Cinéfilos o adoradores del tráiler asisten a las salas de cine con curiosidad por los efectos especiales o por un vivo y honesto interés en su obra, para dar fe de un momento histórico para la narrativa cinematográfica: Inception (2010), obra viva, compleja, barroca, ardua y abrumadora.
Prolegómeno al laberinto: Léanse: Cuando duermo y entro en el sueño, me introduzco en el laberinto. A veces, en alguno de esos sueños he construido ideas imposibles o conceptos que podrían pertenecer a un país llamado Locura o Sorpresa; su arquitectura prefigura el infinito como una forma o un momento final.
Nadie imaginaba —no era necesario hacerlo— que Christopher Nolan pudiera superar la complejidad de Memento, pues se trataba de una película sumamente sólida, redonda, cerrada, con un sentido interno exquisito, que utilizaba la narración y su tiempo inherente de una manera lúdica, con resultados angustiantes. El motivo de aquella obra del 2000 era la memoria y la reconstrucción del recuerdo; era ya por sí mismo un filme de precisa manufactura.
Los personajes de Borges y de Nolan dibujan arquitecturas imposibles cimentadas en estructurales mentales, se pierden en ellas y ensayan simulacros de muertes necesarias para descifrar la simbología del laberinto.
Ahora, diez años después de aquel Memento Nolan se convierte para muchos en genio, en un clásico inmediato. Cinéfilos o adoradores del tráiler asisten a las salas de cine con curiosidad por los efectos especiales o por un vivo y honesto interés en su obra, para dar fe de un momento histórico para la narrativa cinematográfica: Inception (2010), obra viva, compleja, barroca, ardua y abrumadora.
Un viaje hacia el interior narrativo es la reflexión que vincula aquella Memento con Inception. Una explora la memoria y su movimiento en regresión, como incierta forma de (re)conocimiento personal; la otra expone un panorama laberíntico compuesto de realidades yuxtapuestas incesantemente, una suerte de espiral narrativa descendente que oscila entre las tierras del sueño y la vigilia.
El origen que se bifurca
Abjuro cualquier referencia a Matrix para ésta y otras películas —reservo comentarios personales, y por ello pasionales, al culto exacerbado que se ha creado a su alrededor. Prefiero de una manera íntima, no con pocos argumentos, relacionar las ideas cinematográficas de Christopher Nolan con las literarias de Jorge Luis Borges. Baste compartir que mientras esperaba aquella función de las 19:50 horas, que se proyectaría en la sala 8, me impregné un rato de café y me perdí en la lectura de laberintos borgianos, específicamente en el más célebre, el que se convierte en jardín y en tiempo, que se ramifica infinitamente por medio de la muerte de un sinólogo.
En Inception como en “El jardín de senderos…” también existen reglas para llegar al centro del laberinto, para moverse a través de él, en la vigilia o en el sueño. La construcción de éste es también una empresa mirífica y secreta como la realizada por el personaje oriental del cuento borgiano. Lo policiaco es afín y conduce a una intriga que resulta homogénea e inquietante en ambas obras. Los personajes de Borges y de Nolan dibujan arquitecturas imposibles cimentadas en estructurales mentales —respectivamente, la lectura y su abstracción; los sueños y la irrealidad de éstos—, se pierden en ellas y ensayan simulacros de muertes necesarias para descifrar la simbología del laberinto.
La propagación de la idea: apertura del laberinto
Por otro lado, en el Tema del traidor y del héroe Borges planteó una intriga cuya forma tiende a la apertura sutil y constante: laberinto dramático. Kilpatrick es un héroe para su país, pero sabe que hay un traidor cerca de él. Encomienda a su compañero James Alexander Nolan —preciso, precioso azar— descubrir al traidor y darle la muerte que merece. Nolan descubre que el traidor es el mismo Kilpatrick. Decide sentenciar una muerte para Kilpatrick que lo haga pagar por su traición pero que al mismo tiempo lo enaltezca como héroe. Un descendiente del traidor y héroe descubre la intriga secreta de Nolan, ese ensayo de muerte. Descubre también que los hechos fueron documentados y expuestos premeditadamente para que alguien en el futuro descubriera la verdad. “Descubre que el también forma parte de la trama de Nolan” y decide publicar “un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, estaba previsto”, escribe Borges en el párrafo final[1].1
Un viaje hacia el interior narrativo es la reflexión que vincula aquella Memento con Inception.
De igual manera, el espectador de Inception asiste al espectáculo del laberinto y se introduce en él; una vez adentro, este Nolan contemporáneo le revela un secreto, una verdad, un axioma del que el cinéfilo ya no puede escapar aun si lo intentase: la idea es el virus más resistente y puede definirnos o destruirnos; se propaga rápidamente a través del lenguaje, de cualquier lenguaje, el cinematográfico en este caso[2].2 Así, quien está frente a la pantalla recibirá la idea como un virus y, en una última instancia, como los mismos personajes de Nolan inmersos en la incertidumbre del sueño ajeno o el propio, terminará también por ensayar la muerte para comprobar —o escapar a— una realidad abrumadora. Uno de esos ensayos pude presenciarlo y registrarlo en mi memoria durante la función: a mi espalda tres butacas, de donde provienen comentarios de confusión, incomodidad o quizá de miedo a algo inmenso que no es comprensible a simple vista; ora tres butacas vacías.
Éstas y otras ficciones borgianas podrían ilustrar de manera vasta una hipótesis que vinculara el lenguaje cinematográfico con el literario, que estableciera —como es la costumbre infatigable— un nuevo interés por la obra del argentino y ponderara la de Nolan como clásico obligado para futuras generaciones de cinéfilos; pero ésa es tarea ardua, reservada para otra ocasión.
El laberinto ha sido construido y articulado en el plano diurno de nuestra realidad —eso nos gusta imaginar con los párpados bien abiertos— y se propaga como una idea infectada de razón; el séptimo arte lo agradece infinitamente. ®