El autor entrevista al poeta Javier Acosta sobre su libro Al (no) escribir, Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada 2024. En este libro “se enfrenta al hecho de que cada vez resulta más difícil no sólo escribir y publicar poesía, sino también conectar con un hipotético lector que sea tocado por la belleza”.

Touched by the spirit, touched by the flame.
—Nick Cave & The Bad Seeds, “Conversion”
En el ensayo “La estética del silencio”, de Susan Sontag, incluido en el libro Estilos radicales (1969), se afirma que el silencio puro es imposible, ya que el artista emplea una estrategia dialéctica de negación–afirmación del lenguaje y, a final de cuentas, crea el mutismo con palabras:
El vacío genuino, el silencio puro, no son viables, ni conceptualmente ni en la práctica. Aunque sólo sea porque la obra de arte existe en un mundo pertrechado con otros múltiples elementos, el artista que crea el silencio o el vacío debe producir algo dialéctico: un vacío colmado, una vacuidad enriquecedora, un silencio resonante o elocuente. El silencio continúa siendo, inevitablemente, una forma del lenguaje (en muchos casos, de protesta o acusación) y un elemento del diálogo (Sontag, 1969, p.25).
Recordé lo anterior durante la lectura de Al (no) escribir (UAEMéx, 2024), y también observé que, acaso, este silencio pareciera crecer hacia adentro, como una especie de actividad fúngica perpetua. También percibí un nihilismo casi epifánico, transparente, que refleja la luz externa y nos devuelve un tenue reflejo del yo. Pero el texto no propone una búsqueda del yo, sino más bien destila su nostalgia y melancolía. Como si esas ráfagas de luz apenas fueran destellos o rastros de algo que pudo haber sido. Pienso inevitablemente en los clochards metafísicos de Beckett, en la escalera de Wittgenstein, en el Pessoa del Libro del Desasosiego. Pienso que el umbral fue cruzado hace mucho tiempo y el yo que escribe lo hace desde un plano donde la negación resuena, conforma y fulmina un lenguaje mínimo profundamente significativo. Ese nihilismo es más bien el pórtico de acceso a una mística, porque el libro trasciende su nulidad y sobre ella construye su grandeza.
Una vertiente metapoética asoma en el conjunto, cierto impasse que no cesa de generar escritura desde su propia dialéctica de palabra/silencio. A menudo resulta difícil reconocer los límites entre filosofía y poesía.
Extraña paradoja: Al (no) escribir se enfrenta al hecho de que cada vez resulta más difícil no sólo escribir y publicar poesía, sino también conectar con un hipotético lector que sea tocado por la belleza. De vocación minimalista, los poemas de Javier Acosta abren la posibilidad de un encuentro a experiencias o insights que capturan fragilidad, belleza y dolor en distintas proporciones. Momentos de catarsis muy similares a los que surgen cuando uno escucha a Nick Cave & The Bad Seeds o Arvo Pärt, cuyas composiciones exploran cierta espiritualidad in abstracto, desprovista de elementos religiosos. Una vertiente metapoética asoma en el conjunto, cierto impasse que no cesa de generar escritura desde su propia dialéctica de palabra/silencio. A menudo resulta difícil reconocer los límites entre filosofía y poesía. Por un lado, intencionadamente hay un subtexto de naturaleza contemplativa y reflexiva en cada verso. Y, por el otro, la emoción se fusiona con imágenes conmovedoras.
Al (no) escribir transmite la vaga sensación de habernos dormido en la playa bajo una leve llovizna el último día de vacaciones. Siguiendo sus huellas acústicas, Acosta respondió a nuestro llamado en exclusiva para Replicante.
Vertiente metapoética
Los autores que señalas, Beckett, Wittgenstein y Pessoa están presentes en el libro, a Wittgenstein y Pessoa, cito directamente, pero la idea del clochard es muy acertada —y punzante—. Viéndolo retrospectivamente, la vertiente metapoética ha estado presente desde mi primera publicación, en el cuadernillo Allen, tómate una tableta de Eucalipto ya aparece lo que para Wallace es todo el asunto (subject) del poema, la poesía; pero la poesía no sucede sin algo más, el cuerpo, la respiración, el eros, la nada, especialmente esto último.
Espiritualidad in abstracto
En efecto, el problema es la espiritualidad sin muletas metafísicas, incluidas las confesiones religiosas. En este caso se trata de lo espiritual como relación, y como relación no eclesiástica. La ecclesia puede ser religiosa, social, económica…; el poema no es compatible con ninguna de estas iglesias, tampoco el tipo de espiritualidad que pudiera postular. Y sin embargo el poema puede ser una especie de templo en su sentido arcaico, un lugar para contemplar, para mirar lo que hay en el centro, eso que ahí asoma la pezuña.
Nick Cave & The Bad Seeds
The Boatman’s Call es uno de mis discos preferidos, si el libro puede propiciar un estado afín al del álbum de Cave lo consideraré un logro. Creo que han rendido un fruto inesperado tantos años de escucha de canciones como “People Ain’t no Good” o “Into my Arms”. Hay una afinidad histórica entre poema y misterio, la poesía es un evento en el que el lenguaje suelta revelaciones silenciosas, entre otras, la no poco milagrosa suspensión del significado; la revelación de que ese cierre del sentido (el significado) no es la única experiencia posible. El poema no tiene ni precisa de un significado y ésa es la condición que lo hace posible. No tiene un significado, pero es profundamente significativo. Como escribió Fina García Marruz sobre el cine mudo: “No es que le falte/ el sonido/ es que tiene/ el silencio”.
El Tao de la libreta
El proceso creativo mantiene unos rasgos desde el principio de incursión creativa; pero otros se van movilizando. Creo que me condiciona la escritura de un diario, el Tao de la libreta, para decirlo humorísticamente. Convivo con mis cuadernos de hace diez años como lo hago con los de ahora; de su proliferación amenazante y de sus ocasionales sinapsis depende buena parte del proceso escritural. Otro elemento importante son mis devociones viejas y nuevas en el ámbito de la literatura y la filosofía; tengo una inclinación a la veneración y soy adicto a los alumbramientos que nos brinda la lectura. Cuando escribo pienso, por ejemplo, qué opinaría Emily Dickinson o Issa Kobayashi —o tantos otros— sobre lo que estoy haciendo, la respuesta que me imagino es con mucha frecuencia sonrojante. Un elemento que anuda a los anteriores es la sombra que proyectan mis libros una vez publicados. Siempre hay una sombra, una posibilidad negada, una potencia nonata, esa sombra suele mostrarse seductora y ocasionalmente reclama pasar a los hechos. Del asunto de la forma mejor no decir mucho, todos los días me sobaja y me frustra; sólo de vez en cuando suelta alguna prenda; la última tiene que ver con el entrelazamiento entre el renglón seguido y el verso.
Filosofía y poesía
Una de las convicciones que abrigo es que la poesía exige el régimen de lo sensible, es decir, la imagen. Se trata de la imagen pensante que habita en el poema, “la imagen sabe más”, solía decir uno de mis santos patronos, Charles Simic. La imagen piensa más, lleva el lenguaje a su límite, desata el pensamiento, diría Kant: “da qué pensar”. Desde el punto de vista de la filosofía, me viene a la memoria una clase con Félix Duque, uno de los filósofos que más admiro; nos dijo algo así como “la suerte del filósofo se juega en los ejemplos”. Eso modificó para siempre mi perspectiva como profesor de filosofía y como intentador de poemas. Lo que para la filosofía es una viñeta que ilustra y permite comprender mejor un concepto, para la poesía es la carne y la sangre misma. La verdad del poema radica en su dimensión sensible. Lo que la filosofía toma como un accesorio, para la poesía es lo principal.
Tres recomendaciones
El poema que abre el libro, “Ya no me acuerdo bien”, concentra algunos de los aspectos de la escritura que me habitan desde el principio de la aventura. La voz poética dice no recordar la razón por la que juró dedicar la vida a la escritura, esa voz pertenece a la misma ralea de Pizarnik, López Velarde, Sharon Olds o Pascal Quignard y tantos otros, que descubren la ambigüedad fatídica de esta dedicación: ardor, gratuidad y el sentimiento de que se ha perdido la otra vida posible, la del no escritor. Existe una pérdida irreparable, que se revela como un escalofrío constante, que acompaña los días de quien ha sido seducido por un oficio solitario, hueco y al mismo tiempo vital, irrenunciable. Cuando lo leo en voz alta no puedo evitar sentirme sucio, risueño, indefendible, como un mecánico que sale de abajo de un coche, lleno de grasa, sudoroso, consternado y feliz, y simplemente atina a decir, pues no, es cierto, no funciona.
La voz poética dice no recordar la razón por la que juró dedicar la vida a la escritura, esa voz pertenece a la misma ralea de Pizarnik, López Velarde, Sharon Olds o Pascal Quignard y tantos otros, que descubren la ambigüedad fatídica de esta dedicación: ardor, gratuidad y el sentimiento de que se ha perdido la otra vida posible.
El poema “Más callado” (p.27) crece a la sombra del anterior, es una especie de himno, celebratorio y confesional. “Más callado que cuando estoy callado, al escribir”, dice al inicio. Creo que detrás de este poema hay un aforismo de Pessoa, ese que dice “escribo para hacer real mi vida”; como si la vida fuera de la escritura careciera de cierta plenitud, como si dejara posibilidades sin desarrollar. En Lógica del sentido afirma algo parecido Gilles Deleuze: fuera del arte sólo podemos apostar a un número, pero en la creación podemos apostar a todos, es decir, a todas las posibilidades del ser. Ése es el punto. Las referencias que enuncio en este caso son el indicio de esa intensidad vital, la vitalidad al cubo que llamamos poesía.
“Map of my misery” es un verso de Donne que da título a uno de los poemas de cierre. Cada poema refleja una tensión entre lo posible y lo imposible, no solo en el sentido del oficio de escribir, sino en su relación con las dimensiones más íntimas. Sí, Wallace Stevens dice que “el asunto del poema es la poesía”, pero este asunto no consiste exactamente en un conteo de sílabas, ni en la búsqueda de una palabra precisa, arrastra consigo las formas últimas de la existencia; dar forma al corazón es una de esas tareas, para quien quiera asumirlas. Ahora, al releerlo, sé que está conectado con “Shape of my Heart”, de Sting. El poema es otro acercamiento a la pregunta que abre el libro: ¿cómo vivir de veras? ¿Qué significa escribir de verdad? ¿Qué es de verdad un poema? “Llamo poema a lo que abre el párpado del corazón”, dice uno de sus versos. Este verso desató el libro.

El otro pensamiento
Hay un peligro enorme (y ya consumado) en la técnica y en la tecnología. No es viable vivir sin ellas y sin embargo inducen un tipo de pensamiento que lo inunda todo y que ejerce el encantamiento de parecernos el único posible. La idea es de Heidegger que en esto parece haber acertado plenamente. La poesía y en general las prácticas artísticas propician el otro pensamiento, fuera del redil del consumo, de lo útil y de la vida unidimensional. He sido profesor de literatura y de filosofía durante treinta años, en ellos me he dado cuenta de que los alumnos suelen huir del poema como de la peste. Sin embargo, al leer en compañía de ellos, con detenimiento y goce, de vez en cuando sucede el alumbramiento. La cuestión es que casi nadie quiere detenerse a leer. Mejor dicho, nadie puede. Hay agentes poderosísimos que dirigen y administran nuestra atención hacia otros menesteres. Uno de esos agentes el teléfono. Hace un par de días, en una librería, escuché a una muchacha, en edad de preparatoria, decirle en voz alta a una amiga, con gran fastidio y ganas de irse a otro lado a perder el tiempo: “Para mí leer es de güeva”. Hacía mucho tiempo que no oía a nadie tan convencido de sus palabras. No se convenció sola, la inmensa mayoría opina lo mismo, aunque afirme lo contrario.
Un fallo del sistema
Si eso de escribir no me hiciera sentirme vivo, incandescente, ya lo habría dejado hace mucho, mucho tiempo. Conectar con aquellos pocos que comparten esta inclinación ayuda mucho, satisface de una manera muy significativa y me nutre más allá de cualquier sentido mediático, mercantil o narcisista. Publicar es casi imposible, a menos que tú mismo pagues la edición o el libro que escribas resulte afortunado en alguna convocatoria. Cada libro de poesía que vemos impreso es una especie de fallo del sistema, fallo que desde luego es corregible y será corregido; pero que mientras tanto nos recuerda que otra forma de vida más real, como dice Pessoa, es posible. ®
