Jardín de niños

seamos viejos, pues
solo es cuestión de recordar;
de qué jardín de niños
salen los mejores alumnos

Un jardín de niños abandonado. Foto de Facebook.

Quién ha dicho que el amor
se siembra, desde entonces,
en el jardín de niños,
si los niños se tropiezan
y se enlodan, comen plastilina,
se zurran en sus telas,
amorosamente
prensadas por las manos
cuidadosas, pero inevitablemente
fallidas, de las madres;
de qué amor se habla
en medio del desastre
que es empezar a aprender
o a cansarse, a sentir que llorar
por media hora no acaba
con el dolor, sino que da,
más bien, el conmovedor motivo
de que algo, del amor, tiene sentido,
aunque sea brotar sin tiempo
con la mirada fija
y el ojo vibrando en agua,
apenas una claridad,
como la gripa desde la cual
se filtra el pequeño soplo puro
de “aún la vida se merece”;
en qué jardín de niños
cabe decir que nunca
se deja de ignorar,
sino más bien hemos llegado,
lo sabemos todo,
seamos viejos, pues
solo es cuestión de recordar;
de qué jardín de niños
salen los mejores alumnos,
es decir, aquellos que,
sin saber su futuro,
saben con certeza lo que ayer hicieron
y lo que piensan hacer, pero no aman,
pues amar solo desnuda
pero nada resuelve, caer por lo bajo,
por los mares preciosos
de la ceguera indomable;
de qué jardín de niños
salen, verdaderamente,
los monjes salvajes,
el libre eremita,
la hormiga iluminada.
Más bien, en medio
de tanta interrogante,
es preferible hacer edificios
desde el fondo hacia arriba,
aprender a hacer fuego,
una fogata para que la tormenta
caiga lentamente,
es preferible amar. ®

Compartir:

Publicado en: Poesía

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.