Era real Japón

¿Por qué desapareció el cadáver de la tumba de una mujer obsesionada con Japón y sus monstruos? Uno de ellos, el kasha, puede ser un demonio en una carreta de fuego que te lleva a juicio o un gato que se come tus restos…

Kasha, el gato demonio come–cadáveres. Ilustración: Yokai Fandom.

Esta confesión escrita me avergüenza, pero te la debo, Clara, te la debo. Tú eras mi Japón en los portales junto a la iglesia, tú, con tus obsesivos estudios de criaturas imaginarias y leyendas de una tierra que jamás ibas a mirar. Te recuerdo hojeando los libros para mostrarme símbolos o dibujos. Éramos capaces de pasar la tarde completa mirando monstruos de agua, de aire e incluso leyendo sobre rituales silenciosos que los japoneses transmiten de generación en generación. Te sabías los de acá, pero no te gustaban porque la mayoría se referían a humanos. Coincidíamos en eso, Clara, qué aburridos los monstruos de un pueblo si se parecen a nosotros. Admirabas más aquel lugar rico de seres intangibles, ora me hablabas del zorro, ora de una bola de fuego, ora de un animal que al agitarse causaba el estremecimiento de la tierra.

Se te manifestó un dolor en un jueves santo. El doctor dijo que era hereditario. Era definitivo, no ibas a recuperarte. La enfermedad avanzó con rapidez, dejaste tu cuerpo sin aviso un domingo. Te velamos y varias noches después del entierro hubo un incendio que alcanzó tu tumba. Aunque no pudimos despedirnos, dejaste una carta que me entregaron apenas unas horas después que te fuiste. Intenté leerla, pero ver los trazos temblorosos me dolía. El sobre tenía dentro una navaja de rastrillo, tus padres pensaron que había sido por una confusión tuya a causa de los dolores. Años más tarde, cuando salí del pueblo, la dejé en manos de tu papá, quien, con amabilidad, prometió mantenerla privada. No podía llevarme tus últimas líneas, les pertenecen a ellos para siempre. Voy a ser sincero contigo en que, la abriera el día de tu muerte o no, no la habría entendido. Le escribiste en japonés a un muchacho, casi un niño, que aún con tu misma edad no podía diferenciar entre un hiragana, un katacana o un kanji. Querías que sólo yo leyera tus palabras, pensaste que había aprendido aquel idioma después de tanto tiempo de mirar contigo enciclopedias. Si tú me hubieras escrito en español la urgencia, si tú me hubieras dejado las instrucciones en español, Clara, te hubiera protegido y no estarías hoy en un infierno del que ya no puedo recuperarte.

Yo no tenía idea, Clara, cuánto japonés podías escribir. Sigo sin saber de dónde lo sacaste o si, como dicen en el pueblo, ya lo traías en las venas. Nos asombraste a mí y al traductor, que no tardó en preguntar si me habían entregado alguna otra cosa con la hoja. Al escuchar de la navaja respondió hablando sobre tambores, sobre luces, sobre gatos…

La vida pasó, salí del pueblo, me casé y tuve dos hijas. Priscila, la más pequeña, me pidió que la acompañara en su viaje de cumpleaños veinte y por un clima inestable nos quedamos estancados en Japón por varios días. Tenías razón en todo, Clara, nipona de ojos redondos. Es un país fascinante, registré en mi cuaderno los detalles más curiosos. No quería irme, me alegraba revivir recuerdos tuyos entre dragones y templos y, por supuesto, llegó a mi mente tu carta. Cuando volví a México visité a mis padres acá, en lo que ahora es San Gabriel y no Carranza, con el pretexto de hacer, diría mi hija, cosas de retirado. Llevé un regalo a tu familia, me permitieron fotografiar la carta. Mirarla nos llevó a esos años, terminamos de madrugada brindando por ti entre recuerdos y “faustinas”. Cuando estuve en la capital la llevé al centro de estudios orientales para que me ayudaran a traducirla. Yo no tenía idea, Clara, cuánto japonés podías escribir. Sigo sin saber de dónde lo sacaste o si, como dicen en el pueblo, ya lo traías en las venas. Nos asombraste a mí y al traductor, que no tardó en preguntar si me habían entregado alguna otra cosa con la hoja. Al escuchar de la navaja respondió hablando sobre tambores, sobre luces, sobre gatos, luego anotó en el revés de una fotocopia la palabra kasha seguida de una lista de actividades. Escribir esto es la última de ellas.

Me tomó un par de meses, pero conseguí cuanto libro pude sobre tradiciones, leyendas y mitos del país de los cerezos para entender a qué le tenías tanto miedo. Al parecer te concentraste en una criatura que se robaba los cadáveres para llevarlos al inframundo: el kasha. El kasha puede ser un demonio en una carreta de fuego que te lleva a juicio o un gato que se come tus restos, lo que fuera, es un ser del que no se vuelve. Entendí que la navaja de la carta era para colocarla sobre tu ataúd durante el velorio con la finalidad de ahuyentarlo y por qué habías pedido un funeral previo, ficticio, en el que tu féretro estuviera lleno de piedras. No lo hicimos, me duele saber que no lo hicimos, saberlo hoy me hace pedazos. Me habrían considerado un loco de haberlo pedido pese a ser tu última voluntad, pero lo habría intentado, Clara, lo habría intentado. Hice memoria y no recordé haber visto ninguna de las señales que, según decían los libros, denotaban su presencia. Como fuera, me diste la responsabilidad de protegerte de aquel ser tan aberrante. ¿Había ido por ti el kasha? ¿Había llegado hasta nuestro pueblo? ¿Tienen las criaturas niponas jurisdicción en todo el orbe? ¿Será que los demonios creados en un lugar pueden atormentar a todos los habitantes de la tierra? Al principio me pareció absurdo. Perdóname, Clara, por pensarlo así.

La primera tarea de la lista que me hizo el maestro de japonés era exhumar tu cadáver, asegurarme, pues, de que seguías en la tumba. Debía intentarlo, aunque, por supuesto, yo no dudé de que ahí seguías. Volví entonces al pueblo, pero esta vez fui directo al panteón para hacerte una visita. Tus padres mantenían en pulcritud el mármol de cada losa. ¿Seguías ahí debajo? ¿Debería cerciorarme? Por curiosidad pregunté a la secretaria lo necesario para hacer una exhumación. Además de un puñado de papeles, que sin duda ilegalmente habría conseguido, las únicas razones por las que podía iniciarse el grotesco procedimiento eran: el cambio de residencia de los dueños o el cambio de fosa de tu cuerpo. Era más sencillo sobornar al sepulturero que inventarme más mentiras. Yo, el no creyente del kasha, así lo hice.

No puedo causar un alboroto, antes bien puedo ahorrarles el suplicio de buscarte. Esta situación me persigue, no puedo deshacerme de este asunto ni dormido. ¿Será que el incendio en el panteón fue causado por el kasha que vino a robar tu cuerpo?

Tu cadáver no estaba, Clara, no lo encuentro y no puedo decírselo a tus padres. No puedo causar un alboroto, antes bien puedo ahorrarles el suplicio de buscarte. Esta situación me persigue, no puedo deshacerme de este asunto ni dormido. ¿Será que el incendio en el panteón fue causado por el kasha que vino a robar tu cuerpo? Ningún texto me da la certeza sobre si fuiste devorada o enjuiciada, todo depende de quién haya redactado el mito. En lo que todos coinciden es en que no es posible recuperar los cadáveres que se ha llevado el demonio gato fuego. ¿Dónde estás, Clara? ¿Dónde?

Me dije que no debía ser empecinado, pero estoy pendiente de los muertos para espiar sus funerales y esperar a que aparezca un animal o un ser de fuego. Intento asegurarme de que existe. Pregunto a los gatos por ti, hago ese ridículo sin que me interrogue la gente porque la vejez me lo permite. Quise también preguntar a nuestros propios demonios, ora a las ánimas, ora a las voces fantasmales en la secundaria, ora al padre sin cabeza del templo. Quiero hablar con ellos, pedirles que intercedan, que me expliquen qué pasó. Ya no tengo la duda, si un demonio de Japón vino por ti es seguro que todas las ánimas y los monstruos del mundo lo saben. Si existen hablan entre ellos, se conocen. Estoy tan arrepentido que pedí por ti a san Vicente, al señor de Amula y hasta fui a Talpa. ¿Por qué no te convertiste en una piedra de cerro como las niñas, Clara?

Hace un año me habría llamado loco a mí mismo y aquí estoy, escribiendo todo esto. El traductor de japonés sugirió hacer una carta para pedir al demonio que nos devuelva tus restos inocentes, si es que alguno queda. Pidió que escribiera con diligencia y compasión porque tenía que convencer de su error a una criatura que, según las leyendas, nunca se equivoca. Debía de vigilar los sepelios de los criminales para depositarla junto a un cadáver discretamente y esperar. No lo hice porque, dijo algo más, algo mucho más importante. Si uno no tiene maneras de comunicarse con un demonio, las crea. Las crea, Clara, las crea. Eso hice. Verás, mi propio ritual consta de dos partes, la primera es esta confesión por escrito que deberá ser atada a mi cuerpo al morir para que al encontrarnos tú la leas; la segunda es invocar al kasha, asegurar que venga y esperar los años que sean necesarios para que me devore a mí. Así haré justicia, ganaré tu perdón o llegaré allá contigo. Acepto lo que sea que suceda. A veces para calmarme lo dibujo, bosquejo al demonio gatuno desgarrando mi cadáver, lo imagino mientras me miro en el espejo para no asustarme cuando llegue el día. Nos sueño frente a frente, dicen que mide lo mismo que un hombre, ya lo habrás visto. Me gusta imaginarte fascinada y no asustada al ver al kasha, enterándote de que el noble y hermoso pueblo con bandera de sol rojo, tan lejano de Jalisco y que no pudiste conocer, existe. Me gusta imaginar que abres tus ojos dormidos y sonríes al saber que sí, que era real Japón. Por último, la invocación de la criatura implica, como sabes, cometer un crimen. Sí, otro crimen, Clara, otro crimen. Para asegurarme de que venga deberá ser más sádico que el tuyo, ese que sólo tú y yo conocemos y que sin piedad cometiste. Perdóname también por ese, que no he decidido cuál será todavía. ®

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