Una crónica extensa y muy personal de lo que alcancé a ver y escuchar en la feria de los libros más grande del mundo hispanoamericano, con agradables sorpresas y reencuentros —aunque nunca falta el prietito en el arroz.
No debe ser dicho todo lo que se piensa. No debe ser escrito todo lo que se dice. No debe ser publicado todo lo que se escribe. Y no debe ser leído todo lo que se publica.
—Sentencia judía.
Todos los amigos que vinieron a la FIL deberían de quedarse una semana más, por lo menos. Así podríamos continuar y comentar con calma lo que vimos y los libros que compramos —y los que nos obsequiaron—. Es una pena no haber visto a algunos de ellos en los stands, en los abarrotados pasillos o en las decenas de presentaciones —¡632!, más los foros literarios y académicos, los premios y los merecidos homenajes a Cristina Pacheco, a José Agustín—; sería una hazaña imposible asistir a todas las que le interesan a uno. La tumultuosa, diversa e imponente feria de los libros en Guadalajara —más de 900 mil visitantes, de acuerdo con el boletín oficial— es una de las pocas ocasiones en que se puede volver a ver a los viejos y nuevos amigos que viajan desde Ensenada, Mérida, Saltillo o Pachuca, o de Madrid y Buenos Aires, y compartir con ellos al menos algunos momentos, o una comida y las necesarias cervezas…
Desde luego, no son pocos los que fueron para conocer en persona a Abdulrazak Gurnah, premio Nobel de Literatura 2021, o a Mia Couto, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2024, o al premio Nobel de Química 2022, el danés Morten Peter Meldal. A mí me habría gustado saludar a la española Cayetana Álvarez de Toledo, política, periodista e historiadora, autora de Juan de Palafox: Obispo y Virrey (Madrid: Centro de Estudios Europa Hispánica/Marcial Pons Ediciones de Historia, 2011), pero no pude ir todos los días.
En el stand de la Universidad Nacional Autónoma de México la célebre Irene Vallejo autografiaba libros y se tomaba fotos con sus numerosos lectores–admiradores. A un lado pasó la economista Valeria Moy con unas amigas, a las que, con un mohín, les confesó: “Ay, no la soporto”. No entiendo por qué. Tampoco les cae bien a mis entrañables amigos Adrián Curiel Rivera y Eduardo Cruz Vázquez. Yo, confieso, disfruté hace unos años El infinito en un junco y su prolija y detallada historia del libro, lo mismo que mi amiga Angelina Hernández, que unos días antes de la FIL la había invitado al XVII Festival Internacional de las Letras en San Luis Potosí. Nos cuenta Vallejo, por ejemplo, que en la Antigüedad los autores no acostumbraban firmar sus textos, y que la primera en hacerlo fue Enheduanna, poeta y sacerdotisa, hija del rey Sargo I de Acad, que escribió un conjunto de himnos tan brillantes que los académicos que la descubrieron en el siglo XX la llamaron “la Shakespeare de la literatura sumeria”; también fue autora, por cierto, de notaciones astronómicas.
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Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros. Eso es una patria.
—George Steiner.
Ningún representante del Gobierno federal asistió a la inauguración de una de las fiestas librescas más importantes del mundo. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, edición 38. Ese “cónclave de la derecha”, como la calificó desdeñosamente en 2023 el entonces presidente López Obrador. Para colmo, el país invitado de honor fue España —con el lema “Camino de ida y vuelta” y una delegación de 150 personas entre autores y profesionales, más las editoriales—, al que el exmandatario no se cansó de exigir disculpas —fiel a su anacrónico credo nacional–populista—, lo mismo que la presidenta con a, a pesar de que los dos, como es bien sabido, tienen alguna ascendencia española —Obrador, Pardo— y estrechos vínculos con aquella nación.
Aunque no hubo representación oficial de la llamada 4T ni del “segundo piso”, sí asistió una nutrida delegación de propagandistas, varios de ellos con sus luminosos libros: John Ackerman, Martí Batres (Las frases de AMLO…), Sabina Berman, Javier Corral, Álvaro Delgado, Julio Hernández, Alejandro Páez, Irma Eréndira Sandoval, Paco Ignacio Taibo II, Jenaro Villamil, Jorge Zepeda… Sin duda, el premio al mejor título se lo llevó Ackerman con su insuperable América Latina contra el neoliberalismo, vol. II. Grandes líderes y pensadores de la Cuarta Transformación en México. Me muero por leerlo.
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Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados.
—Ana Frank
Hacer la crónica total de la FIL sería una tarea imposible incluso para cien periodistas, una proeza que acaso cabría en Cien años de soledad, cuyo autor cumple una década de muerto y un siglo de su natalicio. En una de las primeras presentaciones se habla de la serie homónima producida por Netflix —alguien bromea: es un anuncio de café de dos horas—, y en otras se aborda, cómo no, el “Contenido de calidad en TikTok”. Hay títulos como Hablemos de mis tetas, Maderfakers, Contra el sexo como categoría biológica, México chingón y Por mis calzones, entre otros más —o menos— ingeniosos… Científicos, charlatanes, ensayistas, poetas, influencers, músicos, médicos, artistas, académicos, exministros de la Suprema Corte, editores, traductores, opinólogos, funcionarios, moneros, políticos y politólogos, extranjeros y del país, que tratan de todos los temas posibles —450 mil títulos: todos—, se entrecruzan en los pasillos hasta que arriban a la sala de prensa para hablar ante los periodistas.
En la sala de prensa conocí en persona, por fin, a Patricia Rosas Lopátegui, profesora de literatura mexicana y latinoamericana en la Universidad de Nuevo México, incansable biógrafa y estudiosa de la obra de Elena Garro, así como de escritoras mexicanas señeras como Guadalupe Dueñas, Antonieta Rivas Mercado, Nahui Ollin, y Nellie y Gloria Campobello. Hay que buscar sus libros en la colección Insurrectas, de Gedisa —cuyo stand echamos de menos, ya mi querido amigo Luis López Rosales nos contará la historia de esta ausencia…
En el Programa general de actividades 2024, en la presentación de Poesía reunida. The Complete Poems (1909–1967) (México: Universidad Veracruzana–Universidad Autónoma Metropolitana, 2024; trad. José Luis Rivas), al insigne autor le ponen una cruz (†), por si alguien ignora que T. S. Eliot murió en 1965. No entiendo, si Eliot murió en el 65, por qué la antología llega al 67. Una edición de Alianza Editorial, Poesías reunidas 1909–1962 (Madrid, 2006, Trad. José María Valverde Pacheco), salió tres años antes de la muerte del Nobel 1948.
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Dales a los jóvenes la esperanza o la ocasión de una masacre y te seguirán a ciegas. Al final de la adolescencia se es fanático por definición; yo también lo fui, y hasta el ridículo.
—Cioran.[1]
Afuera del salón en el que Raudel Ávila y Nicolás Alvarado presentaban el libro de la periodista Silvia Cherem, Por nuestras libertades (antes de que sea demasiado tarde): Claves para entender el Medio Oriente y el oscurantismo que se avecina en Occidente (México: Aguilar, 2024), un doloroso recuento de la masacre que el grupo terrorista Hamás perpetró en Israel el 7 de octubre de 2023 —cuando violaron, torturaron, decapitaron, quemaron, asesinaron y secuestraron a 1,200 judíos, en la peor masacre contra ellos desde el Holocausto—, había un par de señoras que sostenían una bandera palestina y proferían, casi sin aliento, frases y slogans como “No compren esa propaganda sionista” e “Israel genocida”. Dice Cherem:
Cuando llegué no me reconocieron y tomé videos. Gritaban “¡Genocida!”, repartían papeles contra mi libro, gritaban contra mí por ser judía, era un ataque personal, antisemita. Amigos míos contactaron a seguridad de la Expo Guadalajara. La Guardia Nacional retiró de la puerta a los manifestantes. Algunos se quedaron y hostigaron a la gente.
Otra mesa fue interrumpida por un grupo de manifestantes que gritaban “Desde el río hasta el mar Palestina vencerá”, que significa no otra cosa sino la erradicación del Estado de Israel, y “Los niños de Gaza no son una amenaza”. Una mujer se cubría con un hijab y algunos hombres llevaban kefiyas, algunos incluso vestían un chaleco con un letrero con la palabra PRESS. La mesa, irónicamente, se llamaba “Otras formas de conversar en México”. En esa mesa participarían personas con puntos de vista divergentes sobre la guerra de Israel contra Hamas, como Maruan Soto Antaki, Adina Chelminsky, Jacobo Dayán y Naief Yehya —quien no oculta su simpatía por los terroristas—. Dayán incluso escribió en X–Twitter: “Sobre la mesa en FIL. Los panelistas que volvimos al auditorio tomado recibimos de una de las manifestantes la afirmación de que el diálogo no resolverá esto y no sirve de nada”.
J. S. Zolliker estaba entre el público y escribió unos días después: “Apenas comenzó Dayan a dar su introducción y a comentar que él era árabe y judío y que estaba en contra de la violencia, cuando orquestadamente, gente del público, todos vestidos con sus playeras negras, comenzaron a gritar ‘genocidas’ y ‘cerdos’”. En otra parte de su artículo “Lo que yo viví” narra que
un muchacho muy delgado y tremendamente tembloroso, gritó que había miles de muertos en Palestina. Le dije que sí, que era terrible, pero que en México tenemos más de 200 mil asesinados más otros cientos de miles de desaparecidos y no los vi reventando la plática de ninguno de los representantes del gobierno. Se colocó un cubrebocas y comenzó a gritarme —con mucho nerviosismo—, que los panelistas eran supremacistas blancos.
¿Qué les impide a los manifestantes sentarse a escuchar —incluso a quienes coinciden con ellos— y después expresar sus opiniones?
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El antisemitismo no es más que la reacción de los estratos medievales y decadentes de la sociedad contra la sociedad moderna […]; bajo una máscara de socialismo aparente sólo sirve a intereses reaccionarios; es una variedad del socialismo feudal, con el cual no podemos tener nada en común. […] En suma, el antisemitismo es el socialismo de los imbéciles.
— Engels, Arbeiterzeitung, 9 de mayo de 1890.
En cambio, la presentación del libro del mayor antijudío en México, Alfredo Jalife, fue festejada con aplausos y aprobación del público: Gaza: geopolítica de la barbarie de Israel. Jalife escupió erráticamente los lugares comunes del antisemitismo: los judíos no son judíos sino jázaros, que la banca Rothschild es la verdadera creadora del Estado de Israel, que los judíos controlan los medios, que Israel “lleva quince guerras”, sin mencionar que el pequeño país judío nunca ha empezado ninguna de ellas. Tampoco dijo que Hamas, Hezbolah, los Hutíes e Irán han lanzado miles de bombas contra Israel desde el 7 de octubre del año pasado. Los judíos son “semitas fake”, concluye rotundamente Jalife, el embaucador, quien finge no saber que el término antisemita fue acuñado en 1873 por el periodista alemán Wilhelm Marr para descalificar únicamente a los judíos como una “raza”.
No, no es un genocidio, es una guerra que Israel no comenzó, y una tragedia para los dos pueblos. Un conflicto que cambiará el día que los palestinos se libren de Hamas y decidan su futuro.
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Entre otras investigaciones, está la de la prestigiada Henry Jackson Society, que recientemente publicó el estudio “Questionable Counting: Analysing the Death Toll from the Hamas–Run Ministry of Health in Gaza”, en el que se demuestra que el Ministerio de Salud de Gaza, dirigido por Hamas, infla las cifras de muertos para hacer creer que Israel dispara deliberadamente contra gente inocente; cifras que retoman medios de todo el mundo sin cuestionarlas ni reparar en que más de 17 mil eran terroristas armados ni en que muchos muertos murieron antes del conflicto.
La presentación de estas cifras ha sido analizada por un grupo de académicos internacionales, que analizaron meticulosamente los informes sobre las muertes en la guerra de Gaza desde febrero de 2024 hasta mayo de 2024. Examinaron 1,378 artículos de los principales periódicos y medios de comunicación en inglés, específicamente The New York Times, The Washington Post, The Guardian, CNN, BBC, Reuters, The Associated Press y la ABC australiana,
y “Sólo el 5% de esos medios de comunicación citaron cifras publicadas por las autoridades israelíes, mientras que el 98% citaron las cifras proporcionadas por el Ministerio de Salud de Gaza”.[2] No, no es un genocidio, es odio contra Israel, contra los judíos, culpables de ser judíos. Antisemitismo en estado puro.
¿Será mucho pedir que lean —vaya, en el contexto de una Feria de Libros…— ese libro al que tachan de propaganda sionista? ¿O el que compré en el stand de España, La soledad de Israel (Madrid: La esfera de los libros, 2024), de Bernard–Henri Lévy? Escribe el filósofo francés, no sin pesar:
No hay lugar en el mundo en el que los judíos estén a salvo. No hay tierra en ese planeta que sirva de refugio para los judíos, eso es lo que anuncia el acontecimiento [del 7 de octubre]. En ninguna parte volverá a decir nadie que los judíos pueden vivir como los franceses viven en Francia, los ingleses en Inglaterra y los estadounidenses en Estados Unidos. Y esto será así para siempre, hasta el final de los tiempos. Es una verdad que salta a la vista.
Lamentablemente, no hubo stand de Israel en esta edición de la FIL, ni de Tribuna Israelita, pues, me confió un amigo de la Comunidad Israelita, no se les pudo garantizar su seguridad. Amos Oz puso el dedo en la llaga al señalar que cuando el judío estaba en Europa les gritaban “judíos a Palestina” y ahora que el judío está en Israel les gritan “judíos fuera de Palestina”.
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A propósito de organizaciones y gobiernos teocráticos y dictatoriales, misóginos y homofóbicos, la Premio Nobel de la Paz 2023, la iraní Narges Mohammadi, no vino a Guadalajara porque… está presa en una cárcel iraní. Su libro, Tortura blanca. Entrevistas con mujeres iraníes encarceladas (Madrid: Alianza Editorial, 2024), fue presentado por su esposo Taghi Rahmani, periodista, que estuvo preso durante catorce años, y al recuperar su libertad emigró a Francia.
Física e ingeniera, Mohammadi, quien fue castigada también con 154 latigazos, es líder de la fundación Mujer, Vida, Libertad.[3]
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No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.
—Oscar Wilde.
El primer sábado por la tarde la fotógrafa Ana Isabel Escalera y yo presentamos Edward Hopper en el norte de México (Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2023), del fotógrafo y profesor Alejandro Pérez Cervantes. Una historia que podría ser la de un detective en busca de las huellas de un pintor estadounidense que estuvo tres veces en una soleada ciudad del norte mexicano, Saltillo, en las décadas de los años cuarenta y cincuenta. Célebre por su obra neoyorquina —quién no conoce “Nighthawks”, de 1942—, fue uno de los primeros artistas estadounidenses en contraponer el regionalismo sentimentalista de los años treinta al realismo de calles vacías, casas solitarias, ciudades anónimas, gasolineras abandonadas, restaurantes fríos, cines también vacíos, cuartos de hotel…
A Hopper no le gustaba la gente, la arquitectura ni el clima. Decía que se sintió como un preso en Saltillo, pues estaba obligado a esperar la luz perfecta para poder recrear el azul de los cielos que necesitaba en sus acuarelas. Acaso el pintor de la América de la gran depresión y después la del triunfo el capitalismo, el artista que ha tenido una enorme influencia en pintores, cineastas, fotógrafos y hasta en series como Esposas desesperadas, Los Soprano o Motel Bates, que pintaba hombres y mujeres ensimismados, trasnochadores enfermos de tedio, ciudadanos sin sueños, en Saltillo, en la luz mexicana, se buscaba a sí mismo.
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“Hay personas que vienen a la FIL un día y son buenas. Hay otras que vienen dos o tres veces y son mejores. Hay quienes han venido diez o quince veces y son muy buenas. Pero hay las que han venido toda la vida: ésas son las imprescindibles”, dijo Bertolt Brecht, creo. Antonio Ortuño no ha faltado a una sola edición de la FIL. Caminamos en busca de un stand que no encontramos. En el trayecto hablamos de su hermano, el poeta Ángel Ortuño (1969–2021), de quien se publicará, me dice, una antología en marzo de 2025, en tres tomos.
Recuerdo el magnífico libro que editó el también poeta Carlos Vicente Castro con una colección de poemas de Ángel, El palacio de las uñas (Guadalajara: Impronta, 2023). El título del libro hace referencia a un puesto ambulante montado en un diablito que llevaba el letrero “El palacio de las uñas” y que Ángel tenía la intención de convertir en libro. “Todo le servía a Ángel Ortuño para armar esas máquinas de gran potencia que llamaba versitos, capaces de desarticular por su sola existencia los discursos regresivos y ornamentales de una gran parte de la tradición de la poesía mexicana que encuentra su razón de ser en la solemnidad y el bostezo”, escribe Castro en el prefacio de este libro.
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En el discurso que dio Han Kang en el banquete después de recibir el Premio Nobel de Literatura, el pasado 10 de diciembre, dijo estas palabras:
Desde niña he querido saber la razón por la cual nacemos. La razón por la cual existen el sufrimiento y el amor. Estas preguntas se han planteado en la literatura durante miles de años y se siguen planteando actualmente. ¿Cuál es el significado de nuestra breve estancia en este mundo? ¿Qué tan difícil es para nosotros seguir siendo humanos, pase lo que pase? En la noche más oscura hay un lenguaje que se pregunta de qué estamos hechos, que se empeña en imaginar en primera persona perspectivas de las personas y los seres vivos que habitan este planeta; lenguaje que nos conecta unos con otros. La literatura que trata en este idioma inevitablemente tiene una especie de calor corporal. De manera igualmente inevitable, el trabajo de leer y escribir literatura se opone a todos los actos que destruyen la vida. Me gustaría compartir con ustedes, aquí juntos, el significado de este premio, que es para la literatura. Gracias.
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La mañana del viernes tuve el gusto de presentar El fulgor de la presencia. Ritual, experiencia, performance (México: UAM/Gedisa, 2023), de Rodrigo Díaz Cruz. Como lo escribí aquí, este libro me devolvió gratamente a mis lecturas de juventud: Las mitológicas y El pensamiento salvaje, de Claude Lévi–Strauss, y otras obras seminales, como La rama dorada, de James Frazer —la versión resumida de 800 páginas, no los doce tomos— o las obras de Joseph Campbell y otros autores que estudiaron los mitos y las culturas del mundo.
El ritual, la experiencia y la performance son herramientas poderosas para dar forma y sentido a las interacciones humanas, como lo explica el antropólogo. Ya sea en contextos religiosos, sociales o artísticos, estas prácticas reflejan cómo los seres humanos negocian su identidad, sus creencias y su lugar en el mundo. Así, los misterios de Eleusis o un espectáculo contemporáneo de danza, separados por milenios, revelan un núcleo común: la búsqueda de lo significativo a través del acto compartido.
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Otro libro que presenté fue el de mi amigo Eduardo Cruz Vázquez —periodista y gestor cultural—, Vislumbres del sector cultural (México: Lectorum/UANL, 2023), del que las periodistas Angélica Abelleyra y Silvia Isabel Gámez escriben en su prólogo “Inmune al desaliento”:
En esta ocasión corresponde adentrarnos en una selección del cuantioso acervo que Eduardo Cruz Vázquez ha acumulado como reportero y analista, labor que ha combinado con la gestión cultural, el tallerismo, las actividades de promoción de la economía cultural con el GRECU y las tareas diplomáticas como agregado cultural. Vislumbres del sector cultural reúne una muestra representativa de las principales líneas de tratamiento que buscan forjar el modelo idóneo para escribir la historia del sector cultural de México. […] Los Vislumbres se adentran, hasta donde las herramientas del reportero lo permiten, en el inacabable como apasionante mar de acontecimientos que hacen del sector cultural mexicano uno de los más complejos del orbe.
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Vivir sin leer es peligroso, porque obliga a conformarse con la vida.
—Michel Houellebecq
Confieso que no atendí a los conciertos de los músicos españoles en el Foro de la Expo Guadalajara, pero mi querido Enrique Blanc nos invitó a comer con la cantante Ana Fernández–Villaverde, de nombre artístico La Bien Querida. Le encanta la comida mexicana, así que Blanc nos llevó a Los Otates. A la mesa compartimos anécdotas con Juan Carlos Hidalgo y Daniel Fragoso, periodistas hidalguenses.
La Bien Querida nos cuenta de su reciente canción “Una Estrella”, dedicada a su hija de ese nombre, que pasa de la niñez a la adolescencia, y lo que eso implica. Le hablo de la canción cardenche, ¿la conoces?, de la Comarca Lagunera. Yo soy de Torreón, le digo, y me contesta que una tía suya se casó con un hombre de Torreón. Le acerco el celular con la canción “Yo ya me voy a morir a los desiertos”. La sorprende, le encanta.
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El doctor José Manuel Valenzuela Arce presenta, con elocuencia y amenidad, Las morras tumbadas. No necesitan de un cabrón para sentirse amadas (México: Universidad de Guadalajara/NED, 2024). Las morras tumbadas, dice,
se inscriben en una tradición musical de mujeres que prefiguraron cambios en las conciencias y la posición social desde rupturas factuales, deconstrucciones y apropiación de narrativas, discursos y canciones masculinas que históricamente les cosificaron. Las mujeres utilizaron cantorales para transformar el orden patriarcal anclado con insostenibles perspectivas misóginas y biologicistas, que naturalizan su supuesta inferioridad física e intelectual para producir y reproducir condiciones de desigualdad social.
Para cerrar la presentación la joven cantante Jul Diez entona tres piezas con una voz fresca y juguetona, “Te va a arder”, “A 190” y… ¿cuál fue la otra?, recuerdo que en una parte decía “la cagué…”.
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Con la novela Amargo mezcal (Universidad de Guadalajara, 2024) el periodista ítalo–mexicano Alberto Spiller ganó el Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela 2024, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), mediante la Coordinación Nacional de Literatura (CNL), así como la Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, la Benemérita Universidad Autónoma (BUAP) y la Universidad Iberoamericana en Puebla. La presenta en el stand de la UdG, donde le dice al público, palabras más palabras menos, lo que dijo en entrevista:
La obra es una suerte de viaje, en un sentido doble: un viaje de regreso del protagonista a una tierra abandonada, de un hipotético norte, en busca de una mujer y de, quizás, un amor perdido, y también un viaje hacia dentro de sí mismo, al fondo de sus miedos e inseguridades, de su historia personal, en vilo entre dos países, entre la redención de culpas pasadas y el anhelo de encontrar algo de sí mismo en un lugar donde, se da cuenta pronto, ha quedado muy poco para él, y donde en cambio se encuentra con la violencia y la desilusión en que están sumidos pueblos, ciudades y sus habitantes.
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La FIL sin los amigos no sería la misma. Los encuentros se prolongan entre puestas al día, intercambios de libros, comilonas y botellas de vino. La Res Pública es locación obligada para charlar y recorrer los muchos o pocos años que han pasado entre una visita y otra.
Norma Lazo, escritora y directora de la legendaria revista Complot, me obsequia La banalidad de los hombres crueles (México: Lumen, 2022) y yo le correspondo con ¿Qué hace usted en un libro como éste? Adrián Curiel Rivera le da uno de sus libros y la tarde transcurre hasta que el sol se esconde.
Al día siguiente el prolífico Adrián habla de varios de sus libros publicados por Lectorum y, como un buen maestro, elocuente y apasionado, entusiasma a sus oyentes: Amores veganos (2021), Vikingos. Los verdaderos descubridores de América (2022), El camino de Wembra y otras utopías feministas (2023), un conjunto de sátiras, desde la ciencia ficción, sobre nuestros aguerridos tiempos, y Humanas jaurías (2024).
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Desde el momento en que tomé su libro me caí al suelo de la risa. Espero leerlo algún día.
—Groucho Marx
Domingo. En una de las últimas presentaciones Emilio Lezama pretende vender inútilmente su libro 4T 2.0 Narrativa de una transformación (México: Jus/Malpaso, 2024) como uno imparcial respecto del gobierno de López Obrador y el de Sheinbaum. Mauricio Merino lo desmiente con argumentos contundentes. Aunque Lezama insiste en que debemos dejar atrás las diferencias y dialogar, no dice cómo, ante un poder omnímodo que no es precisamente lo que hace ni lo que quiere. Merino le ofrece datos, cifras, detalles de la implacable destrucción de las instituciones, del avance del populismo, de la nueva hegemonía antidemocrática. Lezama respinga, incómodo, pero se desinfla.
Al final de la presentación de La historia secreta. AMLO y el Cártel de Sinaloa (México: Grijalbo, 2024), de Anabel Hernández, un hombre, ya mayor, lanza lo que suena a una terrible maldición: “¡Aguántense, pues tendremos setenta años más de cuarta transformación!”
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Siempre se podrá tratar de preferir la calidad a la cantidad, pero la FIL es lo que es y, desde luego, puede ser mejor. Los miles de estudiantes de secundaria y preparatoria podrían comprar libros de 20 a 99 pesos, entrar a foros y presentaciones, llevarse algo que les mueva a leer y pensar. ¿Cuántos de ellos lo hacen? Difícil saberlo.
Hay nueva rectora de la Universidad de Guadalajara y ya se habla de repartir la FIL en otros recintos universitarios. Sea. Pero la Expo Guadalajara deberá ser siempre el principal, ese foro descomunal pero entrañable, espacio de encuentros y desencuentros, de añejas y nuevas historias. Imperio de la razón y del ingenio, de la creatividad, pero también, por momentos, guarida de la irracionalidad, de la vileza.
En la explanada de la Expo saludo a las sonrientes Ivone Saed y a Daniella Blejer, quien, a propósito de libros, escribió:
Del otro lado del espectro ideológico ocurre un fenómeno distinto, la pretensión de los progresistas no es prohibir libros, sino transformar su lenguaje para no ofender a ninguna etnia, género o grupo minoritario. Aunque los motivos son loables, la sobrecorrección afecta más al libro que si lo prohibiera. En este sentido se han publicado ediciones de Tom Sawyer o Huckleberry Finn, de Mark Twain, en las que sustituyen las palabras ofensivas (como la n–word por la palabra slave). El problema con la corrección política es que no se puede corregir la historia hacia atrás, la preservación de la violencia en el lenguaje empleada en determinado contexto importa porque muestra la magnitud de la exclusión del pasado (en “El fin del libro”).
Celebro la participación de las editoriales jaliscienses, Arquitónica —¡abrazo, Arabella!—, Impronta, Arlequín —¡saludos, Felipe, Elizabeth!—, Paraíso Perdido, Mantis y La Zonámbula, entre algunas más.
Me llena, me conmueve, me gusta la FIL… Me voy. Recordé este párrafo del Ferdydurke, de Witold Gombrowicz… ¡Hasta la próxima!
¡Cómo envidiaba a aquellos literatos, sublimados ya desde la cuna y evidentemente predestinados a la Superioridad, cuya alma ascendía sin cesar como si alguien con una aguja les pinchase las asentaderas, escritores serios que se tomaban sus almas en serio y quienes, con facilidad innata, o con grandes sufrimientos creadores, operaban dentro de un mundo de conceptos tan elevados y para siempre consagrados, que casi el mismo Dios les resultaba vulgar e innoble! ¿Por qué no es permitido a cada uno engendrar una novela más sobre el amor o denunciar con el corazón vehementemente torturado alguna injusticia social, transformándose en un Luchador del Pueblo? ¿O escribir versos y en un Poeta convertirse, y creer en la “noble misión de la poesía”? ¿Ser talentoso y con el talento alimentar y elevar a las muchedumbres de almas no talentosas? ¡Ah, qué satisfacción, sufrir y torturarse, sacrificar y quemarse en el altar, mas siempre en las alturas, dentro de categorías tan sublimadas, tan adultas! Satisfacción para sí mismo y satisfacción para los demás: realizar su propia expansión a través de milenarias instituciones culturales con tanta seguridad como si se pusiesen dineros en un banco. Pero yo era —¡ay de mí!— un adolescente, y la adolescencia era mi única institución cultural. ®
[1] En “Carta a un amigo lejano”, que fue escrita en el contexto de la Revolución Húngara de 1956, y dirigida al filósofo Constantin Noica, contemporáneo de Cioran. En su juventud, tanto Cioran como Noica habían simpatizado con la Guardia de Hierro, un movimiento fascista que tomó brevemente el control de Rumania durante la Segunda Guerra Mundial. E. M. Cioran, Historia y utopía, México: Tusquets, 1988 (Histoire et utopie. Les Essais XCVI, Trad. Esther Seligson; París: Gallimard, 1960).
[2] “Se han descubierto graves errores en las listas de víctimas mortales del Ministerio. Entre ellos figuran un joven de 22 años registrado como de cuatro años, otro de 31 años registrado como de un año y varios hombres con nombres masculinos registrados como femeninos, lo que aumenta artificialmente el número de mujeres y niños muertos. Las listas también incluyen a personas que murieron antes de la guerra y a personas que murieron a causa de ataques de Hamás en lugar de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
”Es probable que se trate de unas 5,000 muertes naturales al año, entre ellas las de pacientes con cáncer que el Ministerio incluyó en la lista de víctimas mortales a los que debía tratar en un hospital. Hamás también se atribuyó la muerte de cientos de personas en ataques que resultaron ser lanzamientos fallidos de cohetes por parte de facciones de Gaza.”
[3] Recientemente Parastoo Ahmady, una cantante iraní de 27 años, fue arrestada tras realizar un concierto virtual en YouTube sin usar hiyab, lo que viola las estrictas leyes iraníes sobre vestimenta femenina. El concierto, publicado días antes, ha alcanzado más de 1,400,000 visualizaciones. Ahmady expresó su deseo de cantar por su tierra, desafiando restricciones que limitan la participación de mujeres en la música. Dos músicos de su banda también fueron detenidos en Teherán. Las autoridades no han revelado los cargos ni su paradero. Este caso resalta las tensiones tras las protestas por derechos de las mujeres en Irán desde 2022, impulsadas por la muerte de Mahsa Amini.