En sus Memorias, la niña Helena describe el viaje que hizo con su madre y descubre lo bello que puede suceder en los momentos de desgracia, y la espontaneidad y la generosidad de su madre, Elena.
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Cuando un adulto tiene una posesión, total, sobre la vida del menor. El menor para comer tiene que agradar al adulto, este [sic], para dormir, tiene que agradar al adulto, el adulto dispone de medios para castigarlo, la desigualdad entre [sic] el poder borra al niño. Sencillamente, captura totalmente su conciencia moral, su voluntad. El niño ya no puede decir, si o no, por sí mismo.
—Sabina Berman, entrevista en CNN en español
Pero aún no les tenía rencor a mis padres. Tendrían que pasar muchos años, muchas desdichas y contrariedades antes de que eso sucediera.
—Helena Paz Garro, Memorias
En 2003 la editorial Océano publicó un libro, Memorias, escrito por Helena Paz Garro. Pretendía ser el primero de dos libros, pero sólo salió a la luz el primero, que habla de lo acontecido en la niñez y la juventud de una niña y, más tarde, una joven brillante: Helena Paz Garro. La Helenita que, una vez que falleció, sería recordada por Elena Poniatowska, que decía lo que antes no había reconocido en vida de Helena y reconocía que nunca había oído a nadie que hablara el francés tan perfecto como lo hacía desde niña Helena Paz.
En Memorias hay un parte en la que Helena narra que su padre, Octavio Paz, trabajaba en el servicio diplomático y que éste lo envió a París para presentar cartas credenciales como tercer secretario.
Desde sus ojos de niña, Helenita nos platica que en Nueva York su padre entera a Elena Garro de su partida a París y describe cómo se despide muy cariñoso de ella, la niña Helenita, y también como se arrodilló y lloró agradeciendo a Elena Garro todo lo que había hecho por él, le dijo que “todo se lo debía a ella y que nunca le iba a faltar nada”. En ese instante la abuela Esperanza le dijo a su yerno, Octavio Paz, que hacía muy bien en agradecerle a su esposa que “tan buena había sido con él”. Helenita comenta en sus memorias que Octavio no quería a su suegra, pero que en ese momento se contuvo y no dijo nada, y salió del departamento.
La niña presencia cómo Elena Garro le dijo a Esperanza que por eso no dejaba a Octavio, porque él quería mucho a la niña, a lo que Esperanza respondió que él no la quería, que la dejaba con mucha facilidad, añadiendo que un hombre de verdad no hacía ese teatro de arrodillarse y llorar.
A Helenita eso le dolió y la hizo llorar, sola, en su cama. Helenita dice que años después le daría la razón a su abuela Esperanza, pero no en ese momento.
Octavio le escribe a Elena Garro y le pide que “lleve de todo porque en París no hay nada”. Lo que se podía encontrar estaba en el mercado negro. Helenita ve a su madre comprar de todo, víveres, ropa, y un guardarropa que va desde la talla cuatro hasta la doce. Una vez hechas todas las compras, su madre guarda todo en varios baúles.
Desde Francia, Octavio le escribe a Elena Garro y le pide que “lleve de todo porque en París no hay nada”. Lo que se podía encontrar estaba en el mercado negro. Helenita ve a su madre comprar de todo, víveres, ropa, y un guardarropa que va desde la talla cuatro hasta la doce. Una vez hechas todas las compras, su madre guarda todo en varios baúles para preparar el viaje a París.
Madre e hija parten en el transatlántico Queen Elizabeth; en el viaje conocen a Jiri Kallab.
En sus memorias Helena narra lo siguiente: “Un señor rubio muy elegante, de abrigo azul marino con cuello de terciopelo, se nos acercó. Formaba parte de una misión económica de la industria checoslovaca en Estados Unidos, de regreso a Europa, se llamaba Jiri Kallab”.
Durante el viaje Jiri les cuenta su vida y cómo, cuando era un niño de ocho años, amaneció llorando un día siete de julio, la fecha en la que nació la que sería su amor verdadero, con quien no pudo casarse por circunstancias del destino, pues ella estaba casada con un hombre poderoso que amenazaba con quitarle a su hija recién nacida si es que decidía dejarlo.
Helenita y su madre conviven con Jiri, que les platica que tiene una esposa y dos hijas que lo esperan en Europa.
Cuando el barco arriba a Francia, Helenita y su madre conocen a la esposa y las hijas de Jiri; una de ellas tenía ocho años.
Helenita describe a las hijas de Jiri como niñas muy delgadas, y recuerda a Jiri decirle a su madre que una de ellas nunca ha probado el jamón, y cómo su madre le pide a Jiri que baje uno de sus baúle; acto seguido ve cómo lo abre y saca del baúl una pieza de jamón y se la da a la pequeña niña, quien lo ve como algo “mágico, proveniente de otro mundo”; cortan un pedazo de jamón y se lo dan a la pequeña. En el momento en el que Jiri intenta devolver a Elena Garro la pieza de jamón ésta le dice que se lo quede, y además le da varios chocolates. Jiri queda hondamente agradecido.
Helenita escribe que Jiri y su familia partieron a Checoslovaquia; un año después Jiri Kallab llegaría a París “con un surtido increíble de piezas del más fino cristal cortado de Baccarat: fruteros, platos hondos y un sinfín de cosas”. Él “decía que era para agradecer aquel jamón. Mi madre estaba maravillada con esos suntuosos regalos que mi padre conservó hasta su muerte”.
En sus memorias Helena dice de Jiri Kallab:
Era un hombre del cual emanaba una extraña melancolía, eso que los alemanes llaman seinshucht, nostalgia de algo que pudiera haber sido y que nunca fue, o de algo bello y maravilloso, pero fuera de nuestro alcance. Esa melancolía surgía, como a pesar de él, en nuestras conversaciones en el puente del barco al anochecer. Parecía como si el lirio dorado que se desprende como las flores lunares fueran campanadas de perfume sutil, en lugar de música, y se fundieran en sus palabras. Entonces percibíamos un corazón tierno, profundamente herido por la vida.
Helena describe de principio a fin el viaje que hace con su madre y con sus ojos de niña descubre lo bello que puede suceder en los momentos de desgracia, la espontaneidad y la generosidad que su madre, Elena, tenía con los que están en desgracia, enfermos o caídos; eso la marca profundamente y, desde esos ojos de niña, percibe el respeto al otro que somos nosotros mismos. En sus memorias dice que Jiri Kallab respetaba a su madre “como sólo se puede honrar a otro ser que ha sufrido como uno mismo”, y añade que al recordar eso sentía una profunda tristeza por su madre.
En las memorias de Helena se puede percibir la sensibilidad que siempre tuvo desde niña y que la acompañó siempre. Se identifica con los seres desprotegidos, vulnerables, que han sido víctimas del abuso y la adversidad.
Helenita ve lo bello en el mundo en el que vive y lo describe con bellas palabras que engloba en los lirios dorados, símbolo de la pureza y la belleza refinada, reconociendo la belleza que la rodea, belleza física, belleza emocional, la belleza de los actos, la belleza del agradecimiento al otro que nos ha tendido la mano en tiempos en los que se ha estado enfermo, caído, vencido.
Esa melancolía, seinshucht, nostalgia de algo que pudiera haber sido y que nunca fue, o de algo bello y maravilloso, pero fuera de nuestro alcance,está plasmado en las memorias de Helenita, la niña a la que la desigualdad en el poder desdibujó.
Helena Paz Garro es Helenita, la niña que fue usada en la conmemoración del centenario de Octavio Paz, porque, en palabras del organizador, el evento del centenario de Octavio Paz, que “iba sobre ruedas”, ahora se caía. Se caía, para ellos, con la muerte incómoda de Helena Paz Garro, acaecida un día antes.
Ese día, 31 de marzo de 2014, todos decidieron salvar el evento con un poema de Paz, que uno de los presentes sabía de memoria: “Niña”. Ese 31 de marzo se tapó el pozo con la niña que todos habían ahogado. ®
Referencias
Paz Garro, Helena (2003). Memorias. Océano.
Cayuela, Ricardo (2025, 19 de enero). “Trujillo in memoriam, Julio en el recuerdo. Una semblanza y un homenaje al poeta mexicano Julio Trujillo, recién fallecido en Inglaterra”. The Objective.
Sabina Berman habla de Gloria Trevi (2025, 16 de febrero). YouTube.