Por causa del mito del buen salvaje Occidente sufre hoy de un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la tierra, agrupados genéricamente bajo el calificativo de “tercer mundo”, los cuales sin la influencia occidental habrían supuestamente permanecido tan felices como Adán y tan puros como el diamante.
—Carlos Rangel, Del buen salvaje al buen revolucionario
La gala
No deja de ser una paradoja horrible que una revolución comunista se babee y delire de tal forma por las celebraciones capitalistas. El estreno de Al sur de la frontera (Oliver Stone, 2010) fue un remedo barato de los estrenos hollywoodenses, con red carpet, countdown y periodistas faranduleros prestos a cazar a las “celebridades” a la entrada del recinto para preguntarles bolserías. Lo único extraño fue que no preguntaban el nombre del diseñador de la percha que gastaban los asistentes.
Los revolucionarios desfilaban sobraos por la alfombra roja con fondo negro que fue desplegada en el TTC. Simón Pestana, Farruco Sesto, las hijas de Chávez y algún que otro asomao, como Ruddy Rodríguez, a la que el presidente se refirió emocionado porque le “envió una carta”, en el que fue el momento más lastimoso de la noche. Quién lo diría, el joven flacuchento y narizón que salió hace dieciocho años en televisión a asumir su responsabilidad ante un golpe de Estado se ha transformado en un viejo verde, similar al personaje aquel de Bienvenidos que siempre estaba borracho y se baboseaba a las tetonas del programa. En la carta, Ruddy le pidió al presidente que viera Venecia, el súper bodrio protagonizado por el chamito éste de RBD.
Adentro, la cosa era peor. Aquel despilfarro, transmitido con orgullo por VTV. Simón Pestana no parece entender la brutal contradicción de haber hablado esa noche en el Teresa Carreño. Precisamente él, quien interpretó al personaje que iniciaba El Caracazo (Román Chalbaud, 2005) con una crítica al dispendio y el derroche de la juramentación como presidente de Carlos Andrés Pérez. Hipocresía pura, el gocho se quedó pendejo ante este delirio de nuevorriquismo que presenciamos a menudo en la Venezuela bolivariana. Por un lado nos atosigan con el cuento del ahorro energético, queriendo que nos sintamos culpables porque abrimos la nevera o usamos el microondas; por el otro, vemos reflectores que consumen full energía, iluminando a estos farsantes, quienes gustosos se entregaban al oropel. Ver a un nuevorrico es un espectáculo deprimente, es un personaje acomplejado que imita, de manera chusca, lo que siempre envidió.
Caracas fue Zaire, por un ratico fue Uganda, y por un ratico fue Cuba. Esa noche vivimos un déjà vu, volvimos a la época de Mobutu en Zaire, de Idi Amin en Uganda, de las “olimpiadas alternativas” de Fidel en Cuba; sólo faltó García Márquez en la comparsa de jalabolas que aplaudían a rabiar desde las sillas del TTC, símbolo de la decadencia y arrogancia revolucionaria.
Después hablan de clasismo. Ja. Clasismo es eso: una sociedad dividida en castas, donde una clase dirigente y poderosa obtiene privilegios obscenos mientras la mayoría está condenada a verlo todo a la distancia. Así son los actos en el Teresa: afuera el colectivo pasa horas en cola, a veces teniendo que sobrevivir con una limosna en forma de naranja y botellita de agua —único refrigerio que le dan a las personas que pueden pasar hasta 24 horas sin comer cada vez que los traen en autobuses desde el interior para asistir a algún acto en el Teresa—, mientras los dirigentes, verdaderos godos/mantuanos/oligarcas/burgueses llegan al recinto fresquitos, en autos con chofer, para recibir la adulación de la clase oprimida.
Si en Venezuela hubiera verdaderos marxistas éstos se darían banquete deconstruyendo a la revolución bolivariana.
El director
La posición en Venezuela la queremos mantener y crecer, Venezuela es uno de los países con mayores reservas del mundo y por tanto es un país donde una compañía que quiere perdurar otros cien años tiene que estar.
—Alberto Galvis —presidente de la unidad andina de British Petroleum
La tragedia de los países nombrados en el cuarto párrafo es la combinación mortal de los elementos que los aquejan: caudillo con necesidad de publicidad + más subdesarrollo + economía rentista = territorio fértil para el enriquecimiento de personas sin escrúpulos. Sean éstos vendedores de armas, narcotraficantes o estafadores de oficio como, digamos, Danny Glover.
Yo entiendo a Chávez. Sí, yo. Hasta el año pasado yo veía religiosamente las películas venezolanas. No importaba qué tan poco dinero cargara encima o que tuviera que perder cinco horas entre bajar y subir a la capital, porque las cintas venezolanas sólo las exhiben en Caracas, y siempre en dos o tres salas. Era un compromiso, una lotería, y de alguna manera un culto a la esperanza: siempre quise creer que alguna de esas películas me iba a sorprender, que una, aunque fuera una sola, me iba a dejar satisfecho.
Pero ese pacto terminó el año pasado. Me cansé, pana. Lo último que vi fue Día naranja (Alejandra Zseplaki, 2009), y eso porque una amiga me haló por un brazo para ir a verla con ella. Todavía estoy esperando que Gloria me devuelva los reales que perdí esa tarde. A Hugo le debe pasar lo mismo. Luego de haberle dado incontables recursos a cuanto oportunista se lo pidió. Luego de hacerles su casita, con nombre de villa. Luego de haber financiado los filmes más costosos de nuestra historia, todos, absolutamente TODOS han resultado una decepción.
En estos once años de revolución bolivariana hay muchos desastres, pocos son tan contundentes y tan sintomáticos de la situación general del país como el del cine venezolano. Nada, ni siquiera una de las películas de la villa del cine vale la pena. Es que ni siquiera se han hecho dos películas que pasen la materia con 10. Puro bodrio, puro fracaso económico, es decir, fracaso patrimonial para el Estado. Corrupción, lo llamaban antes.
De ahí la necesidad reciente de Chávez de buscar afuera lo que no encontró aquí. Como Chávez no tuvo a su Tomás Gutiérrez Alea pues salió a buscar a Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Spacey, Danny Glover, Harry Belafonte y Oliver Stone. Personajes atraídos a Venezuela no sólo por la leyenda negra del buen revolucionario que estaba liberando a los buenos salvajes de Venezuela, sino también por el ocaso de sus carreras. Y es que todos, quizás a excepción de Sean Penn, son caídos en desgracia, menguantes señores a los que ya nadie toma en cuenta. ¿Cuál fue la última película de Kevin Spacey que vio en el cine? ¿Cuándo fue la última vez que oyó el nombre de Harry Belafonte en un canal que no fuera Films & Arts? ¿Usted cree que algún estudio de Hollywood le soltaría así nomás los millones de billetes verdes que le dieron a Danny Glover dizque para hacer una película sobre un prócer haitiano? Ah, baidegüei, ¿qué pasó con ese dinero?
Oliver Stone no pega una desde hace mucho. La gente habla de él como el señor que hizo Pelotón, JFK y Wall Street hace ya muchos años. Por eso es que sólo en Venecia exhiben su documentalucho, el cual es destrozado por la crítica, incluso por la misma crítica dispuesta a elevar hasta la palma de oro a un Michael Moore. Pero, claro, las diferencias son muchas. A Moore se le podrá decir lo que sea, pero al menos tiene la suficiente conciencia autoparódica como para no solemnizar todo lo que hace. Adicionalmente, sus documentales, más allá de sus manipulaciones y maniqueísmos, dan en la llaga al señalar con no poca lucidez las contradicciones del mundo en que vivimos. Por ejemplo, Michael Moore no habría evadido los acuerdos entre el gobierno bolivariano y las trasnacionales para explotar la faja petrolífera del Orinoco; acuerdos éstos que hacen que Chávez no diga nada sobre el despreciable ecocidio cometido por la British Petroleum, una de las empresas favorecidas con el oscuro otorgamiento de concesiones en la faja. Chávez grita desgañitado contra el asalto a la flotilla por parte del ejército israelí pero calla ante el crimen ambiental ocasionado por sus socios. Moore habría hablado de esto, como lo hizo sobre las celebraciones de la comitiva presidencial en Venecia. Como verán, no sólo en los Mtv Movie Awards hay estrellas autocensuradas.
La película
Al sur de la frontera la vimos cuatro personas. No es una irreverencia, tampoco una exageración, éramos cuatro los que estábamos ayer en la función de las 6:20 p.m. en el Recreo, y yo estaba allí por interés profesional, así que público, lo que se dice público, eran tres personas. Esto a pesar de la descarada campaña promocional, hecha con dineros públicos, que tapizó buena parte de Caracas con pendones de la película. Ni Water Brothers al traer a Nelly Furtado ni Evenpro con Metallica se gastaron tanta plata en publicidad. Sólo en Sabana Grande conté, sin paja alguna, como cien colgantes en los postes. Sumémosle las cuñas que obligatoriamente deben transmitir los canales de televisión, cuñas éstas surgidas a raíz de la implantación de la ley resorte y que se suponían que eran destinadas a campañas benéficas y educativas, pero que ahora fueron convertidas en mero instrumento propagandístico del gobierno.
Aun así el resultado ha sido nulo, en todas las salas donde se proyecta el documental de Oliver Stone se registra lo mismo, butacas vacías.
Comienza la película, con un segmento de… Adivinaron: Fox News, maniqueo y exagerado que servirá como excusa para el discurso posterior. Una ignorante periodista estadounidense confunde la hoja de coca con el cacao. Avanzado el metraje ocurrirá lo mismo con otro estadounidnese imbécil que comparará al presidente venezolano con Hitler.
Lo que sigue es la comiquita repetida cientos de veces en VTV, una caricatura con pretensiones de análisis profundo sobre la democracia venezolana. Stone se limita a repetir el evangelio según Chávez: Venezuela nunca tuvo una democracia real, Chávez llegó y “redujo a la mitad” la pobreza en el país, los opositores a Chávez son los reductos de la democracia falsa que había antes de la revolución, los enemigos de Chávez son ricos violentos apoyados por Washington que dieron un golpe de Estado que fue derrotado por el pueblo en las calles… Nada nuevo para nosotros, pero recordemos que esta película no es para el consumo interno, así como tampoco es para el consumo estadounidense. En realidad es una cinta hecha a la medida de la izquierda caviar europea, siempre presta a justificar con su condescendencia y solapado racismo a cualquier caudillo tercermundista que se autoproclame como antiestadounidense.
Luego Stone sigue a Chávez cual fan enamorado, y Hugo, experto en eso de hacer shows populistas ante la cámara, se luce como hombre humilde, sensible, comprometido y atrapado por la historia. Nada muy distinto de lo ya mostrado en Los sueños vienen con la lluvia (2006), aquella cursilería del mal gusto dirigida por Pablo de la Barra. De Venezuela nos vamos con Stone en un viaje de “descubrimiento” de América Latina. Una serie de soporíferas entrevistas unipersonales, que Stone maneja con poco interés y sin que éstas aporten algo relevante o contundente. Sólo el momento con Cristina es relevante: a la presidenta argentina no se le puede ocultar su soberbia, su petulancia y su sentido de altivez. Ese segmento, al menos como ejercicio de análisis del lenguaje corporal, es el mejor de la película. Porque incluso el momento en que Evo le “enseña” a Stone a mascar hoja de coca y juegan futbol luce predecible y aburrido.
La mirada de Stone a Latinoamérica es superficial y sin matices. No hay en Oliver el menor ánimo de profundizar o investigar algo. Al contrario, la primera secuencia de la película es una traición del subconsciente, porque Stone es igual de maniqueo y despreciable que los periodistas de la Fox News. Al igual que los ultraderechistas de Rupert Murdoch, con Stone todo es un reductio ad absurdum.
Lo arrecho es que Stone dice que esta película se hizo para romper el discurso imperante en los medios de comunicación estadounidenses, cuando la verdad es que lo refuerza. Si para esos medios el mundo se divide entre buenos y malos, entre terroristas y aliados, Stone no hace nada para añadir profundidad a ese discurso, sino que simplemente le responde en las antípodas: es decir, los malos son los buenos y los buenos los malos. Y eso es tan intolerante y reduccionista como lo que se pretende criticar.
El documental de Stone bien podría ser un espejo inverso del discurso que dice combatir. Es como Globovisión, la otra cara de VTV, sin espacio para los grises y los matices. Los opositores, disidentes y críticos de Chávez reciben el mismo tratamiento que en Fox News reciben los que se oponen a la política bélica de Estados Unidos: la anulación de su discurso hasta desaparecerlo, la descalificación, la caricaturización y el descrédito para justificar su represión y destrucción.
Sencillamente en Latinoamérica no existe la diversidad ni el debate, sólo existen pueblos oprimidos y caudillos redentores. Así de racista es el discurso de Oliver Stone, y así de simplista es la película de este director. Es como una película de Michael Bay pero dirigida por un cineasta decadente con pretensiones de Pino Solanas. Por cierto, el despreciable atropello cometido contra Sergio M en la cinemateca es una muestra más de la política estalinista y represiva dirigida por la estructura cinematográfica del Estado venezolano. Lo triste es que apenas comienza, ahora Farruco ha vuelto al Ministerio de Cultura y José Antonio Varela es presidente de la Villa del Cine. Luego de dos fiascos financieros producidos en su seno, Varela ahora se encargará de hundir un poquito más la industria criolla en su cargo, desde el cual seguirá otorgando créditos a dedos, como los que recibió él, para que se sigan filmando películas como ésta. ¿O quién creen ustedes que financió esta película? Sí, Al sur de la frontera fue financiada con recursos públicos, y por eso no es más que una vulgar propaganda política.
Las obras propagandísticas de Leni Riefenstahl quedaron para la historia del cine por ser estéticamente brillantes e innovadoras, a pesar de su bastardo contenido político e ideológico. Tomás Gutiérrez Alea es uno de los grandes cineastas de Latinoamérica, y algunas de sus películas quedarán para la posteridad por encima de Fidel. Pero de Venezuela y esta época oscura y triste no quedará nada. Los bodrios de la Villa se convertirán en objeto de análisis antropológico, y tal vez subsistan para usarlos en foros sobre el autoritarismo o sobre la decadencia a la que puede llegar un cineasta. Al final, luego de pasearse por algún festival europeo, y tal vez recibir algún premio a manos de algún jurado nostálgico, Al sur de la frontera sufrirá el mismo destino de las otras cintas de la era chavista: será loopeada en Tves hasta el cansancio y circulará entre puestos de películas piratas, sin gloria, pero con mucha pena. Así pasó con Zamora (Román Chalbaud, 2009), convertida en una especie de jingle de los canales del Estado que la estrenan más de lo que Venevisión estrenó Arma mortal en los noventa.
Si me faltó algo, agréguenlo ustedes en los comentarios. Yo prefiero seguir leyendo Gomorra, el genial libro de Roberto Saviano. ®
Marcos Fuentes
Y los Bodrios propagandisticos Antichavistas, que vemos a diario, son mejores?…No me gusto «Al Sur de la Frontera», vean mejor: «The Revolution will not be Televised!», La Revolución no sera transmitida!