reino pertenecían esas criaturas encantadas?
El jardín es un espejismo. La vida es algo que sucede a la sombra del reverso de un muro.
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Digital. difusa.
Recuerdo que mi madre me despertaba poniendo su mano sobre mi cabeza para ir a la escuela y ese mundo tan pequeño sobre el que soñaba se inclinaba de pronto ante la venida del mundo de la mañana. Cuando soñaba, el despertar era sólo una promesa y yo rezaba en silencio: Señor, líbranos también de las luces…
Hombre oriental saca la lengua
Análoga.
Intervenida con crayón amarillo.
Tuve un novio al que le escondía cascabeles por la ropa. Nunca me dijo nada, pero el día en que nos despedimos me mostró la caja donde los guardaba. Del colegio jesuita sólo había aprendido a adorar las faldas largas y que lo que distinguía a una iglesia de otra eran sus fuentes y campanas. Pensaba que, si abrigaba al hombre que amaba con tintineos, fundaría en él una especie de templo: un espacio sagrado dónde aquello perdido se reencuentra y la vida se resignifica. Un salmo inventado que cantaba en mi cabeza decía: Y todos tus caminos llevarán a mi casa vacía.
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Digital. Distorsionada.
Lo imaginado no existe, pero lo imaginado es. El mundo onírico y el mundo físico son dos estados de una misma experiencia: Soy el árbol, soy su sombra.
(¿Hacia dónde voltea una mujer la cabeza cuando suenan las campanas de su primera imagen? ¿Mira acaso hacia Eva, que está afuera, o se repliega sobre sí misma hasta encontrar a Dios, que la espera adentro?)
Soy el árbol.
Soy su sombra. ®