Una intensa y peligrosa travesía es relatada por Mauricio Carrera en La derrota de los días, una gran historia de aventuras y desventuras en la que aparecen escritores como Jack London (encarnado en John Barleycorn, su alter ego) y Norman Mailer, además de múltiples referencias a muchas obras literarias.

Hijo de un personaje del cine mexicano, Enrique Ríos sale de México y va por diversas partes del mundo en una búsqueda de sí mismo. Entre sus correrías entre los años cuarenta y cincuenta participa en operaciones militares en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, interviene como soldado estadounidense en el conflicto de Corea, es trabajador inmigrante en Estados Unidos y termina su periplo como un hombre enamorado en Tijuana.
Durante esas andanzas en busca de sí mismo y de su familia mantiene una relación, especialmente vía correspondencia, con el escritor José Revueltas, a quien conoce como guionista de cine en los Estudios Azteca y también en su búsqueda de ser vuelto a aceptar por el Partido Comunista Mexicano.
Esa intensa y peligrosa travesía es relatada por Mauricio Carrera en La derrota de los días (México, Fondo de Cultura Económica, 2025), una gran historia de aventuras y desventuras en la que aparecen escritores como Jack London (encarnado en John Barleycorn, su alter ego) y Norman Mailer, además de múltiples referencias a muchas obras literarias, especialmente de autores estadounidenses.
Una de las principales voces del libro de Carrera es la de Barleycorn, quien comenta lo siguiente: “Ya sabe usted que la novela y las aventuras corren parejas”. En otra parte de la obra se recuerda lo que le dijo a Ríos: “Le externó su deseo de escribir una novela donde sucediera la vida, no lo que los escritores decían que era la vida. Y la vida era eso: acción y contemplación”.
Entre sus correrías entre los años cuarenta y cincuenta participa en operaciones militares en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, interviene como soldado estadounidense en el conflicto de Corea, es trabajador inmigrante en Estados Unidos y termina su periplo como un hombre enamorado en Tijuana.
Acerca de esa novela en la que aparece la vida conversamos con Carrera (Ciudad de México, 1959), quien es maestro en Literatura Española por la Universidad de Washington, además de que ha sido profesor en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México e integrante del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de más de cuarenta libros en géneros como la novela, el cuento, el ensayo y la poesía, ha recibido numerosos premios: los internacionales Bicentenario de Letras Sor Juana Inés de la Cruz y de Cuento Edmundo Valadés, así como los nacionales José Fuentes Mares, de Ensayo Literario Alfonso Reyes, de Novela Jorge Ibargüengoitia, de Periodismo Cultural Fernando Benítez, y los de cuento Agustín Monsreal, Inés Arredondo, Beatriz Espejo y Efrén Hernández, así como los Bellas Artes de Ensayo Malcolm Lowry, de Novela y de Cuento, entre otros.
—¿Por qué hoy una novela como La derrota de los días, un tour de force por las aventuras de Joaquín Ríos y los ejercicios memorísticos de José Revueltas? Al respecto me gustó una frase de John Barleycorn que dice: “la novela y las aventuras corren parejo”.
—Al principio por salir un poco de los géneros a los que hemos estado acostumbrados en los últimos años, que son dedicados a un mercado editorial que vende, se lee y se consume rápido. Yo siempre he creído que la novela es el arte fundamental en términos literarios desde hace dos o tres siglos, y que nos ha dado grandes obras, de las que yo tengo en mente siempre algunas como El doctor Zhivago y La montaña mágica. Creo que en la novela caben la vida y el mundo entero si se saben contar, por supuesto.
Este libro tiene que ver con esa ambición de escribir una novela en la que quepa un poco más de la vida y que no solamente sea para públicos voraces de lecturas rápidas, sino para uno que tenga una mejor noción de lo que es la Literatura con mayúscula.
Por supuesto, en esto puede haber un sentido de vanidad, pero esa es mi ambición y mi meta, por lo que traté de poner ganas, cuerpo y corazón en La derrota de los días para lograr que se alejara de lo que estamos acostumbrados a leer en los últimos años y que tuviera una dimensión mayor como novela.
—Algo que me llamó la atención de la novela es su gran diversidad geográfica: empieza en los Estudios Azteca en la Ciudad de México y termina en Tijuana, pero es un camino muy vasto que recorre islas del Pacífico, Corea, Seattle, Cayo Hueso y muchos otros lugares. ¿Qué le permitió literariamente esta gran cantidad de sitios en los que se desarrolla la novela?
—Una de las maneras en que se puede ver este libro es como una novela de aventuras, que tienen como personaje principal a Joaquín Ríos, al que llevan a muchos lugares, desde la guerra del Pacífico hasta Corea, pasando por muchos otros lugares, entre ellos Estados Unidos.
Hay una noción mía de la aventura como respuesta a esa literatura que aprehende la condición humana: es la aventura en la que, de alguna manera, nos exponemos a ser nosotros mismos en cuanto a nuestros límites.
Podemos hacer una literatura encerrada en una biblioteca y haciendo uso constante del lenguaje, pero con los límites del lenguaje y de la biblioteca; pero a mí siempre me ha gustado la literatura que nos lleva a conocer distintos lugares y que pone a prueba a sus personajes en estas aventuras.
Soy un gran admirador no sólo de Jack London, uno de los protagonistas de esta novela, sino de escritores aventureros como Ernest Hemingway, Joseph Conrad y uno rumano poco conocido, Panaït Istrati, que en su tiempo fue uno de los grandes, un best seller, sobre todo en París. Esos autores tuvieron grandes aventuras y las plasmaron en sus libros.
Yo mismo he sido aventurero: he sido marinero y he andado buceando en barcos hundidos, además de que toda mi vida he sido jugador de futbol americano, lo cual va en contra de la idea tradicional del escritor como un personaje con lentes con fondo de botella que se la pasa entre libros.
Panaït Istrati fue lo mismo pescador de esponjas que albañil, recorrió distintos lugares y fue el primer crítico del realismo socialista que hubo en la Unión Soviética, antes que André Gide y otros grandes personajes.
Siempre me ha gustado ese tipo de escritores. Yo mismo he sido aventurero: he sido marinero y he andado buceando en barcos hundidos, además de que toda mi vida he sido jugador de futbol americano, lo cual va en contra de la idea tradicional del escritor como un personaje con lentes con fondo de botella que se la pasa entre libros.
Por supuesto que esa imagen ha ido cambiando, pero sí soy una rara avis dentro de la literatura mexicana precisamente porque he buscado la aventura y el viaje a través de muchas formas. He vivido en distintos países, y creo que eso explica también La derrota de los días.
Creo que siempre me acompaña esta noción de búsqueda de algo más allá de la propia casa, de la ciudad y del país para enfrentarme a mí mismo. En ese sentido la novela también puede ser vista como una novela de búsqueda de quién soy y de responder a grandes preguntas del ser humano: ¿para qué estoy aquí?, ¿a dónde voy?, ¿qué hago? Joaquín Ríos las va respondiendo con nosotros conforme va pasando sus aventuras.

—Me llamaron mucho la atención las evocaciones a los escritores estadounidenses: por supuesto está Jack London, a través de su alter ego John Barleycorn; está el Anopopei de Norman Mailer, el On The Road de Jack Kerouac y hasta una parte en la que Ríos convive con los personajes de A sangre fría, por ejemplo. ¿Qué tanta influencia hay de la literatura estadounidense?
—Muchísima, debo confesarlo, y muy obvia en el tipo de literatura que hago y más aún en La derrota de los días.
Pienso que así como antes la gran literatura fue la rusa, con escritores como Tolstói y Dostoievski, y luego lo llegó a ser la francesa, en la actualidad lo es la estadounidense. Esto lo digo sin prejuicios nacionalistas y me estoy refiriendo únicamente a su literatura.
Hay grandes escritores, empezando por los judíos, como Mailer —quien aparece en la novela—, Philip Roth y Bernard Malamud, al que admiro mucho. Estados Unidos también tiene una poesía muy vital, que a mí me importa mucho porque va más allá del mero lenguaje para abordar la vida.
En la novela están las presencias de Truman Capote y de Hemingway, e incluso están también sus personajes. En todo esto hay un homenaje a estos escritores que he venido leyendo, entre los que están, asimismo, Allen Ginsberg, Kerouac —que, a lo mejor, merecería una novela más amplia— y Neal Cassady.
Utilizo personajes de la vida real, como Hemingway, Mailer, London o Revueltas, a los que pongo en historias que no vivieron pero que pudieron haber vivido y, además, son historias que provienen, en esencia, de su literatura, de sus libros y también de su vida.
Esta novela es un homenaje a esa literatura que me ha formado. Por otro lado, yo viví un buen rato en Estados Unidos, lo que también se siente en algunas partes de la novela en los recorridos por varias ciudades, lo que tiene que ver también con una autobiografía.
Practico lo que he bautizado como “literatura referencial”, que empieza a tener eco en algunas partes. ¿Qué es? En principio, utilizar los elementos de la realidad pero con las herramientas de la ficción, un poco como lo que hicieron Capote, Mailer y Tom Wolfe en el llamado “nuevo periodismo”, pero no aplicado a hacer un nuevo recuento periodístico, sino a historias inventadas. Utilizo personajes de la vida real, como Hemingway, Mailer, London o Revueltas, a los que pongo en historias que no vivieron pero que pudieron haber vivido y, además, son historias que provienen, en esencia, de su literatura, de sus libros y también de su vida.
Hay un homenaje a la literatura estadounidense, pero también a la mexicana, a la de aventuras y a la de iniciación, que en alemán llaman Bildungsroman, en la que al personaje lo vamos conociendo desde que es quizás niño o, en este caso, adolescente, y vamos viendo cómo va creciendo a lo largo del tiempo, conforme a los distintos dramas, alegrías, tristezas, situaciones en las que se ve envuelto y que lo hacen crecer.
Es una novela de búsqueda, de autoconocimiento, de encontrarse a uno mismo.
—Dos temas me llamaron mucho la atención, de los que menciono dos: la familia, porque las que aparecen en general son deshechas y sumidas en la tragedia, como las del propio Revueltas y la de Ríos, quien se afana en buscar a su madre. El otro es el amor, que generalmente es malogrado para varios personajes.
—No me había dado cuenta de esta cuestión de la familia, pero a lo mejor hay algo que tiene que ver con mi psique, con mi inconsciente. Considero que la vida nos va mostrando que no todo es Disneylandia, que no todos son finales felices.
Desde hace tiempo lo que hago es no reflejar mensajes, sino la vida misma, y ahí está con sus divorcios, sus separaciones, sus desamores. Entonces aparece la búsqueda de la madre y también un padre que parece ausente, pero que siempre está a través de consejos y que, más que verlo como un reflejo de una familia rota, es una figura que se hace presente a través de algo fundamental: le otorga al hijo la posibilidad de elegir su propio destino y no imponerle otro que él quiera. Así, el padre hace su propia vida y eso se lo deja como herencia a su hijo.
“Regresa con tu escudo o sobre él”. Sobre esto, también me han preguntado por qué meter la guerra del Pacífico o la de Corea en esta novela, y digo que porque finalmente la vida es una guerra y que quizá estamos destinados a perderla.
—De allí viene la metáfora del escudo cuando Ríos parte a la guerra.
—Exacto, que es un refrán verdadero: “Regresa con tu escudo o sobre él”. Sobre esto, también me han preguntado por qué meter la guerra del Pacífico o la de Corea en esta novela, y digo que porque finalmente la vida es una guerra y que quizá estamos destinados a perderla. Hay una lucha siempre y somos guerreros, aunque me molesta ahora la noción de “guerrero” que tiene mucho que ver con la autoayuda y el desarrollo personal. Me molesta cuando se usa de esa forma, pero en realidad sí estamos luchando siempre contra el absurdo de la vida: tener que levantarnos todos los días aunque sabemos que un día vamos a morir. Lo hacemos porque tenemos que luchar por el pan, por darle de comer a los hijos, por escribir una novela y que a la mejor nadie la lea.
Siempre estamos luchando, llevando con nosotros nuestro propio drama personal. Malamud decía una frase que se me quedó muy grabada en algún momento: “Todos somos judíos”. Lo afirmó en el sentido de que todos somos perseguidos, en este estereotipo cultural que se tiene de los judíos. Así, en la novela aparece más bien la frase “todos somos leprosos”, porque hay varias partes en las que se nombra a la lepra y, en efecto, todos somos apestados, hechos a un lado, como que no encontramos nuestro camino en la vida y somos extranjeros en ella.
Eso es la lucha cotidiana de ir por el mundo como leproso, como extranjero, de no ser bien visto ni muy querido, pero luchando siempre por salir adelante, por decir “sí existo”, de tener el derecho de ser y, además, tengo cosas que decir.
Sobre el amor: La derrota de los días es, sobre todo y al final, una historia de amor, aunque al final éste se malogra. En la novela hay amores imposibles que se van logrando a fuerza, por una lucha constante, por ser inteligente, seductor, amoroso y tierno, y se obtiene a través de la palabra.
La palabra para mí es muy importante en términos de la seducción amorosa, lo que se nota en las cartas que Joaquín Ríos, como un Cyrano de Bergerac y acompañado de José Revueltas, le escribe a Gloria de Zaragoza. Ese es el gran triunfo del amor porque la palabra sirve para que el sujeto amoroso le haga caso. Pero también creo que sí es fundamental el hecho de que el amor no es para siempre y de que termina.
Al respecto, uno puede ver a parejas que han vivido juntas durante cincuenta, sesenta, setenta años, y a ratos uno puede admirarlas o también decir “qué terrible: cuántas veces habrán querido irse y, por distintos motivos (los hijos, el dinero, la costumbre, la codependencia), no se separaron”. Lo que he aprendido a lo largo del tiempo es que cuando el amor acaba y no hay una renovación, lo mejor es hacerse a un lado e irse. Así, lo que sucede al final de la novela es una metáfora de la no realización eterna del amor.
A mí me interesa mucho el misterio de qué es lo que hace que en este planeta, en este continente, en este país, en esta ciudad, dos personas se conozcan y haya algo entre ellas.
Cuando me preguntaban de qué tratan mis novelas yo siempre decía que eran de mexicanos en el extranjero, y durante muchos años creí que era eso; pero hace como un par de años me di cuenta de que de lo que tratan es de relaciones de pareja. A mí me interesa mucho el misterio de qué es lo que hace que en este planeta, en este continente, en este país, en esta ciudad, dos personas se conozcan y haya algo entre ellas.

Me parece un misterio muy interesante, y eso es de lo que tratan mis novelas: relaciones de pareja que son amorosas, pero también desamorosas porque la vida se entromete.
—De la lectura del libro hallo otros dos temas, que generalmente nos parecen inquietantes y hasta preocupantes: el desarraigo y la trashumancia, que son lo que vive Ríos, quien dice: “Es bueno no estar comprometido con la rutina y estar dispuesto a cambiar lo mismo de peinado que de rumbo”. En ese sentido, la novela hace hasta una reivindicación de esos aspectos.
—Sí, hay una reivindicación porque, insisto, el mundo, ancho y ajeno, es para conocerlo. No hay que quedarse como maceta en el corredor, sino que hay que salir del mar, de la ciudad, del país, para conocer otros ámbitos, otras culturas, otros idiomas que nos permitan indagar en nosotros mismos quiénes somos.
En lo personal sí me interesa mucho esa trashumancia. Desde que era adolescente tuve la idea de ser un vagabundo para recorrer el mundo, y no como turista, sino como mejor lo pudiera hacer, y regresar a mi país cuando fuera anciano y tras un largo recorrido. Pero la vida se entrometió y no lo pude lograr, aunque durante muchos años fui un ser que anduvo de aquí para allá en el mundo: en la aventura en Europa, donde trabajó como mensajero en París, así como marinero que recorrió, en lanchas fuera de borda, Centro y Sudamérica, exponiéndose a muchos peligros. Lo anterior, en aras de conocer más acerca del mundo, pero también para que, cuando un día ya no esté aquí, se lleve esas aventuras.
Uno de mis héroes literarios más grandes es el personaje de Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis, que bebe, baila y le enseña la vida al escritor que lo acompaña, a quien llama “Cagatintas” —como en ocasiones yo denomino a José Revueltas— y que está encerrado en su mundo literario y no sabe cómo bailar, cómo beber, cómo conquistar a una mujer.
A la vida hay que agotarla, aunque lo podemos hacer viendo la televisión o encerrándonos en un convento, y no hay ningún problema: la vida pasa de todas formas. Pero soy de la idea de que hay que tratar de vivir, de gozar, de pasársela bien. En este sentido uno de mis héroes literarios más grandes es el personaje de Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis, que bebe, baila y le enseña la vida al escritor que lo acompaña, a quien llama “Cagatintas” —como en ocasiones yo denomino a José Revueltas— y que está encerrado en su mundo literario y no sabe cómo bailar, cómo beber, cómo conquistar a una mujer.
Pienso que los grandes placeres del mundo están allá afuera, y eso explica un poco el libro y que yo he sido un hombre trashumante que ha andado por aquí y por allá. Me interesan siempre los idiomas y me hubiera gustado vivir en muchos otros países, pero no lo logré. En la novela expresó esa ansia de salir, de conocer más del mundo y probarme en los límites.
—También me inquietó el lugar de México en el mundo en el trajín de Ríos por el mundo: logra sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, en el conflicto de Corea, como hobo en Estados Unidos y varias circunstancias más, pero no logra superar la corrupción mexicana. ¿Qué ocurre con esto?
—No lo había yo visualizado así, pero, en efecto, tienes razón. En la novela estamos hablando de muchos años atrás, pero donde ya había corrupción e inseguridad, una violencia gratuita que siempre ha existido de los poderosos hacia los que menos tienen. Ahí está presente esto, que es algo que me duele de México.
Bien mirado, eso siempre ha estado presente; lo que sucede es que ahora lo tenemos más acendrado, a lo que contribuyen mucho los nuevos medios electrónicos de comunicación, que nos dan la posibilidad de dar a conocer más de estas tropelías que hay en México y en el mundo. Pero sí, Ríos sobrevive a todo menos a México.
—Una buena parte del libro es sobre episodios bélicos, en los que se menciona a escritores y a aspirantes a serlo. Muchos de ellos son soberbios y están pensando en escribir la gran novela, aunque Barleycorn intenta aminorar esto.
—A mí me interesa mucho bajar a los escritores y en general a los artistas del nicho de estatua en que los tenemos. Así, el gran José Revueltas es intocable, pero no: fue un personaje de carne y hueso que vivió y también sufrió, especialmente por falta de dinero, una de las constantes no solamente en esta novela, sino en un par de cuentos y en una obra de teatro que tengo donde también lo retrato.
Me parece que lo mismo sucede con Jack London, un personaje que es he estudiado (tengo un ensayo que se llama Un rayo en la oscuridad. Jack London en México) y que es contradictorio porque, por un lado, él maltrataba a las mujeres que tenía a su alrededor, a su esposa y a sus hijas, pero, al mismo tiempo, fue un escritor adelantado a su tiempo y tiene un personaje como Joan Lackland en Aventura —también protagonista de mi novela—, que es una mujer feminista, soberana, independiente, que monta caballo y usa pistola.
También London fue un gran bebedor, pero escribió un panfleto antialcohólico, que es John Barleycorn, el nombre de London en la novela y que significa algo así como Juanito Cebada y Trigo, dos de los granos con los que se fabrica alcohol.
Como lo dice Gloria de Zaragoza en alguna parte de la novela, todos somos escoria y luz, inmundicia y riqueza, y todos tenemos claroscuros. A mí me interesa mostrar la vida y no los estereotipos.
London es un personaje muy contradictorio: estuvo a favor de la Revolución mexicana, pero cuando le tocó cubrir la invasión de Estados Unidos a México se convirtió en un propagandista de los gringos. Criticó a Victoriano Huerta y a los mexicanos en general, y hasta dijo que deberíamos tener un gobierno de Estados Unidos y no gobernarnos por nosotros mismos.
Hemingway también me parece de lo más contradictorio que hay, aunque lo que me gusta, más que hacer comentarios críticos negativos de él y otros escritores, es mostrarlos en su dimensión humana. Como lo dice Gloria de Zaragoza en alguna parte de la novela, todos somos escoria y luz, inmundicia y riqueza, y todos tenemos claroscuros. A mí me interesa mostrar la vida y no los estereotipos.
La novela no tiene que dar mensajes, sino mostrar la vida.
—Las historias de La derrota de los días suceden en algunas partes de México, pero la mayor parte fuera del país. ¿Por qué?
—Retomando lo de la trashumancia, Alfonso Reyes —quien incluso aparece como personaje en mi novela La vida endeble— decía que hay que ser orgullosamente mexicanos, pero hay que buscar siempre lo universal. En ese sentido, no quiero ser, por lo menos en esta novela, el escritor mexicano que nada más habla de México, de sus calles, de la provincia y de lo mal que está, sino salir de nuestros ámbitos y agotar otro tipo de aventuras, de proyectos literarios.
—Hay un planteamiento de Barleycorn en el que expresa su deseo de escribir una novela en la que suceda la vida, no lo que los escritores dicen que es la vida. ¿En qué estado está la novela actual al respecto?
—Como dije, soy un gran admirador de la novela estadounidense, y siempre estos grandes escritores han tenido la noción de escribir la gran novela, en la que aprehendan la esencia de aquello que ha formado a su país. Pues bien, mi tirada es también llegar a escribir la gran novela —no sé si llamarla “la gran novela mexicana”—, en la que también esté encerrada la esencia no sólo de México, sino de lo que ha sido mi cosmovisión.

Esto es difícil porque como escritor uno siempre tiende a una noción omnipotente de la literatura, pero después se nos olvida que para hacerla tenemos que salir de nosotros mismos.
Se debe tomar en cuenta que para escribir una novela no solamente se necesita la imaginación, sino también una voluntad de formar parte de lo que es la vida, de conocerla, aprehenderla y escribirla por lo que uno ha vivido.
Hay una parte en la novela donde está Revueltas con Luis Spota: mientras el primero está pasando la vida en una cantina, en un burdel, el otro está tomando notas. Spota es un enorme escritor, y en sus novelas posteriores a Casi el paraíso es un escritor magnífico, sensacional, pero artificial, al que le hace falta meter más la vida en sus textos. A eso es a lo que me refiero: a que la vida esté más presente y donde la literatura como artilugio desaparezca; es decir, que ya no esté como un artificio, sino como un oficio: el del arte de escribir la vida. ®
