El drama político en Venezuela tiene varias dimensiones. Una de ellas, la que condensa muchas de las otras, es la incapacidad para dialogar. En una situación ideal, chavistas y opositores podríamos sentarnos y encontrar puntos en común acerca de hacia dónde debe dirigirse el país y cómo debe estructurarse el Estado, pues de lo que se trata es de construir y mantener un espacio para todos.
Preámbulo
He aquí el primer gran desencuentro: pareciera que, para los chavistas, de lo que se trata es de mantener a Chávez, no un espacio para todos. El comandante es para los adeptos un punto de llegada, un líder intocable con una infalibilidad mayor a la que se le atribuía al Papa. Con este axioma, es lógico que frente a los argumentos, y siguiendo el ejemplo del máximo líder, los chavistas escurran el bulto y nunca, nunca, pero nunca, respondan a los argumentos. Todas sus respuestas tienen dos pasos básicos y, a mi parecer, muy patéticos:
—Descalificación del adversario o, como se le conoce en lógica, la falacia ad hominem.
—Reducción del adversario o, como se le conoce en lógica, la falacia del muñeco de trapo.
Así, la cosa empieza por “¿Quién te crees tú?” (o algo por el estilo) para concluir con la carta comodín “Eres un golpista-fascista-imperialista-agente de la CÍA-traidor a la Patria”.
Un caso concreto
Cuando yo digo que Chávez se parece a Hitler lo digo en sentidos muy concretos y específicos.
La situación de Venezuela cuando Chávez llegó al poder es muy similar a la que permitió el ascenso de Hitler como líder en Alemania. Veamos. Durante la República de Weimar (1919-1933):
—El país tuvo un inicio de prosperidad económica y estabilidad, marcado por el aumento del consumismo y el crecimiento de los medios de comunicación social.
—Posteriormente, siguió un periodo de hiperinflación y desempleo durante la década de los veinte, llevando a la república al colapso.
—La incertidumbre económica puso en conflicto a la derecha y a la izquierda, cuyo desencuentro se marca simbólicamente con el levantamiento espartaquista (1919).
—Luego vino el ascenso de Hitler y el Partido Nazi en 1933.
Desplacémonos a Venezuela y confirmaremos, punto a punto, la misma estructura:
—Prosperidad económica y estabilidad, marcadas por el aumento del consumismo y el crecimiento de los medios de comunicación social: nuestra memoria colectiva no miente. Los setenta fueron ese periodo cuando los venezolanos se volvieron locos comprando en Miami (¡’tá barato, dame dos!) y armando la bomba de tiempo que luego explotaría.
—Siguió un periodo de hiperinflación y desempleo: de nuevo, el punto simbólico todos lo tenemos claro, se llama Viernes Negro y fue el comienzo de esa palabra que ya marca a toda una generación:
Crisis
—La incertidumbre económica puso en conflicto a los partidos tradicionales: Caldera separándose del partido que él mismo creó y conformando “el chiripero”. Hasta tuvimos un levantamiento conocido como «el Caracazo» y ya todo lo que sigue es memoria reciente, herida viva y sin cicatrizar.
—En este contexto, y como Hitler, Chávez ascendió al poder: el chavismo, como el nacionalsocialismo, se convirtió en un cáncer que hizo metástasis, tomando toda la estructura del Estado.
Creo que la única diferencia entre ambos engendros es que Hitler escribió un libro que nadie notó hasta muy tarde (Mein Kampf; Mi lucha, en español), mientras que Chávez, versión tropical, habla y habla en vez de escribir.
Aun así, tenemos a nuestra disposición el millaje de todas sus alocuciones, donde se ve claramente que, como Hitler, Chávez apela a un romanticismo basado en la pertenencia a la tierra (la Patria en la versión del siglo XXI) y en la devoción a los héroes.
Acá están mis argumentos, detallados punto por punto. Sin embargo, lo que he tenido como respuesta, tal y como indiqué en el preámbulo, son descalificaciones (por no hablar de los ofrecimientos de algunos chavistas menos galantes, los cuales incluyen extorsiones, amenazas y armas de fuego):
“Como psicólogo seras muy bueno, pero de política no sabes nada”. “Bueno, si conoces la historia, no veo el por qué de la comparación. Yo la conozco, así que ese cuento se lo tienes que hacer a otro”
Y, por supuesto, la reducción a la imagen estereotipada de lo que se supone es un opositor:
“Apuesto lo que quieras que tú crees que Álvarez Paz está preso por pensar diferente… Cuando desciendas de las alturas verás muchas realidades que ahora las nubes no te permiten apreciar”.
Vamos con lo más obvio: ¿Qué tiene que ver Álvarez Paz en todo este cuento? La cosa es simple, hice una comparación y acá están los criterios. Quiero argumentos, no descalificaciones.
A propósito, creo que quien me hizo “la crítica” no sabe que culminé los estudios de un doctorado en Ciencias Sociales, que mi línea de estudio se centró en el tema de la política y lo político en Venezuela y que, de paso, tengo varios artículos publicados, no sólo en prensa, sino en revistas arbitradas, sobre este asunto. De nuevo, siempre queda la posibilidad de apelar a la conspiración mediática y con eso no responder al asunto.
De todos modos, el meollo no tiene que ver con mis credenciales (que en un país como Venezuela siempre es bueno restregar) sino con el hecho de que di argumentos y, en retribución, quiero contraargumentos: diálogo, que le llaman.
Al final, no escribo para convencer a nadie. La moraleja de esta historia es que los que adversamos al entuerto del siglo XXI debemos expresarnos y evitar a toda costa que nos encasillen en imágenes que nos quedan muy pero muy pequeñas. Claro que hay opositores retrógrados (ellos también colaboran en que tengamos a Chavez, nuestro peor-es-nada), pero no por eso debemos caer en la trampa chavista del maniqueísmo, del blanco o negro. Eso también es una falacia, la de la falsa dicotomía. Hay infinitos tonos de grises y es entre esos que se encuentra la salida a la crisis venezolana. ®