Camila Villegas decidió escribir esta novela después de una temporada en la Sierra Tarahumara, “experiencia que te toca, te conmueve y te mueve de lugar”, nos dice.
Durante la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara tuve la oportunidad de entrevistar a Camila Villegas, quien presentó su novela más reciente, Lo demás es silencio (Tusquets, 2024).
Leerla es dejarse llevar, página a página, por la musicalidad con que sus personajes hablan, los escenarios y esas emociones que narra, resquicios de su vida en la Sierra Tarahumara. No es tan fácil que una persona que viva en la ciudad tenga esa sensibilidad para conectarse con la naturaleza y trasladarlo al lenguaje de la novela.
—Yo creo que no hubiera podido hacer ese trabajo de lenguaje de no haber estado primero dos años escuchando cómo construyen el español en esa región y entender esa cadencia especial. Cómo alguien, cuya lengua materna es el tarahumara, habla español. Yo soy fiel creyente de que el lenguaje construye al mundo y la cosmovisión del mundo que tiene el pueblo rarámuri es muy diferente. En esta novela yo apostaba a trasladar eso a la construcción del lenguaje, que tenía que ver con un ritmo y con esa musicalidad que tú mencionas. Una reelaboración de lo que yo recuerdo, me interesaba que hubiera una especie de partitura.
—Hablemos de la cosmovisión de los personajes, cómo los narras a partir de tu experiencia y su relación con los elementos: fuego, agua, tierra y aire.
—Vivir dos años en esas comunidades para mí resultaba sorprendente. En la Sierra Tarahumara las personas forman parte del todo. En las ciudades esas sensaciones son distintas, porque estamos un poco fragmentados y desconectados de nuestro entorno, no nos sentimos uno con los edificios, ni con las calles. Nuestra relación con la “escenografía” es distinta y allá no hay eso, ahí son todos el aire, el agua, las montañas, los animales. Las comunidades leen lo que está sucediendo en la naturaleza y eso es fascinante. Me acuerdo alguna vez de estar con una mujer rarámuri, ella decía que iba a llover y en el cielo no se veía ni una sola nube, pero me dijo, fíjate bien, las ranas están subiendo al monte. Su sensibilidad y el conocimiento tienen que ver con un ritmo pausado de la existencia, y eso fue algo que quise rescatar en la novela. Ese observar lo cotidiano de manera más profunda y sentirlo como una segunda piel.
Me acuerdo alguna vez de estar con una mujer rarámuri, ella decía que iba a llover y en el cielo no se veía ni una sola nube, pero me dijo, fíjate bien, las ranas están subiendo al monte. Su sensibilidad y el conocimiento tienen que ver con un ritmo pausado de la existencia, y eso fue algo que quise rescatar en la novela.
—Ahora hablemos de la relación entre el sacerdote y la mujer rarámuri.
—Yo creo que justo el deber ser de las ciudades es una cosa apabullante. A veces nos aplasta y nos es difícil ver hasta qué punto estamos negociando nuestras propias libertades con las reglas impuestas por alguien más, reglas que nosotros hemos asumido como propias. Particularmente, en la Sierra Tarahumara las decisiones se toman con mayor libertad justo porque no hay estas cadenas de la expectativa que se tiene de nosotros. Entonces, una situación como la de un jesuita dejando los hábitos para formar una familia con una mujer rarámuri es posible, entre otras cosas, porque el amor es posible siempre y en todas partes. A veces actuamos para dar cabida a esas otras experiencias humanas, las relacionadas con la manera en que nos vinculamos. En una ciudad es poco probable que suceda algo así y creo que aun así sucede, pero no nos enteramos, es algo que hay que ocultar.
—El tema principal de la novela es la transformación por la que atraviesa este sacerdote, pero hablando de la escritora ¿cómo te transformó a ti haber experimentado esa vida y luego escribir esta novela?
—Sí, haber estado dos años en esas comunidades me transformó, sobretodo en mi mirada, porque yo regresé a la ciudad a ser una citadina, regresé un poco a hacer lo mismo que hacía. En ese sentido mi transformación no fue tan radical como la del personaje de Montejo Lobo, pero sí transformó la forma en que yo veo las cosas. Creo que sin esa otra manera de observar al mundo no habría sido escritora, porque yo estudié economía, o sea, mi destino era trabajar en un banco o trabajar en una casa de bolsa, ése era el paso natural después de haber terminado la carrera. Pero pasé por la sierra y nadie sale incólume de ese lugar. Haber vivido y compartido con comunidades indígenas necesariamente te toca, te conmueve y te mueve de lugar. Ésa fue la primera gran transformación, puedo decir que yo escribo gracias a mi paso por la Sierra Tarahumara. Ésta es mi primera novela, pero llevo casi veinte años escribiendo teatro. Y esta novela para mí ha sido una revelación, porque escribir teatro tiene muchas reglas y tiene muchas condicionantes y es un ejercicio no tan libre; en cambio, con la novela ha sido descubrir que hay una libertad enorme en la escritura. Porque el cuento también restringe y hay que contenerse muchísimo. Y con esta novela no, fue una vuelta a un lugar que para mí es muy cercano a mi corazón, que es entrañable, que implica mucha nostalgia, mucha añoranza y al que creo que no me atrevía a volver. Porque es de estos lugares que te hacen un hueco en el estómago y un nudo en la garganta, y tenía que haber una distancia de año y de kilómetros para que yo pudiera escribir esta historia. Fue como un regreso a casa pero ya con una libertad enorme. Esta novela tiene muchos referentes a cosas reales y anécdotas reales, pero es un universo ficcional y solamente esta distancia me dio la libertad de atreverme a escribir la historia y en este formato. Fue como quitarse una camisa de fuerza que tenía como escritora.
—¿Crees que gracias a que vienes de la dramaturgia pudiste hacer uso de otras herramientas narrativas, más teatrales, para hacer de Lo demás es silencio algo híbrido?
—Sí, creo que hay mucho de mi legado teatral, hay acción dramática y la oralidad, que es tan importante en el teatro. Es a partir del habla de los personajes como conocemos a los personajes, es un ejercicio de muchos años, de construir a través de su propia forma de hablar, de su propio lenguaje. Hay pocas descripciones físicas de los personajes, no sabemos si Montejo es alto, bajo, gordo o bigotón, porque toda mi construcción del personaje estaba fincada en su lenguaje.
—Hay un párrafo que me enchinó la piel por su potencia porque construyes algo hermoso para hablar de la muerte y sus implicaciones: “¡Pobre Cristina! Habrá pensado que aferrada a la tierra se podía salvar. Pero ya es una raíz, ya nomás de ella queda lo que hay en el corazón de los suyos. ¡Pobres de nosotros! ¿Qué van a soñar allá en Nawéachi? ¿Qué mirarán por las mañanas luego de sus pesadillas? ¿Langostas que devoran cosechas? ¿Arroyos de sangre? ¿Lluvia de fuego? ¿Vacas, burros, chivos muertos? Niños con tuberculosis, bardas que caminan por la noche, cuernos de chivo… ¿Una plaga bíblica?”
—Hay dos capítulos que fueron los capítulos más dolorosos y más difíciles de escribir. Cuando escribo conecto las emociones con mi escritura, es completamente emotiva y visceral, no es racional porque tengo una conexión que no puedo ignorar. Te puedo decir qué me emociona de mi historia y cómo la construí. Soy una lectora de poesía y admiro profundamente a los poetas porque creo que las palabras construyen el mundo y las palabras son preciosas, y merecen reverencia. ®