Platicamos con el escritor argentino Luciano Lamberti (San Francisco, Córdoba, 1978) sobre su novela Para hechizar a un cazador —Premio Clarín 2023— y los procesos creativos que involucraron su escritura.
Todo regresa, pero lo que regresa no es nunca lo que se fue.
—Louise Glück
Genealogía
Tiene que ver con el origen de esta novela, que básicamente es La pata de mono de Jacobs. La semillita fue esa y después vino todo lo demás, incluso leer y amar a Cementerio de animales, que es mi novela favorita de King y que un poco está inspirada en ella. Para hechizar a un cazador (Alfaguara, 2023) parte de la pregunta de qué me maravilla de ese cuento, y es la manera en que involucra al lector en el armado del terror y su efecto. Es el lector el que termina de ver al monstruo sin que el monstruo sea expuesto o descrito. Vemos una puerta y nosotros ponemos lo que está detrás. Creo que la mejor forma de generar terror es esa. Me interesa mucho el efecto del terror. En el cine es mucho más fácil que en la literatura. Y la novela en general tiene ese funcionamiento, también con el tema de la dictadura. A propósito cuento un centro clandestino —que es como la parte más terrible de la dictadura, el centro— de forma ligeramente desplazada para que sea el lector quien ponga el horror allí donde no está. Es el capítulo que se llama “Hotel La Perla”. Escribí una novela para lectores que sepan qué pasó en la dictadura. No es una novela didáctica ni nada por el estilo. El funcionamiento consiste en tratar de generar una participación activa del lector para que ponga de su propia enciclopedia, de su propia cosecha, el terror allí donde no está o está insinuado.
Proceso creativo
Tardé cuatro años porque quería escribir una novela, por una maldita vez una novela lineal, sencilla, un poco inspirada en A Dark Song (Liam Gavin, 2016), una película británica–irlandesa que amo y que cuenta un ritual. La novela empezó así, con este ritual; hay un capítulo que se llama precisamente Para hechizar a un cazador y se fue complejizando porque no funcionaba solo. Y se me terminó volviendo una novela coral, un poco sin querer. Bueno, creo que era necesario hacerlo porque me daba la idea de que estaba hablando también de una época, incluso de que había diferentes puntos de vista sobre la dictadura. Me interesaba el choque de las voces. Me interesaba trabajar no sólo la historia sino todo lo que la rodeaba, era algo que consideraba necesario. Entonces fue creciendo a partir de ese centro. Tardé cuatro años porque entre idas y vueltas, edición, estructura, eran muchas cosas.
Show, don’t tell
Hay escenas entre comillas pornográficas en la novela, referencias al cine slasher, pero no son deliberadas ni conscientes. Lo que quería era contar la historia y contarla de una manera que fuera inolvidable. Todo lo que sucede, todo lo que se muestra tiene que ver con eso. Y lo visual está porque soy un escritor formado en la lectura de la literatura norteamericana que tiene esa máxima del show, don’t tell, la cual genera el olvido de que estamos leyendo y la ilusión de la ficción, algo que me gusta mucho como efecto. Esa es la razón básicamente por la cual empecé a escribir. La idea es que podés filmar una película en tu propia mente porque alguien a distancia, con palitos y circulitos, te haga vivir una historia.
Gótico latinoamericano
Me gustan mucho Mariana Enríquez, Samanta Schweblin y Mónica Ojeda. También Diego Muzzio, que es un escritor argentino. Hay varios autores argentinos trabajando con esa estética desde diferentes lugares, pero siempre de manera interesante. Paul Tremblay, que es norteamericano. Brian Evenson me gusta muchísimo. Pero creo que para un escritor la verdadera fuente son los clásicos. Volviendo a leer a Drácula uno descubre todo. O El hombre de arena, de Hoffman, ahí está todo. Hay esta idea de que el fantástico consiste en un orden distinto que un personaje descubre relacionado con lo sagrado y le da sentido a la vida, por más que sea aterrador. Los resortes del mundo quedan al descubierto y hay una causalidad diferente. Ahora estoy volviendo a leer Drácula y me doy cuenta de esto: la manera en que Jonathan Harker, mientras se va internando en Transilvania, opone su racionalidad inglesa a estas creencias paganas que siguen empujándolo. En algún momento le parecen ridículas, pero luego se da cuenta de que no lo son. El terror, cuando tiene esa base temática, digamos, está buenísimo. No terror por terror sino por una cuestión política en el sentido más amplio.
Dimensión política
No soy un escritor temático. No soy un conferenciante ni un ensayista. Me manejo con imágenes, poesía y sueño. Creo que el artista tiene que trabajar más desde la intuición que desde la racionalidad, en un punto. Contar bien una historia, pero no dar un mensaje. Que haya un sentido para lo que se escribe, pero que no sea aleccionador, porque me parece medio tonto.
Problematizar al enemigo
Cómo trabajar con el enemigo, sea cual sea tu enemigo personal, en el sentido justamente político del tema. Hoy es muy complicado, sabemos que estamos sometidos a una censura, sobre todo en mi caso, a la posibilidad de una censura interna. En la literatura argentina hay una gran tradición a ese respecto, a la idea de problematizar al enemigo, desde El matadero de Echeverría hasta Cortázar y Mariana Enríquez. Siempre es una cuestión —pienso en algunos cuentos de Schweblin— que no está completamente resuelta sino que es un problema dentro de las obras narrativas. Creo que la literatura no tiene que ser censurada por el autor y no siempre tiene que coincidir con sus ideas políticas. Para mí la historia tiene que valer por sí misma. Y, por otro lado, el fantástico tiene una pata profundamente moralista y conservadora. La estructura básica del terror es crimen y castigo. Y es así en escritores que no son conservadores en su propia vida. Joyce Carol Oates es una escritora súper feminista, súper progre, y al mismo tiempo tiene una pata moralista en lo que escribe, o incluso Stephen King. Siempre el terror aparece cuando se infringe una ley.
Ficción y autobiografía
No sé si me animaría a hablar de lo colectivo. No soy quién para hablar de lo colectivo. El terror tiene que ver con lo personal, tiene que ver con tus propios mambos, con la forma en la que no puedas resolver algunas cuestiones y que se resuelven por ahí. Esto queda claro en los cuentos de Cortázar, por ejemplo. Sus cuentos fantásticos siempre nacen de un trauma, de una imposibilidad, de una frustración. Y si están bien hechos, son universales, pero hablando de sus propios mambos personales. Me acuerdo siempre de esa anécdota de que Cortázar, cuando estaba traduciendo los cuentos de Poe, vivía en una especie de surmenage y estaba tan quemado que veía insectos en la comida y eso le sirvió para escribir “Circe”. Y está bueno para pensar cómo funciona la ficción y la autobiografía, hoy que todo el mundo escribe sobre sus vidas. Me interesa ese rol de la ficción. Volver universal eso que es personal e íntimo, en los mejores casos. Me parece que el escritor tampoco tiene control sobre eso, pero sí sobre contar una buena historia.
Ocultismo
Cuando empecé a escribir la novela le pedí a Mariana Enríquez que me pasara bibliografía. Me pasó un montón de libros, me puso en contacto con Federico Fahsbender, un periodista muy informado porque es satanista. Él también me pasó muchos libros y uno de los dos, no me acuerdo quién, me pasó La clavícula de Salomón, un famoso grimorio, el más antiguo de los libros de hechicería. Un manual de instrucciones para que las mujeres practiquen hechicería de forma casera. Cada capítulo estaba encabezado con un objetivo. Había varios: para buenas cosechas, para hacerle daño a un enemigo, y uno era para hechizar a un cazador. En su caso eran cazadores reales, digamos, que pasaban por la aldea. Eso me dio el título de la novela.
Lo real y lo aparente
No sé si en la obra se plantea una conceptualización profunda del mal. Por lo pronto, la división que hay es entre lo real y lo aparente, si es que podemos hablar de lo real. Diría que vivimos inmersos en ficciones, porque la familia es una ficción, el Estado es una ficción, la política es una ficción, la literatura es una ficción. Esa idea me interesa. Sobre todo, hay una forma de vida trivial que consiste en comprar cosas, formar pareja y morirse, y otra más profunda, que entiende el mundo como un cosmos, un orden, y que si bien es problemática pues sugiere la idea de transformarse en cazador, al mismo tiempo tiene un aspecto positivo. ®
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