A Complete Unknown es parte de la historia de un músico que, más allá de la fama, la fortuna y de muchos de los premios y reconocimientos acumulados a lo largo de los años (que incluye el Premio Nobel de Literatura en 2016), encontró finalmente lo que buscaba a los veinte años.
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La película Un completo desconocido (2024), que trata sobre la fase temprana de Bob Dylan en Nueva York, revela la que es quizá una de las facetas más brillantes de un artista de las máscaras. Impredecible, impuntual, sarcástico, escéptico, el joven Dylan es representado como un músico en búsqueda de un lugar en el que pueda escribir canciones y que pueda vivir de ello. Obsesionado con la escritura de letras extrañas e incomprensibles, acompañadas por una guitarra, una armónica y a veces con un piano, Dylan es un individuo solitario y retraído, un observador penetrante de los acontecimientos cotidianos, que traduce en forma de notas inconexas que combinan ritmo y armonía, fantasías y fantasmas, convicciones, creencias e ilusiones.
Reacio a las clasificaciones (narrador, poeta, músico militante, activista contestatario, rebelde, oportunista), el joven Dylan se escurre entre las paredes y callejones del mundillo neoyorquino de los años sesenta, habitado por cantantes de folk que tocan en lugares pequeños llenos de humo y alcohol, y empresarios en búsqueda de nuevos talentos que permitan la sobrevivencia de un género en crisis de audiencias. La cinta revive los puntos clave de la trayectoria de Dylan en esos años de luces y sombras: su visita en el hospital a un moribundo Woody Guthrie, su contacto con Pete Seeger, su relación efímera con la entonces exitosa cantante Joan Baez y sus primeros contactos con el rock a través de guitarristas deslumbrantes como Mike Bloomfield o tecladistas como Al Kooper.
Los aires de la Guerra Fría y la crisis de los misiles en Cuba, los movimientos por los derechos civiles, las secuelas del macartismo de la década anterior, las figuras de los beatniks que antecedieron al movimiento hippie, el mundo de los negocios en que se estaba convirtiendo la música norteamericana del blues al folk y del country al rock, configuran las estampas que rodean el álbum vital del Dylan de sus tres primeros discos.
Con la música de fondo de los Kinks y los Beatles, el Dylan veinteañero vive dominado por los espíritus de la época. Los aires de la Guerra Fría y la crisis de los misiles en Cuba, los movimientos por los derechos civiles, las secuelas del macartismo de la década anterior, las figuras de los beatniks que antecedieron al movimiento hippie, el mundo de los negocios en que se estaba convirtiendo la música norteamericana del blues al folk y del country al rock, configuran las estampas que rodean el álbum vital del Dylan de sus tres primeros discos, y que serán representados por el que es quizá la mejor de sus obras de esa etapa: The Freewheelin’, grabado en el duro invierno neoyorquino de 1963, y publicado en mayo de 1964.
Dueño de una prosa incontenible, Dylan escribe canciones sin pausas y sin prisas. Lo hace en servilletas y hojas sueltas en cuartos de hotel y en cantinas, que luego pasa a máquinas de escribir que le prestan sus novias y amigos. Son los tiempos en que su cabeza está llena de “crujidos, relámpagos y estallidos” que son la fuente profunda de su creatividad, como declaró en una entrevista de esos años de humo, alcohol y guitarras a la entonces naciente revista Rolling Stone. Esas atmósferas y condiciones mundanas le permiten crear canciones que no aspiran a cambiar al mundo, pero que proporcionan “tonalidades para sobrevivirlo”, como afirma en uno de los diálogos.
La travesía dylaniana por los sonidos y ambientes de esos años de cambios culturales profundos en la vida social y política estadounidense le permiten sumergirse en las aguas profundas de sus impulsos creativos. “Girl From the North Country”, “Blowin’ in The Wind”, “A Hard Rain’s A–Gonna Fall”, “Don’t Think Twice, It’s All Right”, y pocos años, después “Like a Rolling Stone” (que aparecerá por primera vez en el disco Highway 61 Revisited, de 1965), son los emblemas que marcarán para siempre el mapa de las contribuciones de Dylan al folk, al blues y al rock. Justamente una de las líneas de esta última canción (…like a complete unknown/like a rolling Stone…) es el que inspira el título de la película dirigida espléndidamente por James Mangold.
Quizá el momento más importante de la cinta es justamente el del rompimiento con el movimiento folk del cual se había inspirado en su adolescencia y primera juventud. Ese momento es el que ocurre en 1965 cuando se celebra el tradicional festival de música folk de Newport, que congregaba a las vacas sagradas del género de la época (Joan Baez, Pete Seeger, Johnny Cash), y organizado por la corriente más purista de ese movimiento de guitarras acústicas, armónicas y banjos, contraria a la invasión del rock gobernada de manera bastarda por baterías, sintetizadores y guitarras eléctricas. Contra el sentido común, y a pesar de los acuerdos pactados con los organizadores del evento, Dylan, con guitarra eléctrica en la mano, y enfrentando las protestas de los organizadores y los abucheos de los asistentes, invita al baterista Sam Lay, al guitarrista Bloomfield y al tecladista Kooper a subir al escenario para interpretar sus canciones con un nuevo sonido que fusiona el folk con el blues y el rock. Dylan, el alquimista, había nacido.
Próximo a cumplir 84 años, Robert Allen Zimmerman, padre de seis hijos con esposas diferentes, el joven nacido en Duluth, Minnesota, el 24 de mayo de 1941, es hoy un anciano que todavía escribe y canta canciones propias y ajenas, y que se mantiene en forma ofreciendo algunos conciertos por aquí y por allá como parte de su Never Ending Tour iniciado a finales de los años ochenta. Su disco más reciente, Shadow Kingdom, publicado en 2023, incluye la reinterpretación/reinvención de algunas de sus viejas canciones como ejercicios de memoria y registros de los fuegos y cenizas que ha dejado a lo largo de casi siete décadas de trayectoria. A Complete Unknown es parte de la historia fascinante de un músico que, más allá de la fama, la fortuna y de muchos de los premios y reconocimientos acumulados a lo largo de los años (que incluyen varios doctorados Honoris causa y el Premio Nobel de Literatura en 2016), encontró finalmente lo que buscaba a los veinte años: componer canciones y ganar lo suficiente para vivir de ellas. ®