Muchos ya no alcanzaron a presenciar el vínculo del sol y la luna, la desconcertante y bella noche de cuatro minutos con unas luces lejanas como de un amanecer. Dos albas en un mismo día y un público vitoreando, incluso rezando o llorándole al rockstar astronómico.
I saw the sun begin to dim.
From now on
these eyes will not be blinded by the lights, and we will come back home again…
—Hugh Jackman, “From now on” en The greatest showman
Una ciudad al norte de México “donde no pasa nada”, que no es capital de su estado ni un destino turístico frecuente ni de negocios —y que muchos desconocen de no ser por su lado pambolero con el Santos Laguna— alojó al máximo rockstar astronómico un lunes de abril con huestes que le rendían pleitesía.
Han transcurrido casi 33 años desde que la Ciudad de México vivió un espectáculo de dimensiones semejantes con un timing muy favorecedor: era 11 de julio, temporada alta y vacaciones de verano —aquellas que solían ser larguísimas para quienes estudiábamos la primaria por ese entonces— y un gobierno neoliberal priista encabezado por Carlos Salinas de Gortari, que lo vendió como un gran acierto para su administración. Por ese entonces, Jean–Michel Jarre, padrino de la música electrónica —y compositor favorito de esta periodista— tuvo la osadía de querer organizar un concierto simbólico en las pirámides de Teotihuacán y se topó con pared: burocracia, chauvinismo, grillas y envidias de otros músicos locales, así que le negaron el permiso entre una deplorable organización en aquellos tiempos pre–Ocesa y otras insólitas razones (desde entonces no quiere saber nada de nosotros, y con justa razón).
Hoy vivimos en un mundo inmerso y obsesivo de las redes sociales, con influencers narcisistas, que sigue recuperándose de la atroz pandemia del covid–19. La inteligencia artificial y el cambio climático irrumpieron “a sólo 90 segundos de la medianoche”. No faltaron los divulgadores de seudociencia, supercherías y charlatanes de Instagram que negaban el acontecimiento. Y México, en medio de una coyuntura política inoportuna y nefanda entre dos mujeres que se disputan la presidencia —una perteneciente a una alianza “conservadora” y otra a un turbio partido populista cuyos resultados han dejado mucho que desear—. Todo ello restó cobertura mediática al eclipse del lunes 8 de abril de 2024 a escala nacional, no para muchos otros turistas más avispados que organizaron su viaje —con incluso cinco años de antelación, según los noticieros— desde el resto de la república, Estados Unidos, Europa e incluso Asia.
Aquello impactó en la economía y provocó una diáspora local, especialmente de jóvenes, aunque logró un considerable cambio en su reputación a raíz del campeonato futbolístico del Santos Laguna en 2012 gracias a Oribe Peralta. Una de cal por muchas de arena.
Torreón, una ciudad de 120 años de antigüedad y parte de la Comarca Lagunera, al sur de Coahuila, ya arrastraba resabios de una severa violencia sufrida entre 2007 y 2014 cuando los cárteles de Sinaloa y Los Zetas se disputaban el trasiego de droga durante la época de Felipe Calderón. Aquello impactó en la economía y provocó una diáspora local, especialmente de jóvenes, aunque logró un considerable cambio en su reputación a raíz del campeonato futbolístico del Santos Laguna en 2012 gracias a Oribe Peralta. Una de cal por muchas de arena.
A más de una década de distancia, el panorama ya es más apacible, aunque algunas cicatrices sociales siguen siendo notorias y durante todo ese lapso han alternado PRI y PAN; Morena es un proyecto infructuoso. En 2023 Coahuila sobresalió como el único estado gobernado por el Partido Revolucionario Institucional a cargo de Manolo Jiménez. Teniendo esta característica, resulta razonable por qué el presidente López Obrador optó por realizar su “mañanera” el 8 de abril en Mazatlán, Sinaloa, con el gobernador Rubén Rocha Moya, de Morena, y su sospechosa relación con el Cártel de Sinaloa.
Mientras tanto, la ciencia, tan menospreciada durante este sexenio, eligió a Torreón como el punto geográfico óptimo y sede oficial para su investigación y transmisión. El equipo de la NASA se instaló con semanas de antelación para probar telescopios y realizar investigaciones previas, dado que el fenómeno duraría 14 segundos adicionales, a diferencia de la otra ciudad costera, amén de sus buenas condiciones climáticas. Cuatro minutos y 28 segundos abarcarían en total el clímax de las 12:17 pm. Esa mañana, una serie de preocupantes nubes abrumaban el cielo y amenazaban con entorpecer la vista, hasta que finalmente se disiparon a mediodía.
No sólo la agencia espacial estadounidense acudió, también más de 200 astrónomos pertenecientes a la UNAM, la Academia Polaca de Ciencias, el Planetario de Hamburgo, el de Oxford y el Planetario Mexicano. ¿Acaso a alguien le importó la presencia del Ejecutivo Federal?
El único observatorio profesional a la redonda, el Planetarium Torreón, ubicado en el Bosque Urbano, se preparó desde 2017 para albergar este acontecimiento con el que cerró su ciclo Eduardo Hernández Carrillo, su director durante quince años. No sólo la agencia espacial estadounidense acudió, también más de 200 astrónomos pertenecientes a la UNAM, la Academia Polaca de Ciencias, el Planetario de Hamburgo, el de Oxford y el Planetario Mexicano. ¿Acaso a alguien le importó la presencia del Ejecutivo Federal?
Una noche antes del evento se respiraba un ambiente urbano esperanzador entre turistas que hablan inglés y los lugareños, entre copas y algarabía, distante de la cruenta época de matanzas, balaceras, hampones, narcóticos y la posterior pandemia que segó por igual vidas y negocios. En esa incipiente primavera la derrama económica local alcanzó unos 700 millones de pesos, según la Cámara Nacional de Comercio.
Quien escribe estas líneas recuerda cómo a los siete años, como muchos otros, atestiguó la transmisión narrada en televisión por Jacobo Zablodovsky, “y aquel próximo año 2024” parecía sumamente lejano. En la casa de su fallecida abuela materna y siguiendo las estrictas instrucciones de no mirar al cielo “porque te quedabas ciego”, obedeció y sólo recuerda cómo esa tarde se nubló… mientras que su hermano mayor se rebeló.
A sus cuarenta años, quien escribe la recuerda, así como a sus familiares fallecidos, que hubiesen disfrutado el momento, y a toda aquella gente que se quedó en el camino por el virus o por la violencia del crimen organizado que sigue arreciando en México. Ya no alcanzaron a presenciar el vínculo del sol y la luna, la desconcertante y bella noche de cuatro minutos con unas luces lejanas como de un amanecer. Dos albas en un mismo día y un público vitoreando, incluso rezando o llorándole al rockstar astronómico.
Es justo aquí cuando debería estar a todo volumen “Ethnicolor”, de Jean–Michel Jarre —quien ahora goza de 75 prolíficos años, cuatro matrimonios y que nunca más regresó—, de haber considerado el perdón a México en esta nueva, sobrecogedora y perdida oportunidad estelar. En realidad, no es que haya obstaculizado su carrera posterior. ®