En este momento ésta es la complejidad política que podemos ver: un tipo de maximato, que se expresa también en la reforma judicial, reforma que avanza como avanza el resto de lo evidente y relacionado, el cangrejo de la transición autoritaria con su caparazón de hegemón.
Construcción de una hegemonía partidista, transición autoritaria y maximato. En ese trío está el significado de la reforma judicial en curso. Por tanto, significa priismo y antidemocracia. La mentada reforma es parte del “plan C”, este plan es esencialmente priista —una reacción de tipo priista, y no sólo venganza coyuntural, contra la transición democrática, y no sólo contra la postransición de los tres gobiernos pre2018— y es un plan de AMLO. La culminación de su proyecto antidemocrático con velo popular.
¿Qué quiere decir construcción de una hegemonía partidista? La transformación del partido oficial, Morena, en otro partido hegemónico, un partido que controla/controlará en gran medida o casi por completo las posiciones de poder del Estado. Este control tiene/tendrá una dimensión electoral, esto es, un control suficiente o pleno de los procesos electorales antes, durante y después de las jornadas de votación. Construir la hegemonía es una construcción institucional: de nuevas instituciones, autoritarias por antipluralistas, destruyendo otras instituciones, defectuosas pero democráticas y que podían ser mejoradas. Esta destrucción–construcción es lo que atestiguamos en toda su complejidad interna y externa; en estos días sucede en su aspecto judicial, es decir, contra lo judicial independiente.
Morena y sus sobados 36 millones de votos no son “el pueblo” ni la cultura verdaderamente hegemónica como cultura en la sociedad. Los abstencionistas, anulacionistas y antiobradoristas (de derechas e izquierdas) somos más que los obradoristas (de fanatismo, de cultura autoritaria previa al 18 o al 24, o por voto estratégico o ingenuo).
No es el triunfo de una hegemonía cultural, aunque los “intelectuales” obradoristas así lo “describen”, ya que Morena no ha triunfado directa y culturalmente respecto de la verdadera mayoría de los mexicanos: quienes en 2024 se abstuvieron de votar o anularon su voto son por sí mismos —sin contar a los que votamos directamente en contra— más que los votantes obradoristas; la cultura de esos millones de personas no es morenista, porque si lo fuera habrían votado por Morena. Este partido ha triunfado políticamente, desde el ámbito institucional–estatal, contra las instituciones que estaban vigentes, e intenta que su triunfo sea maximizado y estabilizado en próximos años. Luego, podría haber una hegemonía cultural obradorista pero, en este caso, sería posterior a la hegemonía política–partidista, y no sería de una nueva cultura democrática.
Es necesario agregar: Morena y sus sobados 36 millones de votos no son “el pueblo” ni la cultura verdaderamente hegemónica como cultura en la sociedad. Los abstencionistas, anulacionistas y antiobradoristas (de derechas e izquierdas) somos más que los obradoristas (de fanatismo, de cultura autoritaria previa al 18 o al 24, o por voto estratégico o ingenuo). El obradorismo es una mayoría política–electoral. Un tipo de mayoría. Y Morena es el partido mayoritario, en relación con lo electoral–estatal, que está transformándose en hegemónico. “Partido hegemónico” no es lo mismo que hegemonía “cultural” social, aunque confundan los pseudopolitólogos oficialistas como Héctor Alejandro Quintanar. Y, como argumentó el politólogo Giovanni Sartori, un partido hegemónico es un caso del autoritarismo, necesariamente, no de la democracia. La actual mayoría obradorista, basada en clientelismo y propaganda, es sólo una parte del pueblo, una parte con mucho autoritarismo en su autoestima, y es una parte de la mayoría de los mexicanos, pues esta mayoría nacional tampoco son los obradoristas. Repito: el obradorismo es una mayoría electoral, la mayoría de los que votaron en 2024, ni siquiera la de todos los que podían votar (hubo mucho pueblo que podía votar y no votó, otra parte anuló, otra parte votó en contra y otra a favor, siendo ésta más grande que la contraria, pero simultáneamente menor a las otras tres partes sumadas). Asimismo, punto muy importante, el tipo de mayoría que es el obradorismo NO corresponde con la mayoría calificada en el congreso. La mayoría tal en la cámara de diputados se la robaron en la mesa del TaddeINE y del TEPJF, en la cámara de senadores la negociaron a la mala con tres senadores. Hechos que hacen democráticamente ilegítima a la reforma judicial… E incluso si fueran legítimas las mayorías legislativas que no lo son, eso no les daría derecho a todo y a cualquier decisión. Este “derecho” que especialmente se da a sí misma Morena no es democracia, es lo que ya he dicho: mayoritarismo. Por los mayoritaristas que luchan no por el pueblo sino para ser hegemónicos, el régimen político ya es casi un “nuevo” régimen autoritario. Está cerca de concluir la transición autoritaria —y así regresamos a donde estábamos:
Maximato no es cualquier cosa, ni poca cosa, tampoco un poder total y absoluto. El maximato actual no es una simple repetición del de Calles, es el de AMLO y es el que era posible; él sigue teniendo poder por circunstancias sociopartidistas y tiene más que Sheinbaum —que tiene pero menos que su aún jefe político—, como se hace evidente en lo que ocurre en las cámaras del congreso.
¿Qué quieren decir transición autoritaria y maximato? Politológicamente, o para la Ciencia Política, transición es un cambio de régimen político. Régimen político no es un gobierno sino todo el sistema de instituciones como reglas para las funciones políticas respecto al Estado. Una transición autoritaria es, así, el cambio hacia un régimen autoritario desde un régimen democrático. Maximato no es únicamente el caso de Plutarco Elías Calles; se use la palabra o no, el hecho existió y existe con variaciones: por ejemplo, existió “nacionalmente” en etapas de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana; hoy existe localmente en Guerrero, México, donde el papá de la gobernadora es más poderoso, influyente y decisivo que ella. Ahí está lo que es un maximato: no la situación en que un actor tras “el trono” tiene 100% del poder y uno que ocupa legalmente la silla tiene 0; es la situación en que el actor que está sentado tiene menos poder que otro que está de pie y detrás y que resulta ser o seguir siendo su jefe político. Maximato no es cualquier cosa, ni poca cosa, tampoco un poder total y absoluto. El maximato actual no es una simple repetición del de Calles, es el de AMLO y es el que era posible; él sigue teniendo poder por circunstancias sociopartidistas y tiene más que Sheinbaum —que tiene pero menos que su aún jefe político—, como se hace evidente en lo que ocurre en las cámaras del congreso. Dentro de esa estructura muy empeorada se insiste en la destrucción de la autonomía del poder judicial y eso, además de construir un nuevo “poder” judicial que no sería poder del Estado sino del partido y el gobierno, es continuar el “plan C” de AMLO. Seguir la reforma judicial es seguir obedeciendo a AMLO, no es obedecer a Sheinbaum; los operadores de la reforma no son gente de la presidenta, los operadores son ella misma y políticos que siguen sus acuerdos con el Jefe —acuerdos que por el momento convienen principalmente a AMLO, al partido oficial controlado por AMLO y a los operadores partidistas del congreso.
Sí, todo aquello se puede ver con claridad en la reforma judicial, incluida la iniciativa para hacer judicialmente inimpugnable toda reforma del obradorismo a la Constitución y para hacer constitucionalmente irrelevante a la Suprema Corte (otra iniciativa antiprogresista por contraria al sistema normativo de los derechos humanos, aunque algunos como Pablo Majluf creen que el obradorismo es un progresismo extremo…). La reforma judicial es para controlar al Poder Judicial, y para transformarlo en espacio para el reparto partidista de trozos del poder político expandido, lo que es parte tanto del priismo —como perspectiva autoritaria y esencia política del pasado del PRI— como de una transición hacia allá, hacia esa esencia histórica priista, transición de la que a su vez es parte la construcción de una hegemonía de Morena con sus aliados. Toda esta transformación antidemocrática no cancelada la originó e impulsó AMLO, quien por ello sigue gobernando, o está cogobernando “invisiblemente”: todo lo que están haciendo los obradoristas contra el Poder Judicial es hacer lo que quería y quiere AMLO, continuar lo que él imaginó y comenzó, terminarlo, asegurarlo, darle gusto a él, otro regalo personal que también es regalo para el partido y sus operadores: es obedecerlo, seguir obedeciéndolo en lo partidista fundamental. ¿Por qué eso no sería maximato? Dure el tiempo que dure, es maximato, inserto en la transición autoritaria por la que Morena llegaría a ser hegemónica en un régimen autoritario que, después de que se agote por una causa u otra la jefatura máxima de AMLO, regresará de lleno al peor presidencialismo.
Volvieron a equivocarse quienes creyeron en una Sheinbaum fantástica, la supuesta o “posible” doctora científica y democrática que no continuaría el “plan C” que —no lo vieron— centra al obradorismo contemporáneo. Ella continúa el plan de él. Así que respeta y continúa la jefatura máxima de AMLO. Ella decidirá lo que no le importa al expresidente o no quiere ni necesita decidir él. Es y será por un tiempo más una diarquía, con o sin maximato… Se equivocaron quienes tampoco vieron la mezcla de priismo y “maximismo” que se cocinó el sexenio anterior. En este momento ésta es la complejidad política que podemos ver: un tipo de maximato, que se expresa también en la reforma judicial, reforma que avanza como avanza el resto de lo evidente y relacionado, el cangrejo de la transición autoritaria con su caparazón de hegemón. Nunca será poco insistir en explicarlo. ®