LA ÚLTIMA GRAN EVOLUCIÓN DEL ROCK

Megadeth: los veinte años del Rust in Peace

Lugar: Palacio de los Deportes, Ciudad de México. Fecha: 17 de abril del 2010. 21:00 horas. Uno de los mejores conciertos en muchos, pero en muchos años; verdadera celebración de lo que el heavy metal sin más continúa siendo: una puerta abierta a una dimensión sonora contundente y privilegiada.

I

Posiblemente sea el mejor grupo de thrash metal de la historia. Lo que paradójicamente quiere decir que ha superado ese subgénero subterráneo para convertirlo en otra cosa; en la manifestación presente y viva de la creatividad posmodernista: la mezcla improbable de la furia contestataria y el reconocimiento de las masas. Un rock poderoso sin más, que no es ni pop ni underground ni nada más allá del extremo de la perfección de un modo de concebir al máximo arte popular del mundo en clave musical. Una manera de trascender y, al mismo tiempo, preservar la esencia íntegra de la última gran evolución del rock en el último cuarto de siglo.

La música de Megadeth es la expresión primera y total de eso que hemos conocido como heavy metal en su dimensión más pulcra. El resquicio que mantiene al rock como centro gravitatorio de pulsiones irrefrenables. Las estructuras musicales planteadas por el grupo, y muy especialmente por su incansable front man, Dave Mustaine, recrean un microuniverso único y abigarrado. En éste converge una constelación de ramificaciones que van de los hooks comerciales a la sobriedad ejecutoria que recuerda a la música de cámara. El rock de Megadeth es un acontecimiento inaudito e indispensable de nuestro tiempo.

Lo que en su momento se vivió como una vergonzosa tragedia personal (el haber sido echado de Metallica en plena gira de 1983 por su incontrolable ebriedad) se convirtió para Dave Mustaine en el encuentro consigo mismo a través de una profunda concepción del papel que el rock en general, y el heavy metal en particular, poseen en la vida artística de finales y principio de siglo. La materialización de ese ideario ha dado como resultado una de las carreras artísticas más sólidas y penetrantes de los últimos veinticinco años.

Todo en ese disco está en su lugar; nada sobra, nada falta. Resume los avances en materia musical del rock pesado de todos los tiempos, corona la rutilante movida subterránea, thrashera, de los Estados Unidos e inicia un nuevo modo de concebir al heavy metal en los noventa.

Politizado desde el inicio, su arte irrumpió con fuerza en el entonces naciente mundillo del metal subterráneo que conmovía a Europa, Estados Unidos y Brasil y, de ahí, al mundo entero. Killing is my business, and my business is good, su primera placa del 85, estableció los fundamentos de un sonido que no haría sino adquirir densidad con el paso del tiempo. Magnitud de masa específica que llegó al nivel supremo de la maestría con el lanzamiento de Rust in Peace en el otoño de 1990. Previo al disco, mediaban las excelentes grabaciones, hoy ya indispensables, Peace sells… but who’s buying? de 1986 y So far, so good, so what? de 1988. No obstante, es hasta la grabación de principios de los noventa cuando Megadeth mostró al mundo que estaba hecho de un material remoto, pulcro, complejo, inusual.

Todo en ese disco está en su lugar; nada sobra, nada falta. Resume los avances en materia musical del rock pesado de todos los tiempos, corona la rutilante movida subterránea, thrashera, de los Estados Unidos e inicia un nuevo modo de concebir al heavy metal en los noventa, avasallados por el poderío creativo y comercial de la onda grunge con base en Seattle. Con fundamento en Rust in Peace vendrán los exitosísimos discos de esa década finisecular, Countdown to extintion de 1992 y Youthanasia de 1994. Después, no sin contados altibajos, la carrera del grupo será un continuum sostenido.

II

La tarde citadina es lluviosa y helada. Mojados de pies a cabeza, muchos de los asistentes curioseamos en la consabida vendimia pirata de los alrededores. Playeras feas y caras, repetitivas, la mafia del estampado en el Distrito Federal tiene ambiciones largas e ideas cortas. Siempre es lo mismo en todos los conciertos: mezcolanza de imágenes, mala calidad de acabados, errores de ortografía y escasez de tallas. Se dirá: “Bueno, cómprate la original”, pero tampoco ahí el asunto está mucho mejor. Es sólo otro tipo de mafia, con las mismas magnitudes de ambición y de ideas, aunque, por supuesto, ésta tiene permiso para robar: entre 250 y 300 pesos la playera, con una calidad de diseño y estampado apenas superior a las de los puestos ambulantes de las calles en rededor.

Se cuela el agua en diversos puntos del Palacio de los Deportes. Sigue la lluvia tupida afuera. La obligada indumentaria negra, con la playera del Rust in Peace como prenda principal, se adhiere helada al cuerpo, pero ya se secará al calor de la multitud. Las bebidas y las botanas son caras, pero qué se le va a hacer. Desde hace mucho tiempo OCESA posee el monopolio de los recintos más importantes para la elaboración de conciertos en esta ciudad (aunque nada aptos para ello) y hace lo que quiere con los bolsillos de los fanáticos —lo malo es que ya estamos habituados a ello. Nos hemos acostumbrado a un mal y caro servicio, como casi todos los servicios en este país; de los taxis libres a las líneas áreas. Una hamburguesa, que con el hambre de la noche entrante sabe a gloria, y un par de vodkas azules, la cartera no da para más.

Entramos y el amigo mío que compró los boletos (ex alumno y carnal, roquero irredento) consiguió unos lugares estupendos, ayudado por la circunstancia de que no se abrió el recinto en su totalidad. La parte superior se encuentra cerrada, con lo que la asistencia será de unas diez mil personas. Digamos como un Auditorio Nacional a tope. Estamos en la parte baja donde comienza el sillerío; al centro y a una muy buena distancia para distinguir el escenario en plenitud. Abren los mexicanos de Agora. Decente ejecución y bien intencionadas composiciones. Su estilo cae en el power metal y su sonido es depurado. La concurrencia los recibe y los despide con amabilidad. Con aplausos y vítores discretos.

Hay un lapso de unos treinta minutos en lo que retiran los instrumentos del grupo abridor y comienzan las últimas pruebas del equipo de la banda principal. Los ayudantes (roadies, como se les conoce en la jerga roquera) van y vienen, jalan cables, prueban pedestales, sueltan algún riff y le pegan a este tambor y a aquel platillo. La concurrencia es en su mayoría de adolescentes; nuevos seguidores que las bandas de peso de los ochenta han logrado enganchar exitosamente a su arte con el cambio generacional; en consecuencia, celebran todo lo que pasa sobre el escenario, así sea un gordo y melenudo asistente probando los micrófonos con gruñidos y “yeahs” al aire.

Finalmente todo está listo. El escenario se ilumina y vemos con asombro y júbilo que lo que comenzó como un rumor meses atrás en los lugares de costumbre para el cotilleo metalero (Hard: la tienda de discos en Pericoapa, el tianguis del Chopo, otros conciertos) es una realidad: a juzgar por la inmensa manta que engloba el escenario con la portada del Rust in Peace y la escenografía ad-hoc, simulando un hangar ultrasecreto del Ejército estadounidense, Megadeth ejecutará en su totalidad ese disco cumbre de los noventa. Se cumplen veinte años de su aparición y el mundo del metal y del rock en general están de plácemes por la consumación de la primera generación entera de una verdadera obra de arte en sus propios términos.

III

Los integrantes de la banda toman sus puestos. Dadir Ellefson en el bajo, único miembro del grupo (además de Mustaine) que estuvo en los lejanos inicios de 1985; Chris Broderick en la guitarra y Shawn Drover en la batería. Ésta tiene en el dúo de bombos el símbolo de la peligrosidad radioactiva, justo como la usara el legendario Nick Menza en la gira original de apoyo al Rust in Peace a principios de los noventa. Instantes después aparece Dave Mustaine, vocalista, guitarrista, fundador, principal compositor y líder del grupo. Vestido con una camisa blanca y unos jeans claros, su presencia desata el rugido del gentío. Todos coreamos su apellido, y comienzan los primeros acordes de “Skin O’ my Teeth”, original del Countdown to Extinction de 1992. Pesada, con una base rítmica resaltada e indeleblemente marcada por el sonido entre comercial y expansivo de la época más popular de la agrupación.

Continúan los inconfundibles acordes del requinto que dan paso al golpe contundente de la base rítmica de una pieza que desde que se lanzara como sencillo en 1988 ha sido un himno para el público: la sincopada, penetrante y acelerada “In my Darkest Hour”. Cambios de tiempo, la persistencia del doble bombo y la voz de Mustaine en todo el esplendor de su peculiaridad que inicia el estrofeo aguda y termina a media nota con un remache nasal. El público se halla ya bien arriba de ánimo y rocanrolea energético como si hubiera transcurrido ya la mitad del concierto. Enseguida, “She-Wolf” del Cryptic Writings de 1997. Comercial, pesada, con ritmo de galope en contrapunto con la armonía de los coros, es una precisa reconstrucción del heavy metal de mediados de los ochenta, doce años después, y con trece años más de haber sido concebida sigue sonando fresca, pegajosa, potente. Varios aceleran las cervezas. Uno que otro, de los de hasta delante, intenta lanzarse hacia el público. Algunas chicas comienzan a lucir los sostenes.

El público ha entrado en el peculiar trance de los conciertos inolvidables. Especialmente los seguidores de antaño y los fans a ultranza de toda la vida, aunque los nuevos allegados no se quedan atrás con su pujanza juvenil.

El escenario está pleno de luminosidad. Cuenta con dos pantallas gigantes en lo alto y en paralelo, a izquierda y derecha. Potentes luces blancas y amarillas (que alternan también con luces rojas, verdes y violetas) dejan ver el detalle de la facha de los músicos, de la escenografía y del trabajo de Edward J. Repka en el Vic Rattlehead inmenso que sostiene un prisma radioactivo en la mano derecha, dominando la manta gigante del fondo del stage; personaje cadavérico recurrente en múltiples portadas y “mascota” de la banda, creación original de Mustaine desde 1984. Los paneles con la leyenda “US Army” y los símbolos de la peligrosidad radioactiva. Representación inequívoca del Hangar 18 del Ejército estadounidense, que ha sido objeto de una de las teorías de la conspiración más penetrantes en la cultura popular de los últimos setenta años y tema importante de la obra de 1990.

Entonces sí. Comienzan los acordes de “Holy Wars… The Punishment Due”, pieza inicial de ese álbum. Los más jóvenes celebran la canción, conocida en sí misma, pero somos los más añejos los que tenemos un ansia contenida por presenciar la ejecución íntegra del disco. El requinto a galope del líder de la banda, la incorporación veloz, estruendosa, a todo vigor, del doble bombo. Enseguida, capas y más capas de música metálica sin concesiones. Una estructura de armonías ascendentes sobre una base rítmica pródiga en contrapuntos y una lírica contundente, política, crítica: “Brother will kill brother/ Spilling blood across the land/ Killing for religion/ Something I don’t understand”.

A continuación “Hangar 18”, canción que encuadra el concepto del álbum y la escenografía del concierto, hoy como hace veinte años. Ciencia-ficción en clave contestataria sobre el poder de manipulación del Estado estadounidense sobre su población y, por extensión, sobre el resto del mundo. Una atmósfera de riffs condensados sobre las tarolas y el destello de los platillos, abriendo el ritmo sincopado a la incorporación del coro y el exquisito destiempo que da pie al solo de Mustaine, al que incorpora con un acompañamiento rítmico desvanecido el solo complementario de Broderick.

El álbum no parará durante cuarenta y cinco minutos más. Rehechura en directo con la magistralidad que sólo dan los años. Hace un lustro Mustaine estuvo a punto de retirarse por una lesión en los tendones del antebrazo izquierdo. Hoy no sólo luce plenamente recuperado, sino en su mejor momento como ejecutante de la guitarra eléctrica. La banda, mitad formada por miembros originales y mitad por competentes incorporaciones nuevas, rezuma energía, compromiso, dedicación y gusto por su negocio (y, vaya que lo ha sido con 25 millones de discos vendidos a lo largo de su historia). Prueba viviente de que el mercado no necesariamente despedaza a lo mejor del arte pop.

El público ha entrado en el peculiar trance de los conciertos inolvidables. Especialmente los seguidores de antaño y los fans a ultranza de toda la vida, aunque los nuevos allegados no se quedan atrás con su pujanza juvenil. Algunos titubean ante canciones menos conocidas como “Lucretia” o “Dawn Patrol”, pero en general siguen exaltados ante el desempeño excepcional del grupo. En cambio, “Tornado of Souls”, rola memorable e indispensable en la mayoría de sus conciertos, llama la atención de todos los asistentes. El inicio con el distorsionador de mano, la aceleración rítmica y la voz de Mustaine en toda su agudeza y nasalidad. Intencionadamente revestida de ganchos radiofónicos propios del inicio de los noventa, nos retrotrae al tiempo en que el metal angelino de los ochenta estaba por agotarse y la patada de mula del rock alternativo se imponía en todos los medios. Pero allí estuvo Megadeth, mostrando que el heavy metal bien hecho, el de verdad, era ya imperecedero.

La ejecución íntegra del Rust in Peace es un momento mayor en la carrera de Megadeth. Plantea una doble autorreferencialidad. La que lleva al grupo a retornar sobre sus pasos y reencontrar una pieza sin mácula en su de por sí excelente universo discográfico, y la que los sitúa en el centro del heavy metal de todos los tiempos, a la altura de bandas pilar como Black Sabbath, Iron Maiden o Mötorhead. Sin lugar a dudas, hay un antes y un después de la grabación de hace veinte años. Cuando la viabilidad masiva del rock pesado de mainstream estaba en entredicho, puesto que la movida del glam y el hair metal de la Costa Oeste lo habían pervertido ante los ojos del gran público hasta convertirlo en un producto de moda y desechable, Megadeth fue al fondo de sus raíces subterráneas (que nunca había dejado, por cierto) y las mezcló con la cantidad apropiada de musicalización universalizable, dando como resultado el balance insospechado que catapulta el metal a la irreversibilidad de uno de los subgéneros del rock más tozudos, competentes e importantes de los últimos cuarenta años.

Una vez terminada la interpretación del disco de aniversario la banda continúa con “Trust” que, junto con la penúltima pieza de la noche, “Symphony of Destruction”, se han consolidado como favoritas del gran público, debido a la difícil mixtura entre la potencialidad irrestricta del metal junto con la armonización sonora que abre el camino para la comercialización como sendos sencillos de los álbumes Cryptic Writtings y Countdown to Extinction, respectivamente. La primera es quizá uno de los momentos más pop de la banda, en tanto que la segunda es muestra fehaciente de la vitalidad que inyectó al mundo del rock pesado en los noventa, como ya lo he mencionado.

Entre ambas median un par de piezas de su último disco, Endgame, editado en el 2009: “The Right to Go Insane” y “Headcrusher”; rolas que poseen una dinamización sonora que remite a los momentos más crudos de la banda, como los álbumes de la última mitad de los ochenta y el que ahora se conmemora, pero que también presentan una forma y una ejecución inéditas en la historia del grupo. Una mezcla entre las estructuras clásicas del thrash metal y las armonías que han aportando lo mismo el power que el nü metal en los últimos tres lustros. En este sentido, la última época de Megadeth ha constituido una destacada y renovadora propuesta que iniciara con The System Has Failed del 2004, continuando con United Abominatios del 2007 y culminando por ahora con el mencionado Endgame.

Tras “Symphony of Destruction”, ampliamente coreada por la audiencia, Megadeth da por finalizada su presentación. Salen del escenario y el público comienza a vitorearlos. Hacen los clásicos cánticos vocalizados que hemos heredado de los argentinos, mezclados con el grito del nombre de la agrupación. Esperamos el encore. Éste es obligado y todo el mundo sabe que mientras las luces del escenario permanezcan encendidas el show no ha terminado. Efectivamente, la banda retorna al foro e inicia la inconfundible introducción a dos tiempos de “Peace sells, but who’s buying?”

Concebida como un correcto alegato político en contra del modo neoliberal de ser de la era Reagan: “What do you mean, ‘I don’t support your system’? I go to court when I have to/ What do you mean, ‘I can’t get to work on time’? I got nothing better to do/ And, what do you mean, ‘I don’t pay my bills’? Why do you think I’m broke?… If there’s a new way/ I’ll be the first in line”, la pieza ha pasado de ser el primer gran éxito masivo de Megadeth, en los tiempos de su más que decente contrato con Capitol Records en el verano de 1986, a ser una canción de fiesta en directo.

Cierre obligado de sus espectáculos desde hace diez años, debido a su ritmo sincopado y lento, con ganchos efectivos en las guitarras y un coro a modo, es propicia para ser alargada al final de la noche provocando el coreo puntual de la fanaticada. Momento en que Drover se regodea con los bombos y Mustaine, quien ha regresado para el encore con el torso desnudo, luciendo una estupenda forma para estar a un tris de la cincuentena, arenga animado a la audiencia; ésta responde rabiosa, se deja ir aún más, da rienda suelta al frenesí de una noche excepcional.

Vuelan los adolescentes de la primera línea del público sobre el resto de la sudorosa masa. Vuelan los vasos de cerveza y los vasos de orina. Vuelan las manos y los puños al aire. Vuelan las melenas al vacío. Vuelan camisetas empapadas. Vuelan algunos sostenes y calzones femeninos. El griterío llena el recinto. La energía se satura y escapa de diversas maneras. La audiencia ha recibido una descarga electro-sonora vigorizante que la sacude, la mueve y la impulsa. La fiesta está por terminar y nadie quiere que eso ocurra, pero al mismo tiempo hay una exaltación incontenible, un sentimiento de profunda satisfacción por haber presenciado uno de los mejores eventos roqueros en muchos, pero en muchos años; verdadera celebración de lo que el heavy metal sin más continúa siendo: una puerta abierta a una dimensión sonora contundente y privilegiada, reservada para una paradójica audiencia que es a la vez masiva y subterránea. ®

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Publicado en: Agosto 2010, Música

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  1. Un pequeño «cruce de cables» (en esta ocasión mío): en la llamada al artículo del portal dice 17 de marzo, aunque ya en la cabeza del artículo dice 17 de abril; ésta es, sin duda, la fecha correcta (conste que, como digo en el texto, estaba en mi juicio, sólo fue un lapsus).

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