Su matrimonio religioso se efectuó concluido el sexenio presidencial 1958–1964. La ceremonia se hizo en secreto y el matrimonio se mantuvo oculto durante muchos años para no lastimar a nadie. Hoy, Elena López Mateos, hija de la pareja, rompe el silencio en esta reveladora entrevista.
—Elena, eres una revelación. Pasaste prácticamente cincuenta y seis años en el anonimato. Y el haber vivido cincuenta y seis años en el anonimato, si no avala las experiencias y el cúmulo de historias que nos das a conocer en tus memorias Como el canto del cisne, tu ópera prima, tampoco las desacredita. Es un libro que surge de la necesidad de contar la historia de amor entre tus padres, el expresidente Adolfo López Mateos y Angelina Gutiérrez Sadurni. Sin embargo, dicho por ti, no contabas con un esquema ni idea definida de cómo lo concluirías. ¿Qué reflexión te merece hoy la obra publicada?
—Puedo decirte con toda honestidad que nací para escribir. Como el canto del cisne, que, como tú bien mencionas, nació de una necesidad, la de poner mi historia en paz, conmigo misma, y luego, hablar no sólo de la verdadera historia de amor entre mis padres, sino también dar un testimonio de mi fe en Dios. Esto fue lo único claro que tenía en mi mente, pues es la realidad que vivo. Empecé a escribir las anécdotas del épico romance de mis padres, pero mis memorias y experiencias se fueron colando indelebles en mi narración, respondiendo a una necesidad básica de mi alma de contar toda la verdad y en el proceso reivindicar la imagen de mi mamá, a la cual no sólo yo juzgué duramente por falta de comprensión, sino que ha estado seguida de chismes y falsedades durante años. Fueron estos chismes los que, ultimadamente, me empujaron a dar a conocer toda la verdad de la historia, con lo bueno, lo malo, lo doloroso y lo difícil de aceptar. Puedo decirte que me siento muy orgullosa de haber escrito lo que mi alma sentía, y que mi mente expresaba en palabras que me surgían a borbotones para dar en la escritura una avenida de claridad a mis pensamientos y sentimientos que estuvieron en conflicto por tanto tiempo. Sin lugar a dudas, el Espíritu Santo, a quien me encomendaba a diario, antes de escribir, me ayudó a sanar esas heridas que permanecían abiertas y encontrar una gran paz al plasmarlas de una manera concreta en mi libro.
Sufrí mucho por haber crecido en una mentira. Tuve que enfrentarme con la mentira y la falta de conocimiento de toda la verdad detrás de la historia entre mis padres y no sólo con las maravillosas anécdotas que me contaba la familia que me forjaron una idea irreal. El reto más difícil de superar fue el poder perdonar a mi padre de todo corazón por su rechazo, y a mi mamá, por su mentira.
—Como lectora puedo decir que encontré diversidad de temas, personajes y paisajes. Es un libro que fluye, se lee sin pausa. Es muy orgánico, honesto. ¿Cuáles fueron los retos que encontraste a la hora de contar una historia tan controvertida, que fue borrada tanto biográfica como histórica por la exprimera dama, doña Eva Sámano, la viuda de tu padre?
—La verdad es que al escribir la historia no se presentaron los retos, pues la historia se venía marinando en mi interior desde niña. Los retos se presentaron antes de escribir la historia, fuertes sentimientos encontrados que no me dejaban poner mi historia y mi vida, por ende, en paz. Sufrí mucho por haber crecido en una mentira. Tuve que enfrentarme con la mentira y la falta de conocimiento de toda la verdad detrás de la historia entre mis padres y no sólo con las maravillosas anécdotas que me contaba la familia que me forjaron una idea irreal. El reto más difícil de superar fue el poder perdonar a mi padre de todo corazón por su rechazo, y a mi mamá, por su mentira. Cuando finalmente los pude perdonar, mi mamá, por primera vez, empezó a contar la verdad de su relación con mi padre. Pude, con ayuda de Dios, poner mi historia en perspectiva, y también perdonar a doña Eva, por lo que me hizo. No hay cosa más cierta de que la verdad te hace libre. Tuve que enfrentar verdades muy dolorosas para poder escribir desde un lugar de amor, que, finalmente, me concedió la paz interior de la que gozo ahora.
—Hasta dónde sería factible preguntarnos si tu libro, al dejarnos constancia de que uno de los presidentes más queridos por los mexicanos, fue incapaz de reconocer su paternidad, dejándote a ti y a tu hermano en el abandono y el desamparo. ¿Te preocupa que eso pueda, de alguna manera, perjudicar su imagen y legado?
—Mira, si bien es cierto que mi papá no nos quiso reconocer legalmente a mi hermano y a mí, no creo ahora que nos dejó en el abandono y el desamparo. Mi papá le dejó a mi mamá tres casas y suficiente dinero en el banco para proveernos en nuestra niñez y adolescencia. Sí, es verdad que yo, más que mi hermano, me sentí abandonada por mi papá y siempre de niña me percibí como poco importante para él, y esto me afectó durante toda mi vida; ahora que conozco la verdad de la relación de mis padres entiendo, ya como adulto y no con ojos de niña, que mis papás siempre hicieron lo mejor que pudieron por mi hermano y por mí. Creo que mi papá tomó una decisión equivocada y catastrófica al negarnos la paternidad. Pero también creo que en su estado de moribundo se arrepintió y pagó con creces en su larga agonía. Yo, al perdonarlo de corazón, no me siento capacitada para juzgarlo como lo hice en mi juventud. Ese juicio me dolió y pesó mucho, pero ya no lo llevo conmigo.
A mí lo que más me impresiona del legado de mi padre es que después de tantos años de su sexenio la gente lo siga recordando con tanto cariño y respeto. No creo que la opinión de la gente, al conocer de su negativa de paternidad, le otorgue demasiada importancia o afecte su respetable legado. Creo más bien que la gente, al enterarse de la verdad, tiene la oportunidad de ver a mi padre desde una perspectiva más humana y menos mítica, que fue lo que a mí me pasó. Después de enterarme de toda la verdad bajé a mi padre del pedestal idílico en el cual lo tenía, y lo coloqué a la altura y la realidad de un hombre desahuciado que se equivocó y arrepintió, como cualquier otra persona normal en esas circunstancias tan difíciles.
A mí, en lo personal, me parece que la diferencia de edades era más importante para otras personas que para los protagonistas del romance épico que representaron. Creo que, en las grandes historias de amor, todo se vale, y los extremos se tocan. ¿Qué puedo yo decirte si los extremos han sido mi naturaleza de por vida?
—Tu madre es apenas una adolescente de dieciséis años cuando aborda el auto del señor presidente, aquel 5 de febrero de 1959 durante el desfile del Día de la Constitución Mexicana, para solicitarle ayuda a fin de que los habitantes de Puente Sierra tuvieran una vida digna. La diferencia de edades entre ellos es escandalosa, ¿no lo crees?
—La verdad es que hay cosas de su romance y matrimonio que me parecen más escandalosas que su diferencia de edad, aunque sí era extrema, treinta y tres años. Es cierto que se conocieron cuando mi mamá tenía apenas diecisiete, pero no empezaron su romance hasta que ella cumplió veintiuno o veintidós años. Para como mi mamá me platica del asunto, la diferencia de edad entre ellos no fue problemática hasta que mi padre enfermó, y fue hasta entonces cuando “el qué dirán” le preocupaba mucho. Fue su edad la que usó como excusa para negarnos la paternidad al decirle a mi mamá que nadie iba a creer que fuéramos sus hijos por su edad y su enfermedad. A mí, en lo personal, me parece que la diferencia de edades era más importante para otras personas que para los protagonistas del romance épico que representaron. Creo que, en las grandes historias de amor, todo se vale, y los extremos se tocan. ¿Qué puedo yo decirte si los extremos han sido mi naturaleza de por vida?
—La relación entre tus padres tiene todos los ingredientes de una relación peligrosa. Por un lado, tenemos a un caballero poderoso, nada menos que presidente de la república mexicana, atractivo y seductor, entrado en años y casado; pretendiendo a una menor de edad, hija de familia, ingenua y católica. Una presa fácil para un hombre con tales armas de combate. Cuando indagas en los hechos con tu madre, ¿cómo llega ella a sucumbir a sus avances?
—El romance entre mis padres se fue gestando lentamente y poco a poco. Sin lugar a dudas, yo creo que desde el momento en que se conocieron sintieron una atracción cósmica y correspondida. Antes del romance hubo años de amistad platónica, y después, noviazgo con chaperones. Es verdad que mi padre tenía fama de seductor, y el ser presidente de una nación lo hacía irresistible para muchas mujeres, pero no para mi mamá. Mi mamá era hija de familia, decente y muy católica. Y fue por su inocencia y su negativa a entregársele lo que le llamó la atención a mi padre y la volvió irresistible ante sus ojos —además de su amistad con la familia de mi mamá, a la cual sentía como su familia. Para el momento en que ella, en contra de sus principios, decidió entregársele, fue porque lo amaba loca y perdidamente, convencida de que era el amor de su vida y de que terminaría casándose con él por la Iglesia y formarían una familia. Ese era el deseo de mi mamá, y Dios se lo concedió. A mí en lo personal me encanta saber que yo soy fruto de ese inmenso amor que se tuvieron mis padres, el cual iba en contra de toda lógica y razón.
—Me impactó leer la conclusión a la que llegaste. Cuando, después de tanto chisme, murmuraciones y pérdida de amistades debido a la relación clandestina ¡qué no sabían si era con tu abuela o con tu madre la que salía con el presidente! Cuando llegas a la conclusión, ahora a la distancia, de lo siguiente: “Mi abuelo le pidió a mi papá que ya no los visitara más. Las palabras exactas que mi abuelo usó al contarme esta anécdota fueron: ‘Tuve los huevos de decirle que no al presidente y prohibirle visitar la casa’. Mi papá, que se dirigía a mi abuelo como ‘licenciado’, le dijo: ‘Respetable licenciado, no me niegue recibir el amor de su familia, que ahora siento como mía. Mejor preocúpese el día en que su nombre y su honra no estén en boca de nadie’. Con esas palabras mi abuelo se convirtió en cómplice del romance de su hija de veinte años y el señor presidente treinta y tres años más grande que ella. Pero, por el otro lado, estaba la vida a la grande que mi abuelo se daba siendo el padre de Angelina, la novia del presidente”.
Tu abuelo fue cómplice de que su joven hija fuera tomada por amante del señor presidente. Esa contundencia es feroz.
—La respuesta es no. Y si en mi libro no lo expliqué bien déjame aclararlo. Mi abuelo nunca supo que mis padres ya tenían relaciones. Mi abuelo fue cómplice del noviazgo con chaperones que por un tiempo los acompañaron, y muy a disgusto de mis padres. Las únicas que sabían la verdad de la relación de mis papás eran mi abuelita y mis tías. Si mi abuelo se hubiera enterado de que mis padres tenían relaciones antes de casarse yo creo le hubiera venido una apoplejía. Mi abuelita y mis tías guardaban el secreto y lo pagaron muy caro, ya que toda la familia se vio envuelta en miles de chismes que hicieron que perdieran muchas amistades por ser una familia controvertida que andaba en boca de todos, sin ni siquiera conocer la verdad y profundidad de la historia.
—En tus memorias escribes: “Después de su sexenio, mi papá estuvo a cargo del Comité Olímpico que se encargó de traer las Olimpiadas a México en 1968. Cuando acabó con ese cargo por sus serias migrañas, abrió un despacho jurídico. Luego de trabajar ahí en las mañanas, se juntaba con mi mamá todas las tardes en la casa de Polanco y llegaba a dormir a su casa de San Jerónimo”. Elena, ¿por qué especificas que sientes la necesidad de dejar claro ese hecho?
—El aprender de la difícil realidad del matrimonio de mis papás me sorprendió y me entristeció a la vez, dándome muchísima empatía y admiración por lo que mi mamá en verdad sufrió. Al crecer con sólo las buenas y maravillosas anécdotas que me contaba la familia fui formando una imagen errónea en la que mi papá era perfecto y a mi mamá le faltó valor para pelear por los derechos de mi hermano y míos. No fue hasta que mi mamá en conversaciones honestas, por primera vez me hablo de la realidad de su matrimonio, cuando entendí que nunca fue normal. Estas pláticas, llenas de verdad, me ayudaron a poner en perspectiva las imágenes que yo me había creado de niña. Mi papá, lejos de ser perfecto, resultó ser un hombre muy egocentrista al cual cuidar de las apariencias y de su legado histórico le preocupó más que reconocer a sus hijos legalmente. A mi mamá no le importaba el qué dirán, y muy a su disgusto aceptaba las visitas de mi papá, que nunca se quiso quedar a dormir y darle una vida de casada como ella se lo merecía. A mi papá le preocupaba no solamente la opinión ajena, sino quedarse muerto durante la noche y enfrentar a mi mamá a esa desgracia. Aún me cuesta trabajo entender por qué mi padre regresaba a dormir a su casa en vez de tener una vida plena y completa con mi mamá, su esposa por la Iglesia y la madre de sus hijos. Fue doloroso para mí aceptar el hecho de que a mi padre le importara tanto no manchar su legado presidencial de una manera tan egoísta. Su proceder partió el corazón de mi madre, y fue la causa de mi inseguridad durante tantos años. Su comportamiento y decisiones me hirieron muy profundamente por años. El silencio de mi mami no me ayudó en nada. Finalmente, hablar con honestidad de lo que fue su relación nos unió de una manera insólita y profunda. Ahora siento una gran empatía y respeto por lo que mi mamá vivió al estar casada con mi papá. Y siento un profundo agradecimiento a su valentía de por fin compartir conmigo la verdad de su historia. Gracias a Dios que ya perdoné a mi padre.
Fue doloroso para mí aceptar el hecho de que a mi padre le importara tanto no manchar su legado presidencial de una manera tan egoísta. Su proceder partió el corazón de mi madre, y fue la causa de mi inseguridad durante tantos años. Su comportamiento y decisiones me hirieron muy profundamente por años.
—Conforme avanzas en los recuerdos, también se va revelando tu vulnerabilidad; es entonces cuando la historia de amor de tus padres pasa a segundo plano. El autodescubrimiento al que te conduce la escritura también nos permite saber —a los lectores— de tu necesidad de sanación. Sanar a la niña que creció sin padre. Sanar a la adolescente que revistió la ausencia paterna de gloria. Esa gloria de “vivir a la grande” que tanto proclamaba la familia: “‘A la grande’ significaba para mí no sólo cosas suculentas, extravagantes y caras, sino que mi papá era un personaje muy grande, ya que había sido muy querido por todos, no sólo por la familia, sino también por todo el pueblo mexicano. Significaba que mi papá había sido el mejor presidente de México. Significaba que mi papá había sido inmensamente generoso y que en la familia de mi madre encontró el hogar que no tenía en su casa, por lo que en su nueva adoptada familia él se daba el gusto de disfrutar a la grande. […] Nunca oí de mi familia una sola cosa negativa de mi papá. Lo único trágico de los relatos sobre él es que se había enfermado muy pronto, dejándolo sin tiempo para encargarse de registrarnos a mi hermano y a mí”.
Elena, es en tu infancia cuando se va gestando esa voz interior que te dice que algo con tu padre no estaba bien, que algo en la historia que te contaban no era creíble. El hecho de “no tener tiempo” para registrarlos con su apellido y puesto todo en orden para que no les faltara nada al momento de su partida fue creando serios trastornos en tu conducta. Cuando dices que había una soledad insondable, un sentimiento de abandono, una tristeza inexplicable que llevabas intensamente desde niña.
—Desde muy chiquita en verdad sentía que mi vida era una telenovela y que había cámaras de televisión filmando todo lo que me sucedía. Mi infancia fue muy feliz y muy triste a la vez, pero más que nada me parecía absolutamente incongruente. Por ejemplo, no entendía cómo mi mejor amiga y vecina, que era hija de un senador, tenía chofer y tres coches, y yo, que era la hija del expresidente, no tenía más que un coche, que se descomponía a cada rato. No entendía por qué mi padre se había muerto y nos había dejado solos. Mi mamá, que no se podía levantar por las mañanas de tristeza y lloraba a escondidas en la regadera. No podía entender que mi papá, siendo abogado, antes de ser presidente no hubiera arreglado nuestra situación legal y nos haya dejado sin actas de nacimiento. El personaje mítico que las anécdotas familiares me conjuraban en la mente no hubiera dejado las cosas sin resolver, y esa incongruencia me afectaba demasiado. Simplemente no tenía sentido. Para empeorar las cosas y los sentimientos encontrados, esa absoluta incongruencia en la que las mentiras eran más creíbles que la verdad, resulté con una enfermedad mental que me hacía experimentar todo en los extremos. Mi familia que, para no lastimar mis sentimientos, decidió mantener una mentira piadosa. Eso me confundió más en mi niñez, en la cual empecé a desarrollar depresión y manía sin saber que era un trastorno mental. Nada tenía sentido con mi necesidad real de tener una figura paterna durante mi infancia y adolescencia.
El personaje mítico que las anécdotas familiares me conjuraban en la mente no hubiera dejado las cosas sin resolver, y esa incongruencia me afectaba demasiado. Simplemente no tenía sentido. Para empeorar las cosas y los sentimientos encontrados, esa absoluta incongruencia en la que las mentiras eran más creíbles que la verdad, resulté con una enfermedad mental que me hacía experimentar todo en los extremos.
—A los veinte años, por fin, tu madre acepta tus sospechas, que tu padre no había querido reconocerlos legamente, con el pretexto de que estaba muy enfermo y mayor como para que la gente creyera que ustedes eran sus hijos, y lo dejas plasmado de la siguiente manera: “Mi mamá siempre le respondía que no le importaba lo que creyera o dijera la gente, y, desesperada, agregaba: ‘Tú sabes que son tus hijos. Los engendramos con amor. Tenemos una bendición en ellos, y ¿les quieres negar tu nombre?’ Mi papá le respondió: ‘Sí, sí son mis hijos, pero yo me voy a morir, y tú, Serafín, eres muy joven y bonita, y vas a encontrar a alguien, a otro hombre con el que te cases y que les dé su nombre a mis hijos’. Con esta negativa de paternidad dio por terminada la discusión”. ¿Qué produjo en ti confirmar tus sospechas?
—Confirmar mi sospecha de que no había sido falta de tiempo sino una negativa consciente de mi papá para negarnos la paternidad me rompió el corazón en mil pedazos. Sentí un profundo enojo en contra de mis padres. Hacia mi padre, se confirmó el rechazo y ese sentimiento de no haber sido ni querida ni importante en su vida. Hacia mi madre, me mató el saberme engañada durante tantos años y empecé a tener el pensamiento de que ella no había tenido la suficiente valentía para exigirle a mi padre que nos reconociera legalmente y todo era su culpa. Me sentí sin piso, sin aliento y me llené de coraje contra toda la familia. Ante la inmensidad de mis sentimientos dejé de estudiar en la Universidad Iberoamericana para irme de mesera al Hard Rock de Cancún. Desesperada, tratando de encontrar alivio, huyendo de la familia que me había mentido. Ingenuamente pensé que al cambiarme de ciudad la amalgama de tristeza y de coraje que inundaron mi corazón y mi mente por muchos años desaparecería. En vano intenté automedicarme con amantes, drogas y alcohol, pero no fue hasta que hablé honestamente con mi mamá cuando pude perdonar a mis padres. Desde ese momento empezó mi sanación interior.
—Sin embargo, los trastornos en tu conducta no disminuyeron, al contrario, relatas episodios de depresión aguda, manías y pensamientos irracionales: “Las depresiones me tumbaban en cama, me hacían olvidarme de mi cuidado personal y me hacían subir de peso. Las manías me hacían sentir sumamente energética y creativa, además de llevarme a perder peso y a obsesionarme por mi higiene dental. […] El problema con los pensamientos irracionales es que el cerebro no los reconoce como irracionales, sino como reales. Esto es un delirio del pensamiento, que te puede llevar a la obsesión y al ritual”. Viviste sin un diagnóstico certero, sin conocer las razones de esos síntomas, hasta que, a los 37 años, pudiste poner un nombre a tu condición. ¿Qué te impulsó a buscar ayuda profesional y cuál fue el diagnóstico?
—Desde chiquita bauticé a la depresión y a la manía como “la Matapollos” y “la hija del presidente”, respectivamente. Desconocía que mis extremos de sentir fueran un trastorno mental, y, mal que bien, conviví con ellos hasta que una depresión me tumbó en cama por meses. Me despidieron de un trabajo y la incertidumbre de no tener trabajo se convirtió en una debilitante depresión que no me dejaba levantarme de la cama. No quería bañarme, ni quitarme el pijama, ni salir de la cama. Simplemente no quería nada, y la apatía se fue convirtiendo en profunda tristeza, pérdida de toda esperanza y confianza en mí misma; ya no tenía ganas de despertar. Sumida en una profunda depresión, fue Dominique, mi marido, que en ese entonces era mi mejor amigo, quien me convenció de buscar ayuda profesional. El psiquiatra me recetó antidepresivos que me ayudaron a salir de la depresión, pero también me causaron una fuerte manía. A mí nunca se me había ocurrido platicar con el psiquiatra de mis periodos de creatividad y mucha energía, porque yo los disfrutaba. Es cuando me sentía “la hija del presidente” y no la miserable de “la Matapollos”. Pero cuando decidí platicarle de mis periodos energéticos y felices, por fin, me pudo diagnosticar correctamente como bipolar y no sólo depresiva. Ahora le doy gracias a Dios por los medicamentos que tomo y que me permiten tener mis sentimientos y pensamientos, más normales y no extremos.
—Dicho por los estudios científicos, en el caso de las personas con trastorno bipolar, su sistema límbico funciona erróneamente, por lo que su estado de ánimo sufre abruptas alteraciones sin que, necesariamente, exista un motivo personal, laboral, familiar o social que lo justifique. Los neurotransmisores como la dopamina, la serotonina y la acetilcolina desempeñan un papel decisivo en cada fase. En las fases maníacas existe un aumento de los niveles de dopamina y, en las depresivas, una disminución de la serotonina. Hormonas como la tiroxina también son importantes. No existe cura para el trastorno bipolar, sólo la medicación y la psicoterapia. Propiciar y cultivar el entorno y las condiciones para evitar una recaída. Elena, en esta etapa de tu vida, de paz y sosiego, de reflexión y estabilidad, época de cristalización de esperanzas y de sueños, a tus 57 años, ¿cómo sobrellevas el trastorno bipolar? ¿Qué te ha dejado como enseñanza?
—La verdad es que hay varios factores que me han ayudado a convivir amigablemente con mi bipolaridad, al punto de que ya no me pesa o me define. Estoy llena de bendiciones por todos lados, los medicamentos adecuados son una gran ayuda sin lugar a dudas. Tener un marido maravilloso que me entiende, me acepta y me ama como soy también me ayuda muchísimo. Vivir en una casa preciosa rodeada de bosque me encanta y me da oportunidad de agradecerle a Dios a diario por la magnificencia de su creación. Practicar yoga cristocéntrica me centra, me reta a diario y me mantiene flexible. Fumar marihuana de mi cosecha me ayuda a centrarme, relajarme y a reír mucho. No tener mayor estrés más que el bienestar de mi mamá es muy benéfico también. Todos estos factores en combinación me ayudan mucho a no sufrir la bipolaridad sino a aceptarla como mi constante compañera de por vida. Pero lo que más me ayuda a vivir con una gran paz, a pesar de mi enfermedad mental, es la congruencia con la que trato de vivir a diario mi fe en Dios cada día. Hablo lo que pienso, creo en lo que pienso, creo lo que digo y hago, y así, mi mente, mi espíritu y mi corazón concuerdan con mis palabras, mis creencias y mis acciones. Lo que me hace tener una vida extraordinaria es que vivo en concordancia con mi fe.
La bipolaridad me ha enseñado a vivir cada momento con intensidad y con toda el alma. Me gusta estar siempre presente en el momento presente, ya que es lo único que tenemos. El pasado ya pasó, el futuro es incierto pero el presente es un regalo de Dios, para disfrutarse con todos los sentidos, con mucha intensidad y con toda el alma.
—Elena, para finalizar, un mensaje para los mexicanos desde tu lugar actual de residencia en la campiña de la Burgona, en Francia.
—Simplemente me gustaría hacerles una cariñosa invitación a leer o escuchar mi libro, Como el canto del cisne, que escribí y narré con mucho amor, verdad, intensidad y toda el alma. ®
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