El pasado 2 de octubre entró al mercado español Testimonios sobre Mariana, en la editorial valenciana La Bamba, con un prólogo de mi autoría. Por fin Elena Garro es valorada en España, país que forma parte de su identidad dual, como hija de padre peninsular y madre mexicana. Celebro esta publicación con este texto para recordarles a los lectores el origen de una de las novelas más importantes de la literatura universal.
Bajo el signo de Ulises
Vida y obra
Periodista, dramaturga, narradora, guionista de cine, poeta y memorialista, Elena Garro es una de las escritoras más importantes del siglo XX, no sólo en lengua española sino de la literatura universal.
Nació el 11 de diciembre de 1916 en la ciudad de Puebla y pasó su infancia y adolescencia en la Ciudad de México y en Iguala, Guerrero.
Hija de José Antonio Garro Melendreras, originario de Asturias, España, y de Esperanza Navarro Benítez, de Chihuahua, México, Elena inició sus innumerables travesías cuando Esperanza viajó embarazada de su hija en un barco desde España y desembarcó en el Puerto de Veracruz. De ahí se dirigió a la ciudad de Puebla, en donde vio la luz Elena Delfina Garro Navarro. Al poco tiempo su madre se trasladó a la Ciudad de México. En la capital del país transcurrieron los primeros años de su vida y después el destino la colocó en el mundo maravilloso de Iguala —o Ixtepec en su imaginario novelístico—, un pueblo sureño en el estado de Guerrero.
Sus progenitores contribuyeron para que su hija desarrollara una vida iluminada por la filosofía, tanto occidental como oriental, así como por la literatura y todas las bellas artes. Por eso, Elena leyó desde muy temprana edad a los clásicos españoles, griegos, latinos y alemanes, entre otros, a la par que recibió las enseñanzas de la cosmovisión prehispánica, pues los indígenas que vivieron con ella en su casa de Iguala nutrieron su imaginario.
Una de sus lecturas preferidas fue La Odisea, de Homero, la epopeya griega que devoró en su infancia y que se convirtió en uno de sus libros de cabecera. Sin duda, el mundo de Ulises, poblado de viajes y aventuras, tomó forma en su azarosa existencia.
En 1936 ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En esa época, fue coreógrafa y actriz del Teatro Universitario bajo la dirección de Julio Bracho.
El 25 de mayo de 1937 contrajo matrimonio con Octavio Paz, con quien viajó a España; el poeta había sido invitado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Las peripecias de ese viaje en plena Guerra Civil las recogió en su libro Memorias de España 1937 (1992).
En 1939 nació Helena Laura Paz Garro, la única descendiente del matrimonio.
Pero la joven artista no pudo concluir sus estudios universitarios, ni volver al teatro ni a la danza. El autoritarismo de su cónyuge la redujo a la esfera tradicional de madre y esposa.
Elena, como Sor Juana, se vio forzada a interrumpir su “tan vehemente y poderosa inclinación a las letras”.[1] Sin otra alternativa, se dedicó a promover la carrera de su consorte en los diferentes países donde residieron. El 5 de diciembre de 1943 partió rumbo a Berkeley, Estados Unidos, junto con su hija, donde se había instalado Octavio Paz desde noviembre del año anterior, al recibir una beca Guggenheim en el área de poesía. Al término del subsidio, el 17 de octubre de 1944 las dos Elenas retornaron a México; la esposa iba comisionada por su marido para vender ropa estadounidense e interceder por él en busca de empleo.
A mediados de ese año emigró a Nueva York; ahí fue editora, traductora y correctora en la revista Hemisferio, publicada por el American Jewish Committee. Sin embargo, las circunstancias personales y legales le impidieron desarrollar su creatividad.
Así, a fines de octubre de 1944, gracias a la intervención de su cónyuge, el poeta pasó a formar parte del Consulado de México en San Francisco, en calidad de canciller de tercera. Ocupó ese puesto seis meses, ya que en abril de 1945 lo asignaron al de Nueva York como canciller de segunda.
Por su parte, en febrero–marzo de 1945 Garro trabajó como periodista y traductora en la Conferencia de Chapultepec, una reunión consultiva de la Conferencia Interamericana, celebrada en la Ciudad de México. A mediados de ese año emigró a Nueva York; ahí fue editora, traductora y correctora en la revista Hemisferio, publicada por el American Jewish Committee. Sin embargo, las circunstancias personales y legales le impidieron desarrollar su creatividad. Además de la actitud machista de Paz, Garro carecía de permiso para trabajar en Estados Unidos, por lo que desafortunadamente tuvo que desperdiciar su talento en una labor marginal, en lugar de escribir artículos de opinión, entrevistas o reportajes.
El 23 de octubre de 1945 Paz fue destinado a la embajada de México en Francia en calidad de tercer secretario.
Al lado de su marido y su hija Elena vivió en París y otras ciudades europeas de 1946 a 1952, para apoyar la carrera diplomática de Octavio Paz. En ese periodo hizo amistad con diversos artistas e intelectuales, entre los que destacan André Breton, María Zambrano, Aldous Huxley, Francis Picabia, Alejo Carpentier, Pablo Picasso, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Tristan Tzara, Jean Genet y Albert Camus.
No obstante el exilio de la vida cultural impuesto por su consorte, la palabra escrita fue siempre su “amable compañía”[2] y Elena registró en sus cuadernos y libretas las ideas, las vivencias y las creaciones que iban forjándose en su imaginación. Una vez más, al igual que Sor Juana, las reprensiones ajenas no le impidieron “seguir este natural impulso que Dios puso”[3] en ella y acumuló toda esa información para poder expulsarla en el momento propicio de darse a conocer como creadora.
En diciembre de 1951 Octavio Paz se embarcó rumbo a la India, adonde había sido transferido; las Elenas permanecieron en su domicilio parisiense. El también ensayista residió en ese país alrededor de seis meses. El 6 de junio de 1952 madre e hija abandonaron Francia con dirección a Japón. Allá las esperaba el patriarca de la familia, quien había sido designado encargado de negocios interino para restablecer la embajada de México en el país oriental. Permanecieron en la isla alrededor de cuatro meses.
La familia Paz Garro salió de Japón el 29 de octubre de 1952 y llegó a Berna, Suiza, hacia mediados de noviembre de ese año. En febrero de 1953 se mudó a Ginebra. Hacia octubre–noviembre de ese año los tres regresaron y se establecieron en México.
Por fin, en julio de 1957 Elena Garro se dio a conocer en el mundo de las letras como dramaturga, dentro del cuarto programa de Poesía en Voz Alta. Se montaron tres de sus piezas en un acto: Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. Estas obras representan un parteaguas en el teatro mexicano al introducir la atemporalidad, la magia y la fantasía en la composición escénica.
En esa época Garro inició su activismo en defensa de los comuneros de Ahuatepec, Morelos, y luchó por que se llevara a cabo la Reforma Agraria Integral en los años sesenta.
Su primer libro, Un hogar sólido y otras piezas en un acto (1958), reunió seis de sus composiciones teatrales con ilustraciones de Juan Soriano.
Con su novela Los recuerdos del porvenir (1963), tejida en torno a la Guerra Cristera, puso en tela de juicio las lacras del naciente sistema político posrevolucionario e indagó en el pensamiento mágico y el tiempo mítico que conforman la dualidad mexicana. Por la saga de los Moncada, la escritora obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 1963.
Por otra parte, en Felipe Ángeles (1967), su única obra de carácter histórico–documental, dramatizó con una conciencia política ejemplar la traición a los ideales de la Revolución Mexicana.
En los cuentos de La semana de colores (1964), como en toda su obra, la materia prima es mexicana. Al mismo tiempo que nos lleva por la memoria de su infancia nos enfrenta con las injusticias sociales, el hambre, los crímenes, la impunidad y las eternas preocupaciones sobre el tiempo y el amor que fracasan en la realidad cotidiana; todo ello en medio de atmósferas mágicas.
Entre sus guiones cinematográficos destacan los realizados para las películas Las señoritas Vivanco (1958), Sólo de noche vienes (1965) y Las puertas del paraíso (1970).
Después de la masacre perpetrada por las fuerzas gobiernistas el 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, los acusaron injustamente de ser los principales instigadores del movimiento estudiantil, al que las autoridades calificaron de subversivo.
Crítica feroz de la corrupción y los vicios del sistema, se unió a las reformas políticas de Carlos Alberto Madrazo Becerra y a su proyecto democrático en 1965. Después de la masacre perpetrada por las fuerzas gobiernistas el 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, los acusaron injustamente de ser los principales instigadores del movimiento estudiantil, al que las autoridades calificaron de subversivo.
Elena Garro fue el chivo expiatorio de la tiranía del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, pues, además, la acusó de haber denunciado a los estudiantes e intelectuales afiliados al movimiento. Sin embargo, la mentira salta a la vista, ya que el movimiento no era una organización clandestina, sino abierta a la opinión pública, y sus participantes se denunciaban con su presencia en los mítines y en las manifestaciones. La Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía secreta del Estado, ya tenía en su posesión los nombres de los involucrados en el movimiento rebelde y no precisaba de las supuestas “denuncias” de la autora. El sistema autocrático necesitaba erradicar a todos los disidentes del régimen opresor, y lo hizo mediante el derramamiento de sangre, la mentira y la propaganda perversa y alevosa, como suelen hacerlo los potentados que utilizan todas las armas a su disposición para engañar al pueblo.[4]
A partir de los sucesos de 1968 vivió a salto de mata, acosada por el gobierno de Díaz Ordaz. En 1972 huyó de México, acompañada por su hija, Helena, ante la represión y la cacería de brujas desatadas por Luis Echeverría Álvarez, el presidente de México en turno (1970–1976).
Madre e hija vivieron veinte años asediadas, perseguidas y en la miseria en Nueva York (1972–1974), Madrid (1974–1981) y París (1981–1993).
A lo largo de su amplia producción literaria y dramatúrgica Garro rompió con la continuidad del realismo mexicano, mezclando a la vez lo político con lo fantástico. En los relatos de Andamos huyendo Lola (1980) recoge el hilo conductor de la persecución padecida por ella y su hija a raíz de los eventos de 1968. Es autora de las novelas Testimonios sobre Mariana (Premio Juan Grijalbo, 1981), Reencuentro de personajes (1982), La casa junto al río (1983), Y Matarazo no llamó… (1991), Inés (1995), Un corazón en un bote de basura (1996), Un traje rojo para un duelo (1996) y Mi hermanita Magdalena (póstuma, 1998). También destacan sus piezas teatrales Parada San Ángel (estrenada en 1993, publicada en 2005) y Sócrates y los gatos (póstuma, 2003).
Elena Garro regresó a México en junio de 1993 y pasó los últimos cinco años de su vida en Cuernavaca, Morelos, donde murió el 22 de agosto de 1998.
Recientemente publiqué algunas de sus obras que habían permanecido rezagadas: sus poemas en Cristales de tiempo (2016; 2018), así como Elena Garro sin censura. Obra inédita: guionismo cinematográfico, diario, dramaturgia, narrativa, memorias, investigación, epistolario, traducción (2023), y una nueva versión ampliada de su poesía bajo el título A mi sustituta en el tiempo (2024).
La pareja que nunca lo fue
Elena Garro consideró que “Para saber de la vida de un escritor, tienes que leer su obra, porque casi todo es autobiográfico en todos los escritores. Claro, más o menos disfrazado, más o menos disimulado, pero esencialmente reflejan una parte o una manera de ser”.[5]
Por eso, la escritura de Testimonios sobre Mariana (1981) posiblemente haya sido una de las más conflictivas para Elena Garro. En ella relata su vida al lado de Octavio Paz, de 1946 a 1952, en París, y el periodo de Nueva York en 1957. La polígrafa sabía de las represalias económicas y emocionales que le infligía su exmarido cuando revelaba aspectos de su vida en común.
Hay un diario de Elena Garro que dialoga con su novela autobiográfica. Esos apuntes de los años cuarenta y cincuenta guardan sus vivencias y los orígenes de Testimonios sobre Mariana. Se trata de un cuaderno que registra las memorias de una joven esposa, cuyo proyecto intelectual no podía fructificar en la sociedad patriarcal comandada por su esposo.
Elena Garro retrató tanto en sus diarios como en sus obras los problemas y las crisis de identidad del hombre y de la mujer en la sociedad contemporánea. A través de la escritura puso en tela de juicio, de manera catártica o terapéutica, las actitudes enfermizas y los valores establecidos, quizá en un intento por “curar” o “sanar” a esa sociedad de la que ella también formaba parte.
En el diario mencionado el lector reconocerá frases, eventos y situaciones que ficcionalizó en Testimonios sobre Mariana y en Primer amor, y escenas plasmadas en Memorias de España 1937.[6]
Esas notas son sumamente valiosas porque nos muestran que, aunque Elena no podía ser protagonista de la vida intelectual en esos años de casada, gracias a ellas vemos que nunca se dio por vencida; Garro confirma con esos apuntes que siempre fue una mujer observadora de su tiempo y de la psicología humana, lectora asidua, pensante, crítica y mordaz.
Escribir sobre la patología de las relaciones humanas se convirtió para Elena en el instrumento que le permitió sobrevivir en ese engranaje de juegos sexuales, políticos y sociales de los artistas, intelectuales y diplomáticos en el siglo XX.
En ese cuaderno describió las luchas ideológicas, el contexto histórico, político y social que la rodeaba, a la vez que descubría minuciosamente quién era Octavio Paz, quién era ella a su lado; ella que iba dejando de existir, la mujer al servicio de los intereses de su esposo; el viaje a Estados Unidos, un marido infiel que la incitaba a tener relaciones extramaritales; su matrimonio como un espejo de las relaciones anómalas en la sociedad moderna, la soledad y el desamor; su participación como seductora en el papel creado por la sociedad patriarcal de mujer–Eva, objeto sexual; un primer amante en Nueva York; luego París, el vacío de una cotidianidad donde tenía prohibido ser, elegir, escribir, para mutarse con el otro en “la pareja que no es pareja”;[7] los personajes que llegaban a su casa en la calle Víctor Hugo, y aquel con el que protagonizó el “amor loco de su vida”. Ella, prisionera, observaba a una sociedad malsana, deshonesta y caníbal que privilegiaba lo masculino, en tanto ella era devaluada y humillada por su condición genérica.
Escribir sobre la patología de las relaciones humanas se convirtió para Elena en el instrumento que le permitió sobrevivir en ese engranaje de juegos sexuales, políticos y sociales de los artistas, intelectuales y diplomáticos en el siglo XX. Por eso, nada es color de rosa en su diario, ni en Testimonios sobre Mariana ni en ninguna de sus obras, ya que en todas desmanteló los preceptos opresivos e hizo un estudio anatómico, al desnudo, de las lacras de la condición humana.
Elena Garro trabajó en Testimonios sobre Mariana en 1964 y publicó un avance en la segunda mitad de los años sesenta.[8] Tres años después le comentó a Roberto Páramo:
—¿Está preparando alguna obra actualmente?
—Sí. Dos novelas nuevas: Reencuentro de personajes, que va a aparecer en Argentina, y otra que le voy a dar a Mortiz: Testimonios sobre Mariana.[9] Ambas son novelas para adultos. Testimonios trata de un personaje femenino que es doble y nunca se sabe si ese personaje doble está vivo o muerto. Entonces, las gentes que la frecuentan van dando distintas versiones. En realidad es un tema que hizo con mucha felicidad Akutagawa y que luego llevaron al cine como Rashomon. A partir de ese cuento los escritores de todas partes se han puesto a elaborar distintas verdades sobre un mismo hecho. En mi obra no serán varias verdades, sólo dos personajes que son uno y el bagaje de testimonios que la gente va dando, versiones que, por otra parte, conforman una sola que es única. (…)
—Entonces, ¿su sentimiento del mundo es el material principal de sus novelas?
—Sí, yo no puedo escribir nada que no sea autobiográfico; en Los recuerdos del porvenir narro hechos en los que no participé porque era muy niña, pero sí viví. Asimismo en las dos últimas novelas, Reencuentro de personajes y Testimonios sobre Mariana, trato las experiencias y sucesos que me acontecieron en la multitud de países donde he vivido. Y como creo firmemente que lo que no es vivencia es academia, tengo que escribir sobre mí misma.[10]
En los años setenta, en su correspondencia con Gabriela Mora, Garro mencionó en varias ocasiones la dificultad que enfrentaba con la escritura de Testimonios sobre Mariana:
(...) suspendí nuevamente Testimonios. Voy a tratar de terminar esa novela, pase lo que pase. Te advierto que cada frase, cada situación y personaje, son auténticos. Lo que me resulta difícil es ordenar y ELIMINAR situaciones, pues si pongo todo me resulta inverosímil. Creo que ya está resultando así y que se vuelve pesada por eso. Estoy todavía en el testimonio de Gabrielle, que es la que ve las cosas como son. (...)
(...) Pensé escribir la historia de un duende en Nueva York. Pero ahora debo terminar Testimonios, que cada día se vuelve más pesado y me aburre y desorienta. La verdad es que todo lo que escribo de más de veinticinco cuartillas me harta. Los recuerdos los escribí en Berna en 1953 porque estaba muy enferma. Los papeles se quedaron en un baúl, los encontré en México y los puse sobre la estufa. Mi sobrino Paco y Helenita los quitaron del fuego, pues los habían leído y gustado. Después me fui a Nueva York y Helenita guardó las hojas quemadas de las orillas en un baúl, que dejamos en el Hotel Middletown cuando volvimos a París. Dos años después recibí un telegrama de mi hermana Estrella citándome en Marsella. Acudí, pues ella continuaba su viaje a Italia y la encontré en el muelle con el baúl: “Te conozco, fui al hotel y pedí el equipaje que habías abandonado y me dieron este baúl”, me dijo severa. Allí estaban Los recuerdos y otros cuentos. Pues ahora tengo la tentación de quemar: Testimonios. Son largos y les falta construcción. Es que no leo. No tengo libros y el tiempo sin libros es un desierto. Necesito leer algunas novelas para saber cómo se escriben.[11]
Pero, sin duda alguna, la misiva que le envió a Emmanuel Carballo en torno a Testimonios sobre Mariana resulta ser la más reveladora. La reproduzco en su totalidad, ya que la considero un documento trascendente para conocer el compromiso de la autora consigo misma y con la auténtica literatura; una responsabilidad que asumió siempre, sin complacencias, sin pactos con el poder político ni cultural, como lo revelan su producción dramatúrgica, literaria y periodística. De ahí que afirme en esta memorable carta: “Me jacto de decir lo que pienso y de firmar lo que escribo”; “El acto de escribir es un acto de libertad privada”. Carballo explicó el origen de la misiva:
Elena Garro estuvo y está tan sola como un presidente de México en los últimos días de su sexenio. Como a todas las personas que dicen en voz alta lo que piensan, la han condenado al ostracismo los acomodaticios que obtienen por su silencio o aceptación del statu quo un diez en conducta. Reprobado en estos menesteres, considero a Elena una correligionaria.
Recién salida su Testimonios sobre Mariana, novela con que obtuvo el premio Juan Grijalbo, Huberto Batis y yo dedicamos uno de nuestros programas en Radio Universidad (hoy cancelado por atrevido y libérrimo) a analizarla y enjuiciarla. Batis, cuya perspicacia crítica admiro y envidio, produjo un juicio favorable y entusiasta. Yo dije que la novela se prolongaba más de lo debido, sin que la extensión agregara nuevos atractivos a la anécdota y profundidad a los personajes; dije, también, que era una mezcla no del todo afortunada de novela gótica, novela rosa, novela real–maravillosa y novela surrealista; que el estilo era descuidado (y la edición horrorosa), que algunas de las criaturas no eran de tres dimensiones y que la historia pecaba de imprecisa. Batis y yo coincidimos en que la Garro en este roman à clef se dejaba ganar por las malas pasiones y veía a ciertos personajes con desafecto y en momentos con insidia.
Nuestros juicios se reprodujeron en un semanario de Xalapa (Punto y Aparte), Elena los leyó y no estuvo de acuerdo con ellos y me mandó una carta en la que difiere de mis puntos de vista (más que de los de Batis) y emprende una defensa sistemática de ella como autora, de su novela y de los juicios de valor que allí sostiene sobre hechos y personas. Su carta, que considero uno de los testimonios más significativos de la literatura mexicana reciente, me entusiasma y por ello la doy a conocer. La carta dice así:
París, a 8 de febrero de 1982
Querido Emmanuel: te escribo otra vez porque leí tu diálogo sobre Mariana con Huberto. ¡Gracias! Los dos son muy monos conmigo dedicándole tantas líneas a la novela...
Hablemos de la aburrida Mariana. La novela la escribí en México en 1964. Luis Spota publicó una parte en una revista que tenía y cuyo nombre no recuerdo [Espejo] en 1967. Años después la hallé en un baúl en Madrid. Necesitaba dinero y corregí los finales de los testimonios de Gabrielle y de Vicente. Pero no se pudo publicar. Siempre me cuesta mucho encontrar editor. Y mis novelas, cuentos y obras de teatro se deshojan, envejecen y se pudren en alguna maleta. Eso no es grave sino para mí, pues ya sabes que escribo por dinero.
Creo que debo aclararte que Mariana no es una autobiografía sino una novela. Mis memorias son muy diferentes. Cuando las publique Octavio Paz, Archibaldo Burns y todas las personas que crees descubrir en los personajes podrían demandarme. Sería muy divertido el juicio. Un verdadero vaudeville. Me las están pidiendo y creo que no resistiré a la tentación de venderlas, de manera que no te impacientes.
Si piensas que en Mariana aparecen personajes vivos te equivocas. Aunque es verdad que tomé rasgos de algunas personas vivas y difuntas para crear a un solo personaje. Acuérdate de Ortega y Gasset: “Lo que no es vivencia es academia”. Recuerda también a Dostoyevski y a Balzac: “La novela es vida”. Eso no quiere decir que lo que cuento en Mariana sea una simple calca de mi vida al papel. Creo que todas las novelas son roman à clef o no son novelas. Tendría que tomar ejemplo de los monstruotes que se escriben ahora y en los que no se sabe si el personaje es un perro, un sifilítico, una puta, un tirano sudamericano, una bañista, un sargento, una abuela, un pene, un paisaje, el lodo nauseabundo de un pantano, un borracho cogelón, Hernán Cortés, la Malinche, el Papa, la CIA, Carlos V, los peces de la mar, la mariguana, las viejas hediondas, los diputados, Óscar Wilde, Luis XIV haciendo sus confidencias, Santa Teresa de Ávila, una orquídea putrefacta, el propio autor, los amigos del autor, la Historia Contemporánea, la Historia Universal, los Vedas, las algas marinas de Puerto Ángel, los chamanes, los milicos, las monjas, Stalin, la Edad Media, la Inquisición, los judíos, los disidentes, el Tabernáculo de las Luces, la piel del otro, el aborto, Irán, Hitler cada vez más vivo y activo (ahora está a las puertas de París), la Gestapo, la División Charlemagne, el clítoris de la vecina, el paraguas de Pinochet, las aldeas de Latinoamérica (recuerda que cada gallo canta su muladar), la búsqueda de la identidad (¡claro, en Latinoamérica!), el hijo de la chingada, la penetración, el penetrado, la masturbación, la virgen podrida, el eunuco, los enanos masturbadores, las fascistas estalinistas, los curas maricones, el verdugo, el torturado, el Océano Pacífico o la isla de Pascua. No objeto este tipo de novela interoceánica, fluvial, magistral, histórico–personal, cloaca máxima, a la que es difícil tocar pues le salen hojas verdes de las páginas y convierten la biblioteca más modesta en una selva universal, magnífica, poblada de cabrones con lobanillos y por añadidura deshuevados. ¡No! No la objeto. En esta corriente amazónica en donde se pudren con los vientres inflados de aguas podridas y de sapos los autores, sus gobernantes, sus madres, madrinas, parientes y padres, hay una desmesura, un desorden y un caos inimaginables para una mente más o menos ordenada como la mía. Es decir, la mente de una pequeño burguesa ahogada por el deseo de entender lo que escribe y lo que lee. Mente cronometrada hace ya cientos de años por una cultura ajena al cocodrilo, al caníbal, al cabrón y al esteta de la mierda acumulada durante muchas generaciones. ¡Qué más quisiera yo que poder revolcarme en un revolcadero de cerdos a los que nos tienen acostumbrados los novelistas del presente y del futuro Progreso en el que hallaremos hectolitros de orines, calles de cagaleras de borrachos y escupitajos de tiranos inverosímiles! Sé que vamos a galope hacia las grandes ollas en las que se hervirán cabezas y piernas de degenerados. Allí, en medio del inmundo rastro, los GENIOS se coronarán de mierda y de huesos humanos, pero qué quieres, yo soy muy anticuada. ¿No te acuerdas? Por eso trato de seguir moldes anticuados, a mi medida, y modestamente trato de contar la historia para divertir al público. Si no lo logro es mejor que abandone la pluma, es decir, la máquina. Por desgracia no soy un genio. Y por desdicha tampoco soy víctima de nadie, de ningún fascismo rojo o negro. No me han capado, ni dado toques eléctricos en “las partes”, ni en los dientes. Debo gratitud a todos los regímenes políticos, incluyendo por supuesto al PRI. Creo que el personaje Mariana no es tampoco víctima de nadie, sino de su propio ahistoricismo. En ese sentido puedes muy bien decir que la pequeño burguesa Mariana es Elena Garro. Me jacto de decir lo que pienso y de firmar lo que escribo.
Ahora bien, escogí a una familia típicamente “intelectual sudamericana” que no había pasado a la literatura. Es una pareja moderna, nihilista, arribista, snob, perdida en los laberintos culturales del París de la posguerra. He conocido a muchos sudamericanos parecidos en Europa y, sobre todo, en París, cuna de todos los vicios, libertades y tendencias sexuales y culturales. La familia de Augusto es la familia Pérez–París, Martínez–París, Paz–París, Herrera–París, etcétera.
El acto de escribir es un acto de libertad privada. Nunca me he quejado de haber servido de personaje de poemas, novelas y cuentos. Recuerdo que Carlitos Fuentes escribió un cuento llamado “Las dos Elenas”. Todo México dijo que éramos la Chata [Helena Paz] y yo. Hubo quien trató de azuzarme contra el escritor. Me pareció absurdo. Cada quien puede fabricar personajes de ficción con personajes reales. Con ese cuento, “Las dos Elenas”, sucedió algo muy curioso: Fuentes hizo una película y tuvo dificultades de crítica. Vino a visitarme. Recordarás que yo vivía muy aislada. Carlitos me dijo que lo atacaban por envidia y me pidió que hiciera una crítica favorable a su película. La hice con mucho gusto y se publicó en Siempre!, con mi firma.[12] Ni Chata ni yo nos sentimos atacadas por su cuento, a pesar de que las personajes eran más bien desagradables.
Antes, en los años cincuenta, Paz escribió su gran poema “Piedra de sol” [1957]. Lo leímos y releímos juntos. “¿No te ofendes?”, me preguntó Paz. “No, tienes derecho de decir lo que te parezca”, le dije. Y lo que le pareció fue llamarme “pellejo viejo, bolsa de huesos”, o algo así. No recuerdo bien y no tengo su libro a la mano. Más tarde, en Madrid, Federico Álvarez me leyó el otro gran poema de Paz, Pasado en claro [1975], en el que me llama “cabeza de muerta” o algo parecido. Tampoco se me ocurrió enfadarme. Puedes preguntárselo a Federico. El poeta mitifica y Paz quiso exorcizarme diabolizándome. Lo han hecho todos los poetas. Para eso sirve la creación poética. Pepe Bianco también me tomó de personaje para su novela [La pérdida del reino] y en ella dice que me acosté con él, cosa absolutamente falsa, pero no me enfadé, pues sabía que era una novela. También Bioy Casares, al que tú citas, me puso de Clara en su novela El sueño de los héroes y puso que mi padre era un titiritero o mago o algo así, no recuerdo bien. No me enfadé. Ni me enfadé por otros cuentos menos clementes. Como ves, me han utilizado en varias ocasiones y nadie ha roto una lanza por mí o por la Chata, si es que estamos en el plan de defender a los posibles candidatos a personajes novelísticos o poéticos. De manera que no creo que sea importante que tú salgas de paladín a defender a posibles Paces, Burnes o Bioyes y que en cambio permitas que me llamen “cabeza de muerta” o hija de la chingada.
Natalia no es Chata. Tú la conoces muy bien y sabes que no es esa sombra radiante y apagada sin personalidad, ni voluntad. Sabes que es una gran rebelde que me ha dado muchos dolores de cabeza, aparte de los que le he dado yo a ella. Te confieso que las dos nos reímos mucho con tus golpes de humor como el de Abelardo y Eloísa. “¡Ojalá que fuéramos tan guapas y elegantes como Mariana y Natalia”, dijo muerta de risa. Hélas!, es verdad.
“La señora no se adora”, en tal caso adora a su personaje. Es natural que quisiera darle algún glamour (recuerda que soy pequeño burguesa), no podía ponerla tan fea como la autora, pues el caso Mariana se vendría abajo. En literatura se permite todo.
Creo, como tú, que la primera parte es larga y aburrida. No pude cortarla. ¡Gran falla! En cuanto a Vicente, es romo y pendejo como cualquier gigoló engreído. Pero no hablaba de un caballero de fuste sino de un niño bien, mitad gigoló y mitad vividor. ¡Fallé! Ni modo. No es cosa de volver a escribirla.
Lo del color de rosa de la novela no me asombra. También Los recuerdos del porvenir padecen ese mismo tinte y en general todo lo que escribo, inclusive el Felipe Ángeles, del que me enteré, gracias al prólogo [edición de la UNAM] de Hugo Gutiérrez [Vega], que era una calca del proceso de Felipe.[13] Según recuerdo, me constó Dios y ayuda reconstruir un caso ignorado de casi todos los mexicanos y del cual no había nada escrito. ¡Nada! Los datos me los dio mi tío Benito Navarro, que combatió a sus órdenes, y la mamá de Jorge Castañeda, hermana de Clara, la mujer de Felipe.
Te dije en varias ocasiones que no era mi vocación ser escritora. Mi vocación era el teatro. Y mi profesión, lectora. Si hubiera sido rica, nunca me hubiera sentado horas enteras a la máquina para escribir estupideces. Ese tiempo precioso lo hubiera dedicado a releer a mis autores favoritos, a los que ya nadie lee. ¿Qué más quisiera que ser Corín Tellado? En España supe que existía esa escritora y que es el autor que más gana en el mundo. Tiene casa, barco, médico, dentista, vacaciones. ¡Es dichosa!
En la novela, Augusto dice que Mariana lo persigue, y la famosa Mariana ya está muerta. Lo dice para cubrirse delante de su grupo. Tú dices que persigo a Paz. Seguramente te lo dijo él. ¿Podrías decirme cómo lo persigo? ¿Escribiendo? La novela no es un pleito privado, es ¡una novela! Te diré algo: ¿recuerdas que Mariana lleva a Vicente a visitar a una bailarina en Nueva York? Pues era una amiga rusa, bailarina de Les Ballets de Monte Carlo, que se casó con un monstruo que la perseguía y la destruyó. Tenían un hijo y ella no pudo escapar de él por esa razón. Callo su nombre. Tuve otra amiga, rusa también, pianista, casada con un doctor americano que se hizo famoso por las amistades de ella; la hija era amiga del grupo de amigos de la Chata. El doctor logró encerrarla en un manicomio y a la hija la echó a la calle y acabó de heroinómana. Así son más o menos todos los personajes. La vida supera al arte. Si pongo el fin de esa chica pianista y de su hija o el de la bailarina hubieran dicho ¡qué melodrama! El doctor se casó con su secretaria, una putierrita irlandesa, muy católica, que era su cómplice. No te digo sus nombres porque no quiero que me demanden. En cuanto a Barnaby, es un señor argentino, maricón, diplomático, que ya murió y que le hizo lo que cuento en la novela a una señora española que estaba casada con un personaje franquista que vivía entre Nueva York y Madrid. Octavio Paz conoció a este señor en la India la primera vez que estuvo allí. Por ese lado, tal vez Paz pueda haberse enfadado, ya que era muy amigo de ese Gustavo. La señora F. es ahora un desecho humano. Yo ignoro la vida y milagros de Octavio Paz. Si los ignoraba cuando estuve casada con él, pues ahora mucho más, entre él y sus amigos los cubren con un espeso velo de misterio imposible de penetrar. Creo que ya hablé bastante de Mariana...
Bueno, ya no te agobio. Te quiere mucho tu amiga de siempre. Escríbeme y gracias, querido Emmanuel, por tus palabritas,
Elena Garro[14]
Por la entrevista de Michèlle Muncy con la escritora, descubrimos que Garro finalmente había podido publicar Testimonios sobre Mariana, entre otras obras, gracias a la intervención de su amigo, el dramaturgo Emilio Carballido:
—Además de la amistad que os une, ¿hay alguna razón particular por la cual la dedicaste [La casa junto al río] a Emilio Carballido?
—¡Ah! Se la dediqué a Emilio primero porque lo quiero mucho y segundo porque gracias a él volví a publicar. Tenía un baúl lleno de cosas, de papeles, de hojas, porque vivía como gitana en España y se presentó Emilio un día como un duende, como es él, y pidió. Me dijo: “¿Tienes algo, tienes algo?” Le dije: “No tengo nada”. Pero Helena, mi hija, sacó hojas y hojas y Emilio me dijo que se llevaba todo. Se lo llevó y me lo publicó todo, todo. Salió Testimonios sobre Mariana, La casa junto al río y el Reencuentro de personajes. ¡Ah! Y una obra de teatro viejísima, la de Benito Fernández. Emilio ha sido como mi ángel de la guarda. (…)
—¿Tienes obras sin publicar, pero ya para salir?
—No tengo editor. En el 82 u 83 por primera vez me rechazaron una novela. Me rechazaron también la Historia de la Revolución soviética. Entonces me vino una gran depresión y no he escrito nada más.
—¿Cómo se llamaba la novela?
—Mi hermanita Magdalena. Parece que coincidió con la crisis de México, o fue a raíz de Testimonios sobre Mariana que produjo mucho descontento en aquel país. (…)
—Y el Premio Grijalbo…
—Sí, gracias a Emilio [Carballido]. Él me encontró muy fastidiada en España y se llevó Testimonios sobre Mariana. Lo presentó a Grijalbo y me dieron el premio. Me gustó porque además era dinero y me vino bien.[15]
A grandes rasgos, ésta es la odisea de una escritora y de una novela que tocaron tierra por primera vez hace ya varias décadas, y que ahora llegan a España, gracias a la brillante iniciativa de editorial La Bamba.
Elena Garro, como Ulises, sigue venciendo las adversidades. ®
[1] Cruz, Sor Juana Inés de la. “Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz”, Sor Juana Inés de la Cruz. Textos. Una antología general. “Prólogo, selección y notas” de Sergio Fernández. México: SEP/Universidad Nacional Autónoma de México, 1982, pp. 313–314.
[2] Garro, Elena. El Encanto, tendajón mixto, Un hogar sólido y otras piezas en un acto. Xalapa: Universidad Veracruzana, 1a ed., 1958, p. 138.
[3] Cruz, Sor Juana Inés de la. “Respuesta de la poetisa”, op. cit., p. 314.
[4] Véase ese tema en los libros de Rosas Lopátegui, Patricia. El asesinato de Elena Garro. Periodismo a través de una perspectiva biográfica. Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2a ed. aumentada, 2014, y en Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos. México: Gedisa, 2020, 2 vols.
[5] Guerrero Garro, Francisco. “Desde 1968 he caminado entre espinas, afirmaba” (La Jornada, Cultura, México, D.F., 23 de agosto de 1998); véase en Diálogos con Elena Garro, op. cit., p. 1325.
[6] Véase en Rosas Lopátegui, Patricia. Testimonios sobre Elena Garro. Biografía exclusiva y autorizada de Elena Garro. Monterrey: Ediciones Castillo, 2002.
[7] Garro, Elena. “Temo que no descubriré nunca el secreto de la pareja Mariana–Augusto, que nunca fue pareja”, en Testimonios sobre Mariana. México: Grijalbo, 1981, p. 123.
[8] Garro, Elena. “Testimonios sobre Mariana. Fragmento”. Espejo. Letras. Artes e Ideas de México, núm. 4, México, D.F., 1967, pp. 21-32.
[9] Ninguna de las dos novelas se publicó en ese periodo.
[10]Páramo, Roberto. “Reconsideración de Elena Garro” (El Heraldo Cultural, suplemento de El Heraldo de México, 31 de diciembre de 1967); véase en Diálogos con Elena Garro, op. cit, pp. 216-217.
[11] Garro, Elena. “Cartas a Gabriela Mora. Madrid, 9 de noviembre de 1974; Madrid, 18 de diciembre de 1974”, en Rosas Lopátegui, Patricia. Elena Garro sin censura. Obra inédita: guionismo cinematográfico, diario, dramaturgia, narrativa, memorias, investigación, epistolario, traducción. México: Gedisa, 2023, pp. 657 y 663, respectivamente.
[12] Garro, Elena. “Los crímenes se comenten en silencio” (La Cultura en México, suplemento de Siempre!, México, D.F., 4 de agosto de 1965); véase en El asesinato de Elena Garro, op. cit., pp. 377–380.
[13] En la edición de Felipe Ángeles (UNAM, 1979) no hay un prólogo de Hugo Gutiérrez Vega; éste funge en el programa de mano como “Asesor literario”. Debido a que la participación del general Felipe Ángeles ha pasado inadvertida en la historia oficial de la Revolución mexicana, Hugo Galarza, director del estreno en el Teatro de Ciudad Universitaria (1978), colocó un segmento de un artículo de Ángeles en el programa de mano a manera de nota preparatoria para el público, pero de ninguna manera con la intención de disminuir o señalar que la pieza “era una calca del proceso” del militar villista.
[14] El texto introductorio del crítico literario y la carta de Elena Garro aparecieron en Carballo, Emmanuel. Protagonistas de la literatura mexicana (México: Ediciones del Ermitaño/SEP, Lecturas Mexicanas 48, 1986); pueden verse en Elena Garro sin censura. Obra inédita, op. cit., pp. 758–763.
[15] Muncy, Michèle. “Encuentro con Elena Garro” (Deslinde, Universidad Autónoma de Nuevo León, septiembre–diciembre de 1986); véase en Diálogos con Elena Garro, op. cit., p. 531; 533–534.