Tarde de huracán

Christian Ramiro González Verón, «Tormenta eléctrica en Naucalpan», 2019. Creative Commons.

y si hubo niños
que al temer
la caída del árbol
lloraron y se juntaron
en los brazos animales
de su madre, uno mismo
parece que no hubiera
crecido nunca…

Echegaray, Naucalpan,
18 de septiembre de 2024, 6 de la tarde, aprox.

Sólo el canto del terror,
si los árboles caen
y si las casas pierden su techo
y los autos se voltean
y no hay tiempo para callarse
sino hacer,
¿en dónde hablará el poeta?,
pues sólo el viento ruge
y empuja el agua
contra las ventanas,
y las ramas danzan
mientras penden de un hilo,
y pocos las llorarán
pues la furia nos toca a nosotros,
que no podemos danzar,
sino quedarnos en un rincón,
o al menos yo, poeta,
de pronto mi lengua se traba
como si el miedo fuera
el lenguaje de los fetos
que no deseaban nacer
y se enroscaban,
mas la tierra ya es nuestra,
la tocamos, y tiembla,
y parecía nuestra
y parecía algo resuelto
o al menos familiar,
y dar presagios,
para bien o para mal,
que si es el fin,
o que si hay que renacer,
parece no ser algo natural,
sino un sueño,
de cualquier manera
el huracán señorea
nuestro amor
por la geometría
con los pelos de un loco,
y se pasea con la honra
de un amo a la hora
de los azotes,
y si hubo niños
que al temer
la caída del árbol
lloraron y se juntaron
en los brazos animales
de su madre, uno mismo
parece que no hubiera
crecido nunca y,
sin embargo, no queda
mas que apuntalar las ventanas,
particularmente un poeta,
que explica para ver,
ahora que ha visto
poco es explicable,
salvo que no se necesitan poetas
en tiempos de penuria,
el poeta aún es
extremadamente civilizado,
pero cuando todo queda
a oscuras y los postes
se sacuden
para donar violentamente
su injusta electricidad,
y los tejados son tumbados,
¿qué hay, sino velas
y silencio y el rescate urgente?,
mas la salvación no está ya
en las palabras,
reunir a la gente se hace
en otro idioma,
sólo el canto de la lluvia,
sólo el canto del viento
y el macabro chiflido
de no sé qué futuro
debajo de un deslave
donde queda una casa
extraviada, no hay poetas
que sepan cantar,
ahí donde las voces
sólo aprenden a clamar
por su propia desdicha,
y por horas nuestro único
amor verdadero
es el agujero donde
se alojaron, temblando,
los primeros mamíferos,
nuestra única virtud
es ignorar,
nuestra única esperanza
es preguntar, preguntar,
y los poetas sólo contestan,
no saben hablar
a la mitad de una pregunta,
son inútiles, pregunten
a los sabios que,
en otro tiempo, eran tan solo
unos hábiles albañiles silenciosos. ®

Compartir:

Publicado en: Poesía

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.