El escritor Roberto Rueda Monreal entrevista a Verónica Musalem, dramaturga y directora con una extensa trayectoria y en plenitud creativa, autora de una obra que se alimenta de sus raíces oaxaqueñas y occidentales.

—Soy uno de esos admiradores que ha seguido tu trayectoria. Uno de los hilos conductores que siempre me han llamado la atención de las obras que nos presentas, tanto en México como en el extranjero, es este territorio místico, mítico, por no llamarlo mágico, que es Oaxaca. ¿Por qué Oaxaca? ¿En qué momento Oaxaca se vuelve un territorio inspirador, una referencia obligada para ti?
—Me gustan esas palabras que usas, “territorio inspirador”. Sí. Efectivamente. Y es que yo vengo de dos familias, la materna, oaxaqueña, y la paterna, también oaxaqueña, pero con su elemento de exotismo, con un toque libanés. Una familia muy sui géneris, de tíos locos y abuelas locas, con un imaginario muy mágico de Juchitán. Una familia de diez hermanos. Yo me crié con algunos de ellos, como con la abuela materna, el tío Goyo, el filósofo zapoteca, el otro tío, Manuel, el hedonista, con una vida muy interesante, y con las tías, un poco trágicas y fársicas, que hablaban zapoteco, comían comida juchiteca, pero exiliados en la Ciudad de México, por unas historias de herencias y de pérdidas. Esas historias tan comunes en todos lados y que marcan el destino de muchas generaciones.
—¿Tú naciste en Oaxaca?
—No. Yo nací en la Ciudad de México, pero yo siempre digo que nací allá porque yo lo decidí así, porque es como si hubiera nacido allá. Porque, cada vez que regreso, yo digo “yo soy de aquí y punto”. Tengo sangre zapoteca. Soy una mujer indígena. No vivo allá, pero toda mi obra o, bueno, gran parte, trata sobre este estado fronterizo que soy también: ese estado entre el origen, el ser que tiene una conexión con unas raíces y la mujer que vive una vida citadina, porque a mí me encanta la Ciudad de México. He pasado casi toda mi vida aquí. Tengo toda esta ambivalencia, esta dualidad entre el origen, la memoria, lo zapoteco, lo oaxaqueño y mi ser totalmente contemporáneo, esta ciudad… Tú sabes bien que yo viví en Francia muchos años, que hablo francés; de hecho, fue en el IFAL (Instituto Francés de América Latina) donde nosotros nos conocimos. Me siento muy bien en Francia. He vivido también en Estados Unidos, en Chicago y en Nueva York.

—¿Todo esto ha influido también en tu trabajo?
—Sí. Hay una cosa en mi trabajo que es la poética. Una cosa que yo tengo y que es herencia de mis ancestros. De eso, de ir a esos otros lares, a esos temas, pero también a la sierra, a la sierra oaxaqueña. Y todos en su conjunto, esos territorios, están en mí. Yo me acuerdo de ir a la sierra con mis tíos, a la costa, a Punta Cometa. Ahí yo iba con mi tío filósofo y mis otros tíos. No había nada en ese entonces. Playas vírgenes, impresionantes, el Pacífico mexicano
—¿Cómo se llamaba el tío Goyo?
—Gregorio López López, un hombre que tiene libros sobre filosofía zapoteca. Era un hombre sabio, un hombre que leía como en treinta y cinco idiomas, sabía chino, árabe, griego, latín, alemán… Leía en todos esos idiomas porque su búsqueda siempre fue el logos, de dónde viene la lengua y de dónde venimos.
—Si la búsqueda de don Gregorio era el logos, en tu dualidad de chilanga, pero, al mismo tiempo, oaxaqueña, ¿debemos entender que su búsqueda influyó en ti, te marcó? ¿Por eso Oaxaca llegó para permanecer en ti?
—¡Totalmente! Ése es un tío que… Mi padre fue un hombre ausente en todo, en mi vida, en mi formación y en lo que soy. Es un desconocido para mí, totalmente. Sé de mi padre por la familia Musalem, a la que conocí cuando tenía veinte años, mi parte libanesa.
El tío Goyo, en vez de regalarme muñecas, me regalaba el Mapamundi, para que estudiara geografía y supiera dónde estaban todos los países. Me hablaba de los griegos y de los egipcios desde niña y me regalaba ediciones de La Ilíada y La Odisea para niños.
—Una parte libanesa que no influyó en ti.
—Así es. Ahora, ya de adulta, es como un exotismo que me ha llevado a lugares. Por ejemplo, he ido a Marruecos, a Arabia Saudita. Me gusta mucho la cultura árabe y me siento muy identificada. En algún momento iré a Líbano.
—Más allá del padre, esa parte libanesa, ¿te recuerda a alguien?
—A mi hermano, Gerardo Musalem Moreno. Mi hermano murió en 2018. ¡Una figura muy importante! Geminiano como yo y loco como yo. Un hombre con una vida hedonista, una vida muy fuerte. El tío Goyo, en vez de regalarme muñecas, me regalaba el Mapamundi, para que estudiara geografía y supiera dónde estaban todos los países. Me hablaba de los griegos y de los egipcios desde niña y me regalaba ediciones de La Ilíada y La Odisea para niños.
—El tío Goyo fue quien te educó en tus primeros años, en realidad.
—¡Totalmente! Yo recuerdo que llegaban libros de Francia, envueltos con un papel extraño, de un lugar que se llamaba la librería J. Vrin. También llegaban libros en chino y libros y libros de muchas partes.La abuela era todo lo contrario a mi tío. Ella escribía muy precariamente, pero tenía una sabiduría enorme.
—¿Cómo se llamaba la abuela?
—Lucía López López. ¡Ella está en muchas de mis obras! Está en Nueva York versus el zapotito, que está inspirada en ella. Mi tío está en varias obras, mi madre está en varias obras, mi hermano está en varias obras.
—¿Piensas en tus familiares para algunas escenas en especial?
—Ese es el asunto. ¡No! Sencillamente, aparecen, están. Hay obras en las que tengo necesidad de hablar y ahí están. O no. A veces, escribo de manera inconsciente y a veces de manera consciente. Supongo que responde a un mecanismo. A veces sé qué va a pasar en la obra, de principio a fin. Pero, a veces, no sé nada. Es decir, no tengo una metodología al escribir. ¡No!
—¿Tienes como referencia únicamente a tus familiares y Oaxaca o también tienes otros personajes y otros recursos dramáticos para tus montajes?
—¡Ah, no! También está todo lo teatral. Yo he sido una gran lectora de teatro. Desde Shakespeare, Chéjov y el Siglo de Oro. Son mis influencias. He leído y aún leo mucho teatro, incluso del que se hace actualmente, pues a veces soy jurado de varios premios literarios, soy maestra desde hace veinticinco años y, en fin, leo mucho. Desde que estaba en la Facultad de Filosofía y Letras. En la pandemia, por ejemplo, leí toda la obra de Chéjov por tercera vez. ¡Toda! Y me encanta, esos rusos me dicen casi igual… como si estuviera viendo paisajes rusos, pero es como una familia mexicana para mí. Hay muchas referencias.

—Sin embargo, por lo que nos compartes, la familia mexicana, por no decir tu familia, ha sido un gran motor.
—Y sí. Ha sido un gran motor. No sé… es como pensar en mi abuela. Mi abuela tenía todo un imaginario muy fantástico y mágico. Ella me hablaba de duendes y de seres irreales que ella había visto. Me hablaba, por ejemplo, de mujeres–nahuales. Hay una historia que está en Nueva York versus El Zapotito en la que una mujer dice que va a ver a una nahuala, una parte muy divertida. Un día mi abuela me contó que había visto a una mujer que se transformó en cerda, en el patio de los naranjos de la casa de no sé quién. Y yo le dije: “Ay no, abuela, eso no es cierto. ¡Cómo va a ser que viste tú eso!” “¡Claro que sí! ¡Yo la vi!” Yo era niña. A su lado, me hice especialista en el Cine de Oro mexicano porque mi abuela cocinaba. Era una gran cocinera, por eso me gusta tanto el mundo de la cocina y ese mundo también está en muchas obras. Tengo amigos que cocinan y a mí me gusta cocinar. Mi abuela era una gran cocinera. Pasaba mucho tiempo haciendo grandes pasteles por las tardes y viendo películas todo el tiempo, películas de Pedro Infante, de Jorge Negrete, de Pedro Armendáriz, de Miroslava…

—Te sabes el nombre de todos los actores y todas las películas de esa época.
—¡De todas! De hecho, en Nueva York versus El Zapotito hay un guiño en cuanto a toda la parte del cinéma donde aparecen Flor de azalea, Días de otoño… Por eso a mí me gusta mucho el melodrama. No sé por qué a la gente no le gusta. ¡Es un gran género! El melodrama mexicano es increíble.
—Luis Zapata abordaba en sus obras justamente el melodrama mexicano.
—Sí, claro. Y aunque yo no escribo en géneros ya, me gusta mucho este “ser melodramático mexicano”, en el que nos cortamos las venas y somos muy apasionados.
Estas mujeres llegaban y lloraban en plena Navidad y se emborrachaban. Yo era niña y veía a estas tías llorando, así, con una exageración por el ser masculino perdido… Yo vi todo eso de niña y desde niña me dije: “Yo no voy a llorar por un hombre… ¡jamás!”
—Te gusta explorar esa parte también.
—Sí. Y me gusta porque yo no soy así. Yo soy más contenida, en mi ser permeó mucho toda mi historia, tengo una parte muy occidental. Ver desde fuera el melodrama, el Cine de Oro, toda esa época, me fascina y fue parte de mi educación. La familia, y los tíos, y las reuniones… y esas tías, a las que yo llamo “las plañideras”.
—¿Por qué “las plañideras”?
—Llegaban todas las navidades a llorar por los hombres ausentes que las habían abandonado. Había un abandono masculino en mi familia femenina. Estas mujeres llegaban y lloraban en plena Navidad y se emborrachaban. Yo era niña y veía a estas tías llorando, así, con una exageración por el ser masculino perdido… Yo vi todo eso de niña y desde niña me dije: “Yo no voy a llorar por un hombre… ¡jamás!” Claro que he llorado muchas veces por un hombre y me gustaría, eso sí, ser un poco más melodramática. Pero mi llanto es más contenido, tal vez por mi parte zapoteca, no sé.
—Has expuesto muy claramente tanto los personajes como los elementos que están presentes en tus obras. Tú llevas ya poco más de treinta años de carrera artística. ¿Estos personajes y estos elementos son los que han permeado toda tu carrera? ¿La siguen permeando?
—¡Sí, totalmente! Te confieso que ahora mismo estoy en un receso de cosas personales. Y no sabría decirte con certeza por qué. No sé. Las últimas dos obras o el último material que he escrito han sido comisiones. Han sido proyectos y óperas por encargo, pero lo personal lo hice a un lado luego de mi última obra, cuyo título y esencia no quiero compartir todavía porque es una obra que quiero cuidar mucho, hasta que llegue el momento de su estreno. Si acaso, lo que puedo decir es que trata sobre mi hermano y su muerte. Es una gran farsa. Una que escribí en 2019.
—¿Cómo concebiste esa obra que, además de íntima, intuyo poderosa?
—Tienes toda la razón, porque esta obra, más bien la idea, se me vino cuando estaba yo en Notre Dame, en el incendio.
—¿Cuando se incendió y se vino abajo la aguja de la Catedral de Notre Dame? ¿Estuviste ahí?
—Sí. Y justo en ese momento me dije: “Voy a escribir una obra sobre mi hermano”. La comencé a escribir en abril de 2019 y la terminé creo que en 2021.
—¿Cómo este incendio, que fue televisado en todo el mundo, se convirtió en el detonante para algo tan íntimo?
—La verdad, no sé bien. Lo que sí sé es que su influencia fue tal que hay incendios en la obra. Yo estaba ahí, en París, al lado, con un actor y con el maestro Federico Ibarra. Hicimos un viaje juntos allá; el compositor, el actor Preciado Rodríguez y yo estábamos tomando unos vinos y unos aperitivos y, de pronto, vimos humo y cómo la gente empezó a correr. Pagamos y nos acercamos al lugar y me tocó ver todo, cómo se caía… Fue ahí, en ese momento, cuando dije que mi próxima obra iba a ser una obra sobre la muerte, y es que mi hermano murió un año antes de ese suceso. Y en la obra aparece la imagen de Notre Dame incendiada. Podríamos decir que no tiene nada que ver, pero sí. Ya la verán. Luego de escribir esa obra, vinieron dos o tres obras más. Esas ya no son personales y son sobre migración.
Me gustan muchos temas: la ciencia ficción, la física cuántica… muchas cosas, no sólo leo sobre teatro. Leo sobre muchas cosas más. Cosas que me dejan respirar de lo autobiográfico, y mira, aun así, siempre hay algún elemento autobiográfico por ahí.
—Te confieso que no sabía que no sólo escribías obras personales, íntimas, sino también obras por encargo.
—Así es. Escribo mucha obra así, con invitaciones, proyectos que de alguna manera vienen de terceros pero que me enamoran.
—En ese sentido, ¿qué temas te apasionan?
—Ahora estoy escribiendo una ópera sobre Emily Dickinson. Ella ya está en mí. Leo todas sus cartas, leo todo lo que vamos a hacer. En ese sentido, tampoco divido los proyectos por comisión de los personales. Si las comisiones no las haces tuyas como creador, entonces, ¿de qué valen? Me gustan muchos temas: la ciencia ficción, la física cuántica… muchas cosas, no sólo leo sobre teatro. Leo sobre muchas cosas más. Cosas que me dejan respirar de lo autobiográfico, y mira, aun así, siempre hay algún elemento autobiográfico por ahí, ¡siempre!
—Siempre y cuando mantengas tu libertad creadora…
—Siempre y cuando yo pueda escribir y hacer lo que se me dé la gana. No permito que coarten mi libertad. Soy una mujer, una artista, que escribe desde hace treinta años… tengo unas 47 obras de teatro, nueve óperas, materiales para largometrajes, para cortometrajes, para documentales, cuadernos de viaje, pensamientos…
He leído mucho a Rulfo. Ya no sé cuántas veces he leído Cien Años de Soledad y, de verdad, a veces me pregunto: ¿qué es el realismo mágico? Con toda sinceridad. ¿De dónde? Para mí, como mexicana, con una cosa que tengo en mi escritura, en mi poética, con toda honestidad, lo que te puedo decir es que yo más bien escribo realismo, lo cotidiano y poética mexicana.
—Ahora que hay vientos renovados para retomar y dar a conocer desde otras plataformas digitales y creativas obras del llamado realismo mágico, ¿qué piensa al respecto una artista como tú? ¿Qué piensa la dramaturga cuyo trabajo ha sido catalogado de realismo mágico a pesar de que siempre has insistido en que en tus obras hay de todo, menos realismo mágico, tal como ha insistido parte de la crítica?
—Te confieso que, aún hoy, no sé por qué la gente insiste en eso. Algunos críticos han hecho afirmaciones como que ciertas obras mías les recuerdan a Pedro Páramo, a Rulfo. ¿Qué puedo decir? “Ok. Sí. Gracias”. Ahora que recuerdo, creo que también a ti, por tu novela Pétalos negros, la crítica también menciona que en tu obra hay algo de Comala y de Rulfo, ¿no? ¿Por qué nos pasa eso? Yo he leído muchas veces Pedro Páramo. He leído mucho a Rulfo. Ya no sé cuántas veces he leído Cien Años de Soledad y, de verdad, a veces me pregunto: ¿qué es el realismo mágico? Con toda sinceridad. ¿De dónde? Para mí, como mexicana, con una cosa que tengo en mi escritura, en mi poética, con toda honestidad, lo que te puedo decir es que yo más bien escribo realismo, lo cotidiano y poética mexicana. Esa cosa de realismo mágico, no sé… no me veo ahí.
—Te propongo hacer un pequeño ejercicio para intentar echar luz sobre este entuerto, uno que posiblemente se ve alentado o reforzado por una amplia legión de lectores, sobre todo latinoamericana. Retomo una anécdota, una imagen mítica, que ha generado múltiples escenas de ficción en tu vasta obra. Una que me recuerda al Zacatecas de mis padres. Tu abuela alguna vez te diji que había visto a una nahuala, una mujer transformarse en un cerdo ante sus ojos. Eso que ven estas personas en su mundo cotidiano, ya sea en Oaxaca, en Zacatecas o en cualquier otro lugar de México, no es realismo mágico. Estas personas realmente ven lo que dicen que ven. Es parte de su cotidianidad. Lo que ven y lo que les pasa no transcurre en absoluto desde nada mágico. ¡Esa es su común y corriente, pero verdadera, realidad! ¿Es eso lo que nos quieres transmitir?
—¡Exactamente! Mejor no lo pudiste haber descrito. Tú te vas a la sierra y no es que la gente te diga o te cuente cosas fantasmagóricas o mágicas o extraordinarias o paranormales… ¡No! Es su vida normal y cotidiana la que te están contando. Mi abuela me contaba que hablaba con los pájaros; ella tenía una conexión directa con la naturaleza y con la tierra.
…que de pronto se aparecieron en medio del ritual unos diablos, que las brujas ya andan por ahí. Ésa es su realidad y es parte de su manera natural de ser. ¡Su manera de ser es su manera de ver la vida! No es ningún realismo mágico.
Hablando de la tierra. En la sierra, yo he participado en rituales con la tierra. ¡Rituales en los que se le da de comer a la tierra! Se hace un hoyo y se le da de comer mole, con tamales, y le echan las tortillitas, y todo el tiempo están danzando, y luego comienzan a surgir historias que te cuenta gente de la sierra, no sé, que de pronto se aparecieron en medio del ritual unos diablos, que las brujas ya andan por ahí. Ésa es su realidad y es parte de su manera natural de ser. ¡Su manera de ser es su manera de ver la vida! No es ningún realismo mágico. Es su forma de relacionarse con su entorno, con su todo.

—Toda proporción guardada, me da la impresión de que los citadinos —de cualquier ciudad del mundo— quieren vivir, justamente, o acercarse a esas realidades que observan de lejos. Realidades como las de la gente de la sierra. Quieren tener acceso a todas esas emociones, experiencias y universos y pretenden hacerlo incluso usando ciertas drogas, sustancias, hierbas u hongos o todo aquello que, desde su perspectiva, se los prometa o se los haga “realidad”.
—Para los citadinos, esas plantas y comida, que son lo cotidiano y ritual para la gente de la sierra, para ellos son drogas, ese famoso término: “drogas”. Pero, fíjate, no. Son “plantas de poder”.
—¿Qué son las “plantas de poder”?
—Hay plantas de poder, como el peyote y ciertos hongos que, en algunos contextos que se presentan en la sierra de Oaxaca, se convierten en elementos rituales. Yo he ido a comer hongos, lo hice dos o tres veces, siempre de manera ritual, en la Sierra de Huautla, pero fue con chamanas. Es una cosa ordinaria para ellas, pero extraordinaria para mí. Lo que hacen estas plantas de poder, a veces, es abrirte sin que tú lo puedas evitar, revelarte tus infiernos o, en última instancia, pero muy demoledor, te muestran lo que eres en realidad.
Creo que perdemos de vista que vivir en Oaxaca o en Chiapas o en cualquier otro lugar en donde la cultura indígena es muy fuerte y predomina es totalmente otra cosa. Eso es lo chistoso, que en esos lugares la gente no anda cuestionándose o preguntándose si lo que están viviendo, viendo o sintiendo es “realismo mágico”. ¡No! Nosotros más bien hablamos de esencia, del origen, de una conexión casi tribal con lo que somos como pueblos originarios.
Si vamos a estar de moda en todo el mundo así, es preferible que no estemos de moda. Y es que no sólo es la banalización de nuestras tradiciones y costumbres más arraigadas, sino una ignorancia total respecto de ciertas realidades que implican no sólo un enorme peligro sino muchísimo dolor.
—Tal vez, lo que intento decir, en el fondo, es que muchos críticos, no sé si llamarlos dramatúrgicos o incluso literarios —pienso últimamente en los realizadores cinematográficos de otras partes del mundo— abusan de su desconocimiento para luego atreverse a afirmar cosas que están fuera de su experticia, poniendo como pretexto que todo es ficción y que, por ende, todo es válido. Pienso en esos productos, series y películas que pintan a México y a Latinoamérica como territorios violentísimos, pero mágicos por naturaleza, muy al estilo comercial estadounidense.
—Así es. Esos territorios y símbolos folklóricos llenos de clichés. ¡Una cosa horrible! Esa influencia que pasa por Estados Unidos es espantosa. Hace poco escuché por ahí que “México está de moda”. Lo leí en un X de España. Yo dije: “Sí, está de moda, es verdad”, pero… ¡qué horror estar de moda así!, ¿no? Con esas referencias a la gringa y llenas de folklor a todo lo que da. ¡Todo banalizado! Algo así como Coco en las calles de Oaxaca… personas pintadas de osos panda en las calles de Oaxaca y todo el folklor que hacen con la Guelaguetza. Esta película que dirigió un francés, Emilia Pérez, exponiendo un México violento, banal y de caricatura que no existe, no porque no exista la cruel violencia del narco en México, sino porque recurre en el fondo al mismo folklor ignorante del que hablo, usando de pretexto un formato de dizque musical, pero, más grave aún, recurre al dolorosísimo problema de los asesinatos del narco y de las desapariciones forzadas mezcladas de la peor manera con el uso de un personaje principal trans sólo para agradar a cierto público internacional y ganar premios. Si vamos a estar de moda en todo el mundo así, es preferible que no estemos de moda. Y es que no sólo es la banalización de nuestras tradiciones y costumbres más arraigadas, sino una ignorancia total respecto de ciertas realidades que implican no sólo un enorme peligro sino muchísimo dolor.
Quiero decir que yo soy una persona, una artista que no se cierra ante las cosas. Sé del valor del intercambio, tú que eres traductor lo sabes muy bien, del valor de la migración. Yo soy producto de la migración y, como tal, me gustan muchas cosas que son el resultado de la mezcla de culturas muy diferentes y de visiones muy diferentes.
Hace poco un tío me dijo que no fuera a Oaxaca. Que, si iba, iba a odiar Oaxaca. En la ciudad de Oaxaca ya todo está gentrificado. ¡La ciudad ahora está llena de gringos! Y conste… yo no estoy en contra ni de eso ni de los gringos. Ya he dicho que yo he migrado muchas veces en mi vida: he vivido en varias ciudades del mundo y tengo a gente que me quiere en todas ellas; tengo una familia en Francia, y tengo amigos en varias partes del mundo. Pero esto de que arrasen con pueblos tan conectados con un aura mística, de pensamientos místicos, muy ligados a nuestros pueblos ancestrales, eso no. Me parece que deberíamos de cuidar todo lo ligado a estos pueblos fundamentales. Y es que hoy el mundo explota, aunque no queramos, explota. Estamos en un mundo donde no hay fronteras. Yo puedo hablar con alguien que está en Corea y tener una amistad, así sea virtual.
—Trayendo estos puntos a colación y regresando a tu trayectoria, ¿qué nos puedes decir de tu última obra presentada, Los errantes, o de tu pieza llamada Latitud, en la que abordas justamente el fenómeno de la migración obligada?
—Latitud es una obra que me gusta mucho y los personajes que ahí aparecen son mis tíos, mi tío Goyo y mi tío Manuel. Son unos curanderos. Son pobres, están en la sierra y van rumbo a hacer un sacrificio humano. La han montado en el Dramafest, con la dirección de Marion Potts, de Australia. Es una obra en la que, sí, hablo de las muertas —pensando en las de Juárez—, los muertos y sobre el origen. Por otro lado, Los errantes es parte de una trilogía que escribí de 2012 a 2015. Como parte de la trilogía están Los maromeros —que estreno en mayo de este año, en el Cenart, en el Teatro Salvador Novo— y Los caminantes, que dirigí en 2019, en el Teatro Julio Castillo.
Los errantes habla de la separación amorosa de un hombre y una mujer, aunque podrían ser dos hombres o dos mujeres, que tienen una compañía de teatro itinerante y que van a una sierra, engañados por un empresario, aunque, en el fondo, todo lo que están haciendo ellos es un ensayo sobre su propia separación.
Los errantes es la única obra de la trilogía en la que quise abordar la pérdida, el duelo, la crisis y la separación, teniendo esta vez a la sierra como personaje imaginario. En las tres obras aparece la sierra, en las tres hay algo mágico, en las tres hay un mundo originario, loco y místico; son obras que yo llamo obras–origen, porque todo el tiempo está el origen. Los errantes habla de la separación amorosa de un hombre y una mujer, aunque podrían ser dos hombres o dos mujeres, que tienen una compañía de teatro itinerante y que van a una sierra, engañados por un empresario, aunque, en el fondo, todo lo que están haciendo ellos es un ensayo sobre su propia separación. Conté con el arte escénico de dos grandes actores: Aída López y Alberto Estrella.
—Detengámonos un poco aquí, porque hablar de Aída y de Alberto no es cualquier cosa. ¡Qué privilegio haberlos dirigido! ¿Cómo le hiciste para tener a estos monstruos de la actuación en tu obra?
—Se dio porque yo ya había hecho Caminantes, luego quise aventarme a hacer Los errantes en 2022 y… fue eso, ¡un acto de fe! Yo soy muy aventada. Desde que escribí mis primeros textos nunca tuve pudor y los compartía con todo mundo, con mis colegas, con mis maestros.
—¿Qué maestros te marcaron con más fuerza como dramaturga?
—Tuve muchos, José Sanchis Sinisterra, Pablo Mandoki, Ludwik Margules, Adel Hakim y Mauricio Kartun.
—Dices que compartes tus textos con todo mundo. ¿Qué pasa cuando recibes críticas demoledoras?
—¡Me entran unas depresiones! Sucedía mucho las primeras veces. Llegaba con el tío Goyo y le pedía que me diera mezcal. Le contaba todo y él me decía a manera de consuelo cosas como “Al final, te están haciendo caso”. No me importa lo que piensen… Claro que me importa el otro, pero al mismo tiempo no, porque entonces, como artista, si uno se atiene a eso, pues ¡no hace nada! Pienso que todo artista, si no tiene eso de “me vale, yo voy y muestro mi obra, mi arte”, nadie va a creer en ti.
—Verónica, llevas ya treinta años de trayectoria como dramaturga. Con todo lo que nos has compartido, como artista o como persona, o tal vez como una mezcla de ambas entidades, ¿cómo te encuentras, cómo te sientes?
—(Se queda en silencio por un rato, con el rostro lleno de sorpresa). ¡Qué bonita pregunta! Me siento en una crisis total. Así, paralizada. Pero, a la vez, no me angustio, ni busco justificar ni salir de nada. Estoy en un reposo. Tengo la sensación de que estoy hibernando, para que después salga, en algún momento, renovada. Y, a nivel personal, estoy en uno de los mejores momentos de mi vida. ¡Así! ¡Total! Estoy feliz, estoy plena, estoy disfrutando mi éxito, disfrutando todo lo que he hecho. Vienen proyectos increíbles, vienen viajes a París, a Madrid, a Bolivia, a Buenos Aires, vienen viajes muy interesantes a nivel de trabajo, con Los errantes, Y acaso amanece y con Los maromeros, y dos proyectos de cine que estoy terminando… A nivel escritura, me di un año sabático y, acá entre nos, creo que hice muy bien. Y en lo personal, estoy disfrutando mucho, estoy súperfeliz y me encanta mi momento de vida como mujer.
—¿Por qué?
—Porque logré muchas de las cosas que quería. Porque llegué a una parte donde quería estar. Pero tengo muchos más sueños. Ahora vienen otras etapas en mi carrera. Siguiendo la respuesta a tu pregunta, ¡porque he amado mucho! He tenido relaciones que me han dejado mucho. Porque tengo a mi madre aún, que es como el último bastión de mi vida pasada, pues toda mi familia desapareció. Tengo una familia amplia, pero acá hablo de esa familia núcleo. En fin, que la tengo, ella tiene 86 años, es muy divertida y me ha estado compartiendo muchas historias que estoy recopilando sobre nuestro pasado. Y estoy soltera y no estoy buscando una pareja. Me siento plena y no quiero tener una pareja. Creo que hay que desmitificar de una vez por todas eso de la pareja. ¡Y mira que, en su momento, yo busqué mucho!
—¿Qué le dirías a la Verónica niña o adolescente, ahora que te has consolidado como dramaturga?
—Yo comencé a soñar como a los diecisiete años que iba a ser actriz… Lo que le diría a esa Verónica soñadora es que no se preocupe tanto, que no sea tan azotada, que disfrute más la vida, pero que, a pesar de todo, va por buen camino y que todo lo que piensa está bien. Esa muchachita desde niña pensaba que no iba a ser mamá. Así que yo desde aquí le digo: “No te equivocaste, hiciste bien”. Esa niña tampoco tenía el sueño de casarse, no quería casarse con un abogado ni tener hijos… Esa niña tenía sueños de viajar. Y, mira, ¡lo hizo!
—Déjame regresar a Los errantes, que casi a finales de 2024 tuvo una exitosa gira por Europa. ¿Cómo tomó el público europeo Los errantes?—Esta obra ha tenido repercusiones desde 2011, cuando fui a hacer un montaje, que dirigí, que se llama Ynahui, au pays des hommes de maïs; esa obra fue la primera que llegó a Europa. Fui a una residencia de dos meses a un montaje, en el marco del Año de México en Francia, a hacer una especie de collage sobre cuentos zapotecas, música, títeres y canto. No se hizo porque se canceló todo.
—A propósito de lo ocurrido con el caso de Florence Cassez e Israel Vallarta; ella está libre y él sigue en prisión. ¿Sí lograste ir, entonces?
—Así es. Fui a París invitada por el Gobierno de Oaxaca. Y sí lo logré, pero nomás fueron dos funciones, luego todo se canceló. Pero fue ahí donde conocí al que hoy es mi traductor. Por eso digo que los franceses, los europeos, conocen mi obra desde 2011, 2012, hasta la fecha. Regresé allá por Nueva York versus El Zapotito y volví en 2024, llevando por primera vez un montaje.
—Muy importante lo que mencionas de tu traductor. La traducción literaria ha sido fundamental para tus obras por Europa, ¿cierto?
—¡Totalmente! La traducción en Francia de Nueva York versus El Zapotito es de un poder tal… Se ha presentado en escuelas, en los liceos y se han organizado muchas lecturas dramatizadas.
—¿Quién es el autor de las traducciones al francés?
—David Ferré, quien ahora es mi amigo y hemos colaborado en muchos proyectos. El más reciente, pensado para Francia. Este 2025 se estrena Nueva York versus El Zapotito en dos versiones: una mía, que se tiene contemplada para noviembre en París, y otra dirigida por Luis Jiménez. Vamos a tomar la traducción de David Ferré.
Tengo una invitación para hacer un monólogo en España, en Madrid, con una actriz muy importante, pero sobre eso no quiero dar detalles todavía. Estoy a la espera de luz verde para una ópera en Houston y para un montaje más de Nueva York versus El Zapotito, esta vez en Arabia Saudita.
—Entre los proyectos importantes, pero arriesgados, están los cinematográficos. Sé que no quieres dar muchos detalles… ¿nos podrías hablar un poco al respecto?
—Te doy la primicia. Uno ya está en postproducción. Sixto Castro Santillán es un director de teatro que realizó su primer largometraje, su ópera prima, basado en una obra mía que se llama Un domingo color de rosa. Es una obra de teatro, con una adaptación mínima suya, llevada al cine. Es violentísima. Estoy terminando el guión de una película que se llama Voces del más allá, y estoy terminando la adaptación de Nueva York versus El Zapotito para el cine, de la mano de mi prima, Mariana Musalem. Ahora tengo una invitación para hacer un largometraje documental sobre un artista mexicano muy importante, del cual no puedo hablar.
—Por lo que veo, estás en un proceso de internacionalización. Sería como el siguiente paso natural en tu carrera. Algo que en el fondo has estado buscando, propiciando.
—¡Exactamente! Así es. Yo espero que sea así. Es algo que yo estoy buscando desde hace años. Desde 2011, con aquel salto en París. Y es que mi relación con París es una relación muy mágica.
Me parece que esto va encaminado para que ese elemento sea, no sé cómo mencionarlo, como de ¡a huevo! Sin ninguna curaduría. ¿Por qué introducir lo social o comunitario en las obras? Es como atender una moda, para mí.
—¿Podríamos equiparar, desde tu perspectiva creadora, a París con ese territorio llamado Sierra de Oaxaca?
—Sí. ¡Totalmente! Haces que me acuerde de una obra, Los perdidos de la Isla de San Luis, dedicada a París. Y creo que en las dos últimas obras que escribí después de la pandemia aparece París en ellas.
—Verónica, eres una referencia de la escena teatral mexicana contemporánea. En ese sentido, ¿qué opinión te merece lo que está pasando en el ámbito cultural del país? ¿Qué piensas de los apoyos a los proyectos culturales, en específico al teatro?
—Hay una reducción increíble en 2025 para la cultura. He leído en la prensa, por parte de funcionarios del gobierno, que esa reducción del 30% no va a mermar. Y me digo: “Éstos no saben a hacer cuentas o qué”. ¡Sí hay una reducción de presupuesto para nosotros! Se han ido eliminando premios literarios, reducción de becas. ¡Qué nos espera! He visto los apoyos recientes y uno no entra ya ahí. Han introducido una cosa de apoyo social o comunitario a fuerzas. Me parece que esto va encaminado para que ese elemento sea, no sé cómo mencionarlo, como de ¡a huevo! Sin ninguna curaduría. ¿Por qué introducir lo social o comunitario en las obras? Es como atender una moda, para mí. Y mira que, aunque no en todas, yo contemplo esos temas en mis obras, pero no considero que ahora tenga que ir y vender mi trabajo así. Para nada. ¡No!
—Sería, toda proporción guardada, como hacerle el caldo gordo a todos los clichés que aludiste con lo del folklor mencionado.
—¡Totalmente! Ese folklor de lo social, de lo políticamente aceptable, de lo incluyente y… no no no no no… El arte no va para nada por ahí. Como artista, yo hablo y escribo sobre lo que a mí se me da la gana. Por ejemplo, mi próxima obra puede suceder en Francia, en los castillos de la Loire, ¿no? Y si esto es así, ¿mi obra no va a obtener apoyos gubernamentales sólo porque no estoy tocando los temas que ellos quieren? En fin, el panorama no es muy alentador en esos ámbitos. A mí parece que estas políticas gubernamentales relacionadas con la cultura resultaron lo mismo, pero peor. O, mejor dicho: es lo mismo, pero hipócrita; lo mismo, pero con discursos que creíamos ya rebasados.
—Al ser una dramaturga de tu estatura, ¿estarías dispuesta a dar la batalla para que, en el terreno teatral y de la dramaturgia, la cultura mexicana se abra a lo cosmopolita, a los proyectos bien hechos, verdaderamente profesionales, de calidad, y que no necesariamente tengan que ver sólo con lo ideológico o con este alineamiento hacia el poder por parte de no pocos artistas actuales?
—Es que así tendría que ser siempre, ¿no? De lo contrario, lo que estaríamos haciendo serían políticas culturales igual de excluyentes. Me pasa que luego me digo: “¿Y ahora a dónde llevo esta obra?” Ahora, que haya competencia y que todo sea por convocatoria, está bien. El problema, como ya te lo mencioné, es que hay una exclusión previa en la que uno no cabe en esas convocatorias. Mi pregunta salta: ¿A dónde vas? Me parece bien todo el aspecto “democrático” de las convocatorias, en el que todos, desde el rincón más alejado de Chiapas hasta el rincón más alejado de Baja California, estemos compitiendo por igual, pero, insisto, hay temas en el arte que sé me van a rechazar. ¿Dónde pongo mi proyecto? ¿Quién lo va a apoyar?
—Me dejas pensando en que los artistas mexicanos necesitamos apoyo más allá de las becas, pues también comemos, pagamos renta, nos enfermamos. Necesitamos una política cultural que propicie un andamiaje que nos proteja más allá de lo coyuntural: que contemple la creación de empleos, la seguridad social, los derechos laborales, plan de retiro, contemplación de gastos médicos mayores, jubilación, con todo lo que eso implica.
—Tienes toda la razón. Recuerdo que una vez me apoyó mucho la Sogem (Sociedad General de Escritores de México), pues tuve un accidente y ellos contemplaban gastos médicos mayores para mí, por ser escritora. Pero, en general, los artistas en México estamos desamparados en realidad. Si yo no hubiera tenido ese apoyo de la Sogem, n’ombre, ¡olvídate! Hubiera pagado una cantidad estratosférica que me hubiera dejado en la ruina.
—¿Con qué concluirías esta entrevista?
—Me estoy enamorando de México de nuevo, estaba muy enojada. Me reconcilié con México. Estoy en un momento muy interesante como mujer, como artista. Quiero seguir buscando y hallar un propósito en esta nueva etapa de mi vida.
—¿Una etapa más serena?
—Sí. Ya no tengo prisa, ¿sabes? Estoy en una etapa en la que me digo qué quiero hacer, a dónde quiero ir, cómo quiero relacionarme, qué tipo de gente quiero conocer, qué tipo de gente quiero amar, qué proyectos quiero que me definan… Soy yo la que ahora decide. ®