Nostalgia, bienvenida

La autora de estas líneas ininterrumpidas odia terminar las cosas y por ello nos obsequia este flujo de reflexiones sobre la muerte, la vida, el amor… “¿Y si mi curso natural es el de apagarme durante una temporada para florecer de nuevo con las primeras lluvias de otoño?”, escribe.

Pintura de Ana Victoria Guevara.

Hoy terminé un libro. Me desperté en la madrugada sin poder conciliar el sueño y decidí acabarlo hoy, me hizo pensar en muchas cosas. El aplazamiento. Una de ellas. He aquí el nuevo título de mi situación actual. Odio terminar cosas. Por eso muchas veces postergo todo. Nostalgia, bienvenida. Llega, pero no te quedes. El que algo termine para mí supone su muerte. No me gusta sentir. No me gusta sentir su muerte. Si mueren ellos muere una parte de mí. Muere todo, casi todo. Pensé en escribir. Una carta muy larga, muy densa, cargada con tanto que en vez de ser una carta se convierte en una especie de libro corto. Género desconocido. Organicé mis ideas. Cierro los ojos y viajo al pasado, como si con imaginar situaciones que no han ocurrido vívidamente pudiera cambiar el curso de la historia. El ritmo es frío y lento, y hay una extraña sensación constante que lo empapa todo. El callar virtuoso. Desconcierto en un silencio insistente. Rasgos. Expresiones. Andares y pasiones. Impulsiva y melancólica. Susurrando inquietudes en murmullos certeros. Independiente. Inmersiva en una densa ausencia. En mi imaginación, sostuve conmigo misma otra conversación en la que todas mis versiones y yo dejábamos atrás el alejamiento y la confusión y nos centrábamos en el aquí y el ahora. Tomando conciencia de nuestra temporalidad, como si la reserva de tiempo fuera infinita, gratuita, innecesaria. La relectura. El volver a ver o escuchar algo es casi una obligación, necesito experimentar de nuevo lo que viví, pero desde una perspectiva diferente. Soy una todos los días. ¿Soy una? Pero soy una diferente cada día. O hasta cada cinco horas. Creo que la primera persona que observa es analítica, desde un plano más general hasta llegar al punto técnico. La segunda tiende a observar desde los detalles, pero no los detalles físicos sino sentimentales. Las emociones y todo lo intangible que se puede transmitir a través de objetos, imágenes o sonidos. Pauso un momento. Deseando abrazarte, y la correspondencia de tu imaginado sentimiento me llega, atravesando una barrera, ni gruesa ni delgada, como la de un cristal empañado. Qué drástico desenlace. Gestiono las punzadas de dolor, y respiro. Amargo sabor a liturgia. Pequeño luto, y necesario. Aplazado por la prórroga que parece infinita. No es un mal sabor, sólo un poco oscuro con matices ácidos. Como un limón pequeño, no maduro. De los que te comías en primaria y te daban diarrea. De los poemas que he leído, hay uno de los que mejor refleja lo que significa para mí transitar el mundo atrapada en la extrañísima y limitada experiencia de existir. Llega a la conclusión de que simplemente estamos ciegos. No vemos nada. Toda mi vida he sentido como si estuviera esperando en una estación de tren, como si lo que he vivido hasta ahora no ha sido mi vida real, sino una larga espera por algo real. No albergo rencor a costa del desplazamiento. Que repugnante competitividad la mía. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Por mi culpa. Por mi culpa. Por mi culpa. Sensación olvidada que sin pensar recuerdo. Lo que puedo ofrecer por parte de otra versión de mí misma es la atención esmerada, el romanticismo, la complicidad, una mezcla muy intensa que raye entre noviazgo y amistad, que reúna, bajo mi criterio, algunas de las mejores características de cada cosa. Me asalta la certeza de que ese tiempo breve y al mismo tiempo dilatado e intenso no va a volver a ser jamás como fue. Momentos de fe. Es bonito tener fe. Siento desde el centro de mi cuerpo, mi residencia oficial, un sincero cariño imborrable. Pero parece ser que el sacrificio de aquel sentimiento infecto es mucho más importante. Hoy ya no corro de un lado a otro, todo parece estarse moviendo más despacio que nunca, pero hago las cosas bien programada, pensando en cada cosa que hago y tomando decisiones conscientes. La intimidad de esa estancia mágica. Desconozco la razón por la cual pensaba que era mejor hacerme la fuerte. Pienso. ¿Y si mi curso natural es el de apagarme durante una temporada para florecer de nuevo con las primeras lluvias de otoño? Veinticinco años. Y aun así parece ser que hay partes de nosotras que están muertas. Perdidas para siempre. Enterradas. Constantemente ronda en el lóbulo frontal de mi cabeza el pensamiento que apunta a que dejarme morir en paz como un enfermo en estado vegetal es la mejor opción, si no es que la única, pero me niego a perder la fe. Escucho los versos y las canciones en mi cabeza. Con la voz de la niña que ya no soy, la que se está muriendo intoxicada. Intoxicación severa, suscitada por el contacto con el mundo que tantas ganas tenía de conocer. Qué cruel mundo. No había llorado por mí ni por la situación que conlleva todas las ausencias presentes en mi vida, pero creo que esto va a ocurrir en este preciso momento. Sólo espero que tú sí sepas qué hacer con todo esto. Y que tus ojos se queden clavados durante algunos segundos en varios puntos aquí expresados. No sé distinguir, no sé si lo que siento viene de mi cuasi–adiestramiento a acostumbrarme a que la gente no esté o si realmente me gusta sentir de lejos, en plano físico y cerca del corazón. Pensando en borrarlo todo y sólo escribir: Hola. Considerando que son las únicas palabras que tienen sentido, las que contienen cierta magia, las que abren una puerta que se había cerrado para que vuelva a entrar por ella la luz. Poco a poco. Pero probablemente aquí no va a entrar nada. El miedo a entregarme por completo es mucho peor. Entregarse a otra conciencia significa el suicidio. Y significa el suicidio porque exige demasiada responsabilidad. No me acerqué con suficiente asiduidad. La imposibilidad de amar me preocupa. Lo reconozco y me preocupa. Ocuparme antes del tiempo. Lo que me inquieta es la pérdida de la conciencia individual. Es probable que me muera con estas cuestiones sin resolver, pero me encanta. Me hace sentir viva. Y sé que nunca volveré a sentir esto. Abrumador. Nunca volveré a estar así de viva. Me encadena. ¿Qué se supone que debería hacer? ¿Sucumbir ante el intento? Lo estaré, pero de una manera diferente. Relación bonita e intensa, con cierta pasión irracional propia de los veinte años, casi como la de los amores púberes. ®

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Publicado en: Narrativa

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