Leonard Cohen

amigo, si no hubieras muerto,
y acaso mis poemas fueran otros,
y tú hubieras producido
un disco distinto

Carta–dibujo de Leonard Cohen dirigida a su maestro Roshi.

Leonard,
sí, Leonard Cohen,
pobre diablo,
moriste antes
de que habláramos,
tú eres de Westmount,
yo de México,
somos americanos y,
por tanto, somos jóvenes,
y el amor fue el mismo necio
para mí que para ti,
que usaste el kimono
bajo esa absurda piedad
—tú lo sabes—
de ser nada
y amar el mundo,
pues por más que hayas
rasurado tu turbia cabeza,
la erección seguía ahí,
y en tal caso,
por tu sufrimiento,
pude decirte que,
del amor, nada hay que tu Señor,
ese señor sinsentido,
pero gozoso, no sepa,
y por lo mismo
es que nunca advertiste,
viejo zorro,
que Dios es complaciente,
si de verdad se complace
—solo las sombras lo saben—,
en lo que amas,
y te hubieras enterado,
por mí mismo,
más joven que tú,
pero que no nací ayer,
que Él se dona
en el placer bienamado,
y su bendición se encuentra
en hallar, entre las carnes
revueltas,
el absoluto que tanto
nos merece,
de tal manera,
triste atormentado,
que el verbo que revela
se hace carne,
mas nunca, Leonard,
prometas con palabras
a una mujer
—lo supiste—,
hazla sentir,
hasta que en sus propias
paradojas quede rendida,
y nadie sepa nada
hasta que llegue
la mañana eterna
con sus cosas cotidianas;
por favor, monje hipócrita,
aunque tuviste la ocasión
de ser, para la muerte,
un cero viviente,
no sé si viste a Dios
en la piedad
de unos muslos amorosos,
nada hay de insolencia,
pues Él mismo dijo
hombre, he ahí a tu hembra,
hembra, he ahí a tu bestia
—modesta exégesis—,
luego, entonces,
cómo renunciar a lo que
ha sido dictado
desde la furia divina,
pues tú entendiste
que eras pobre por amar
y no inmenso
por bailar en tu carencia;
Leonard, he visto tus palabras,
nos dijiste a todos 
voy, pero no voy,
mas yo, tu amigo,
tan reducido como tú,
pude prevenirte
acaso en una plática,
de esas a las que tanto
renunciaste por estar
inmerso en el dolor del mundo,
bruto, amigo,
pude prevenirte
al decirte que ahí
donde Dios no dice nada,
pero da paz,
es el camino,
y las hembras serían hermosas
y amadas y prestarían su oído
a los abismos, tan sin chiste,
de nuestra necesidad,
y ambos seríamos felices,
amigo, si no hubieras muerto,
y acaso mis poemas fueran otros,
y tú hubieras producido
un disco distinto,
uno que nos consuele,
uno menos resignado
—y tan profundo—,
uno que dijera
he visto el amor
y estoy en paz,
pero nunca fuimos amigos
y, lo mejor de todo,
afortunadamente,
es que tú fuiste amado
por mujeres desconocidas,
y yo, que tanto he amado,
sigo en silencio,
pobre diablo, amigo mío. ®

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Publicado en: Poesía

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