En noviembre de 1999 la más celebrada banda de heavy metal de las últimas dos décadas, Metallica, complacía a sus seguidores de todo el mundo al presentar la fusión del mencionado género con la totalidad de una orquesta sinfónica en la grabación del álbum S&M, en compañía de la Orquesta Sinfónica de San Francisco. El éxito del experimento provocó que otros intentaran repetir la fórmula, aunque con desiguales resultados.
Por supuesto, el acompañamiento sinfónico, o con bloques instrumentales de cámara, no es nuevo en el mundo del rock y del pop. Desde las llamadas óperas rock, pasando por los clásicos sinfónicos de Queen y The Who hace ya cuatro buenas décadas, hasta las pretensiones preciosistas del movimiento avant garde de la década de los ochenta del siglo pasado. De manera que cuando el músico argentino Gustavo Cerati (Buenos Aires, 1959) presentó sus Once episodios sinfónicos (BMG Argentina, 2001) podría pensarse que era una manifestación más de esta ola sinfónica que levantara el metalero cuarteto de San Francisco hace poco más de diez años. No obstante, para todo aquel que conozca el trabajo del guitarrista y loop programer, tanto de su época como líder de la mejor banda en la historia del rock en español —Soda Stereo (1983-1997), claro está—, así como sus producciones en solitario (Amor amarillo de 1993, Colores santos de 1992 —en conjunto con Daniel Melero—, Bocanada de 1999, Siempre es hoy del 2003 y demás), sabrá que con su experimento sinfónico no habría podido presentar un trabajo convencional o meramente circunstancial.
Con una enorme capacidad para la reinvención de sus propios temas, ampliamente demostrada desde su época con el legendario trío bonaerense, Cerati volvió a mostrar su vocación musical prismática y de insatisfacción perpetua. Elementos que dieron como resultado piezas musicales abiertas a la recontextualización y la adquisición, no pocas veces sorprendente, de nuevas formas y texturas que crean insospechados caminos sensitivos.
Así, ante la invitación que en su momento le hiciera la productora Universo TV para dar carne y sangre al proyecto sinfónico (y tras un titubeo inicial, porque “quería dejar las piezas de Soda en paz”), Cerati decidió hacer una biopsia de su amplio repertorio y presentar once tracks especialmente adaptados para ser ejecutados en su totalidad por una orquesta sinfónica. Esa adaptación, precisa y de excelencia, corrió a cargo (además, obviamente, del propio Cerati) de Alejandro Terán, quien también dirigió a la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires para la grabación en vivo original.
Comenzando con la que fuera una de las primeras canciones del rock en el mundo con un sonido cien por ciento noventero (mezcla de power pop con tintes grunge), “Canción animal”, queda establecido que el objetivo de la producción del cambio de milenio era la reconstrucción casi total de las canciones sobre una mínima base estructural previamente establecida. Allí donde la versión original era filosa y distorsionada (sonidos elefantiásicos producidos por la guitarra y el pedal de Cerati), encontramos, valga la metáfora, una selva tropical frondosa, luminosa y abigarrada. Trombones, flautas dulces y el puenteo de los violines ofrecen un cambio de perspectiva musical de la pesado a lo liviano, de la tierra al aire.
Después de pasar “Bocanada”, original del disco homónimo, accedemos a la sorprendente reinvención de “Corazón delator”. Parte del transitorio Doble vida de 1988, nunca fue una pieza especialmente popular, a pesar de ser una de las mejores de ese álbum, con una intencionada semántica y una estructura ad hoc, surgió coloreada y destacada por la intensidad de la instrumentación sinfónica. Es como un oleaje sónico. De la calma melancólica a la furia de lo irremediable, generadas por el tránsito de los trombones, platillos y tamboras a la quietud de las flautas y los pasajes de cuerdas. Con uno de sus momentos líricos más intensos y acaso dolientes, Cerati corona la interpretación con una voz que sigue pulcramente las exigencias de textura que impone la diversidad y la potencia de la instrumentación elegida para el antedicho track.
Similarmente ocurre con la clásica “Persiana americana” (Signos, 1987) que en las tres versiones previas que existen de ella es esencialmente potente y festiva, transformándose ahora en un acto íntimo y confidente; del erotismo, marcado por la letra (“Mi única canción que cuenta una historia”, según el compositor), vital y desenfadado a uno más suplicante y cercano, aunque sin perder el elemento fetichista. Ahora la poderosa batería de Charly Alberti, cuyo mejor momento (o uno de los mejores) quedó plasmado en la versión en vivo de 1987 (Ruido blanco), es sustituida por el susurro de los chelos, mientras que la filosa guitarra rítmica de Cerati por melancólicos violines, apoyados por una voz alta y pausada, sensual y precisa.
Finalmente (aunque el disco entero es totalmente disfrutable, a pesar de sus ya casi diez años de existencia), las dos piezas que cierran el CD no hacen sino reafirmar el impulso inventivo del bonaerense. “Un millón de años luz” (Canción animal, 1990) adquiere su matiz exacto a través de sonidos festivos, alegres y bucólicos, de reminiscencias renacentistas. “No vuelvas/No vuelvas sin razón/Estaré a un millón de años luz de casa”. ¿Acaso es necesario afirmar algo más, en la circunstancia adecuada, para hacer de ello motivo de celebración?
Y, una de sus preferidas, joya lírica abierta a la polisemia: “Signos”. La presente versión viene a continuar un ciclo de rehechuras que comienza con la grabación homónima de 1987, la electrificante capturada en vivo, del mismo año, y la que quizá es la mejor de todas: la versión tango de 1997 (recogida en El último concierto). Para el cierre de Once episodios sinfónicos la nueva piel de “Signos” se halla envuelta en flautas, arpas, platillos y violines; notas sostenidas y suaves pasajes que producen una atmósfera alternada de contundencia y desesperación. Justo como la obra misma de un roquero, músico universal, que desde hace tiempo ya es absolutamente indispensable. ®
Marcos Fuentes
Creo que Cerati no se «encajono», siempre fue versatil y recalco lo fue; se atrevio a evolucionar su musica o involucionar para las masas, con proyectos netamente electronicos como Plan B, sin duda, un musico universal.