Los fríos territorios del desconsuelo

Una novela de Juan Francisco Hernández

En esta novela la fuerza de la narración se circunscribe a la fragilidad de la esperanza, al acontecer de seres de pensamiento amorfo, de escasos sentimientos, limitadas ambiciones y nulo deseo de superación. Los males de la sociedad se concentran en nuestros personajes.

Vincent van Gogh, «Rain», 1889. Philadelphia Museum of Art.

Podría atreverme a decir que Los fríos territorios del desconsuelo (Caligrama, 2024) no es una novela, sino un largo poema. Es un poema de gran tristeza, de delirio, de los males de una sociedad en decadencia. En palabras de Ross Douthat: “La decadencia es una forma de agotamiento cultural y cansancio del mundo que se percibe en nuestra época”.

La época de la novela es en los años setenta, pero podría ubicarse en cualquier tiempo. En algunos momentos, la descripción del solitario paisaje y de los solitarios personajes, los grises de afuera y, metafóricamente, de los mundos inicuos de los personajes, parecerían una obra de Van Gogh, un frío, triste y lúgubre —aunque hermoso— paisaje holandés o belga. La pluma magistral de Juan Francisco Hernández logra pintar un cuadro similar a Rain, impregnado de soledad, melancolía y ruptura; salvaje, como autoflagelante.

La fuerza de la narración se circunscribe a la fragilidad de la esperanza, al acontecer de seres de pensamiento amorfo, de escasos sentimientos, limitadas ambiciones y nulo deseo de superación. Los males de la sociedad se concentran en nuestros personajes: seres clandestinos cuya conformidad les conviene y somete.

La novela tiene un magnetismo tal que impide al lector dejar de leer. Juan Francisco Hernández nos muestra que, en la aparente simpleza de la historia, va escondido un narrador impecable que ha dejado con libertad a sus personajes. Rowen es un perjudicial producto de una sociedad en franca descomposición. Candy, la pareja de Rowen, es aún mucho más banal, desestructurada, sin pasión, sin decisión y sin carácter.

La naturaleza desordenada del exterior es como la naturaleza del interior de los personajes. Así como en la pintura de Van Gogh, Rain, cuando el artista se ha declarado plenamente en medio de la naturaleza, de la misma forma, el mundo para Rowen era un vehículo casi inservible.

Los fríos territorios es una novela cronológica en la que se nos da cuenta de una dramática historia: se narra una historia y la historia de la historia, es decir, la mise en abyme, ya que, mediante un discurso narrativo, vamos descubriendo otro discurso igualmente sorprendente. Así como la mise en abyme es “un juego de significantes dentro de un texto, de subtextos que se reflejan entre sí”, así es el mundo real y onírico de Rowen, denostado por las drogas y el alcohol.

Los tiempos de la novela son los tiempos de la realidad en un continuum diario con la cotidianeidad pasmosa de sus personajes. La naturaleza desordenada del exterior es como la naturaleza del interior de los personajes. Así como en la pintura de Van Gogh, Rain, cuando el artista se ha declarado plenamente en medio de la naturaleza, de la misma forma, el mundo para Rowen era un vehículo casi inservible: la compañía de Candy y su bella hija Sarah y el perpetuo presente offtheclock.

Hernández propone a Rowen como el héroe de la novela, quien es irrestrictamente un antihéroe carente de valores, o cuyos valores no son de ninguna manera los que se basan en el altruismo, la superación, el respeto; sino que, de forma totalmente opuesta, se basan en la mentira, el abandono, la falacia, el desgano y la brutalidad.

Rowen no es un villano: es una víctima de sus circunstancias y de su incapacidad de ser humano. Es un eunuco, un pusilánime, un flagelado. Y su compañera, Candy, es la coartada fácil para que Rowen se rinda ante un amor fingido, dado, prestado, robado. Candy es naïf, es dulce, sin instinto, sin dramatismo, sin fuerza; es estoica, es simple. Y será la pieza angular del toque dramático de esta breve pero portentosa novela.

Es el dolor del que ha perdido sin intentar ganar, del que se ha dejado en manos del destino. Ese destino que nunca se ha construido ni por el que se ha luchado.

La pareja y su pequeña hija, Sarah, no tienen salida, no hay escapatoria. Se encuentran destinados al fracaso y al dolor. Pero no es un dolor grande, no es el dolor del que ha fracasado; es el dolor del que ha perdido sin intentar ganar, del que se ha dejado en manos del destino. Ese destino que nunca se ha construido ni por el que se ha luchado.

Hay momentos de gran belleza retórica, como cuando “el tiempo huía entre los árboles”, y así nos acompaña el genio holandés en Avenue of Pollard Birches and Poplars.

El paisaje gris y sórdido se escinde para dar paso a la lluvia precedente de la nieve. “Cuando llovía las casas lloraban su dolor tartamudo” se funde al lamento interno de Rowen con melancolía y soledad.

La tristeza del paisaje…

Rowen es ese (anti)héroe que debe salvar el mundo, debe resolver los problemas de su pequeña prole. Su frustración por no lograrlo es como la de cualquier pater familias, pero sin intentar realmente nada, sin sufrir en el esfuerzo.

Las imágenes se han dispuesto in illo tempore, de forma que nos encontramos con la descripción estética del discurso, la fragmentación del héroe: “El cielo nocturno, a veces, huele a relámpagos”, y “los copos de nieve caían como lágrimas del cielo gris”, ahondando así en la tristeza del paisaje y del mundo gris de Rowen.

Rowen se enfrenta con su propia deformidad: “…tras el llanto le había crecido una cara sobre su misma cara, una cara enferma, hinchada”; en estos momentos no puede continuar con la vida que, sin proponérselo, ha elegido continuar. En medio de estafas, frío y dolor, Rowen vive su propio martirio.

El cierre de la novela es un sacudimiento, una frustración mayor, un imposible, un detenimiento. La mímesis de la novela es, en palabras de Paul Ricoeur: “Literary works are self–contained worlds with their own laws and their own logic, subject to distortion when made to answer to ideologies or doctrines external to themselves”. De esa forma, la narración de Los fríos territorios del desconsuelo es una y cerrada, marcada y sellada, y Juan Francisco Hernández se ha perfilado como un espléndido escritor. ®

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Publicado en: Libros y autores

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