Los últimos días de Mónica Maristain son narrados por uno de sus amigos más cercanos. Dolida por la muerte de su hermana y agobiada por una gripe implacable, y en medio de presentaciones y entrevistas, Mónica, incansable periodista de la cultura, se despidió de la FIL y del mundo.

La muerte de Mónica, mi amada y querida amiga Mónica Maristain, la tarde del martes 16 de diciembre, sucedida en su casa en la Ciudad de México, apenas está comenzando. Curiosamente yo abría su libro, su último libro, Leeré hasta mi muerte, el cual me regaló a incios de esta FIL 39, en la que no hubo entrevistas ni dedicatorias, porque a Mónica, muy en el fondo, no le gustaba todo eso, menos para amigos tan pelotudos como quien escribe.
Luego de ir a reclamar unas mangueras que le faltaban a mi lavadora nueva, de lo cual Mónica, por supuesto, estaba enterada porque hablábamos de todo y de nada, y ésta llegó dos días antes de que se iniciara la Feria, pude al fin sentarme en un Starbucks, acá en Guadalajara, para leer el libro ahora sí con calma, mientras el silencio en redes sociales, en el portal MaremotoM y en el WhatsApp nos engañaba, pues varios pensamos que seguramente Mónica estaba mutis porque se recuperaba de la gripa y además se encontraba preparando maletas para pasar la Navidad con sus hermanos en Argentina, pero no, Mónica ya no estaba aquí, ya se había ido para siempre de este mundo.
La tristísima noticia, como ya dije, llegó días después, poco antes de las seis de la tarde de este martes, en el mismo Starbucks en que Mónica y yo platicamos vía WhatsApp la semana pasada, en el mismo día en que Mónica presentó, dos semanas antes, su libro. Yo lo tenía abierto en la página 13, en el primer párrafo de su primer ensayo, llamado «El suicidio con sonrisas». Ella dijo ahí: “Leeré hasta mi muerte. Digo. Pero no sé cómo será mi muerte, si antes de dar mi última expiración no me vendrá un derrame cerebral y no podré ni leer ni escribir ni pensar. Veré todo como borroso, como en esa película de Woody Allen, Desmontando a Harry”.
La noticia de la muerte de su hermana Laura, la mañana del sábado 29 de noviembre, fue una feroz sacudida para ella. A las diez de la mañana me escribió a mi celular: “Acaba de morir mi hermana, estoy destruida, pero trabajo para olvidar un poco. ¿Me mandas la fotos de Ortuño?”
En alguna caminata afuera de la Expo Guadalajara, durante la FIL, cuando íbamos a comer seguramente al Memín, extrañada y un tanto curiosa o temerosa tal vez, me preguntó: “¿Cómo será esto de la muerte? O sea, un día te mueres y ya no estás. No hay nada más”. Y es que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que terminó el domingo 7 de diciembre, fue durísima para Mónica. La noticia de la muerte de su hermana Laura, la mañana del sábado 29 de noviembre, fue una feroz sacudida para ella. A las diez de la mañana me escribió a mi celular: “Acaba de morir mi hermana, estoy destruida, pero trabajo para olvidar un poco. ¿Me mandas la fotos de Ortuño?” Mónica había entrevistado al escritor tapatío Antonio Ortuño y hablaron precisamente de los hermanos, de los hermanos ahora muertos; Ángel Ortuño por un lado, Laura Maristain por el otro.
La entrevista que le hizo Mónica a Antonio no se publicó en MaremotoM porque ella consideró que la que yo le había hecho días antes de que comenzara la FIL era muy buena, ya que, además de hablar de Ibarguengoitia, el novelista lanzó algunas diatribas sobre sus colegas que se la pasan hablando de Roberto Bolaño. Cuando le cuestioné a mi tocayo que algunos decían que todas las ferias hablaba del autor de Las muertas, Ortuño me respondió, irónico: “Y, claro, termino hablando mucho de Ibargüengoitia porque quizás la gente no está acostumbrada, todo el mundo ahora —o mucha gente—, sobre todo generaciones posteriores a la mía, pues hablan mucho de Bolaño y hablan mucho de otros autores y no son tantos, porque está ese terreno como pantanoso que muchos autores tienen miedo de que los tomen como poco serios si hablan de Ibargüengoitia”. Mientras tanto, Mónica volvía a hablar de Bolaño en su libro: “Me escondo entre sus libros. He pensado que muchos de los que lo adoran tienen toda la colección de sus libros en Anagrama. Como en este libro violeta, que se llama Putas asesinas”.
Eso no impidió que siguiera haciendo entrevistas a autores, que presentara libros como el de El hotel de los corazones rotos, de Eduardo Rabasa, que se pusiera a ver el sorteo del Mundial desde su hotel, así como mudarse a otro en la semana y volver al primero dos días después.
Luego del mazazo emocional que fue saber lo del fallecimiento de su hermana, vino una gripe que empezó a hacer estragos en el cuerpo de Mónica. “Consígueme un antigripal, que me duele todo el cuerpo, José Antonio”, me pidió. Eso no impidió que siguiera haciendo entrevistas a autores, que presentara libros como el de El hotel de los corazones rotos, de Eduardo Rabasa, que se pusiera a ver el sorteo del Mundial desde su hotel, así como mudarse a otro en la semana y volver al primero dos días después.

Entre ambos momentos dentro del vértigo que produce cubrir la FIL estuvo la presentación de su libro Leeré hasta mi muerte, un compendio de 44 ensayos sobre temas que a Mónica le inquietaban: el suicidio, el sida, los gays, el futbol, los libros, la muerte. “Yo estoy pensando mucho en mi vejez en estos días”, escribió en una de sus páginas. «A veces pienso que heredé el carácter de Jon Voight, que hace de viejo delincuente en Ray Donovan y cada dos por tres programa asaltar un banco o está en la cárcel o sale o toma cocaína o se emborracha y un tiburón de animación le cuenta adivinanzas de su vida y él se espanta», continúa explicando en un texto dedicado al músico Armando Vega Gil.
Antes de la presentación, ese mismo martes 2 de diciembre, Mónica, Lucirene, Liz y yo volvimos a comer en el concurrido restaurante de mariscos cerca de la Expo. Yo, claro, llegué tarde, porque andaba en una entrevista; mis tardanzas, llegó a advertir Mónica con ese humor sin filtros que tenía, son la verdadera razón por la cual yo no tengo novia, pues siempre llego tarde a todo y eso no les gusta para nada a las mujeres, ja ja ja. Lo único cierto es que me comí las tostadas que ella dejó en el plato, pues ya no había tiempo para pedir algo más. Eso no impidió, por supuesto, que nos tomáramos unos caballitos de tequila 30–30 para celebrar el nuevo capítulo literario de Mónica.
Eran pasadas las 4 de la tarde y en menos de 30 minutos había que estar en la presentación. Un poco en broma, un poco en serio, me puse la chamarra morada de Mónica, ya había que irnos, pero la cuenta no llegaba y veíamos cómo el reloj avanzaba sin piedad. Lucirene dijo que me quedaba espectacular la chamarra colorida, yo más bien me sentí un tanto ridículo, pues no soy de usar colores tan chirriantes, pero el asunto era hacer reír a Mónica, que se relajara, que volviera a creer que valía la pena presentar otro libro suyo, porque ella en realidad lo que quería era ganar plata, plata de verdad.
Al esperar el transporte les hice una foto a Mónica, Lucierene y Liz, luego subimos al vehículo rumbo a la FIL, finalmente subimos las escaleras eléctricas y llegamos puntuales al salón B del Área Internacional. Llegamos, como es obvio, quince minutos antes. Ya la esperaba ahí Zeth Arellano, una de sus presentadoras, que ahora llora sin consuelo la partida de su amiga y que, un día antes, el primer día de diciembre, presentó su primer libro de cuentos Ruinas líquidas, junto a Cecilia Eudave y la misma Mónica.
La última vez que vi a Mónica fue en la comida de la ganadora del Premio de Periodismo Cultural, Yolanda Zamora, el domingo 7 de diciembre. Me detuvieron, espantados los organizadores al verme entrar, como si fuera yo a robarles el plato de comida a los colegas ahí reunidos. “Tranquilos, sólo vengo a ver cómo está Mónica Maristain y me voy”.
En la presentación sólo faltaba Mariño González, quien llegó a las 4:30 en punto. Mónica fue arropada por sus presentadoras; vinieron las preguntas. Mónica respondió todo. Ella amaba México y amaba la FIL de Guadalajara. Recordó de nuevo a su hermana. Luego de esto nos fuimos por un “sandwichito”, así era como ella le decía a los paninis de un café cercano a la FIL. Platicamos que debíamos seguir con nuestros proyectos a como diera lugar, me pidió una maleta para llevarse los libros que iba reuniendo en la Feria, le llevé a su hotel una que tuve por años; ese día que tuvo que parar porque se sentía muy mal. Entregársela en persona, por lo visto, era difícil, porque estaba demolida por la gripa, dejarsela en la recepción del hotel fue un símbolo de que ya era tiempo de conseguirme otra maleta nueva para continuar esta parte de mi viaje por la vida.
Conseguir antigripales y acompañarla en su pena por el fallecimiento de su hermana era algo cotidiano durante esos nueve días. Hablar del Mundial y de los libros no podía faltar. Un día le regalé una bolsa de FIL Niños y ella me dio un ejemplar del País Tropical. Brasil y su música, para el que escribió un ensayo sobre Titás, banda brasileña de los años ochenta.
La última vez que vi a Mónica fue en la comida de la ganadora del Premio de Periodismo Cultural, Yolanda Zamora, el domingo 7 de diciembre. Me detuvieron, espantados los organizadores al verme entrar, como si fuera yo a robarles el plato de comida a los colegas ahí reunidos. “Tranquilos, sólo vengo a ver cómo está Mónica Maristain y me voy”. Con voz baja y el rostro visiblemente agotado Mónica me dijo: “Estoy bien, gracias, José Antonio”. “Qué bueno Mónica”, respondí. Me di la vuelta y me fui.
Hace dos años, el 2 de diciembre de 2023, en la presentación de Mexicanos ejemplares, hice un llamado, al lado de Zeth Arellano y la misma Mónica, autora de ese libro de entrevistas, para que los directivos de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara la reconocieran: “Ya es hora de que Mónica Maristain sea homenajeada con el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2024″. Tristemente eso ya no podrá ser, porque la periodista, editora y escritora que tenía viviendo 25 años en México se nos murió este diciembre, acaso de esa gripa mal tratada o tal vez de una profunda tristeza en su corazón roto; quizás los demasiados lutos que iba cargando Mónica en la espalda, como la desaparición de su gata Mou a mitad de año en su nuevo hogar donde dejó de respirar hace unos días; luego, el deceso por los pulmones colapsados de su sobrina Sabrina Salome Payong Maristain, de cuarenta años, y, finalmente, la muerte de su hermana Laura, a quien le escribió un poema que dice:
como un barco ebrio caminas con un brazo maltrecho y yo trato de alcanzarte el paso / tienes un lado desopilante como es cuando el gato te persigue hasta la puerta misma del colectivo o aquella vez en que te dormías mientras corría la quimioterapia / eres una hermana que va más allá de su condición: algo por lo que yo podría vivir incluso fuera de mis posibilidades / recordar por ejemplo las veces que jugábamos de niñas y yo era un nido de aves muertas que tú resucitabas con un suspiro / o lo mejor esas veces que siempre te moriste pero antes del alba revivías con un chiste mañanero / yo fui muda y ciega durante un tiempo pero tú estabas alerta por mis mareas altas y a veces cuando me doy por mis derrotas levantas una bandera atenta a mis anchas a mi mar gruesa / no tengo muchas cosas ni seres en la vida me voy a menudo a nueva york o los angeles enredo mis caminatas con héroes de plástico y siento los aplausos demasiado cerca / pero hoy quisiera detenerme aquí al compás del mate demasiado simple morirme otra vez como si fuera arena en el desierto para saberme así tan hermana tuya tan eterna.
El 2 de diciembre de este 2025 Mónica comenzó su presentación recordando, una vez más, a su hermana Laura, y de cómo le avisaron que había dejado de vivir ese sábado 29 de noviembre para luego hilar varios temas más. Expresó Mónica:
Justo cuando comenzó la Feria recibí una llamada, mi hermana más querida, que me llevaba un año, decíamos que éramos mellizas (murió)… y no sé por qué, pensando en ella hoy, creía que el libro era como ella, relatar las cosas que habíamos vivido, que habíamos visto, que no sabíamos de qué, pero sabíamos que tarde o temprano teníamos que ser testigos.
Entonces este libro es una especie de back stage de todas las entrevistas que hice, de todas las cosas que he pasado, los pasillos, la gente que ha muerto, muchísima gente. Por ejemplo, Martin Amis, que es uno de mis autores favoritos y yo pensé que tarde o temprano iba a ganar el Nobel, pero no, ya está muerto, y bueno, lo gana una periodista coreana, que no voy a decir qué pienso, pero lo que digo, creo, más allá de que ojalá viva hasta los cien años y esté presentando algún librito, creo que éste es un recorrido de una carrera, que más allá de que uno puede escribir, más o menos bien, yo siento que he sido y seré una buena periodista y más allá de que a veces pueda hacer una cosa más o menos digna o algún poema medianamente decente, yo siento que he sido una buena periodista.
Creo que la idea de este libro, Leeré hasta mi muerte, es un libro más, otro libro híbrido más de mi carrera como reportera; el libro de Míster Playa es otro libro que yo admiro mucho, que es un libro de Bolaño. Son esas cosas que he hecho, impulsada por el trabajo que hice, pero que al mismo tiempo, digo, bueno, si no lo hubiera hecho no pasaba nada, pero yo estoy muy orgullosa de esos libros.
Y son esos libros lo que nos quedan ahora que ya no estás aquí, mi amada y querida amiga Mónica Maristain, pero yo te seguiré leyendo hasta mi muerte, Mónica. Nunca te olvidaré. ®
