«La reina de espadas» al descubierto

La culpa es de Elena…

La historia es conocida: una editorial importante le encarga una “biografía” a una escritora que confiesa no tener “herramientas de investigación”. El resultado es previsible: una obra que falsea la vida de una de las grandes escritoras mexicanas.

Elena Garro en el Bosque de Bolonia, París, 1949.

Ante la reciente publicación del libro La reina de espadas, de Jazmina Barrera, sobre la dramaturga, novelista, periodista y poeta mexicana Elena Garro, no se puede hacer otra cosa que desenmascarar este intento por banalizar y reescribir la historia de Elena Garro para que quepa en el cajón del feminismo, en el cajón de las obras escritas por mujeres y, en fin, en el mayor número de librerías posible. Para poder hacer eso hay que dejarse parte de la historia en el tintero; partes que Jazmina Barrera o bien desconoce o bien ha suprimido deliberadamente para poder ver su libro publicado. En este artículo no sólo se pretende analizar aspectos importantes de La reina de espadas, sino también demostrar por qué este libro responde a un patrón que vemos repetido en los últimos tiempos: las grandes editoriales, como Lumen, en este caso, encargan a escritores/as jóvenes libros sobre figuras que consideran “controvertidas”. Así convierten a estos escritores noveles en descubridores de estas autoras. Se saltan todos los pasos necesarios y van directamente a lo que creen que el lector está buscando: una historia banal construida a base de chismes.

Cuando Lumen decide encargarle a Jazmina Barrera este libro le pide “algo breve, nada muy exhaustivo”. Así lo menciona la autora en el libro. ¿Cómo, me pregunto yo, se puede armar un libro sobre Elena Garro con esa premisa?

Estamos ante un libro de carácter divulgativo pensado para el lector medio no especializado, con un tono sensacionalista y amarillista. Está claro por el tono y el tipo de prosa —poco trabajada y forzadamente lírica cuando no corresponde— que no estamos ante un estudio ni mucho menos ante una biografía. Éste es un libro que pone la figura de Elena Garro en el centro para orquestar alrededor de ella un espectáculo bochornoso.

Un escritor de ficción puede permitirse licencias, puede inventarse un universo si quiere, pero un investigador no. En la presentación de su libro la propia Barrera se desenmascara: “No tengo herramientas de filología y de investigación”.

Tenemos ante nosotros a una autora que toma una actitud de embajadora de Elena Garro —ella misma se denomina así en el libro— para las nuevas generaciones, pero nos ha demostrado que no es más que una chismosa profesional. Qué se puede esperar de una escritora que afirma lo siguiente: “A veces las únicas fuentes que hay son los chismes”. Un escritor de ficción puede permitirse licencias, puede inventarse un universo si quiere, pero un investigador no. En la presentación de su libro la propia Barrera se desenmascara: “No tengo herramientas de filología y de investigación”.

Precisamente este tipo de libros —que aparecen en los estantes en el lugar que deberían ocupar las investigaciones acerca de la obra de Garro— son los que contribuyen a que continúe la leyenda negra sobre esta autora. Pasadas décadas de la publicación de sus obras, Elena Garro sigue siendo una autora marcada, que todavía no tiene el reconocimiento que se merece como escritora y que sigue sin ser estudiada en las aulas. A todo esto se suma el fenómeno que nos atañe: una reinterpretación de su vida y de su persona sin ningún tipo de rigor ni de respeto. ¿Por qué se permite esta injusticia, esta falta a la verdad, hacia Elena Garro? Pensemos en otros escritores del “boom”: García Márquez, Cortázar, Borges, Vargas Llosa, Carpentier, Fuentes. No se ha publicado cualquier biografía sobre estos autores. Ninguna editorial encargaría un libro sobre García Márquez “no muy exhaustivo” o que le faltase al respeto al escritor. Así, la publicación de un libro como La reina de espadas es una irresponsabilidad editorial.

En primer lugar, la vida de Elena Garro está descontextualizada. Apenas hay referencias que expliquen el contexto sociopolítico del momento y la situación de la autora frente a este contexto. Barrera nos ofrece la información de manera sesgada. Por otro lado, tampoco se documenta correctamente la vinculación de Elena Garro con la Reforma Agraria, su activismo con los campesinos de Ahuatepec ni su alianza con Carlos Alberto Madrazo. Sobre esto último, Barrera llega a sugerir en la presentación de su libro que Elena estaba enamorada de Madrazo. No hay nada más bajo ni simplista que justificar una alianza política con un amorío. No sólo esta conjetura está completamente injustificada y fuera de lugar, sino que además implica que Elena Garro era una marioneta que se movía en función de sus pasiones amorosas como si fuera una quinceañera. Elena Garro fue una activista, una defensora de los derechos de los campesinos que luchó junto a ellos enfrentándose directamente al gobierno de Díaz Ordaz. Su alianza con Madrazo es un movimiento coherente dentro una trayectoria política de oposición al poder gubernamental. No es ninguna sorpresa que toda esta parte de la vida de Elena Garro no aparezca referida ni correctamente documentada en La reina de espadas, ya que el retrato que Barrera pretende dar de Elena Garro es el de una mujer complicada, frívola, imposible de entender, cuando la realidad es que fue una mujer valiente, directa y con opinión propia.

El intento de Barrera por minimizar a Elena Garro se percibe desde el primer capítulo, titulado “Una vida en fuga”, en el que hace alusiones a una infidelidad por parte del padre de Elena hacia su madre. De nuevo, el chisme y los detalles morbosos e innecesarios. El tono del libro resulta gravemente irrespetuoso. En el capítulo “Desaires y noviazgos” acusa a Elena de coquetería, de “hacerle el avión” a Octavio Paz. Atrevidas palabras para alguien que supuestamente pretende “hacerle justicia” a Elena Garro.

Todo el libro está envuelto en un halo de feminismo que la propia Barrera coloca a propósito, pero que, si leemos detenidamente, pronto vemos que el feminismo brilla por su ausencia. El feminismo no casa con las faltas de respeto, con acusar a Garro de paranoica cuando estaba siendo perseguida y se vio obligada a huir de su país, a exiliarse. Es importante el uso de las palabras en ciertos pasajes, puesto que Barrera en ningún momento aborda el hecho de que Elena fue prácticamente expulsada de México. Para ella, Elena Garro simplemente “se fue al exilio”. Lo mismo ocurre cuando habla del asesinato de Carlos Madrazo: “murió Carlos Madrazo”, “Testigos en tierra dijeron que habían visto explotar el avión antes de chocar”.

Me da la sensación de que tanto la editorial Lumen como la autora de La reina de espadas se aprovechan de la desinformación y el desconocimiento en torno a esta figura para pretender vendernos una historia paralela.

Hay que entender que, cuando hablamos de una figura como la de Elena Garro, que pasó su vida involucrada en la escena intelectual mexicana, y que se posicionó política e intelectualmente, hay que adoptar una postura. En casos como éste, si uno no escribe desde el lado de Garro, está escribiendo en contra de ella.

Jazmina Barrera afirma no querer caer en la idolatría ni en el discurso fácil de culpar al patriarcado y a la sociedad machista de la leyenda negra sobre Elena Garro. Me gustaría saber cuál es entonces su explicación para la ausencia de esta autora en el mapa de la literatura mexicana. Me da la sensación de que tanto la editorial Lumen como la autora de La reina de espadas se aprovechan de la desinformación y el desconocimiento en torno a esta figura para pretender vendernos una historia paralela.

Llama la atención que apenas hay referencias a las obras de Elena, a sus reportajes como periodista o a su vida laboral en general. En cambio, se insiste repetidamente en la idea de que era una derrochadora y se gastaba el dinero en frivolidades. Barrera nos presenta a Elena Garro como una mujer que vestía de Chanel, como a una mentirosa: “A Elena le gustaba inventar historias (o contar mentiras)”, “con ella cuesta mucho trabajo separar los hechos de la mentira”. Sin embargo, apenas nos habla de su labor periodística. Apenas dedica unas líneas al reportaje “Mujeres perdidas”, para el que se infiltró en un reformatorio para señoritas para escribirlo. Así era Elena: perseguía la verdad. Era una buena periodista, una excelente escritora. Pero nada de esto parece ser importante para Jazmina Barrera.

Por último, no puede faltar la mención a Octavio Paz. En La reina de espadas hay varios capítulos dedicados a la relación entre Elena Garro y Octavio Paz, capítulos que resultan insultantes y extremadamente ofensivos. Por eso creo que merecen nuestra atención.

Pese a que se transcriben varios pasajes de las cartas de Paz a Garro en los que podemos leer repetidamente amenazas de muerte, Barrera las califica de “retóricas, puesto que sabemos que Paz no la mató”. Lejos de haber una crítica de este comportamiento por parte del poeta, Barrera nos cuenta que Elena “hacía lo que se le antojaba”, mientras que “Paz se exasperaba, porque, por más que insistía, Elena se empeñaba en seguir haciendo lo que le gustaba”. En este vano intento por ser imparcial podemos entrever la culpabilización de Elena.

Elena Garro dijo una vez que ella había vivido contra Octavio Paz. Creo que fue la única alternativa viable para sobrevivir. Por eso mismo creo que nosotras, las lectoras y defensoras de Elena, para preservar su legado, debemos vivir en contra de todas estas personas que la desacreditan. Sólo así puede hacerse verdaderamente justicia. ®

Fuente:
Barrera, Jazmina (2024). La reina de espadas. México: Lumen.

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Publicado en: Libros y autores

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