La lógica del hambre

Cuando el destino nos alcance

El futuro ha llegado y es espeluznante. No hace falta ver películas de distopías y desastres para atestiguar el horror de nuestros días. ¿Quiénes son los responsables de esta catástrofe?

Ilustración: Salvador Quiauhtlazolin.

El hambre llegó silenciosa, inadvertida, implacable y taimada. Convencida de que vivía en una transformación que cambiaría para siempre su historia, la población no se percató de que el tercer jinete apocalíptico avanzaba avasallante entre los más necesitados. Concluyentemente, apenas unos meses antes había terminado la devastadora violencia que de norte a sur había sacudido el país causando cientos de miles de muertos. Aunque para la mayoría de los pobres esto había sido una simple raya más al tigre, pues históricamente, y pese a promesas y más promesas, su situación no había cambiado.

El momento geopolítico tampoco ayudaba. Cinco años antes, una inesperada pandemia había causado millones de muertes en el orbe y los polos ideológicos del mundo estaban empantanados en conflictos locales que nunca debieron haber comenzado. A pesar de que requerían de entereza y liderazgo, los Estados Unidos estaban encabezados por un truhán abyectamente anticosmopolita, un intransigente anglosajón acusado de muchos delitos que estaba calificado como el peor presidente del siglo. Por tanto, no se podía contar con el apoyo del imperio  más denostado, pero también más caritativo, del globo.

La hambruna no se nota de inmediato en cuerpos macilentos, sino en los anaqueles. Todas las clases sociales advierten que los precios de alimentos súbitamente ganan dos, tres o hasta cuatro dígitos. Inopinadamente se desata la carrera de ratas: los que cuentan con más poder adquisitivo o tienen la posibilidad de acceder a la comida de primera mano empiezan a almacenarla, lo que a su vez hace que suban los precios, lo que lleva a un acaparamiento aún más feroz. En esta competencia desequilibrada y mortal siempre pierde el que carece de liquidez y ahorros. Pronto, la mínima clase media, que se veía a sí misma como generosa y protectora, empezó a hacer oídos sordos a los cada vez más continuados lamentos y llantos de millones de miserables desesperados que tocaban en las puertas suplicando por un mendrugo.

El gobierno, ante la mortandad espantosa, había colocado contenedores de basura para que ahí se depositaran los cadáveres, transportados en camiones recolectores a enormes depresiones donde se rociaban con gasolina y se cremaban por miles.

Precisamente, la rigidez de las clases sociales del territorio agravó el problema. Aunque se preciaba de un pasado heroico, casi legendario, la verdad es que la estratificación social, prácticamente milenaria, terminó condenando a su suerte a los más jodidos, considerados menos que humanos. Y éstos empezaron a morir por centenares, tanto por inanición como por enfermedad, pues la higiene brillaba por su ausencia.

Años después se publicaría que el gobierno, ante la mortandad espantosa, había colocado contenedores de basura para que ahí se depositaran los cadáveres, transportados en camiones recolectores a enormes depresiones donde se rociaban con gasolina y se cremaban por miles. La verdad es que esto no fue necesario: los campesinos salían a fenecer al campo, donde rápidamente eran despachados por golosas aves carroñeras, mientras que los que sucumbían en las urbes eran enterrados por sus deudos en cualquier lugar o incinerados en las calles. Eran muy pocos los que eran llevados por las camionetas del gobierno a fosas comunes. Esto sirvió de mucho a los jerarcas: sólo algunos corresponsales liberales británicos captaron algunas dantescas escenas y, por lo demás, se decía que ciertamente el Estado pasaba por dificultades, pero que éstas eran debidas a inusitados fenómenos naturales provocados por variaciones climáticas. Fiel a su discurso, la cúpula no aceptó nunca la culpabilidad de la devastadora hambruna.

Al momento de su violenta muerte, este sátrapa canoso no había hecho por los desnutridos más que repetir sus mantras de evolución y repartir minúsculas limosnas. Peor aún, durante la hambruna, se dio el lujo de exportar alimentos a otros dictadores izquierdistas, pues se veía a sí mismo como un destello del socialismo mundial.

Por supuesto, el tropiezo espeluznante fue completamente del gobierno, lo que estuvo demostrado hasta la última ecuación por economistas que años después estudiaron este apocalíptico suceso. La génesis fue sencilla: la destrucción de los fundamentos legales  que permitían el libre fluir de las fuerzas del mercado, todo esto inspirado en las inverosímiles recomendaciones del santón del supuesto viraje, un vejete izquierdista, resentido, vengativo y ojete. El ruin gobernante, que se creía iluminado por la Providencia y que pretendía reescribir los orígenes de su nación, ignoraba las más elementales leyes económicas y sus adalides se encargaron de empeorar las cosas. Al momento de su violenta muerte, este sátrapa canoso no había hecho por los desnutridos más que repetir sus mantras de evolución y repartir minúsculas limosnas. Peor aún, durante la hambruna, se dio el lujo de exportar alimentos a otros dictadores izquierdistas, pues se veía a sí mismo como un destello del socialismo mundial.

Una vez pasado lo peor, sin censo ni cuestionamientos, el gobierno dijo que sólo habían fallecido 27 mil personas. La realidad es que fueron casi dos millones los que perecieron y hubo de pasar casi medio siglo para que el país se estabilizara; aunque fiel a su autoconmiseración y su vocación parasitaria, no se ha recuperado del todo y sigue siendo un hoyo de suciedad, violencia, vileza y un botín político de voraces populistas.

Cerrando este año, vale la pena revisar lo sucedido entre 1974 y 1975 en Bangladesh: una hambruna que nunca debió ser, provocada por la incompetencia de políticos que estaban convencidos de que una transformación súbita y violenta convertía su entidad en un faro de iluminación continental. Lo único que consiguieron hace medio siglo estos caudillos soberbios y displicentes fueron millones de esqueletos, algunos enterrados y otros deambulando inútiles por las calles, manifestando abominablemente que los discursos exaltados de nacionalismo y soberanía únicamente pavimentan el camino del infierno sobre la tierra. ®

—TODOS los datos citados pueden verificarse con una rápida visita a la red.
Lo de los camiones de basura fue publicado en la desaparecida revista mexicana Desastre a inicios de los ochenta.
Pueden encontrarse imágenes en la serie Quórum del Canal del Congreso dedicado a 1974.

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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