Aburto, Colosio, Tijuana, México

Y al final, dio igual

El autor de esta crónica fue enviado a Tijuana por la revista Proceso unos días después del asesinato del candidato a la presidencia Luis Donaldo Colosio. Éstas son sus impresiones, recuerdos y reflexiones.

I

—¿Sabe llegar a Lomas Taurinas?

—¿Viene a ver el lugar donde mataron a Colosio?

Tal vez no sea el primero en hacerlo. Quizá sea un nuevo destino turístico en ciernes dentro de Tijuana, y no hay muchos. Hoy los hay, pero no los había tanto en 1994. La visita obligada era la avenida Revolución, en el centro de la ciudad, un centro ubicado al norte, hacia la frontera con Estados Unidos. La Revo, entonces, era una enmarañada sucesión de comercios de varia índole y de palpable apariencia ilegal, donde las ventas escaseaban y sólo se mantenían debido al abono de dinero recién lavado, todavía húmedo. Entre esa variedad de productos y servicios estaban los lupanares con careta de centros nocturnos, abiertos desde el mediodía y, a cuyas afueras, se ubicaban los empleados que azuzaban a los transeúntes solitarios ofreciéndoles muchachitas orientales de dieciséis años, nuevecitas.

Luis Donaldo Colosio en campaña.

Desde antes, de manera contundente desde 1993, la violencia había despoblado por las noches las calles de la ciudad. Las balaceras en restaurantes tomados de repente por algún cabecilla y sus secuaces para la fiesta de la ocasión, las persecuciones del ejército a narcotraficantes escoltados por la policía municipal, el asesinato de periodistas, los secuestros, los asaltos, los ajustes de cuentas, las muertas y los muertos, fueron la escenografía urbana y social que contextualizaba y ponía a prueba al primer gobierno estatal de oposición en México, encabezado por el panista Ernesto Ruffo Appel. Triunfó la democracia, llegó el presidente Carlos Salinas a Tijuana al acto del anuncio de la victoria realizado en un auditorio repleto de panistas, explotó el aplauso impetuoso de los opositores del PRI al Ejecutivo, y estalló, o se visibilizó aún más, la falta de Estado de derecho.

El taxista toma hacia la frontera, hasta las vallas de metal que Estados Unidos había utilizado para que sus tanques se desplazaran sobre las arenas del desierto durante la invasión a Irak, y toma la avenida que se extiende hacia el oriente paralela al muro. A la izquierda el recordatorio de que ahí acaba México y apenitas allá comienza el Imperio, y a la derecha los caseríos de una o dos plantas, la ciudad hundida y extendiéndose entre los desniveles de las barrancas, que le conceden más espacio al cielo soleado. El bochorno aprieta, el aire acondicionado no funciona, roto la perilla de la ventana y entra la polvareda, vuelvo a rotarla en dirección opuesta. En un congestionado cruce de avenidas el conductor toma a la derecha y a pocas cuadras, en una calle sin nombre, da vuelta a la derecha otra vez. Comienza de inmediato la bajada por una callejuela polvorienta, retorcida y descoyuntada, repleta de baches y pedruscos, por la que el taxi trastabilla. Y hasta allá abajo, un llano sumergido entre cañadas repletas de casonas colgantes de sus laderas, atravesado por un riachuelo hediondo, que se cruza a través de una improvisaba pasarela de madera que lleva al otro lado del terreno. Lomas Taurinas.

II

—Ahí estaba la pick up sobre la que estaba parado Colosio hablándole a la gente, y más o menos por allá le dispararon —indica el taxista.

Pocos días después del asesinato el terreno fue aplanado, los alrededores tuvieron una discreta mejoría urbana y se colocó un monumento conmemorativo del suceso. El gasto lo cubrió la Secretaría de Desarrollo Social, que fue la última escala política en la trayectoria del político sonorense Luis Donaldo Colosio Murrieta, que competía por la presidencia como candidato del PRI. La investigación apenas arrancaba y los rastros del asesinato habían sido borrados del lugar. La alteración de la escena del crimen lleva su nombre: “Plaza de la Unidad y la Esperanza, Luis Donaldo Colosio”.

—¿Y quién cree que fue?

—Pues Salinas, señor, ¿quién más? El que lo puso lo quitó —contesta, apegado a la creencia popular.

Miro a los alrededores, hacia las alturas. No faltan posiciones desde las cuales hubieran podido dispararle con rifles de alta precisión y escabullirse sin contrariedades. Desde esta lógica, Lomas Taurinas, la zona más violenta de la ciudad, era el lugar idóneo para una celada sin escapatoria. Pero no fue así. El asesino confeso, Mario Aburto Martínez, se le acercó entre la multitud, se plantó a su costado derecho y le disparó en la cabeza a la altura de la sien con una pistola Taurus calibre .38.

Daba igual. Era relevante, por supuesto, identificar si habían sido uno o dos tiradores, pues la balanza se inclinaría hacia la hipótesis del asesino solitario o hacia la del complot. Era más relevante, en ese momento, el balazo mortal en la cabeza.

También Aburto Martínez soltó el segundo disparo al tórax, o lo habría hecho Othón Cortez Vázquez, detenido el 25 de febrero de 1995 y liberado según la autoridad por falta de pruebas el 7 de agosto de 1996.

Daba igual. Era relevante, por supuesto, identificar si habían sido uno o dos tiradores, pues la balanza se inclinaría hacia la hipótesis del asesino solitario o hacia la del complot. Era más relevante, en ese momento, el balazo mortal en la cabeza. El vocero de su campaña, Liébano Sáenz, anunció su muerte, desde las escalinatas del Hospital General, a las 19:45 horas de Tijuana del 23 de marzo de 1995, pero la muerte cerebral había sido instantánea.

Sólo había dos explicaciones: o era el ostentoso mensaje de que al candidato del PRI se le podía disparar en la sien en medio de la bola a la conclusión de un mitin de campaña, a plena luz del día, con cobertura informativa nacional y la pieza grupera “La culebra” de la Banda Machos como chirriante e irrespetuoso telón de fondo, o era el acto de un demente.

III

Supe del atentado en la presentación de un libro en la colonia Roma del ex Distrito Federal, en una oficina contigua al evento. Salí de inmediato del lugar y me dirigí a la revista Proceso, de la cual era reportero cultural. En la redacción de la agencia APRO, servicio informativo para los medios estatales que dirigía Carlos Marín, nos congregamos varios colegas, atentos a nuestros comentarios lacónicos, algunos dedicados a las llamadas telefónicas, las miradas inescrutables dirigidas a la pantalla de televisión.

Jacobo Zabludovsky, con los labios apretados y cejijunto, mostraba la experiencia y ofrecía la cobertura más completa, refrenada y dramática del atentado. El periodista tomaba uno y otro auricular, dirigiéndoles a sus reporteros preguntas precisas, dándoles ni tiempo de más ni tiempo de menos a sus respuestas, instruyéndolos para que entraran al hospital donde se encontraba el candidato, buscaran los testimonios de los médicos y enfermeras, así como de las autoridades civiles y policíacas, de políticos y familiares que se habían trasladado a la ciudad, y azuzándolos para que verificasen trascendidos y supuestos, acotándolos cuando la emoción comenzaba a desbordarlos. Zabludovsky sobre la marcha montaba la tragedia en un acto del atentado.

Mario Aburto, detenido después de asesinar al candidato.

La espera del anuncio del desenlace se prolongaba. Los médicos insistían en que había avances en la atención de la herida en el tórax mientras buscaban estabilizar la herida en la cabeza. El aterrizaje, a un costado del hospital, de un helicóptero de la Life Flight del USCD Center Children Hospital de la Universidad de California en San Diego, planteaba la posibilidad del traslado del político a un centro de atención médica profesional, pues los tijuanenses sabían que, aunque lo negasen las autoridades, cualquier clínica del IMSS superaba al Hospital General en equipamiento médico, instrumental quirúrgico y personal capaz. El helicóptero volvió a Estados Unidos quince minutos después del anuncio oficial de la muerte.

Me trasladé a la redacción de la sección cultural para obtener la opinión de intelectuales y artistas. Llamé a Octavio Paz, quien repitió los dichos que compartía a la televisión: su condena a “la violencia verbal que precede a la violencia física”, aludía al alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional del primero de enero de ese año en Chiapas. 1994: el año del arranque del TLCAN, la irrupción de una guerrilla mediática y carismática, los forcejeos dentro del PRI por la sucesión, y el asesinato del candidato. México no se desmoronaba pero sí se venía abajo la idea monolítica construida durante seis años acerca de nuestra llegada al Primer Mundo y estallaba así un aluvión percepciones poliédricas.

Era todavía joven y caía en la cuenta de que, en efecto, hay momentos en que la Historia con mayúsculas se aparece delante de nosotros y toca la puerta pero, a pesar de encontrarse delante de nuestra observación inmediata, es huidiza a las conjeturas y mucho más a la posibilidad de encararla y encauzarla.

Los adolescentes desempleados sin horizonte, los jóvenes universitarios ante un futuro que se encapotaba, los obreros y campesinos para quienes el programa Solidaridad había sido un placebo cuyo efecto desaparecía, los profesionistas y pequeños empresarios que pagaban con exorbitantes esfuerzos las mensualidades de sus departamentos, de sus autos y de las escuelas de sus hijos y los reventaría la crisis financiera de los errores de diciembre, los empresarios beneficiados por las privatizaciones a los que en la mayoría de los casos hubo necesidad de rescatarlos por corruptos o incompetentes o ambas cosas, la Iglesia a la que le habían ajusticiado un cardenal medio año antes en el aeropuerto internacional de Guadalajara a la luz del día y en día laboral, los jefes de las organizaciones criminales, los líderes el PAN y el PRD, el PRI y su malogrado precandidato Manuel Camacho Solís y su candidato asesinado, el presidente de México, el subcomandante Marcos y el EZLN, ¿qué pensaban, en qué coincidían y en qué se diferenciaban, qué intentaban hacer y que podrían hacer en verdad?

Era todavía joven y caía en la cuenta de que, en efecto, hay momentos en que la Historia con mayúsculas se aparece delante de nosotros y toca la puerta pero, a pesar de encontrarse delante de nuestra observación inmediata, es huidiza a las conjeturas y mucho más a la posibilidad de encararla y encauzarla. Supe después que en ese momento comenzaba a resquebrajarse cierta confianza en una incierta colectividad que denominamos México. No era la acumulación de los sucesos recientes, ni el asesinato de Colosio, ni lo que faltaba todavía. Era una mísera bala de calibre .38 disparada por una todavía más cicatera Taurus que nos recordaba los aciagos periodos de nuestra historia con minúsculas repleta de asesinatos políticos en aquellas remotas cúpulas del poder y amedrentaba con poner otra vez al garete la historia del país. La dignidad de la historia con mayúsculas y con minúsculas era puesta en duda. Lo sucedido el 23 de marzo de 1994 en Lomas Taurinas era irrespetuoso, impúdico, ordinario, obsceno.

IV

El asesinato de Colosio Murrieta era una tragedia para la vida política de México que reforzaría meses después el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI, y la muerte anunciada y de talante shakespeariano de Diana Laura Riojas, esposa del candidato, el 18 de noviembre de 1994, debido a un cáncer en el páncreas. A la tragedia le siguió la telenovelización del crimen. Durante los meses siguientes se vertieron hipótesis, teorías y especulaciones a través de un alud de artículos, crónicas, libros y panfletos de periodistas, políticos, analistas y espontáneos. Más, las versiones de las distintas fiscalías, que pasaban de lo inverosímil a lo inverosímil y volvían a lo inverosímil: de la acción concertada —Miguel Montes— al asesino solitario —Olga Islas de González Mariscal— a la acción compartida —Pablo Chapa Bezanilla— al asesino solitario —Luis Raúl González Pérez.

Luis Donaldo Colosio, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas y Manuel Camacho Solís el 19 de octubre de 1993.
Foto: Fernando Castillo/MICPhotoPress

La primera versión, el complot, se sustentaba en las conjeturas acerca de los desplazamientos cuasiespectrales y al ritmo de “La culebra” de Aburto Martínez y sus cómplices, en cámara lenta pues de tal modo avanzaban en medio de la multitud y porque así lo enfatizaban las fiscalías y las televisoras. Los danzantes de la acción concertada eran miembros de una cuadrilla de seguridad integrada por retirados, subempleados venidos a menos y custodios con deficiencias motrices y visuales de distintas corporaciones que habrían abierto el paso al tirador y facilitado el ataque de un probable segundo atacante, Othón Cortez Vázquez.

La segunda, el asesino solitario, se sustentaba también en los mismos videos interpretándolos de manera opuesta, restándole relevancia a los movimientos de la supuesta pandilla y poniéndole más atención a los de Aburto y a un inusitado e imperceptible viraje de 180 grados de Colosio Murrieta, apenas recibió el primer impacto, y que lo habría colocado en posición para que Aburto soltara la segunda bala. Las mismas imágenes, dos interpretaciones distintas. La primera era la que quería creer México, fuese verdadera o falsa. La segunda era la que nunca creería México, fuese falsa o verdadera.

V

En Tijuana el suscrito obtuvo los videos y constató que tenían numerosos cortes en los minutos cruciales, pero el fiscal Montes salió de inmediato a decir que se trataba de un síntesis. Las imágenes posteriores a los disparos, tomadas desde distintos ángulos, eran también fragmentarias, lo que acrecentaba la sospecha sobre las instituciones y empresas involucradas en las grabaciones. En esa tanda de secuencias desquiciadas aparece Aburto trasladado hacia una camioneta, los jaloneos entre miembros del Estado Mayor y el grupo táctico de Tijuana que se disputan su custodia, y Luis Donaldo llevado en vilo, el cuerpo inerte y la cabeza ensangrentada y bamboleante, más el griterío de la multitud tan deseosa como impotente de ser útil o hacer justicia por cuenta propia.

Eran, escribí en mi cobertura, cuatro horas y 58 minutos de filmaciones reunidas en siete videocasetes certificados por la PGR, que presentan huellas de edición y mutilaciones en los seis minutos que transcurren de las 19 horas 12 minutos a las 19 horas 18 minutos, horario de Tijuana, y comprenden desde el descenso del Colosio Murrieta de la pick up que servía de templete hasta la camioneta que abandona Lomas Taurinas y lo lleva al hospital, tal como consta en el cronómetro que aparece en pantalla, por contraste con los numerosos pasajes repetidos sin ton ni son.

El minuto 12 tiene una duración de 49 segundos —es en el segundo 12 cuando a Colosio le sorrajan el balazo en la cabeza—. El minuto 13 consta de 24 segundos. El minuto 14 es de 59 segundos y salta hasta el minuto 18, que dura 18 segundos. No puede precisarse, además, cuáles segundos de los minutos posteriores al balazo fueron mutilados, puesto que el reloj sólo registra las horas y los minutos. El alegato de Montes no tenía bases: no era una síntesis, era una mutilación.

El candidato del PRI había instruido que durante sus mítines quería un contacto directo con los ciudadanos, por lo que se opuso a que hubiera vallas de protección para el acto de Tijuana y se acotara la presencia del Estado Mayor presidencial. No obstante proliferaban, vestidos de civil, policías de los grupos TUCAN, Orden Vallas y Porras, Omega y Los Sucios, varios de ellos involucrados según la hipótesis de la “acción concertada” de Montes o la “acción compartida” de Chapa Bezanilla. Lo incuestionable es que la desorganización, los amontonamientos y los empujones fueron la tónica desde su llegada al aeropuerto de Tijuana, registrados también en las distintas filmaciones. No obstante los deseos del candidato no eran razón para que no hubiese al menos una ambulancia para emergencias, un médico civil o militar, un discreto cuerpo de paramédicos, pero no lo hubo.

No obstante proliferaban, vestidos de civil, policías de los grupos TUCAN, Orden Vallas y Porras, Omega y Los Sucios, varios de ellos involucrados según la hipótesis de la “acción concertada” de Montes o la “acción compartida” de Chapa Bezanilla.

El coordinador de su campaña era Ernesto Zedillo Ponce de León, quien lo sucedió como candidato y finalmente ganó las elecciones.

El responsable de su seguridad era Domiro García Reyes, general diplomado del Estado Mayor presidencial.

En el sainete del reparto de corresponsabilidades llegó a inculpársele. Escribió un libro para defenderse, Domiro, por el cual se le arrestó una temporada, como medida disciplinaria.

A las acusaciones respondió:

—¡Cómo yo voy a matar a la gallina de los huevos de oro!

VI

Llego a Tijuana semanas después del asesinato para dedicarme a la cobertura. Voy a todos lados y a todas horas. Me vinculo con varias personas relacionadas con la vida social y política de Baja California. Le doy seguimiento a las contraseñas de la prensa local. Logro el acceso a distintos expedientes que, como los videos, están repletos de inconsistencias, virajes sin ton ni son, pistas sueltas que no fueron investigadas.

Me encuentro con el director de Zeta, Jesús Blanco Ornelas, y en otra ocasión con quien años después será su sucesora, Adela Navarro Bello; con el presidente de la Procuraduría General de Derechos Humanos, José Antonio Pérez Canchola; con el presidente del Comité Binacional de Derechos Humanos, Víctor Clark Alfaro; con el abogado de Vicente Mayoral Valenzuela y Rodolfo Mayoral Esquer —padre e hijo—, Marco Antonio Maklis; con el gobernador Ernesto Ruffo Appel; con académicos interesados en la presencia del narco en la entidad; con los encargados de comunicación social de la policía tijuanense; con el comandante de la policía federal adscrito a la entidad.

Largas conversaciones, obligatorio off the record que permite al forastero y a sus contrapartes el diálogo franco y cordial. El prestigio del semanario está fuera de discusión.

Esta reputación la interpreta a su manera el jefe de comunicación de la policía local.

En una reunión con los reporteros de la fuente los invita a pasar a su oficina, intento integrarme al grupo pero uno de sus asistentes me impide el paso.

—No lo tome a mal —comenta una secretaria. Es que el jefe va darles su apoyo, y usted es de Proceso, y no quiere que lo vea hacerlo.

Aburto.

Estos protocolos no le interesaban a Isaac Sánchez Pérez, el comandante de la federal. Me recibe en su sala de visitas, ofrece café, coloca su pistola en la mesa de centro. Viste pantalón de mezclilla y camisa blanca, lleva puestos lentes oscuros sin que haya necesidad. No habla o habla poco, no sé si escucha o se aburre, contrapuntea con monosílabos, no reacciona, por lo que abrevio mi exposición, le agradezco la oportunidad para presentarme y su hospitalidad.

—Estoy a tus órdenes —dice, y toma su chamarra, de la cual saca un robusto atado de dólares.

—Es para la gasolina. Quiero ayudarte. Sé que a los reporteros no le pagan bien.
—Ayúdeme avisándome cuando vaya a detener a los Arellano Félix. Nosotros queremos la exclusiva.

Nos despedimos.

Le llamo al día siguiente.

—Hola, comandante, para agradecerle otra vez me haya recibido. Ojalá pueda recibir de su parte información relevante.

—Pensé que te habías molestado.

—De ninguna manera, comandante. Cada quien en su papel.

Lo asesinaron el 19 de julio de 1996.

Está en la lista de los muertos asociados al asesinato de Colosio, según distintos analistas.

VII

25 años después Mario Aburto sigue preso, y es el único encarcelado. La culpabilidad de los restantes acusados, según distintos jueces, no fue demostrada. Distintas líneas de investigación no fueron iniciadas o profundizadas y acabaron enterradas entre decenas de pilas de expedientes. Entre el 23 de marzo por la noche y hasta 1996 fueron asesinados e inclusive acribillados once personas relacionadas con el asesinato del candidato del PRI o con protagonistas asociados al suceso. Las anomalías ocurridas desde antes del 23 de marzo, durante las investigaciones y hasta la fecha, son abrumadoras.

En Tijuana atestigüé una audiencia del Ministerio Público realizada en el juzgado federal de la ciudad. Era el segundo interrogatorio a una testigo colateral para que ratificara, ampliara o modificara lo dicho con anterioridad, que apuntaba hacia la hipótesis del complot. Esta segunda declaración ocurría en el contexto del debilitamiento de la hipótesis de la acción concertada y el fortalecimiento de la hipótesis del asesino solitario, que impulsaba la segunda fiscal, Olga Islas Mariscal.

Era escandaloso. El abogado la orillaba a que se retractara o al menos expresara dudas e incurriera en imprecisiones acerca de su declaración inicial. La declarante se sentía acorralada y balbuceaba respuestas que ponían en duda sus certezas acerca de lo que atestiguó. El abogado entonces dictaba a la mecanógrafa aseveraciones contundentes de lo que en su percepción había dicho la testigo, debilitaban lo dicho con anterioridad y favorecían la hipótesis del asesino solitario, para que constaran en el acta ministerial. Al final se le cuestionó, alegó que las interrogantes que se le planteaban demostraban nuestra inexperiencia en asuntos ministeriales y, al igual que la testigo, se esfumó.

VIII

Fue Mario Aburto Martínez, pero ¿cuál?

Pues Aburto Martínez, al igual que Jaimie Madrox, personaje de ficción de la serie X Men, comenzó a multiplicarse a voluntad.

El que aparece en el video en toma área dispara con la mano derecha y lleva en la muñeca un reloj o una pulsera. El que aparece segundos después del disparo y filmado a ras de tierra, detenido por miembros de seguridad, lleva un reloj de extensible plateado en la mano izquierda.

Un Aburto más es Ernesto Rubio Mendoza, agente federal bajo las órdenes del excomandante Raúl Loza Parra y de palpable parecido facial con el Aburto de los videos, asesinado en el taller mecánico Autoservicio Azteca de Tijuana la noche del 23 de marzo a las 21:30 horas. Loza Parra fue el primero que interrogó al Aburto que había sido detenido. Este Aburto ejecutado también fue confundido con otro, Antonio C. Martínez Estrada, el Guamúchil, que apareció con vida.

Un reporte independiente del investigador Humberto López Mejía robustece la certeza de la multiplicación de los Aburtos basándose en las diferencias entre el grosor del cuello del Mario Aburto detenido en Lomas Taurinas, que tiene además un lunar en la mejilla derecha como consta en los videos, con el presentado a la prensa en Almoloya, cuyo lunar no aparece en las fotos.

Las fotos en el penal muestran dos inconsistencias más. En la tomada de frente Aburto mide 1.62m y en la de perfil 1.72m. No coinciden las medidas antropométricas tomadas en la PGR de Tijuana con las registradas en Almoloya. Las mediciones son aquellas que van del helix (h) al lóbulo (l) y del lóbulo al trago (t), según la terminología pericial, que definen los contornos del pabellón del oído. López Mejía apunta: 4.5cm–2.0cm–2.8cm la medición en Tijuana y 7.7cm–3.0cm–4.5cm la medición en el penal.

Un año y tres meses después el asesinato, el 16 de junio de 1995, Jorge Mancillas, representante legal de la familia Aburto, identifica en el video a un Aburto más, pero no es el que dispara, pues se encuentra entre la multitud, entre Vicente y Rodolfo Mayoral.

Entonces habría habido al menos tres: uno que disparó, otro que fue detenido e interrogado en la PGR en Tijuana, y otro que fue presentado a los medios.

El que disparó, ¿fue el asesinado esa misma noche?

IX

Sometiéndonos sin reparos y con imbatible buena fe a la versión las autoridades, una incógnita todavía persiste: Aburto, ¿lo hizo por propia cuenta o recibió órdenes? Al principio, mientras era detenido en el lugar de los hechos, lo negó y a gritos culpaba al “viejo”, Mayoral padre. Más tarde, en los interrogatorios en las oficinas de la PGR y en Playas de Tijuana era imposible arrebatarle una declaración. En la PGR apenas aceptó: “Lo hice para evitar otro Chiapas (…) el PRI gobierno es el culpable”. Luego señaló que había sido torturado para que se responsabilizara del atentado, lo que quedó registrado en su declaración ministerial.

Un año y tres meses después el asesinato, el 16 de junio de 1995, Jorge Mancillas, representante legal de la familia Aburto, identifica en el video a un Aburto más, pero no es el que dispara, pues se encuentra entre la multitud, entre Vicente y Rodolfo Mayoral.

Finalmente, en una caricaturesca diligencia realizada y filmada en Almoloya, el 16 de septiembre de 1994, y obtenida y difundida por El Universal el 4 de agosto de 1995, Aburto escenifica cómo sucedieron las cosas y llega a una inaudita conclusión: fue accidental. En síntesis: llegó al mitin y llevaba una pistola, que planeaba vender. Entre la multitud intentó ocultarla, para no despertar sospechas, pero en las cercanías de Colosio se tropezó, alguien lo pateó y el arma se disparó; el segundo disparo, en tanto, lo soltó alguien más —Othón—. Este Aburto se aprecia alto y robusto, desenvuelto y de buen talante. No es el sombrío individuo que había sido interrogado en Tijuana.

A la tragedia de la muerte de Colosio y Diana Laura, y a la telenovela de las hipótesis contrastantes e inverosímiles le sigue, 25 años después, el negocio del recalentado del suceso que, como de costumbre, es más apetitoso. La falta de memoria tiene consecuencias en nuestra percepción de los sucesos: nos causa novedad lo que supimos y no recordamos, y nos preguntamos lo mismo con azoro creciente 25 años después. Luego nos molestamos por qué la historia de México se repite.

Lo cierto es que hay un Aburto en la cárcel, que el asesinato no dio origen a una corriente que continuara el ideario del candidato, y que mucho menos propició una autocrítica que precediera a una reforma dentro del PRI. Los principales afectados, después de México, fueron Carlos Salinas, quien perdió a su candidato y en consecuencia la posibilidad de un eventual maximato, la famita Salinas degradada ante la opinión pública por sus fechorías, y la familia Colosio.

La efeméride de la muerte de quien no fue presidente de México y por lo cual pasó a la historia dura lo que duran los eventos conmemorativos, y es prescindible. El 23 de marzo, cuando lo mataron, nadie suponía que a la larga daría igual. Lo sabemos hoy. Lo olvidaremos durante la próxima conmemoración para reciclar nuestro estupor.

Después de algunos meses de residencia en Tijuana regreso al exDF. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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